Citation
Indios carapálidas

Material Information

Title:
Indios carapálidas
Series Title:
Memoria de la historia, 60. Episodios
Creator:
Herren, Ricardo, 1940-
Place of Publication:
Barcelona, España
Publisher:
Planeta
Publication Date:
Copyright Date:
1992
Language:
Spanish
Edition:
1. ed.
Physical Description:
184 p. : ill., maps ; 21 cm.

Subjects

Subjects / Keywords:
Indian captivities ( lcsh )
Spaniards -- Cultural assimilation -- America ( lcsh )
Europeans -- Cultural assimilation -- America ( lcsh )
AMERICA -- DESCUBRIMIENTO Y EXPLORACIONES -- ESPAÑOLES ( renib )
AMERICA -- COLONIZACION ( renib )
Genre:
bibliography ( marcgt )
non-fiction ( marcgt )

Notes

Bibliography:
Includes bibliographical references and index.
Statement of Responsibility:
Ricardo Herren.

Record Information

Source Institution:
Universidad de Oriente, Venezuela
Holding Location:
Universidad de Oriente, Venezuela
Rights Management:
All applicable rights reserved by the source institution and holding location.
Resource Identifier:
26499666 ( OCLC )
92175615 ( LCCN )
8432045497 ( ISBN )

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Menloria de la listora




Otros titillos publicados:

Juan Balans
JULIA BONAPARTE, REINA DE USPANA
Rat`,tel Conte
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LOCOS UMIGIOS
Fernando Vizcaino Casas
ISABEL, CAMISA VIEJA
LAS MUJERES DIA. Ri'-,Y CA VOLICO











1,1dilorial Plancta









MEMORIAL de la HISTORIC
Episodios





Memoria de la Historia pretend
ofrecer a los lectores la Historia contada por
quienes la hicieron, por los mismos personajes que
en vez de figurar en las pginas de los libros como
objeto pasivo, adquieren voz y nos cuentan su vida
y su peripecia en primera persona. La Historia
como una novela personal, autobiogrfica, en la
que todo lo que aparece en estas pginas es
verdad, con hechos ciertos y comprobados, pero
que se presentan con la inmediatez y el
dramatismo que da al relato la voz del
protagonista, supuesto historiador de s mismo
gracias a la pluma de unos escritores que
consiguen el difcil y apasionante equilibrio entire
los materials de la crnica, tratados con el
mximo respeto, y el enfoque que corresponde a la
ms amena de las narraciones novelescas. Otra
vertiente de estas semblanzas es la evocacin de
episodios del pasado en tercera persona con todo
el rigor que exige el trabajo del historiador y la
amenidad de la novela.
ste es el objetivo de una coleccin que
aspira a fundir lo ms atractivo que pueden
ofrecer la historic y la literature.








Indios caraplidas



















CAPTULO PRIMERO


GONZALO GUERRERO, CAPITN GENERAL
DE INDIOS


1. DEVORARSE O SER DEVORADOS

Corre el ao de 1511. Una carabela con la bandera
de Castilla que navega por el mar Caribe tratando
de alcanzar las costas de Santo Domingo es sorpren-
dida por un pavoroso huracn. Desarbolada, con el
gobernalle inutilizado por la tempestad, la embarca-
cin se desva de su rumbo y acaba estrellada con-
tra los arrecifes de Las Vboras, frente a Jamaica,
que parten el casco como si fuese una cscara de
huevo.
Antes de que la nave se hunda, quince hombres
y dos mujeres,' liderados por el corregidor Juan de
Valdivia, consiguen botar el batel que llevan a bordo
y salvar la vida.
Sin alimentos, sin agua dulce, sin velas, los nu-


1. El nmero de nufragos vara ligeramente segn los cro-
nistas. Es Bernal Daz del Castillo el nico que menciona que via-
jaban dos mujeres, supuestamente espaolas (moriran ms tarde
porque las obligaban a moler maz, tarea a las que las indgenas
estaban acostumbradas). Daz del Castillo fue uno de los que oy
el relato de boca del nico superviviente que cont sus aventuras
a los espaoles.









fragos quedan a merced de las corrientes para en-
contrarle lmites al mar que se extiende por los cua-
tro puntos cardinals del horizonte: cielo y agua. No
tienen brjula y apenas pueden orientarse, a la
noche, por las estrellas, lo que les sirve de bien poco
porque en su cabeza tienen, de todos modos, un
mapa todava confuso.
En el mar bravo el batel no es manejable. Pasan
los das de implacable sol y no se ve tierra. Comien-
zan a morir de sed e inanicin los ms dbiles, uno
por uno, y son prontamente arrojados por la borda a
fin de aligerar la carga y ganar espacio.
En la desesperacin se been los propios orines
para tratar de aliviar la pavorosa sed, pero los ci-
dos los hacen aullar de dolor cuando se les meten
en las llagas y en las estras de boca y labios.
Cuando estn a punto de cumplir dos semanas a
bordo de su cscara de nuez, los que se han conver-
tido en alimento de los peces suman ya siete. En-
tonces, un amanecer, alguien divisa tierra en el ho-
rizonte. Sacan fuerzas de donde no tienen, empuan
los remos y tratan de dirigir el bote hacia la costa.
Despus de un largo esfuerzo consiguen ver las are-
nas de una larga playa, la vegetacin espesa del tr-
pico, los pjaros indiferentes a su tragedia.
Antes de que el batel encalle saltan desespera-
dos con la ilusin de hallar un regato, un ro, un
pozo para saciar la sed que los seca por dentro y
por fuera. Encuentran una pequea va de agua que
desemboca cerca de all y se echan sobre ella. Luego
miran al cielo para agradecer el milagro de poder
levantar los ojos con las ganas de vivir renovadas.
Para quienes han tenido a la muerte por comadre,
cualquier signo de vida importa ms que todas las
penurias pasadas.
Convertidos en piel y huesos, llagados por el sol,
cubiertos de andrajos, los diez hombres y las dos
mujeres se duermen.








Los despiertan ruidos y voces. Abren los ojos
para comprobar que estn rodeados de indios arma-
dos de arcos, flechas, lanzas, horrorosamente pinta-
rrajeados con bija. Les gritan, los maniatan y los
empujan al interior del boscaje. No hay quien se re-
sista: todo eso les parece un mal sueo que nunca
acaba.
Alguien de los prisioneros entiende que estn en
el pas de Maya, pero nadie sabe qu es eso, ni
dnde queda. Ningn blanco como ellos ha pisado
nunca esa tierra.
Llegan a una aldea y los encierran en una choza.
Todos se arremolinan para ver a los cautivos entire
gritos y comentarios. Los nufragos no entienden lo
que les dicen, pero les cuesta poco adivinar lo que
les aguarda.
Al da siguiente Valdivia y otros cuatro prisione-
ros son sacados de su prisin. Van a ser el plato
fuerte del sacrificio a los dioses. Uno tras otro son
acuchillados por el pecho, frente a los dolos, en una
orga de sangre estremecedora. Sus cuerpos descuar-
tizados se reparten para el banquet ritual que la
comunidad celebra tras el sacrificio. Brazos y pier-
nas, las parties ms apetecibles de la magra anato-
ma de estos espaoles de mojama, son chamusca-
dos al fuego y comidos con fruicin. Pero sus car-
nes estn tan duras y secas que el sentido comn
aconseja a los antropfagos que el resto de los pri-
sioneros sean cebados antes de enfrentar el sacrifi-
cio, para no irritar a los dioses con tan mseras
ofrendas.
Los siete espaoles sobrevivientes saben ahora a
ciencia cierta cul es el future que tienen por delan-
te. Por la noche consiguen romper los palos de la
choza-prisin y huyen sin rumbo fijo. Cualquier des-
tino es mejor que el de ser devorados.
Pero la libertad es bien precario. A poco de andar
caen en manos de otros guerreros del cacique Aquin-








cuz, seor de la region de Xamanacona, enemigo de
sus antiguos captores. Eso slo ya es una buena
carta de presentacin. Aquincuz no los ve con angu-
rria, pero los convierte en sus esclavos. Cinco de
ellos, enfermos y endebles a fuerza de infortunios,
incapaces de soportar las tareas del nuevo cautive-
rio, mueren al poco tiempo.2
De los diecisiete nufragos quedan ahora slo
dos. Uno es un clrigo de cija, de nombre Jerni-
mo de Aguilar, cuya nica posesin es un libro de
horas que ha logrado salvar de tantas desventuras.
El otro, un marinero de Huelva, del condado de Nie-
bla, llamado Gonzalo Guerrero, que por no tener no
le quedan ni andrajos con qu taparse las vergen-
zas. Los dos van a pasar a la historic, sobre todo el
ltimo, a quien, ms de cuatro siglos despus, toda-
va le levantan monumentos en el pas a donde lo
arroj la esquiva diosa Fortuna.


2. LOS HIJOS DE SAN SEBASTIN

Durante los primeros diecisiete aos despus del arri-
bo de Cristbal Coln al continent desconocido, los
espaoles no aciertan a salir del estrecho marco de
las islas del Caribe. Algunos, entire ellos el mismo
Almirante, descubren y exploran la costa del conti-
nente, rescatan -es decir, cobran- buenos botines
en perlas y algo de oro, o son asaeteados y repeli-
dos por los nativos. Pero ninguno se asienta ms all
de las insulas.
En 1508 un veteran de las luchas contra los
indios en La Espaola -la actual isla de Hait-
Repblica Dominicana-, Alonso de Ojeda, capitula
con la Corona para conquistar, fundar y poblar las

2. Bernal Daz del Castillo, Historia verdadera de la conquis-
ta de la Nueva Espaa, Madrid, 1989.









tierras al este del golfo de Urab, en lo que hoy es
el territorio atlntico de Colombia. Al mismo tiempo,
otro ambicioso conquistador, Diego de Nicuesa con-
sigue la concesin del territorio vecino, al poniente
del mismo golfo. A fines de 1509 los dos capitanes
se dirigen hacia sus nuevas posesiones.
Despus de feroces enfrentamientos con la pobla-
cin native, Ojeda funda el asentamiento de San Se-
bastin, en su territorio. El santo, un mrtir cristiano
que fue asaeteado por los paganos de Roma, era una
amarga evocacin del terror que sentan a morir vc-
timas de los hbiles arqueros indios que disparaban
flechas an ms letales que las romanas: los nati-
vos untaban las puntas con curare, un veneno que
produce parlisis y la muerte en pocas horas.
Es un aventurero de veinticinco aos de edad,
Vasco Nez de Balboa, soldado de esa mesnada
espaola con suficiente experiencia en la region,
quien salva a los sobrevivientes de San Sebastin
cuando Ojeda regresa a Santo Domingo. Sabe que
los aborgenes de la orilla opuesta del golfo -en
territorio concedido a Nicuesa- no usan flechas
envenenadas. Nez despuebla San Sebastin, cruza
el golfo con la hueste y funda en jurisdiccin ajena
Santa Mara de la Antigua del Darin.
Enterado Nicuesa, va a hacerse cargo de la po-
blacin. Pero Vasco Nez de Balboa y los restos
de la expedicin de Ojeda se enfrentan a l. Nicuesa
tiene todos los derechos; los de la Antigua disponen
de la fuerza. Finalmente el desventurado gobernador
se embarca rumbo a Santo Domingo a reclamar sus
fueros, pero nunca volver a saberse nada de l: su-
puestamente se pierde en el mar proceloso o muere
a manos de los indios.
La colonia evoluciona dificultosamente. Se rescata
oro, pero a menudo faltan los alimentos. A fines de
1511 Balboa enva al corregidor Juan de Valdivia y
a un puado de sus hombres a Santo Domingo a









buscar bastimentos y refuerzos. Llevan 20 000 pesos
de oro cobrados a los indios.3
Son ellos los que antes de llegar a destino nau-
fragarn en Las Vboras y sern arrojados a las cos-
tas orientales de Yucatn, en lo que es hoy parte del
territorio mexicano, a las que nunca haba arribado
antes ningn europeo.
Era tierra de mayas, un conjunto de seoros o
cacicazgos, restos de la antigua confederacin del pe-
riodo clsico, que haba florecido hasta fines del pri-
mer milenio de nuestra era como una de las gran-
des civilizaciones del continent. Ellos haban inven-
tado el nmero cero much antes de que en la India
hicieran el mismo hallazgo y lo transmitieran a Occi-
dente, adems de haber desarrollado slidos conoci-
mientos astronmicos, el ms elaborado sistema de
escritura del Nuevo Mundo y una arquitectura ur-
bana y religiosa de gran refinamiento. Todo lo cual
no impeda que algunos grupos practicaran la an-
tropofagia ritual con los extranjeros, prctica de la
que fueron las primeras vctimas, blancas y vellu-
das, Valdivia y cuatro de sus hombres.


3. EL CASTO AGUILAR

La madre del clrigo Jernimo de Aguilar, por las
noticias que le dieron sobre el destino de su hijo, se
convenci de que el fruto de su vientre haba acaba-
do en los vientres de los indios. Horrorizada, desde
entonces, perdi el seso y se hizo rigurosamente ve-
getariana. No toleraba ni la vision ni el olor de la
carne asada, y cuando se encontraba ante ella deca,

3. Un peso de oro equivala a la centsima parte de una libra
castellana, es decir 4,6 gramos. Debe entenderse que la embarca-
cin de Valdivia transportaba 92 kilogramos de oro que hoy ten-
dran el valor de unos cien millones de pesetas o un milln de
dlares estadounidenses.








transida de dolor: Ved aqu la madre ms desdi-
chada de todas las mujeres; ved trozos de mi hijo.4
Pero su hijo estaba entero y relativamente bien
tratado por Aquincuz y, ms tarde, por su sucesor,
el cacique Taxmar o Taxmaro. Ms astuto que fuer-
te, el dbil clrigo procur adaptarse pasivamente a
su nueva situacin. Estaba tan sujeto -narra un
cronistas- que haca de buena gana todo lo que
cualquier indio le mandaba... y con esta humildad
gan el corazn de su seor y de todos los de su
casa.
Algo molestaba y sorprenda al cacique y era la
castidad que Aguilar conservaba escrupulosamente,
en respeto a su estado religioso -segn narrara l
ms tarde-, al punto de que ni siquiera dlos ojos
alzaba para mirar a las mujeres,6 pese a que las
mayas eran harto liberals en material sexual.
El cacique trat de tentarlo en varias oportuni-
dades. En especial lo envi de noche a pescar a la
mar, dndole por compaera una india muy hermo-
sa de catorce o quince aos de edad, que haba sido
instruida por el cacique para que provocase a Agui-
lar. Le dio hamaca en que ambos durmiesen una vez
llegados a la costa, esperando el tiempo para entrar
a pescar (que tena que ser antes de que amanecie-
se); colgando la hamaca de dos rboles la india se
ech en ella y llam a Aguilar, para que durmiesen
juntos.
l fue tan templado que, haciendo lumbre cerca
del agua, durmi sobre la arena. La india unas veces
lo llamaba, otras le deca que no era hombre, por-
que quera ms estar al fro que abrigado all con
ella. Y que aunque [Aguilar] estuvo vacilando mu-


4. Pedro Mrtir de Anghiera, Dcadas del Nuevo Mundo. D-
cada IV, cap. 6, Madrid, 1989.
5. Juan de Torquemada, Monarqua indiana, Mxico, 1976.
6. Ibdem.









chas veces, al cabo resolvi vencerse y cumplir lo
que a Dios tena prometido, que era no llegar a
[yacer con] mujer infiel, a fin de que l lo librase
del cautiverio en que estaba.7
Dios se tom su tiempo para complacer al casto
Aguilar. Durante ocho largos aos que l iba conta-
bilizando da a da en su Libro de Horas, permaneci
como esclavo de los mayas en la isla de Cozumel.


4. RESCATE DEL CLRIGO

Las trompetas de su liberacin no iban a sonar hasta
que la hueste de Hernn Corts, en 1519, sali de
Cuba en direccin al continent y sus naves tocaron
tierra, primeramente en la isla de Cozumel, junto a
la costa nororiental de la peninsula de Yucatn.
Los hombres de Corts constituan el tercer grupo
de espaoles -aparte de los nufragos de Valdivia-
que haban llegado a la region. Dos aos antes, una
partida de cazadores de indios esclavos liderados por
Francisco Hernndez de Crdoba y sus socios Cris-
tbal Morante y Lope Ochoa de Cancedo, que lleva-
ban por piloto al famoso Antn Alaminos, haban ido
a saltear indios a las islas Lucayas para venderlos
en Cuba. Pero los vientos los arrojaron al cabo Co-
toche, en el extremo nororiental de Yucatn. Cuan-
do intentaron desembarcar, los indios les tendieron
una celada en la que quince espaoles fueron heri-
dos, lo que los oblig a reembarcar. En su segunda
recalada, en Campeche, los hombres de Hernndez
de Crdoba se sorprendieron de or a unos indios
que decan castilan, castilan, antes de que los ata-
caran ferozmente.

7. Ibdem. No se sabe de dnde el obispo Torquemada ha re-
cogido esta historic, ya que otros cronistas no hablan de estas cas-
tas incidencias de Aguilar.








Corts conoca el incident y sospechaba que
algn espaol poda andar por esas tierras, nica
manera de explicarse que los indios supieran sus
gentilicios. Antes de enfrentarse a la conquista de
Mxico, el capitn general necesitaba desesperada-
mente un intrprete que le sirviera para entenderse
con los nativos. Llevaba a Melchorejo, un indio cap-
turado por Hernndez de Crdoba que haba apren-
dido algo de castellano, pero que pocas semanas ms
tarde iba a huir de regreso con los suyos.
Usando a Melchorejo como intrprete o lengua,
Corts pudo averiguar que los indios de Cozumel co-
nocan a ciertos espaoles y daban seas de ellos,
y que en la tierra adentro, andadura de dos soles,
estaban y los tenan por esclavos unos caciques).8
Rpidamente envi a unos nativos a buscarlos.
Les dio cuentas de vidrio y otros abalorios para que
pagaran el rescate de los esclavos blancos y los pro-
vey de una carta que deca: Seores y hermanos.
Aqu en Cozumel he sabido que estis en poder de un
cacique detenidos, y os pido por merced que luego9
os vengis aqu, a Cozunel, que para ello envo un
navo con soldados, si los hubieseis menester y res-
cate para dar a esos indios con quienes estis; y
lleva el navo ocho das de plazo para aguardaros; ve-
nios con toda brevedad; de m seris bien mirados
y aprovechados; yo quedo en esta isla con quinien-
tos soldados y once navos. En ellos voy, mediante
Dios, la va de un pueblo que se dice Tabasco o Po-
tonchan. El capitn Diego de Ordaz fue encargado
por Corts para que aguardara a los cautivos libera-
dos en la punta Cotoche.
Los enviados encontraron pronto, en dos das de
viaje, al clrigo esclavo Jernimo de Aguilar, que es-

8. Bernal Daz del Castillo, op. cit.
9. Luego tienen el sentido de en seguida, en castellano anti-
guo.









taba, al menos en la apariencia, completamente in-
dianizado. No les cost much convencer a su amo
con las ddivas que llevaba para que lo dejara en
libertad. Tras lo cual, Aguilar se dirigi a donde es-
taba su compaero, que se deca Gonzalo Guerrero,
en otro pueblo a cinco leguas de all.10
Pero el marinero de Palos no tena ningn inte-
rs en volver con sus paisanos. Daz del Castillo, que
debe de haber escuchado el relato directamente de
boca de Aguilar, cuenta que despus de haberle ledo
ste la carta de Corts le respondi: Hermano Agui-
lar. Yo soy casado y tengo tres hijos y tinenme por
cacique y capitn cuando hay guerras. los vos con
Dios, que yo tengo la cara labrada y horadadas las
orejas. Qu dirn de m cuando me vean esos espa-
oles ir de esta manera! Y ya veis estos mis hijitos
cun bonicos son. Por vida vuestra que me deis de
esas cuentas verdes que me trais para ellos y dir
que mis hermanos me las envan de mi tierra. Y
asimismo la india mujer de Gonzalo habl al Agui-
lar en su lengua, muy enojada, y le dijo: Mira con
qu viene este esclavo a hablar a mi marido. los
vos y no curis con ms plticas.
El clrigo intent apelar a la condicin de cris-
tiano de Guerrero, que por una india no se perdie-
se el nima, y si por m.ujer e hijos lo haca, que la
llevase consigo si no los quera dejar. Pero el mari-
nero se resisti empecinadamente hasta que Aguilar
desisti y fue a encontrarse con sus paisanos acom-
pafados por los dos indios que haban ido a buscarlo.


10. Los datos de Bernal Daz del Castillo no estn de acuerdo
con la realidad geogrfica. Guerrero estaba en Chetumal -en eso
coinciden todos los cronistas y los acontecimientos posteriores-,
en el actual Belice, que queda, en lnea recta, a unos 200 kilme-
tros de Cozumel. Si los enviados haban localizado a Aguilar en
dos soles, en los que habrn podido recorrer unos 80 kilmetros
como mximo, y de all haba cinco leguas (unos 28 kilmetros),
el total represent algo as como la mitad de la distancia real.








Ordaz haba esperado a los cautivos los ocho das
estipulados. Cumplido el plazo, resolvi ir a reunirse
con el resto de la flota cortesiana. El capitn general
se indign cuando lo vio llegar sin noticias de los
prisioneros. Pero mientras tanto, Aguilar, que estaba
rico por la cantidad de cuentas que le haban sobra-
do, consigui pagar una embarcacin con seis indios
remeros para alcanzar Cozumel.
Los espaoles apenas reconocieron en el clrigo
a uno de ellos, pese a que salud con un Dios y
Santamara e Sevilla en un castellano mal mascado
y peor pronunciado." l y sus acompaantes eran
hombres desnudos, cubiertas las parties de la puri-
dad y secrets con unos almayacales o fajas (que
estos mexicanos llaman maxtlatl). Los cabellos tren-
zados y revueltos a la cabeza, con flechas y arcos en
las manos.12 Cuando se encontr con los primeros
castellanos, Aguilar llor de placer y llorando pre-
gunt si era mircoles porque tena unas Horas en
que cada da rezaba y deseaba saber si andaba erra-
do (en la contabilidad de sus das de cautiverio). Ro-
gles que diesen gracias a Dios; hincse de rodillas
levantando los ojos y manos al cielo y bendeca a
Dios porque le haba puesto entire cristianos.'3
Cuando lleg a donde estaba Corts, el capitn
extremeo tampoco reconoci al cautivo. Qu es
del espaol?, pregunt a sus hombres, que venan
con Aguilar. Sentado en cuclillas como hacen los in-
dios, le respondi: Yo soy. Inmediatamente des-
pus de los abrazos, reverencias y albricias le die-
ron ropas para que se vistiera como un castellano y
comenz a contar la historic de sus desventuras, en
una version personal en la que false los hechos todo
lp que le interest. Porque tanto l como su compa-

11. Bernal Daz del Castillo, op. cit.
12. Juan de Torquemada, op. cit.
13. Ibdem.









ero Gonzalo Guerrero tenan sendos cadveres ocul-
tos en sus armarios.


5. EL HIPCRITA Y EL TRNSFUGA

A partir del regreso a su mundo cultural, Aguilar
tuvo una vida afortunada. Hizo toda la campaa de
la conquista de Mxico como lengua de Corts,14 con-
sigui sobrevivir y acab sus das en la capital de
la Nueva Espaa.
Hombre ms bien timorato, durante su cautive-
rio procur amoldarse en todo a la vida indgena,
sin dejar de soar con que algn da regresara a su
propio mundo. Mientras estuvo con los aborgenes
trat de que se olvidaran de que era espaol.
Cuando volvi con los suyos hizo todo lo possible
por ser aceptado y dar pruebas de que, en realidad,
nunca haba perdido su identidad ni como caste-
llano ni como religioso, dos signos ntimamente
unidos.
El cuento de sus luchas por mantener la casti-
dad le vino bien a fin de convencer a los suyos de
que nunca haba abandonado su status sacerdotal
ni sus convicciones de buen catlico.
Pero la mentira tiene patas cortas. Aguilar nunca
pudo imaginar que la desinteresada version de sus
captores llegara hasta nuestros das. Dice la crni-
ca maya de Chac-Xulub-Chen: De este modo, nues-
tra tierra fue descubierta, a saber, por Jernimo de

14. Aguilar hablaba slo espaol y maya, por lo que, cuando
la compaa cortesiana lleg a tierras mexicas, donde la lengua era
el nhuatl, de poco hubieran servido sus conocimientos. Pero poco
despus del rescate de Aguilar, Corts recibi a la india Marina
como obsequio, y sta hablaba maya y nhuatl. De modo que al
principio de la conquista el sistema para entenderse con los mexi-
cas era de double interpretacin: lo que stos decan era vertido al
maya por Marina y Aguilar lo traduca al castellano. Y viceversa.
Hasta que Marina aprendi a hablar espaol y Aguilar nhuatl.









Aguilar, quien, a saber, tuvo por suegro a Ah Naum
Pot, en Cozumel, en 1517 aos.>;
Efectivamente, el ecijano parece haber tenido ms
vocacin de marido que de clibe. Despus de la con-
quista de Tenochtitln, olvidado por complete de la
hija de Ah Naum Pot, contrajo matrimonio con una
espaola en Mxico y aos despus acab sus das
de una dolencia que no se adquiere leyendo el Libro
de Horas: la sfilis.
Muy distinta fue la reaccin de Gonzalo Guerre-
ro ante similares circunstancias. Hombre de accin,
valiente y astuto, el marinero de humilde origen
cuyos afanes de aventuras y de fortune lo haban
llevado a Amrica, pronto descubri que la sociedad
indgena le ofreca posibilidades de ascenso, presti-
gio y poder si utilizaba condiciones de las que dis-
pona: su audacia, el conocimiento del arte military y
algunas tcnicas europeas que eran desconocidas
para los indios, adems de su talent para mimeti-
zarse e integrarse en una sociedad radicalmente dis-
tinta de la suya propia. No era un hombre totalmen-
te inculto: al menos saba leer y escribir, lo que para
su poca era todo un privilegio.
Lejos de aceptar el papel de esclavo, demostr
su valor como guerrero (hay apellidos que imprimen
carcter) en los enfrentamientos de su cacique, Na
Chan Can,16 contra seoros enemigos, al punto de


15. Crnica de Chac-Xulub-Chen. En Crnicas de la conquista
de Mxico, Mxico, 1939.
16. Na Chan Can (de dio a cargo las cosas de la guerra en
que estuvo muy bien, venciendo muchas veces a los enemigos de
su seor, y que ense a los indios a pelear mostrndoles [la ma-
nera de] hacer fuertes y bastiones, y que con esto y con tratarse
como indio gan much reputacin y le casaron con una muy prin-
cipal mujer en que hubo hijos; y que por esto nunca procur sal-
varse como hizo Aguilar, antes bien labraba su cuerpo, criaba
cabello y harpaba las orejas para traer zarcillos como los indios
y es creble que fuese idlatra como ellos, dice el obispo Diego
de Landa en su Relacin de las cosas de Yucatn, Mxico, 1938.









que el jefe maya lo cas con su hija, lo que debe de
haber contribuido a facilitar su aculturacin.
Difcilmente la sociedad estratificada en la que
haba nacido le hubiera podido ofrecer esas posibili-
dades de xito. Y hasta su muerte, Gonzalo Guerre-
ro (ignoramos su nuevo nombre en lengua maya),
fue fiel a su decision de seguir un camino sin re-
torno.
Por lo menos seis aos despus de su accidental
llegada a Yucatn, ya era capitn de guerra, y cuan-
do, dos aos ms tarde, Corts y Aguilar intentaron
convencerlo de que volviera, Guerrero dispona ya de
buenas razones para rechazar la proposicin. No
slo porque tena mujer (seguramente, mujeres) e
hijos o porque tena labradas las manos, al uso de
aquella tierra, en la cual los valientes solamente pue-
den traer labradas las manos17 y eso lo hubiera
convertido en objeto de befas frente a sus paisanos.
Sino, sobre todo, porque el estratega e instigador de
los ataques contra los castellanos de la expedicin
de Hernndez de Crdoba, haba sido el capitn de
guerra de los indios de Chetumal, Gonzalo Guerrero.
Como buen converso haba ya sellado su nueva iden-
tidad y lealtad con sangre de sus antiguos compa-
feros.


6. GUERRERO ENGAABOBOS

En los siguientes aos Guerrero desaparece de las
crnicas. Los espaoles estn, primero, demasiado
ocupados en completar la conquista de Mxico por un
lado y, por el otro, en abrir las puertas al Pacfico y
consolidar, desde Nueva Espaa y desde Panam, la
dominacin de Amrica Central. Y, naturalmente, en
luchar entire ellos por el poder. Durante buena parte

17. Diego de Landa, op. cit.








del decenio de los aos veinte, Yucatn y particular-
mente el seoro de Uaymil-Chetumal, no se encuen-
tra entire los objetivos de exploracin y conquista de
los castellanos.
En 1526 uno de los conquistadores de Mxico,18
Francisco de Montejo, capitula con el emperador
Carlos V en Granada la conquista de la peninsula de
Yucatn, para lo cual recibe el ttulo de adelantado.
A mediados de ese ao sale de Sevilla acompa-
ado por su fiel lugarteniente, Alonso de vila, tam-
bin conquistador de Mxico, en direccin a Santo
Domingo. Tras aprovisionarse, con su hueste, ponen
rumbo a la isla de Cozumel y frente a ella, en la
peninsula, fundan Salamanca de Xelh.19
Al principio Montejo se ocupa de explorer y con-
quistar el norte de la region. Pero pronto siente la
necesidad de fundar una poblacin en la costa orien-
tal de la peninsula, menos seca y supuestamente ms
rica, de manera que resuelve marchar hacia el su-
reste. La oportunidad le surge cuando una nave de
Santo Domingo, La Gavarra (sic), recala en Sala-
manca.
Deja a Alonso de Lujn con veinte hombres cons-
truyendo un bergantn que deba unrsele posterior-
mente. Alonso de vila, con cuarenta soldados, de-
ber dirigirse hacia el sur por la costa, mientras
Montejo va a alcanzar las posiciones en La Gava-


18. En realidad, Montejo slo estuvo en el comienzo de la con-
quista cortesiana. Fue enviado a Espaa junto con Alonso Hernn-
dez de Portocarrero como procurador de los intereses de Corts ante
la Corona.
19. Los topnimos de Salamanca y Ciudad Real se multiplica-
rn absurdamente en sucesivas fundaciones: Salamanca de Baca-
lar, Salamanca de Champotn, Salamanca de Acaln, Salamanca
de Xicalango, Salamanca de Campeche y Ciudad Real de Chichn-
Itz, Ciudad Real de Chiapas, Ciudad Real de Dzilan, Villa Real
de Chetumal. La nostalgia del pago hizo lo suyo para aadir con-
fusin a la geografa: Montejo era salmantino y De vila ciu-
dadrealeo.









rra. Su primer objetivo es Chetumal, donde, saba,
el espaol Gonzalo Guerrero ocupaba un lugar pro-
minente. Confa en que los lazos de la sangre y la
religion son irreductibles, as que cree que podr
seducirlo para que se incorpore a sus fuerzas y as
lograr una fcil conquista.
La carabela entra en la baha de Chetumal, fren-
te a la poblacin del mismo nombre compuesta por
unas dos mil casas en una buena posicin defensi-
va: el pueblo, a unos diez kilmetros de la costa, es-
taba rodeado de agua por todos sus lados.
Un grupo de espaoles desembarca y, en una in-
cursin nocturna, capture a tres indios. Por uno de
ellos confirman que el onubense Gonzalo Guerrero
era el capitn general de las fuerzas militares de la
ciudad. Montejo confa en que aquel cristiano que
le decan, sera gran socorro y ayuda para pacificar
y poblar la tierra y convertir los naturales a ella, y
que ya que por sus pecados o desdicha se haba all
avecindado, que todava tena memorial del bautis-
mo y de nuestra religion cristiana y deseara salvar-
se, pues la misericordia divina buen aparejo le daba
para poderse recobrar y servir a Dios en la conver-
sin de los indios; lo cual pareca cosa possible y muy
aparejada ocasin, dice Fernndez de Oviedo.20
Con uno de los indios capturados le enva una
carta. Gonzalo, hermano y amigo especial: A muy
buena ventura tengo mi venida y haber sabido de
vos del portador de esta carta, la cual es para acor-
daros que sois cristiano y comprado con la sangre
de Jesucristo Nuestro Redentor, a quien yo y vos de-
bis dar infinitas gracias, pues os da tan buen apa-
rejo para servir a Dios y al emperador, nuestro
seor, en la pacificacin y bautismo de esta gente y
en que, adems de eso, saliendo de pecado, con la

20. Gonzalo Fernndez de Oviedo, Historia general y natural
de las Indias..., Madrid, 1851.























































BAH i A D E"
*HONDURAS A




PUERTO
CABALLOS

H O N D U RAS
CONQUISTA DE YUCATN

ll '." 1- FASE (1527-1529)
.-------- 21 FASE (1529-1535)

--- 3 FASE (1535-1545)









gracia de Dios, podris honrar y aprovechar vuestra
persona; y yo os ser para ello muy buen amigo y
seris muy bien tratado. Y as os ruego que no deis
lugar a que el diablo os d estorbo para hacer luego
lo que digo, porque no os perdis para siempre con
l. Y de parte de Su Majestad os prometo hacerlo
muy bien con vos y cumplir todo lo que he dicho
muy enteramente, y de mi parte como hombre hijo-
dalgo, os doy mi fe y palabra de hacerlo cumplir sin
falta alguna, favoreciendo y honrando vuestra per-
sona y de haceros de los principles hombres, uno
de los ms escogidos y amados que en estas parties
hubiere. As que sin dilacin os vens a esta carabe-
la o a la costa a verme y a efectuar lo que he dicho
y hacerse ha con vuestro consejo y parecer lo que
ms conviniere.>21
A Guerrero la misiva, en tono de monserga san-
turrona y exageradas zalemas, debe de haberle hecho
rer. Garrapateando con carbn en el reverso de la
carta de Montejo unas pocas lneas cargadas de ci-
nismo, le respondi: Seor, yo beso las manos-de
vuesa merced; y como soy esclavo no tengo liber-
tad, aunque soy casado, tengo mujer e hijos y yo
me acuerdo de Dios; y vos, seor, y los espaoles
tenis buen amigo en m.
Su "amistad" -dice Inga Clendinnen22- iba a
demostrarla vigorosamente en los aos siguientes
asesorando a los jefes nativos, organizando su es-
trategia y haciendo as su vendetta contra los espa-
oles ms all de Yucatn.
Guerrero ya haba mandado fortificar Chetumal
y construir trampas para los caballos. Pero antes de
enzarzarse en una lucha, decidi recurrir a una es-
tratagema. Empleando indios que fingan ser man-

21. Ibidem.
22. Inga Clendinnen, Ambivalent conquests. Maya and Spa-
niards in Yucatan, 1517-1570, Cambridge, UK, 1987.








sos y amigos de los espaoles, inform a Montejo
que Alonso de vila y sus hombres haban perecido
en el camino a Chetumal, asesinados por indios hos-
tiles, y a ste le hizo decir que el adelantado y su
tropa haban sido exterminados por los aborgenes.
Ambos se tragaron los bulos.
vila retrocedi hasta Xelh a reunirse con Alon-
so de Lujn, que an no haba acabado de construir
el bergantn. Por su parte, Montejo puso proa a la
costa de Honduras, a Puerto Caballos (hoy Puerto
Corts) y al ro Ula, desde donde regres a Xelh.
All descubri que l y su capitn haban sido enga-
ados como nios.

7. UN SEGUNDO FRACASO
El adelantado no se dio por vencido. Regres a M-
xico a buscar el apoyo y la ayuda de Corts, pero la
estrella del conquistador de Tenochtitln se haba
apagado y, adems, se encontraba ya en Espaa
desde mayo de 1528. Pidi entonces a la Audiencia
mexicana que le concedieran la gobernacin de Ta-
basco, en Yucatn, con lo que conseguira prctica-
mente el dominio sobre la totalidad de la peninsula.
Una vez que hubo logrado el mando regres a
su territorio con nuevas fuerzas. Su base de opera-
ciones ya no ser Xelh sino Salamanca de Campe-
che, Tabasco y Acaln, al oeste de la peninsula.
Sus informaciones indicaban que las riquezas se
encontraban hacia el poniente en las provincias de
Cochua y Uaymil-Chetumal. Los indgenas, deseosos
de quitarse de encima a los invasores, insistan en
que en esa zona haba oro en abundancia.
El fiel Alonso de vila, al frente de cincuenta sol-
dados, trece de ellos montados, recibi de Montejo
la misin de ir hasta Chabl y luego al lago Baca-
lar, cerca de Chetumal, para castigar al traidor Gue-
rrero y rescatar todo el metal amarillo que halla-









ren. Haca ya tres aos que el onubense aindiado
haba echado a Montejo y a vila de sus tierras me-
diante engaos cuando, a mediados de 1531, sali
el capitn a su nueva campaa.
Para su sorpresa, en los seoros que fue hallan-
do camino de Chetumal los caciques se mostraron
amistosos con la hueste espaola. Segn todos los
indicios, muchos de ellos estaban instruidos por el
ex marinero, que haba puesto en march una pol-
tica de engaos y una estrategia de guerrilla.
En Chabl, aprovechando la buena acogida que
haba tenido, vila mand a los caciques locales a
Chetumal a ofrecer la paz a Na Can Chan y a Gue-
rrero, en un ltimo intent de persuadir al renega-
do, pidindoles, de paso, alimentos para su tropa.
La respuesta no pudo ser ms desafiante: Las ga-
llinas os las daremos en las lanzas y el maz en las
flechas.23
Era una afrenta y una clara provocacin. Al ca-
pitn espaol no le quedaba otra alternative que res-
ponder ferozmente al desafo de Guerrero y su caci-
que, porque le era indispensable mantener el presti-
gio de la invencibilidad de las armas castellanas ante
los otros mayas.
Consolid sus posiciones en Mazanahau y luego
avanz hacia Bacalar. Los seores de esas poblacio-
nes, aunque estaban sujetos de mala gana al de Che-
tumal, vieron en los espaoles una oportunidad de
sacudirse el yugo. Mientras preparaban el ataque a
Chetumal, los hombres de Montejo buscaron oro in-
fructuosamente.
Cuando lleg el moment del asalto, Guerrero
opt por abandonar su ciudad, a pesar de que esta-
ba slidamente defendida. Despus de llegados ha-
llamos el pueblo desamparado de los indios, sin

23. Relacin de Alonso Dvila, citada por Robert S. Chamber-
lain, Conquista y colonizacin de Yucatn, Mxico, 1976.








haber en l nadie y habindolo visto y ser el asiento
muy bueno y haber en l muchos maizales y ser pue-
blo de much fruta, y sobre todo, parecindome ser
pueblo de ms seguridad para nosotros acord de
asentar en l, inform vila. La fundacin recibi
el nombre de Villa Real de Chetumal.
Todo haba sido extraamente fcil para vila.
Pero la calma no iba a durar much tiempo. Des-
pus de dos meses de inactividad en Villa Real, el
capitn tuvo noticias de que Guerrero se haba
hecho fuerte en el vecino pueblo de Chequitaquil, de
difcil acceso, a veinte kilmetros de la refundacin
espaola. Segn sus informaciones, el ex marinero
preparaba un ataque contra Villa Real en el momen-
to oportuno.
vila resolvi tomarle la delantera. Se movi si-
lenciosamente en canoas con la mitad de su gente
(veinticinco hombres) y, antes del amanecer, cuan-
do los indios se hallaban descuidados, atac con toda
furia. Tomados por sorpresa, los hombres de Gue-
rrero huyeron en desbandada. Sesenta de ellos fue-
ron hechos prisioneros y reducidos a la esclavitud,
mientras que de las fuerzas espaolas slo muri un
caballo de un lanzazo.
Pero Guerrero volvi a engaar a sus paisanos.
Los indios cautivos les informaron que su capitn y
el cacique haban muerto en la refriega, y ellos se lo
creyeron sin preocuparse de buscar los cadveres.
En realidad, a ambos les quedaba todava much
cuerda.
En Chequitaquil, los castellanos encontraron, al
fin, el ansiado tesoro: seiscientos pesos de oro, en
mscaras de metal y turquesas, abandonados por los
indgenas.
Esto era un buen motivo para aumentar el opti-
mismo. El capitn espaol crey que con este golpe
todo peligro estaba alejado, al menos momentnea-
mente. Y confiado en su pax hispanica, decidi en-









viar a seis de sus hombres con el tesoro y con las
noticias de su pacificacin a Salamanca de Campe-
che, con rdenes de que regresaran a los dos meses
con instrucciones de Montejo. El, por su parte, se.
resolvi a salir en campaa a visitar los distritos que
se le haban sometido sin combatir.
Pese a las apariencias, la rebelin contra los
espaoles se haba extendido por doquier. Alonso
de vila descubri pronto que toda la tierra estaba
alzada y los caminos cerrados, de que yo me
espant much, porque pens que estaban en paz y
seguros como antes los haba dejado.24
En Mazanahau y en Chable los indios haban de-
jado de tributar y se hallaban atrincherados detrs
de grandes empalizadas y barricades, con las que
haban fortificado sus poblaciones. Es razonable su-
poner que Guerrero estaba detrs de este plan de-
fensivo. vila atac con xito ambas poblaciones y
luego fue magnnimo en el perdn a los sublevados,
necesitado como estaba de contener la rebelin y
desalentar las venganzas.
Tras estas primeras acciones, le llegaron noticias
de que los seis hombres que haba enviado con el
tesoro haban sido asesinados por la espalda mien-
tras cenaban, confiados, cerca del pueblo de Hoya,
a setenta kilmetros de Chable. Entonces tom con-
ciencia de que el incendio de la rebelin no haba
sido apagado y, desconfiando ya de su buena suer-
te, decidi retroceder hasta Villa Real para unir sus
escasas fuerzas y ponerse a resguardo.
All se enter de que la sublevacin alcanzaba ya
a Salamanca de Campeche, donde Montejo haba
estado a punto de perder la vida. Pero vila no
era hombre de mantenerse a la espera. Sali con una
veintena de sus hombres a Bacalar -que no se
haba unido al levantamiento-, donde recibi noti-

24. Ibdem.









cias -falsas- de que Montejo haba tenido que
evacuar Yucatn perseguido por los indios. Esta vez
no se lo crey, pero se dio cuenta de que lo ms
sensato era unir sus fuerzas a las del adelantado
para enfrentar el alzamiento. Las lneas de comuni-
cacin con su jefe estaban cortadas: todos los inten-
tos que hizo de enviar mensajeros a Salamanca de
Campeche haban fracasado.
Deseoso de vengar la muerte de sus seis hom-
bres e intentar, de paso, alcanzar Salamanca, vila
volvi a ponerse en march hacia Cochua. Antes,
pas por los seoros que se haban mantenido fuera
de la sublevacin o a los que l haba derrotado y
perdonado, para pedirles ahora que se le unieran en
la invasion que proyectaba. Con sus fuerzas engro-
sadas con las de los amigos, reanud el advance en
direccin a Cochua. Cerca del primer pueblo de esta
provincia le tendieron una emboscada que, sobre
todo, sirvi de seal para que todos los falsos alia-
dos que llevaban (unos seiscientos) se pasaran a los
mayas alzados de ese seoro.
Pese a estas defecciones, a los castellanos no les
quedaba otra salida que demostrar su podero mili-
tar o perecer. Decidieron atacar las fortificaciones de
Cochua y, otra vez, lo hicieron con xito. Las opera-
ciones se repitieron hasta que llegaron al pueblo de
Hoya, sitio del asesinato de sus seis soldados men-
sajeros, donde estaba levantada otra fortificacin,
muy formidable, ms fuerte y ms vigorosamente
guarnecida que cualquiera de las que se haban en-
contrado antes. Los espaoles lanzaron un ataque
con todas sus energas, pero los indios resistieron
una y otra vez, hasta que vila se vio obligado a
ordenar la retirada, con ms de la mitad de sus hom-
bres heridos.
Muy ufanos con su victoria -que demostraba
que los invasores eran batibles-, no los persiguie-
ron. Esto permiti al capitn espaol conservar sus









escasas tropas, ya esculidas por la campaa, ago-
tadas por el clima, faltas de alimentos y de agua.
El camino hacia Salamanca estaba cerrado por
la revuelta. No le qued otra alternative al bravo ca-
pitn espaol que regresar a Villa Real de Chetumal
por caminos poco conocidos, que indios comercian-
tes amigos les sealaron, a fin de evitar que les cor-
taran el paso, como era el plan de Guerrero y los
suyos. No obstante, en la penosa march tuvieron
que eludir emboscadas, defenders de various ataques
de los indios envalentonados con la evidence ende-
blez de la compaa castellana que apenas llegaba a
veinte hombres.
El objetivo de Alonso de vila era llegar primero
a Chable, que supona derrotada por l y pacifica-
da, para ser auxiliado. Pero la poblacin, abroque-
lada detrs de frreas defenses, estaba esperndolos
para resistir. Pese a todo, los cristianos se resolvie-
ron a emplear una vez ms la misma tctica que les
haba dado la victoria tantas veces: eludiendo un ata-
que frontal, lanzaron su embestida por donde no los
esperaban. Los defensores de Chable huyeron dejan-
do la poblacin y a los no combatientes en manos
de los castellanos.
A la maana siguiente siguieron camino a Maza-
nahau, donde fueron bien recibidos y pudieron re-
poner fuerzas. Con la ayuda de los indios de esa
poblacin lograron llegar en canoas a Villa Real, que
les ofreca un respiro slo temporario.
Guerrero estaba dispuesto a no darles tregua, una
vez que haba debilitado a sus enemigos. Del medio
centenar de hombres y trece caballos con que vila
haba salido inicialmente de Salamanca, le queda-
ban treinta y nueve soldados -diez de ellos cojos-
y cinco cabalgaduras. Adems de luchar contra los
mayas, tenan que enfrentarse al hambre. Carecan
de indios encomendados que produjeran alimentos,
pues la mayora se haban unido a la sublevacin.








Como se les acab el maz y otros bastimentos y
eran tan pocos los cristianos -cuenta Oviedo-, per-
dironles el temor los indios y comenzaron a darles
guerra, de tal manera que, constreidos a hacer se-
menteras dentro del pueblo, por su extrema necesi-
dad (se pusieron a trabajar) con sus manos y sudo-
res, con ayuda de unos pocos indios que en sus
casas, mansos y domsticos, los servan.25 Esto
debe de haber contribuido a desmoralizar an ms
a la tropa, que viva como una humillacin el verse
rebajados al papel de labriegos.
Los nuevos intentos de comunicarse con Monte-
jo mediante mensajeros indios fracasaron: los abor-
genes prometan entregar las cartas y desaparecan
para siempre.
Mientras tanto Alonso de vila tuvo noticias de
que Guerrero haba conseguido una amplia alianza
con casi todos los cacicazgos a fin de dar la batalla
final en un ataque masivo contra Villa Real.
Las informaciones no eran fidedignas. Guerrero
y los mayas prefirieron recurrir a la astucia y a la
paciencia para no arriesgar sus fuerzas y pusieron
un cerco virtual a Villa Real para vencerla por hambre.
En octubre de 1532 a los hombres de Alonso de
vila no les quedaba otra salida que intentar huir
hacia Honduras a buscar apoyo de los espaoles
asentados en Trujillo y, una vez abastecidos y re-
forzados, regresar para iniciar de nuevo la conquis-
ta de lo que haban perdido.
Una noche, silenciosamente, en treinta y dos ca-
noas, abandonaron la ciudad y se echaron al mar,
perseguidos por bandas de furiosos mayas que co-
menzaron a hostilizarlos sin tregua, tan pronto se
percataron de la evacuacin.
Cuando cesaron los acosos, les qued todava una
larga travesa por mar plagada de infinitas penurias

25. Gonzalo Fernndez de Oviedo, op. cit.








hasta que, siete meses ms tarde, llegaron a Puerto
Caballo y a Trujillo. En opinion de Oviedo, la retira-
da de Chetumal fue una de las ms trabajosas
navegaciones que nunca hombres han pasado en
estas parties ni en otras.26
Slo en mayo de 1533 conseguira Alonso de
vila y algunos de sus soldados regresar a Yucatn
por mar para reunirse con Francisco de Montejo. Un
ao ms tarde sali de Yucatn, vencido, junto a su
jefe. Nunca ms iba a regresar a las tierras de Gon-
zalo Guerrero, capitn de indios. El infatigable y
valeroso Alonso de vila morira donde no se lo me-
reca: en su cama, en Mxico, a fines de 1537.


8. MORIR CON LA PLUMA PUESTA

La estrategia de Guerrero haba vuelto a dar buenos
resultados, pese a que, otra vez, los espaoles so-
brevivientes se les haban escapado de las manos.
Pero el centro y el este de la peninsula quedaban
libres de los odiados invasores extranjeros que obli-
gaban a los indios a servirlos donde ellos eran se-
ores, como dice el obispo Diego de Landa.27
Hasta las campaas de 1543 a 1545, Uaymil-
Chetumal no fue conquistada, y esto slo a fuerza
de las infinitas crueldades de los Pacheco -Alonso,
Gaspar y Melchor, que nada tenan de Reyes Magos-
y del exterminio de la poblacin. Tras el paso de
los atilas espaoles la region qued casi desierta.
Los mtodos de combat y asedio, las fortifica-
ciones en cuya creacin y planificacin tuvo buena
participacin el marinero apstata de Huelva, la gue-
rra de guerrillas y la poltica de tierra arrasada para
privar de bastimentos al enemigo, constituyeron las

26. Gonzalo Fernndez de Oviedo, op. cit.
27. Diego de Landa, op. cit.








bases del xito de los mayas. A comienzos de 1535
el ltimo de los castellanos se vio obligado a aban-
donar la peninsula. El triunfo era indudable.
Guerrero debe de haber estado entonces en la cs-
pide de su gloria y de su poder. Pero este hombre de
accin -tendra por aquel entonces unos cuarenta y
cinco aos- no quiso sentarse a gozar de la victoria.
A mediados de 1535 se puso al frente de und podero-
sa fuerza military y naval maya de elite y atraves el
golfo de Honduras para acudir en apoyo de los nati-
vos de esa region que se haban levantado contra el
gobernador en funciones, Andrs de Cerezeda.
Meses ms tarde regres a su Chetumal para or-
ganizar un refuerzo. Volvi a Honduras en apoyo
del cacique Cozumba. Estaba defendiendo la fortaleza
de ste del asalto que las tropas de Pedro de Alva-
rado haban lanzado contra ella, cuando encontr la
muerte el 13 de agosto de 1536. Los soldados des-
cubrieron su cadver despus del combat vestido,
tatuado, pintado y labrado como un maya.
Sus paisanos y contemporneos lo odiaron feroz-
mente. Los descendientes de aquellos indios, a quie-
nes l contribuy a preservar de la servidumbre du-
rante tantos aos, lo veneran. De todos modos, cua-
tro siglos y medio despus de su muerte, este oscuro
marinero del condado de Niebla tiene el raro privile-
gio de seguir despertando menguados desprecios y
devotas admiraciones.
Poco sabemos de la personalidad de Guerrero,
pero algunos aspects son fcilmente deducibles.
Nunca atac frontalmente a los espaoles, lo que in-
dica una personalidad ms astuta, fra, cerebral que
apasionada. Sus tcticas frente al enemigo fueron
siempre confundir, marear la perdiz, mentir, retirar-
se estratgicamente, esperando el debilitamiento del
enemigo. Despus de haber fortificado slidamente
Chetumal, la abandon ante una fuerza de slo cin-
cuenta espaoles.









Desde el punto de vista military, y personal, pa-
rece la otra cara de su enemigo, Alonso de vila,
un sanguneo guerrero, clsico soldado castellano
del XVI, dispuesto siempre al ataque director con furia
hispnica. Para Germn Vzquez Chamorro,28 Guerre-
ro actu de la misma manera que lo hubiera hecho
cualquier persona educada en la dura escuela de la mi-
seria, la opresin y el hambre. Criado entire baja e vil
gente..., no crea en nada salvo en l mismo. Por eso,
cuando las aguas del Caribe lo arrojaron a las costas
yucatecas, su instinto de conservacin, libre de atadu-
ras ticas, le permiti amoldarse con gran rapidez a
la vida mesoamericana. Despus, el instinto de super-
vivencia dej paso al de conservacin).
Con todo, nada permit despreciar la explicacin
parcial de que Gonzalo Guerrero, como tantos otros in-
dianizados, tambin haya encontrado en la vida ame-
ricana una perspective existencial por la que se sintie-
ra ms atrado, donde encontr el afecto indispensable,
form su familiar, estableci su entorno de relaciones
personales, adems de todos los privilegios de los que
en ella goz. Su compromise con los mayas, su nega-
tiva insistente, a lo largo de veinticinco aos, a volver
al mundo del que haba salido y su muerte, defendien-
do a otros indios de tierras lejanas contra los ataques
de sus paisanos, parecen ms elocuentes que una de-
claracin de principios. Por un cmulo de circunstan-
cias, consciente o inconscientemente, Guerrero tom
decidido partido por quienes luchaban por sus liberta-
des, su territorio, su mundo cultural, sus creencias y
sus propias formas de vida. Objetivos indudablemen-
te ms nobles -consideramos ahora- que la codicia
del oro, la borrachera del poder, el servicio a los inte-
reses de un emperador remoto, la esclavizacin y el
aniquilamiento de hombres y cultures.

28. Notas de Germn Vzquez Chamorro en J. Daz, A. Tapia,
B. Vzquez y F. Aguilar, La conquista de Tenochtitln, Madrid, 1988.







Ricardo Herren
Indios caraplidas


Planeta






































COLECCIN MEMORIAL DE LA HISTORIA/60
Direccin: Rafael Borrs Betriu
Consejo de Redaccin: Maria Teresa Arb, Antonio Padilla,
Marcel Plans y Carlos Pujol

Ricardo Herren, 1992
Editorial Planeta, S. A., 1992
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Planeta, Javier Villa

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ISBN 84-320-4549-7
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Primera reimpresin (Colombia): abril de 1992
Planeta Colombiana Editorial S.A.
Edicin especial para: Bolivia Ecuador Colombia Per y Venezuela
Impreso en Colombia


















CAPITULO II


FRANCISCO MARTIN, HECHICERO


1. A BUEN HAMBRE NO HAY INDIO DURO

El capitn igo de Vascua, natural de Arvalo, inten-
t ponerse de pie para proseguir la march con sus sol-
dados pero no pudo y se desplom al suelo. Un horri-
ble y supurante grano que le haba salido en la rodilla
lo haba convertido en un doliente cojo en los ltimos
das y, al final, ya en lugar.de caminar, se arrastraba.
Sus hombres lo miraban con compasin y con
fastidio. La ley no escrita era que aquel que no pu-
diese andar tena que quedarse all donde estaba a
esperar la muerte o un milagro que lo salvase de pe-
recer. Das atrs, el soldado Juan Montas no haba
soportado la debilidad provocada por el hambre y
tuvo que ver cmo sus compaeros seguan su ca-
mino por la selva sin l. Juan Vizcano, herido de
un flechazo en la ltima guazabara,' tambin haba
acabado abandonado a un costado del camino. Otro
da por la maana amaneci muy mal dispuesto el
veedor2 Francisco de San Martn y camin todo

1. Guazabara o refriega con los indgenas.
2. El veedor era el official real que se encargaba de controlar
que se cumplieran las disposiciones de la Corona sobre el reparto de
los botines cobrados, de los que un 20 por ciento eran para el rey.









aquel da.3 Al siguiente, cuando abri los ojos, se
dio cuenta de que estaba ciego y todo hinchado. Vas-
cua se condoli de l y le dijo que anduviese poco
a poco, pues l iba tambin cojo. Y [San Martn] le
respondi que de ninguna manera poda pasar de
all. Y asentado en tierra se qued, y los dems pro-
siguieron su camino, hasta que vino la noche, la cual
no fue de ms descanso ni manjares que las pasa-
das).4
El nico alimento de los poco ms de una doce-
na de soldados que deambulaban por la selva eran
unos palmitos amargos que encontraban por el ca-
mino y que cortaban a costa de sus aceros: tenan
una corteza tan dura que a la mayora de los solda-
dos se les haban quebrado las espadas.
Ahora pareca que le tocaba el turno al capitn
Vascua, que ya no poda tenerse de pie. Pero sus
hombres se armaron de paciencia y decidieron espe-
rar all otro da, a ver si consegua reponerse. Esa
noche tendieron las hamacas y procuraron conciliar
el sueo, tratando de aguantar los retortijones de
hambre y la boca amarga por los repugnantes pal-
mitos.
Tan pronto amaneci, Vascua dijo: Hermanos,
vmonos de aqu. Pero el capitn tena mejores de-
seos y nimo que realidades. Cuando sus hombres
se pusieron en march, slo pudo quedarse sentado
en la hamaca, incapaz de moverse. No quiso darse
por vencido y decidi jugar su ltima carta.
Mand reunir a todos y les dijo: Seores y her-
manos. Ya habis visto mi voluntad y cmo no
puedo andar. Yo os ruego por amor de Dios que me
aguardis hasta maana, que yo espero en l que
Dios me dar salud para ir con vosotros.
Y los compaeros lo aguardaron aquel da y al

3. Gonzalo Fernndez de Oviedo, op. cit.
4. Ibdem.









siguiente, y al tercero. Al cabo de estos das no ha-
llaban palmitos ni tenan otra cosa alguna que
comer. Y constreidos por la necesidad, todos le re-
quirieron que se esforzase y anduviese, aunque no
fuera ms que un tiro de ballesta cada da, porque
tuviesen palmitos y lo que Dios les diese de comer,
pues vea que all no haba y que todos moriran de
hambre. Y el capitn les dijo que no poda, como
era la verdad. Y an para hacer cmara lo llevaban
en brazos. Y aguardronlo otro da. Y viendo que
no haba qu comer y que todos se perdan, le dije-
ron y requirieron que anduviese, si no, lo dejaban,
pues la necesidad los forzaba, como l haba dejado
a los que no podan andar y como dejara a ellos si
no pudiesen andar. Y pidindole perdn le rogaron
los tuviese por excusados, pues ni a l podan reme-
diar quedando all, ni tampoco podan escapar de
morir de hambre.5
Vascua se dio cuenta de que le haba llegado la
hora y pareci resignarse a su destino. Les dio la
razn a sus soldados y nombr a uno de ellos, Juan
Portillo, como su sucesor al frente de la hueste, ro-
gndoles que lo obedeciesen porque era hombre de
bien y con experiencia.
Cristbal Martn, escopetero, su criado Francis-
co y el soldado Gaspar de Ojeda, que estaban enfer-
mos, se quedaron con Vascua acompaados por al-
gunos servidores indios.
La tropa haba recorrido apenas un par de kil-
metros cuando se dieron cuenta de que no llevaban
yesquero. Portillo mand que dos soldados, Diego de
Valds y Antn Peligro, volvieran a buscarlo, mien-
tras ellos quedaban esperndolos.
Poco antes de llegar, los dos enviados oyeron los
gritos del capitn abandonado, que lloraba de dolor
y desesperacin. Creyndose lejos de sus hombres,

5. Ibdem.









Vascua haba dado rienda suelta a su pena y a su
sufrimiento. Pero no slo eso. Ms adelante, entire la
hojarasca los soldados divisaron un hombre mancha-
do de sangre que trabajaba con un objeto grande que
tena en el suelo. Se acercaron y el espanto los pa-
raliz. El escopetero Cristbal Martn estaba deso-
llando a un muchacho, uno de sus indios mansos,
al que acababa de mandar matar para comrselo.


2. EL TURNO DE FRANCISCO MARTIN

En verdad, no era la primera vez que eso ocurra.
La semana anterior tres soldados, Juan Ramos Cor-
dero, un hijo suyo y Juan Justo se haban retrasa-
do. Unos das ms tarde apareci el muchacho con-
tando que haban descuartizado una india mansa
que llevaban y se la haban engullido. Luego hicieron
cecina con lo que les sobr para alimentarse en el
camino. De poco les sirvi: los tres desaparecieron
porque Dios quiso que no faltasen indios que des-
pus se los comiesen a ellos, apunta el cronista Fer-
nndez de Oviedo.6
La hueste espaola haba ido y venido de un lado
para otro, perdida en la selva, tratando de encon-
trar el camino que los llevara a Maracaibo y Coro,
en territorio de la actual Venezuela, y ahora no es-
taban ms orientados que antes.
Su jefe, Ambrosio Alfinger, les haba encomen-
dado la misin de ir a Coro a reclutar ms soldados
y, de paso, llevar sesenta mil pesos de oro (unos 275
kilos). Eso era parte del botn que haba cobrado la
tropa de ciento treinta infants y cuarenta jinetes que
conduca el alemn Alfinger, a la que ellos pertene-
can, despus de meses de exploracin, conquista y
rapia, en los que el tudesco multiplic las cruelda-

6. Ibdem.









des con los indios a tal punto que se gan el odio
de sus propios hombres.
Alfinger se haba quedado esperndolos en Ta-
malameque7 durante tres meses. Tiempo que ya se
estaba cumpliendo sin que los hombres de Vascua
y, ahora, de Portillo consiguieran encontrar el ca-
mino.
Sin que l lo supiera, sus enviados andaban
dando vueltas y vueltas sin acertar a orientarse para
hallar la salida al laberinto de fronda en el que es-
taban metidos, en un territorio ms supuesto que co-
nocido por los hombres blancos. Vascua no era un
novato en Indias, pero haba querido atajar el cami-
no imaginando un mapa de la region que no era
exacto, y haba acabado perdido en la selva.
Para mayor desdicha, carecan de cargadores in-
diQs, de modo que los soldados tenan que portar
sus armas y equipos junto con los sacos del tesoro.
Como si se tratase de una fbula contra la codicia,
el oro se haba convertido en algo no solamente in-
til, sino tambin torturante.


7. Alfinger haba sido el apoderado o factor de los banqueros
alemanes Welser en Santo Domingo. Cuando Carlos I concedi a
estos poderosos comerciantes la conquista de Venezuela, los Wel-
ser mandaron a Alfinger a Coro para que se hiciera cargo del ne-
gocio, a donde lleg en abril de 1529. Poco despus sali en expe-
dicin a buscar oro, fund Maracaibo, pero regres con las manos
vacas. Con refuerzos llegados de Santo Domingo volvi a montar
una expedicin hacia el sur de Coro, rode la laguna de Maracai-
bo, alcanz las fuentes del ro Hacha y lleg a la laguna de Tama-
lameque, donde rapi un fabuloso botn a costa de perpetrar in-
nmeras atrocidades con los indios. Su criado espaol, Francisco
del Castillo, se hizo famoso por el rpido uso de la espada que
haca: cuando algunos de los indios capturados y esclavizados que
llevaban encadenados y con grillos al cuello caa de cansancio, ham-
bre o enfermedad, Castillo no se molestaba en detenerse: desde el
caballo decapitaba al indio para que no molestara la march de
los dems. Estas salvajadas eran permitidas por Alfinger, que,
segn algunos autores, no estaba totalmente cuerdo. En realidad,
no haba muchos por all a los que pudiera darse un certificado de
salud mental.









Alguien tuvo una idea para quitarse de encima
la carga, que todos apoyaron rpidamente y, tras
persuadir a su jefe, pasaron a la accin: lo enterra-
ron al pie de una enorme ceiba. Despus de tantas
semanas de penurias, todas las misiones encomen-
dadas haban quedado postergadas ante la necesi-
dad de sobrevivir y hallar la salida.
Luego de abandonar a Vascua, la mesnada an-
duvo tres das por la enmaraada vegetacin a la
bsqueda de un arroyo que haban dejado atrs se-
manas antes. Las vas de agua, imaginaban, tenan
que llevar a otras y stas al mar.
Lo encontraron. Y tambin hallaron que en el arro-
yo haba dieciocho canoas con indios. Estaban tan ex-
tenuados que si los indios hubiesen querido habran
acabado con todos ellos. Pero por fortune vinieron en
son de paz y, como garanta de sus intenciones, en-
tregaron a los espaoles sus arcos, flechas y lanzas8
y les dieron toda la comida de que disponan.
Saciaron el voraz apetito, pero la codicia de ali-
mentos no se satisfaca tan fcilmente despus del
hambre pasada. Les dijeron por seas que fuesen a
buscar ms bastimentos. Los indios accedieron. En
prueba de su buena fe les dejaron a siete de los
suyos y prometieron volver a la maana siguiente
cargados de comida.
Esa noche en el real, los espaoles se pusieron
a discutir sobre las buenas o malas intenciones de
los indios. Algunos, atacados de paranoia, imagina-
ron que los aborgenes volveran a la maana si-
guiente, pero con ms indios de guerra para exter-
minarlos. All mismo tres espaoles del grupo de
Vascua haban sido muertos por los aborgenes, se-
manas atrs. La mayora fue convencindose poco a

8. sta es la version de Fernndez de Oviedo. Pedro de Agua-
do (Historia de Venezuela) dice que este episodio fue vivido por
cuatro soldados que se haban desprendido del grueso de la tropa.

52









poco de que no era razonable imaginar que haba
aborgenes buenos y generosos, capaces de hacer es-
fuerzos slo para darles de comer a los cristianos,
sin que tuvieran alguna otra intencin maligna. Pro-
bablemente, imaginaron, esos indios que encontra-
ron haban sido sorprendidos con la aparicin de los
castellanos y prefirieron fingir intenciones pacficas
a la espera de poder matarlos en mejor oportunidad.
El que llevaba la voz cantante propuso que lo
ms adecuado era atar a esos siete indios y llevar-
los para comer en el camino, porque los que vinie-
sen no los matasen y comiesen a ellos.9 Y pasaron
del dicho al hecho: el tab de la antropofagia ya
haba sido violado y, por tanto, se haba desvaneci-
do para ellos.
Pero estaban demasiado dbiles hasta para atra-
par a esos infelices: slo consiguieron aprehender a
uno mientras los otros, ms giles, lograban poner-
se a salvo de estas fieras hambrientas. Luego los sol-
dados se fueron a la ladera de un monte desde donde
se oteaba el arroyo a aguardar que llegaran, como
haban prometido, los otros indios con la comida.
Estuvieron all cuatro horas de infructuosa espe-
ra. Probablemente los seis huidos haban tenido
tiempo de advertir a los suyos sobre a las intencio-
nes de los espaoles. Convencidos los castellanos de
que sus suspicacias haban sido confirmadas por los
hechos, rompieron las armas que les haban dado
los indios en seal de paz y bajaron al arroyo. All
sacrificaron al indio, lo descuartizaron, asaron en
una barbacoa las parties y se dieron el banquet. Esa
noche todos durmieron profundamente, con el est-
mago satisfecho,10 except uno a quien los sufri-

9. Ibdem.
10. El canibalismo de los espaoles seguramente estaba faci-
litado por la circunstancia de que muchos de ellos suponan que
los indios no eran humans, sino de una especie a mitad de ca-
mino entire los hombres y las bestias. Al mismo Gonzalo Fernndez









mientos fsicos lo mantuvieron despierto. Al solda-
do Francisco Martn le haban salido dos granos
dolorosos en la plant del pie que no slo le quita-
ban el sueo, sino que, tambin, le impedan andar.
Saba a ciencia cierta cul era el destino inmediato
que le esperaba. A la maana siguiente, cuando la
tropa se puso en march, fue abandonado a orillas
del arroyo.
Se las arregl para, arrastrndose, llegar a un im-
provisado refugio bajo un rbol, donde esper en
vano la muerte por inanicin o a manos de los abo-
rgenes que vendran a vengar en l la muerte y el
almuerzo del indio capturado. Ayun obligadamente
durante seis das con sus noches, durante los que
nada pas, salvo que senta cmo iba perdiendo sus
escasas energas y slo el dolor del pie lo arrancaba
de su somnolencia permanent.
Al sptimo da oy una vez que gritaba: Ah,
cristianosb)) En la otra orilla estaba el capitn Iigo
de Vascua acompaado por el escopetero Cristbal
Martn. Le dijeron que Gaspar de Ojeda haba muer-
to y que Francisco, el criado, estaba con fiebres.
Ellos se haban echado a andar a la bsqueda de la
salida del laberinto, tratando de rehacer el camino
para volver donde estaba Alfinger. Francisco Martn,
imposibilitado de caminar, tuvo que ver otra vez
cmo sus compaeros se alejaban.
Esper dos das ms, sumido en una profunda
depresin y una hambruna desesperante. No tena
nada que perder, pues ya lo haba perdido todo,
salvo la vida. As que a la maana siguiente, con
las ltimas energas que le quedaban, abandon sus

de Oviedo se le escapa esta consideracin en el relato de las aven-
turas de Alfinger por Venezuela: (All tomaron algunos indios que
llevaron adelante cargados con el oro y otras cosas, porque te-
nan much necesidad de bestias y porque ya que no los matasen
ni convirtiesen ni los dejasen libres, los tomasen por acmilas o
asnos para llevar sus propios despojos, para quien se los tomaba...>








armas, se arrastr hasta la orilla, se asi a un
tronco que hall a mano y se dej llevar corriente
abajo.
Estuvo todo ese da en el agua. Antes de que ano-
checiera divis un poblado indgena en una orilla.
Se las. ingeni para orientar el tronco hacia la ribera
y all encall. Gateando, se acerc a donde vea
humos, hasta que unos indios lo descubrieron. Mar-
tn debe de haber imaginado que poda ser remata-
do inmediatamente, pero tambin auxiliado. Y esto
ltimo fue lo que le ocurri.
Lo tomaron en brazos, lo echaron sobre una ha-
maca y le dieron de comer. Tres meses despus cur
de sus males.


3. EL INDIO PACO

Cansado de esperar a Vascua, Ambrosio Alfinger
decidi, en mayo de 1532, enviar a su intrprete,
Esteban Martn con veinte hombres a Coro, a
averiguar lo que haba pasado con la expedicin. El
24 de junio parti Esteban Martn y, 34 das ms
tarde, arrib a Coro sin grandes contratiempos. All
comprob que nadie saba nada de los hombres de
Vascua, los que, al parecer, haban sido devorados
por la selva.
En Coro y Maracaibo reclut ochenta y dos
hombres ms y regres en busca de su capitn, que
mientras tanto se haba trasladado a Zonico, a 750
kilmetros de Coro y 350 del Cabo de Vela.
Pese al refuerzo que recibi para continuar la
conquista, Alfinger estaba ya cansado de tantas pe-
nurias y decidi regresar. Los indios haban apren-
dido lo que podan esperar de los conquistadores y,
tan pronto como tenan noticias de que se acerca-
ban, quemaban sus pueblos y se echaban al monte,
con lo cual no slo frustraban las intenciones de los









castellanos sino que, adems, condenaban a stos al
hambre.
En Chinacota, camino de Coro, la compaa del
alemn sufri una emboscada. Alfinger fue herido de
un flechazo envenenado en la garganta, del que ya
no iba a recuperarse. Cuatro das estuvo el capitn
agonizando hasta que le toc a l iniciar el viaje sin
retorno al que haba empujado a tantos indgenas.
Pedro" de San Martn, uno de sus oficiales,
tom el mando como general y justicia mayor, para
conducir a las huestes de regreso a Coro. En el
camino entraron en tierra de los aruacanas y, otra
vez, los indios se pusieron en fuga. No obstante
consiguieron aprehender a veinte de ellos. Cuando
les preguntaron por qu haban huido, respondieron
que cerca de all haba un cristiano y que ellos
suponan que iban a rescatarlo y a matar a todos los
indios.
Tres de los prisioneros fueron enviados a buscar
al espaol perdido, pero nunca regresaron. Manda-
ron a dos indias con el mismo propsito y tambin
desaparecieron. Ante los sucesivos fracasos, San
Martin puso en march a su hueste hasta el pueblo
donde le haban dicho que se hallaba el cristiano,
dispuesto a rescatar a su hombre.
Antes de que el grueso de la fuerza llegara al po-
blado, una vanguardia que haba sido despachada
al mando de Francisco de Santa Cruz volvi trayen-
do a un hombre desnudo en carnes como naci y
sus vergenzas de fuera y embijado12 y las barbas
peladas como indio y su arco y flechas y un dardo
en la mano y la boca llena de hayo, que es cierta
hierba para no tener sed, y su bapern: ste es un
calabazo en que traen los indios cierta manera de

11. Aguado afirma que el nombre de San Martn era Juan y
no Pedro.
12. Es decir, pintado con bija, sustancia colorante roja con la
que muchos indios se adornaban la piel.








cal, para quitar el hambre chupndola.13 Era el ex
soldado Francisco Martn y lo que tena en la boca,
de lo cual llevaba un fardel de hierbas, eran hojas
de una plant autctona, ms conocida como coca.
Tras los abrazos y manifestaciones de alegra, en
especial con Santa Cruz, de quien era viejo amigo,
Martn confirm que era el nico sobreviviente de
la expedicin del capitn Vascua. Al resto, ni si-
quiera el uso que hicieron de la carne de indios les
sirvi para salvar la vida, y es probable que algu-
nos de ellos hayan acabado a su vez asados y devo-
rados por los nativos.
El espaol aindiado fue a buscar a los de su po-
blacin y los trajo junto a los espaoles, prometin-
doles que no les haran dao. Martin era esclavo del
cacique y haba llegado all despus de varias aven-
turas14 desde que fuera abandonado por sus compa-
eros.


4. ANDANZAS EN TIERRAS SALVAJES

Poco despus de restablecerse fsicamente en el pue-
blo de los indios que lo haban recogido medio
moribundo, cont, llegaron all unos comerciantes
de sal que solan ir a Maracaibo. Lo reconocieron
como a uno de los espaoles de esa ciudad y l
aprovech para decirles que quera marcharse del
poblado de sus salvadores, en busca de mejores
condiciones que las que le daba su amo, a los
poblados de los comerciantes de sal, en La Laguna.
Acord con ellos huir hasta un punto de la orilla
del ro mientras sus anfitriones dorman, esconder-

13. Gonzalo Fernndez Oviedo, op. cit.
14. La situacin de los esclavos en las comunidades indgenas
americanas tena poco que ver con las condiciones en que vivan
en las sociedades europeas: gozaban de ms libertad y podan ad-
quirir predicament social.









se all y esperar a que lo recogieran los indios
mercaderes.
As ocurri. Cuatro das de navegacin tardaron
Martn y los comerciantes en llegar a otro poblado
de aborgenes guerigueris, donde se qued un mes.
Hasta que unos hombres que vinieron a trocar maz
por sal lo compraron por un guila de oro, que deba
de valer unos quince o veinte pesos.
Su nuevo amo lo llev a dos jornadas de canoa
hasta el pueblo de los pemenos que llamaban Mara-
caybo (nada que ver con la ciudad de igual nom-
bre). Se qued viviendo un ao como ellos, y haca
las mismas ceremonies y ritos que ellos, porque no
osaba hacer otra cosa porque as se lo mandaban y
enseaban.
A Francisco Martn le pasaba lo mismo que a
todos los indianizados cuando volvan a encontrarse
con los suyos: necesitaba insistir en que su trans-
culturacin haba sido obra del azar y de la necesi-
dad, que se haba visto obligado a hacer cosas que
jams hubiera admitido en circunstancias normales,
slo para salvar su vida.
Tema que sus ex compaeros lo marginaran o
lo condenaran y tena que exagerar, en su relato, su
rechazo a los otros y su inmutable fidelidad a los
propios y a su mundo cultural.
Cont que haba estado cuatro meses atado den-
tro de una choza, porque su amo quera que apren-
diera la medicine indgena. Este relato, probablemen-
te, tenga algo de cierto porque Martn era para la
tribu un hombre extrao, diferente, y seguramente
le atribuyeron poderes mgicos y teraputicos.
Dos indios shamanes se ocupaban de instruirlo,
pero l se resisti (eso era brujera), as que sus
maestros lo abandonaron y su amo dej de darle de
comer. Slo por no morir de hambre tuvo que acep-
tar su iniciacin en el arte de la magia teraputica
de los indios de tal manera que... lo tenan por









maestro mayor y ningn indio osaba curar sin venir
primero a examinarse con l. Tantos progress no
habrn sido hechos tan involuntariamente como pre-
tenda Martn, pese a que la tcnica que empleaba,
cuenta Fernndez de Oviedo, no pareca muy com-
pleja: Sus medicines eran bramar y soplar y echar
tacos; y con este oficio viva entire ellos y era tenido
en mucho.
Sin embargo, el poder adquirido por el espaol
debe de haber despertado celos porque, segn l, en
tres oportunidades haba estado a punto de ser ase-
sinado. Pero una india de la misma generacin,
principal, que era con quien l se echaba, que era
su mujer de la dicha tierra..., y le escapaba cada vez
de la muerte'5 y por respeto de ella viva.16
Para evitar nuevos intentos de asesinato trat de
convencer a los indios de que no era espaol, sino
miembro de otra etnia aborigen, los pacabueyes, ori-
ginarios de las tierras donde se haba quedado Al-
finger, y se depilaba las barbas.
Martn insisti al final de su relato que se deja-
ra constancia de que no era un apstata, ni un trns-
fuga. Se visti como europeo y declar como catli-
co y hombre que lo que hasta all haya hecho
haba sido por temor de los indios y no por ofender
a Dios, sino para salvar la vida y que en su corazn
cada da se encomendaba a Nuestra Seora le deja-
se ver cristianos.17
El capitn Esteban Martn lo intim a que de
ahora en adelante... no haga ms de las ceremonies
de los indios, sino que como buen cristiano se con-
fesase, pues hay padre con quien lo hiciese, y se tra-
jese como cristiano, pues lo era, so pena de muer-

15. Declaraciones de Francisco Martn ante el escribano Juan
de Villegas el 18 de agosto de 1534. Archivo General de Indias,
Sevilla. Justicia, legajo 1 003.
16. Gonzalo Fernndez de Oviedo, op. cit.
17. Declaracin de Francisco Martn, document citado.








te. Orden que el indianizado dijo que obedeca y
obedeci al dicho mandado y que estaba presto de
as lo cumplirn.18 No tena inters alguno don Fran-
cisco Martn en ser reo de la Inquisicin o de los
afanes purificadores del capitn de la hueste.
Pero su realidad era bien otra: el ex soldado ya
era un irreductible converso, un indianizado, como
lo demostrara ms tarde para espanto de sus pai-
sanos; ... se le haban asentado y encajado tan bien
las cosas de los indios que l las tena por naturales
y ellas a l por hijo..., dice el cronista Aguado.19
En realidad, sus promesas de fidelidad a sus pai-
sanos tenan algunos puntos flacos: nada haba
hecho voluntariamente para volver con los castella-
nos, pese a que tena demostrada su capacidad para
moverse geogrficamente de un lado para otro. Slo
el azar y la convincente presencia de la tropa espa-
ola lo arrancaba de su poblado, lo obligaba a ves-
tir ropas y a regresar a tierra de los blancos.


5. AL TRAIDOR NADIE LO QUIERE

Fue llevado a Coro. Pero debe de haber sentido que
all se encontraba en un mundo que se haba vuelto
extrao para l y en el cual, definitivamente, no que-
ra vivir. Tena a quienes echar de menos: su mujer
y dos hijos, que haban quedado en el poblado, junto
con todo el universe indgena que los rodeaba y al
que Martn extraaba. El indio Paco se haba arrai-
gado lejos de ese paisaje de casas enjalbegadas ro-
deando la iglesia, el cabildo y la plaza mayor de las
poblaciones espaolas. De este Francisco Martn dir
que era tanto el amor que [tena] a la mujer e hijos

18. Ibdem.
19. Fray Pedro de Aguado, Historia de Venezuela, Madrid,
1918-1919.









en su cautividad hubo que lamentaba y lloraba por
ellos. Que estaba en l tan impresas las ceremonies
y costumbres de los indios que muchas veces por
descuido usaba de ellas entire los espaoles....20
Un tal capitn Venegas, a quien Alfinger haba
dejado como teniente suyo en Maracaibo, perge la
idea de aprovecharse de Martn para recuperar el te-
soro. Era el nico testigo sobreviviente de la expedi-
cin de Vascua que saba dnde haban enterrado
los sesenta mil pesos, una verdadera fortune, enton-
ces y ahora. Con sesenta hombres sali, guiado por
Martn, a tratar de encontrar la ceiba a cuyo pie es-
taba enterrado el oro.
Deambularon de un lado para otro, sin orientar-
se, hasta que perderse que Vascua.21 Terminaron por convencer-
se de que las seales que marcaban el sitio del en-
terramiento haban desaparecido o eran impossible de
hallar en la floresta.
Desde entonces, todos los intentos que se hicie-
ron para rescatar el tesoro tuvieron el mismo fin. La
selva se trag los sesenta mil pesos de oro (que hoy
valdran unos tres millones de dlares o ms de
trescientos millones de pesetas), lo mismo que a
buena parte de sus rapiadores.
A su regreso, atacado por la nostalgia y la triste-
za, huy Martn una noche de Coro y se ech a
andar rumbo a la tierra de los pemenos a buscar a
su mujer, a sus hijos, a los que ya eran los suyos.
La pacata sociedad espaola de Coro no pudo so-
portar esta demostracin palmaria de apostasa, de
traicin, de transfuguismo y mandaron a buscar al
renegado con una tropa, a donde saban que estaba.
Cuando lo traan encadenado consigui escapar-
se, antes de llegar a Coro. Pero se fue su canto de

20. Ibdem.
21. Ibdem.








cisne como hombre libre, porque volvieron a captu-
rarlo y, esta vez, para que nunca volviera a repetir-
se semejante mal de felona, lo enviaron a Sevilla,
al Consejo de Indias.
Slo muchos aos ms tarde consigui regresar
a Amrica, pero ya no volvi a ver a su mujer india
y a sus hijos: se radic en el reino de Nueva Grana-
da, donde el indio Paco, shamn y padre de familiar
en tierras de los pemenos, acab sus das como
Francisco Martn, ex soldado, vestido de pies a ca-
beza, extrao en tierra de blancos.
Los espaoles de la poca mal podan entender
la indofilia de Martn. Segn la mentalidad de la
poca, los cronistas buscaron una explicacin per-
versa para hecho tan anmalo o, como Juan de Cas-
tellanos,22 ignoraron algo tan aberrante y convirtie-
ron a Martn en un pobre y heroico espaol, vctima
de los brbaros.
Los otros encontraron una explicacin un poco
ms original que la del demonio-inspirador: la coca.
Lo acusaron de estar enviciado con la droga de las
hojas de la plant, el clorhidrato de cocana, que
Martn, como los indios, liberaba usando un elemen-
to alcalino, especie de cal, que llevaba en su cala-
baza y que aada al amasijo de hojas humedecidas
con la saliva, que se coloca en un carrillo: el aculli-
cu de los incas. El comer hayo no lo usaba por des-
cuido -dice Aguado-, sino por vicio... En reali-
dad, hoy sabemos que se necesitan muchos ms aos
de uso continue para enviciarse con las cantidades
nfimas de droga que segregan las hojas. De modo
que el argument de Aguado no parece verosmil.
Por si fuera poco, el mismo cronista pinta a Mar-
tn como el ms monstruoso de los espaoles antro-
pfagos. Antes de ser abandonado por los suyos en

22. Juan de Castellanos, Elega de varones ilustres de Indias,
Bogot, 1955.








la selva, cuando sus compaeros de armas estaban
descuartizando al indio para comrselo, le cortaron
a su vctima los genitales, da. Francisco Martn los alz del suelo y sin espe-
rar a ponerlo en el fuego se los comi as crudo como
se haban quitado del cuerpo, lo que por cierto no
fue cosa de hombre sino de ms que bruto y carni-
cero animal.
Aguado escribi su historic muchos aos despus
de los sucesos y, seguramente, lo nico que hizo fue
recoger esta leyenda de maldito que nimbaba la
negra figure del indianizado.











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91 6/La matanza del adelantado
93 7/El inquietante Carlos
102 8/Los tres de Oathchaqua
106 9/Guillermo de las mil caras
112 10/Antoico el monaguillo
115 Captulo V/El felpudo del cacique
115 I/Arreos de oro
118 2/Prisin y muerte
120 3/Msica y equitacin
124 4/La huida
127 Captulo VI/Los felices cautiverios
127 l/Mejor en pueblos de indios
130 2/El mal pago
132 3/Pichi Alvaro
135 4/Las buenas razones de Quilaleb
140 5/La pureza del caballero
147 Captulo VII/El Inca Pedro Chamijo, natural de
Sevilla
147 I/Solemne recepcin
150 2/Las castauelas de don Pedro
155 3/Chamijo se hace Bohrquez
158 4/La forja de un inca
166 5/El sueo realizado
169 6/Cra cuervos...
176 7/El fin
179 ndice onomstico











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haber entire ellos mo y tuyo, semilla de todos los
males.2
Una sexualidad much ms libre, especialmente
para los varones, la prctica habitual de la poliginia
y la permisividad para el repudio de las esposas, los
rituales orgisticos que peridicamente se realizaban
en muchas comunidades con el uso igualmente ri-
tual del alcohol y las drogas, y la falta de compul-
sin al trabajo de los hombres en sociedades que
se conformaban con producer slo a niveles de sub-
sistencia y practicaban una dulce molicie, deben de
haber constituido un conjunto de ventajas placente-
ras tentadoras.
Las sociedades indgenas, adems, solan ofrecer
a los blancos una fcil integracin por motivos m-
gicos y prcticos. El ser diferentes a todos ellos
-color de piel, pilosidad, a veces coloracin de los
cabellos y estatura- les daba a los europeos la pre-
suncin de que posean poderes especiales en las ac-
tividades reservadas a los varones: la guerra, la caza,
la curacin de las enfermedades, las funciones sa-
cerdotales.
Muchos espaoles trnsfugas aprovecharon estas
oportunidades para encaramarse en lo alto de la pi-
rmide de poder de las comunidades aborgenes, sa-
cando ventaja, adems, de los elements de su pro-
pia cultural de los que eran portadores, como sus co-
nocimientos tcnicos o de estrategia military. Huelga
decir que esas posibilidades de ascenso social y po-
ltico les estaban vedadas en su ambiente de origen,
ya que los trnsfugas solan provenir de las capas
inferiores de la sociedad espaola. Y para ellos fue
cierto que es mejor ser cabeza de ratn que rabo de
len.
No faltaron los que, rechazados por sus compa-

2. Pedro Mrtir de Anghiera, Dcadas del Nuevo Mundo, Ma-
drid, 1989.









triotas, buscaron refugio y realizacin de sus ambi-
ciones de vida anrquica y poder personal en el
mundo indgena. Estos casos se-van a multiplicar
en la Amrica colonial a lo largo de los siglos XVII,
xvIII y XIX, cuando el territorio dominado por in-
dios indmitos era seguro santuario para los perse-
guidos por la justicia o los vagos malentretenidos.
En el poema pico argentino Martn Fierro, el
hroe y su amigo Cruz huyen a tierras de indios aco-
sados por los representantes de la ley. Pero los dos
gauchos ya no son espaoles sino mestizos, hombres
de la tierra, en parte indios, como lo delataba hasta
la cultural material de sus ms ntimas pertenencias:
chirip3 por pantaln, vincha4 para sujetar el pelo,
botas de potro5 y boleadoras. El puente cultural que
tenan que atravesar era much ms corto que el de
los peninsulares metidos a indios.
En muchos de los casos conocidos, antes de
tomar la decision de pasarse al otro bando, los per-
sonajes atraviesan una profunda crisis personal, que
no viene de su ms reciente infortunio, sino proba-
blemente de much ms atrs. A travs de la na-
rracin de sus desventuras es possible detectar hoy
un estado de vacuidad interior, de prdida de pro-
yectos de future dentro de su propia sociedad, de
sufrimientos innmeros que suelen dar a la vida ese
sabor amargo que siente quien nada espera.

3. Manta que, en forma de paal triangular, cubra el abdo-
men y parte de las piernas. Por debajo del chirip los gauchos del
siglo pasado llevaban un calzoncillo largo de tela de algodn o lino
con los bajos acabados en puntillas.
4. Es palabra quechua de uso habitual en Amrica del Sur y
se emplea para denominar la cinta de tela que rodea la cabeza a
la altura de la frente.
5. Se hacan con la piel sin curtir de las extremidades del ca-
ballo, tras quitarle el pelo y sobar el cuero con grasa hasta que se
suavizaba. Los dedos de los pies quedaban al aire para poder es-
tribar entire los dedos, es decir, metiendo la acin o estribera entire
el dedo mayor y el segundo de cada pie y apoyndolos en un palo
o cuero enrollado que colgaba de aqulla.








En various sentidos, esos hombres llegaban al
punto de la nadidad interior que suele preceder las
grandes transformaciones sociales e individuals,
antes de tomar su decision que, en general, era una
resolucin sin retorno.
Casi todos ellos, tambin, son hurfanos de afec-
tos bsicos, hombres que han atravesado un largo
period de soledad interior, de desarraigo y de ca-
rencias amorosas. En sus histories, el transfuguismo
y la nueva identidad estn vinculados, con frecuen-
cia, al magnetismo que ejercen figures femeninas
protectoras, dadoras de afecto y devocin, pasivas
y obedientes, smbolos maternos que confieren arrai-
go y dan perspective de future a travs del proyecto
a realizar, que son los hijos en comn.
Las indias fueron para el espaol excelentes hem-
bras y fieles esposas, con las que el ideal machista
de los peninsulares se realizaba plenamente. En las
crnicas del siglo XVI aparecen hombres -tanto abo-
rgenes como cristianos- malvados y bondadosos,
mezquinos y generosos, altruistas y rastreros. Pero
las mujeres indias malignas, al menos desde el punto
de vista de los espaoles, no existen en la historio-
grafa hispnica. Marina, la intrprete, gua y aman-
te de Hernn Corts, fue una vil traidora para los
indgenas, pero no para los conquistadores. Otro
tanto ocurre con tantas hembras americanas de cama
y servicio de los europeos que delataron conspira-
ciones de sus hermanos de raza y cultural contra los
invasores blancos
La mujer americana, en lneas generals, se sin-
ti fuertemente atrada por el espaol y le dio lo que
tena: su devocin, su capacidad de amor y entrega,
su lealtad a toda prueba.
Hubo tambin espaolas indianizadas. Pero son
muy pocos los casos en el que las castellanas se pa-
saron a los indios voluntariamente. Fueron vctimas
de accidents o raptos que las sumergieron en el otro








mundo y all tuvieron que maniobrar para sobrevi-
vir, hasta que el tiempo y las circunstancias acaba-
ron por arraigarlas y ya no quisieron regresar a su
ambiente de origen. Los hijos habidos con un ame-
ricano fueron siempre la poderosa razn para su
aculturacin definitive.


II

Para pasarse a los indios era necesario que subsis-
tiese el mundo indgena separado del espaol. De all
que la mayor cantidad de indianizados se registra
en aquellas reas del continent donde la penetra-
cin castellana fue lenta, dificultosa o impossible: en
el norte, los chichimecas y los aborgenes del sur del
actual territorio de Estados Unidos resistieron lar-
gamente el dominio blanco; en el extremo sur, los
araucanos de Chile y las etnias afines de la pampa
argentina mantuvieron su independencia y el domi-
nio sobre sus territories hasta hace poco ms de un
siglo.
Esta coexistencia de dos universos separados fa-
cilit las transculturaciones de unos y otros y multi-
plic los casos de espaoles y espaolas indianiza-
dos, a partir de decisions voluntarias o de acciden-
tes o cautiverios. El process contribuy, igualmente,
al aumento del mestizaje, al punto tal de que ya a
fines del siglo XVI los soldados castellanos se espan-
taban de tener que pelear con indios rubios o peli-
rrojos de ojos claros, hijos de los caciques y de las
cautivas blancas, criados y aculturados en el mundo
indgena.
All donde los espaoles extendieron su dominio
hacia todo el conjunto de la sociedad se dieron otros
fenmenos. Inicialmente la Corona y los evangeliza-
dores creyeron que la convivencia de espaoles con
aborgenes servira para que aqullos dieran ejem-








plo de virtudes cristianas y formas de vida civiliza-
das. Pero al poco tiempo se comprob que no era
as, sino todo lo contrario.
Vuestra Majestad es obligado a evitar que los
espaoles no pueblen de aqu en adelante entire los
indios, sino por s apartarlos, le escriba fray Jer-
nimo de Mendieta a Felipe II.6 La razn de esto es
porque estando juntos se los van comiendo, as como
los peces grandes a los menudos cuando estn todos
dentro del estanque; y as ni les dejan casa, ni tie-
rra, ni plant que ponen, ni la hija, ni la mujer, y
sobre desto se han de servir de ellos para todo cuan-
to quisieren hacer, sin echar el espaol mano a cosa
de trabajo, y de esta manera su poco a poco los van
consumiendo a donde quiera que estn entire ellos.
La nueva poltica establecida a partir de estas evi-
dencias fue separar la repblica de los indios de
la repblica de los espaoles para ahorrar a los
naturales los abusos y deleznables ejemplos mora-
les de los peninsulares, adems de los que daban
mestizos, negros y mulatos.
En 1578 se prohibit que estos ltimos pudieran
habitar en tierras de indios y en 1600 se extendi
esta interdiccin a los espaoles. Los primeros en
aplaudir este apartheid fueron los indgenas.
Sin embargo, la poltica de separacin racial dur
poco tiempo debido, sobre todo, a la incapacidad admi-
nistrativa de las autoridades de hacer cumplir estas nor-
mas, que ya, a fines del siglo xvII, eran letra muerta.
Dentro de este sistema los casos de indios cara-
plidas fueron contados, aunque los hubo, como el
de los hijos y nietos del conquistador y encomende-
ro Luis de Mudelo, que, en su hacienda de Popa-
yn, vivan y vestan como los indios y practicaban
entire ellos la hechicera.

6. En Cartas de religiosos de Nueva Espaa, 1539-1594, M-
xico, 1941.









Y no solamente porque los blancos iban a tierra
de indios sobre todo a explotarlos y robarles y no a
imitarlos, sino porque eran prcticamente inexisten-
tes las posibilidades de que un espaol pudiera per-
manecer aindiado sin que sus paisanos lo castiga-
ran por traidor y lo devolvieran a pueblos de cris-
tianos, obligndolo a vestir y a vivir como tal.


III

Desgraciadamente las crnicas existentes son, en su
mayor parte, escuetas y poco detalladas, al menos
para la ansiedad del exhumador de viejos papeles.
Los casos de trnsfugas suelen aparecer apenas
como ancdotas individuals y curiosas que sirven
para que los cronistas moralicen contra estos indivi-
duos a los que tachan de traidores y mal nacidos,
especialmente cuando empuan las armas contra sus
paisanos.
Adems, los escritos que han llegado hasta nues-
tro tiempo slo se limitan a narrar los hechos desde
el punto de vista del cronista. Una vez que el rene-
gado desaparece en tierra de indios, la historic suele
truncarse: ninguno de los protagonistas ha dejado
memories de su experiencia, a excepcin de alguno
de aquellos que fueron rescatados por las buenas y
otros que, lejos de aindiarse, vivieron su experiencia
como espaoles cautivos de los aborgenes.
Los transculturados han dejado siempre tras de
s una aureola de misterio y silencio sobre sus moti-
vaciones y sus vivencias, en algunos casos extrema,
como en el del caballero sevillano Francisco de Guz-
mn o su paisano Pedro Bohrquez, que se narran
en estas pginas.
Con todo, el conjunto es suficientemente expresi-
vo de estas histories de vida excepcionales y sabro-
sas, con todos los condimentos de lo human, que









suelen ser obviadas en los manuales y tratados de
Historia.
He procurado tomar distancia de los ya anacr-
nicos enfoques que divinizan lo indgena y demoni-
zan lo espaol, o a la inversa. Con las obvias limita-
ciones que imponen las fuentes disponibles, he tra-
tado de reunir histories donde lo human -al
mismo tiempo demonaco y divino- prevalecie-
ra por encima de cualquier otra tesis. Quien quiera
encontrar en estos relatos las evidencias de una su-
puesta superioridad de lo americano sobre lo es-
paol o de lo espaol sobre lo americano, podr
hacerlo. La cultural, cualquiera de ellas, segn una
definicin clsica, es, esencialmente, un mecanis-
mo de adaptacin que hace possible la satisfaccin de
necesidades humans, tanto biolgicas como socia-
les.7
A fin de facilitar la lectura y comprensin del cas-
tellano de los siglos XIV y XVII he vertido las citas
de las fuentes al espaol modern.

R. H.
Madrid, setiembre de 1991.

7. Ralph Piddington, An introduction to Social Anthropology,
Edimburgo, 1962.


















CAPITULO III


EL MORISCO DE LOS SILVA,
ALMIRANTE DE LOS ARUACOS


1. UNA FLOTA DE GUERRA

Cuando, en 1544, los espaoles de isla Margarita,
frente a Venezuela, vieron acercarse por el mar una
flota de cincuenta grandes canoas repletas de indios
de guerra, cundi la alarma. La prudencia hizo que
los cristianos de la isla, armados para defenders,
esperaran a que los indios se aproximaran antes de
disparar sus armas.
De las canoas hacan seales de paz, lo que ali-
vi la tension de los defensores. En la que pareca
la nave capitana por su decoracin y porque enca-
bezaba la flota iba, en proa, un indio de buena esta-
tura que empez a dar gritos en castellano.
Algunos de los espaoles de Margarita creyeron
reconocerlo, pero no daban crdito a sus ojos. Fue
el primero en poner pie en tierra y se acerc corrien-
do, con los brazos abiertos y sonriendo de oreja a
oreja. El morisco de los Silva!, grit uno. Los ms
memoriosos recordaron que el que apareca ahora
como capitn de guerra de los aruacos, haca doce
aos que se haba esfumado ro adentro y nada se
haba sabido de l desde entonces.












2. DE TENERIFE AL ORINOCO


Esta historic comienza en octubre de 1530. Una flota
de conquista, al mando del comendador Diego de
Ordaz, compuesta por un carabeln y dos grandes
naos, zarpa de San Lcar de Barrameda. El jefe de
la expedicin, veteran capitn en Tierra Firme y de
Mxico, ha capitulado con la Corona para conquis-
tar y colonizar una extensa rea de ms de mil kil-
metros de longitud que se extiende desde el cabo de
Vela hasta el ro Maran,1 donde comienzan las po-
sesiones del rey de Portugal.
La primera escala la hacen en Tenerife. El maes-
tre de campo, Alonso de Herrera, locuaz y seductor,
procura convencer en la isla a cuantos se le ponen
por delante para que se unan a la expedicin, pues
les aguardan -jura y perjura- enormes riquezas.
Van, nada menos, que a adentrarse en busca de El
Dorado.
Entre otros persuade a los tres hermanos Silva
-Bartolom, Juan y Gaspar-, que se decide a
vender todas sus posesiones para comprar una nao
y una carabela, pertrecharlas y unirse a Ordaz.


1. Maran es un nombre ms bien mtico en esa poca y
nada tiene que ver con el actual ro Maran, que, en territorio
peruano, se une cerca de Iquitos con el Ucayali para former el Ama-
zonas. Por Maran, entonces, se entenda confusamente un ro
de dimensions espectaculares que desembocaba en el Atlntico por
encima de la lnea ecuatorial, lo que poda coincidir, aproximada-
mente, con el Amazonas. Dice Francisco Lpez de Gmara en His-
pania Victrix: El ro de Orellana, si es como dicen, es el mayor
ro de las Indias y de todo el mundo... Unos lo llaman el Mar Dulce
y calculan su desembocadura en cincuenta leguas (unos trescien-
tos kilmetros) y ms: otros afirman ser el mismo que Maran,
diciendo que nace en Quito, cerca de Mullubamba, y que entra en
el mar a poco ms de trescientas leguas (unos mil setecientos kil-
metros) de Cubagua. Pero an no est del todo averiguado, y por
eso los diferenciamos.








Mientras ellos preparaban su parte, el comenda-
dor, ansioso por llegar a sus nuevas posesiones,
parte reforzado con seiscientos hombres y treinta y
nueve caballos en total, rumbo al Maran, uno de
los confusos nombres del Amazonas.
Tras una larga navegacin, parte de la flota llega
a la desembocadura de un ro gigantesco. Intentan
tomar tierra, pero les result impossible porque el te-
rreno es anegadizo y por todas parties encuentran.
pantanos. Despus de varias tentativas una nao y
una carabela se acercan a la costa y encallan en la
parte que se llamaba entonces encima de Arnacos.
Algunos de los hombres se salvan en los bateles
y consiguen unirse, ms tarde, al resto de la expedi-
cin. Pero otros -supuestamente, trescientos hom-
bres- quedaron librados a su suerte y se supuso
que se haban internado en el ro, donde acabaron
perdidos. Andando el tiempo se hablaba de ellos
como que haban entrado tierra adentro y haban lle-
vado a cabo grandes empresas; tambin los relacio-
naron con El Dorado, pero lo cierto es que nada ms
se volvi a saber de ellos.2
El comendador qued anclado en el golfo de
Paria, frente a la desembocadura de otro gran ro,
el Orinoco, durante cuatro meses. All recibi, albo-
rozado, a dos de los hermanos Silva que llegaban a
unirse a la tropa. Pero la alegra se troc en ira cuan-
do Francisco Morillo Briones y otros que venan en
su nave contaron a Ordaz las andanzas de los Silva
despus de la partida de Tenerife del grueso de la
expedicin.
Estaban los hermanos a punto de zarpar de Te-
nerife cuando lleg a la isla un galen de un comer-
ciante portugus cargado con mercancas. El luso,
adems, llevaba a bordo una preciosa prenda: su

2. Casiano Garca, Vida del comendador Diego de Ordaz, des-
cubridor del Orinoco, Mxico, 1952.









hija, adolescent y bonita. Los Silva, unos psicpa-
tas hechos y derechos, no lo dudaron: se apodera-
ron del galen y de la carga, metieron a la tripula-
cin portuguesa en el viejo barco que ellos haban
comprado y zarparon rumbo a cabo Verde. Bartolo-
m y Juan se hicieron cargo del galen, mientras
Gaspar se puso al frente de la carabela que haban
adquirido, con la hija del portugus instalada -no
se sabe si voluntaria o forzadamente- en su cama-
rote.
Engolosinados con lo fcil que les haba sido ha-
cerse con las propiedades del portugus, en las islas
africanas, los Silva se dedicaron al cuatrerismo para
aprovisionarse de ganado y al robo de cuanto les
vena bien para echar en sus naves. Tras lo cual, se
hicieron a la mar a fin de reunirse con el comendador.
El primero en llegar fue el galen, much ms
veloz. Pero de poco le vali a sus capitanes. El co-
mendador mont en clera cuando se enter de las
fechoras de los canarios, form tribunal y los con-
den a morir degollados.
Poco ms tarde, en moments en que se dispo-
na a entrar en el Orinoco, apareci Gaspar, el que
faltaba. Esta vez no hubo confusiones y dudas: fue
sumariamente condenado a la misma pena que sus
hermanos. Nadie de la expedicin aprobaba las acti-
vidades delictivas de los Silva, pero la condena les
pareca excesiva, amn de que Ordaz no tena auto-
ridad para castigar delitos que se haban perpetra-
do fuera de su jurisdiccin.
La extrema severidad del comendador produjo tal
rechazo entire sus hombres que, a la hora de cum-
plir la sentencia, no encontr Ordaz quien matara a
Gaspar Silva. Por fin, un imbcil que haba sido cria-
do suyo durante los ltimos quince aos se ofreci
para degollarlo.
La espantosa tarea de matar a su amo la pag
bien pronto el lelo: carcomido por la culpa, acab









arrojndose a las aguas para perecer ahogado. El
cuerpo del canario fue enterrado en una pequea isla
que an lleva el nombre de Silva la Grande.


3. EL MORO SE VA A LOS INDIOS

No se sabe qu ocurri con la bella portuguesa rap-
tada. Pero s con uno de los esclavos de Silva, un
morisco3 cuyo nombre no registran las crnicas, que
el pcaro canario haba trado consigo de Tenerife.
Viendo el mudjar que se haba quedado sin
amo y sin destino, acab accediendo a las instiga-
ciones de un grupo de aruacos que haba en el golfo
de Paria para que los acompaara de regreso a sus
tierras. En realidad, no tena much que dudar: la
vida con los indios significaba para l la libertad,
mientras que entire los espaoles segua siendo un
esclavo, para colmo, sin amo que lo protegiera.
En tierra de los aruacos, el moro no slo recupe-
r su libertad sino que fue magnficamente tratado
por sus anfitriones. Los seores principles le die-
ron sus hijas por mujeres y... tena siete u ocho de
ellas en diversas partes.4 Cuando viajaba iba trans-
portado en hombros por sus servidores y todos le
hacan fiestas y honors. Hombre mgico por dife-
rente y extranjero, los aruacos pusieron en l todas
sus expectativas de que los llevara al triunfo mili-
tar frente la pesadilla de sus enemigos de la region:
los antropfagos caribes, feroces guerreros que pe-
ridicamente realizaban razzias para proveerse de
carne humana.
No estaban equivocados. Sea porque el moro era
- muy listo o porque la suerte lo acompa, los in-
dios crean que dondequiera que l fuese, queda-

3. Por tal debe entenderse un moro convertido al cristianismo.
4. Gonzalo Fernndez de Oviedo, op. cit.








ban vencedores de sus enemigos los caribes y que
as les haba acaecido muchas veces en batallas de
la mar y de la tierra.5
En Margarita qued patente que el mudjar era
un lder con carisma para sus hombres, a tal punto
que stos, por nada del mundo, estaban dispuestos
a abandonarlo. Al morisco le cost convencerlos de
que quera quedarse con los espaoles un tiempo
mientras ellos regresaban a su tierra. Tuvo que pro-
meterles que a su regreso se les unira. De todos
modos, un buen nmero de sus soldados se queda-
ron en Margarita como sirvientes del ex esclavo.
Cuatro meses ms tarde regresaron con cuarenta
canoas, just en moments en que la isla padeca
una fuerte sequa con la consiguiente hambruna de
los espaoles. El morisco mand a su tropa a buscar
alimentos para sus amigos.
Sus tierras no estaban a la vuelta de la esquina,
sino a muchos cientos de kilmetros de distancia,
pese a lo cual, en dos viajes, los aruacos trajeron
seiscientas cargas de pan casabe,6 con lo que resol-
vieron la caresta de la isla.
Mientras estuvo en Margarita se encarg de contar
a los espaoles muchas histories product de su inven-
cin, con intenciones de complacer a sus interlocutores
y de darse importancia. Treinta aos ms tarde, cuan-
do Juan Lpez de Velasco describe su Chorografa de la
Gobernacin de Venezuela y Nueva Andaluca, recoge
la relacin de un morisco de gente que entr con
Diego de Ordaz a la conquista de El Dorado, ao de
27, que estuvo entire ellos doce aos, sobre los arua-
cas. El mudjar, evidentemente, describi a los indios
como una especie de buenos cristianos espontneos, lo
que le vena de perillas para que los espaoles no lo
consideraran un salvaje y un traidor: Prcianse de
5. Ibdem.
6. Alimento bsico del Caribe, el casabe est hecho a base de
yuca o mandioca.









caballeros y andan desnudos; son de buenas costum-
bres, aman la virtud, castigan el vicio, y creen que hay
en el cielo un gran Seor que premia a los buenos y
castiga a los malos, y que las nimas de los que viven
bien van con l. Tienen escuelas en que les cuentan
las hazaas de sus antepasados y les ensean a co-
nocer las estrellas del cielo: son muy amigos de cris-
tianos y trabajadores y as castigan los ociosos.
De todos modos en Margarita, antes de desapa-
recer por donde haba venido, dej buenos recuer-
dos. El morisco se ofreci a proveer la isla de man-
tenimiento y de hacer perfect y grande la amistad
y confederacin de los aruacos con los espaoles. De
lo cual -seala Oviedo- se esperan conseguir y sa-
berse grandes secrets de aquellas tierras que estn
y correspondent a las espaldas de la tierra del Per.7


4. LOS TRESCIENTOS AINDIADOS

La ansiedad por saber lo que haba tierra adentro
era, entonces, muy grande. Esos territories estaban
cargados de misterio. Se supona que por all estaba
el mtico Dorado en tierras de los omaguas y el pas
de las intrigantes amazonas. Y el morisco contribu-
y, en su visit a Margarita, a decorar el misterio
con nuevos elements.
Dijo que unos indios amigos le haban contado
que ciertos espaoles vivan en la selva, en un pue-
blo de casas de madera, casados con mujeres indias
que les han dado buen nmero de hijos. Crese que
estos espaoles son los trescientos hombres que per-
di aquel gobernador Diego de Ordaz en aquella
costa del Maran el ao 1532 cuando fue a aque-
llas parties. Y aquellos cristianos que as estn per-
didos no pueden responder a parte ninguna. Y deca

7. Ibdem.










el morisco que esos cristianos estn cerca de gran-
des poblaciones reinclusos o encerrados, por no tener
caballos, y se conservan con la amistad de algunas
poblaciones de indios, y no pueden salir tampoco por
el agua por no tener manera de hacer navos, y es-
peran la misericordia de Dios y el socorro del rey.
Nuestro Seor les d su favor, para su remedio.8
Era cierta la version que los indios le haban
contado al morisco? Dos aos antes de estas noti-
cias o fantasas, Francisco de Orellana, recorriendo
el Amazonas por primera vez, recibi informes simi-
lares. Dice fray Gaspar de Carvajal, uno de los ama-
zonautas, cronista de la expedicin: Tomse en este
pueblo una india de much razn, y dijo que cerca
de aqu y la tierra adentro hay muchos cristianos
como nosotros y los tena un seor que los haba
trado del ro abajo; y nos dijo cmo entire ellos
haba dos mujeres blancas, y que otros tenan indias
y hijos en ellas: stos son los que se perdieron de
Diego de Ordaz, a lo que se cree, por las seas que
daban era a la banda del Norte [del Amazonas].9
Siguieron ro abajo los hombres de Orellana y a la
salida de la provincia donde haban odo esas no-
ticias estaba una muy gran poblacin, por donde
la india nos dijo dnde habamos de ir a donde es-
taban los cristianos; pero como nosotros no ramos
parte, acordamos de pasar adelante, que para sacar-
los de donde estaban su tiempo vendr.10
Algunas de las seas que ofrece Carvajal o su in-
formante son, al menos, coherentes. El cacique que
tena sometidos a los cristianos los haba trado del
ro abajo, es decir de cerca de la desembocadura;
la expedicin de Ordaz llevaba mujeres espaolas.

8. Ibdem.
9. Fray Gaspar de Carvajal, Relacin que escribi... del nuevo
descubrimiento del famoso ro Grande... En La Aventura del Ama-
zonas, Madrid, 1986.
10. Ibdem.








Oviedo da por supuesto que estos hombres que-
ran ser rescatados porque en su cabeza no caba lo
contrario. Sin embargo tambin existe la posibilidad
de que, si los trescientos hombres de Ordaz perdi-
dos en la selva suramericana alguna vez existieron,
se hayan resignado a su suerte o, aun ms, hayan
resuelto voluntariamente no regresar nunca ms a
las poblaciones de blancos.
Quien se convierte tambin en un enigma es el
ex esclavo de los Silva, indianizado. Con el mud-
jar, a quien hoy no consideraramos menos espaol
que cualquier cristiano peninsular, Oviedo se aho-
rra las invectivas que aplica a otros trnsfugas. Su
aventura le parece simptica, porque utiliz su poder
para beneficiary a los espaoles y porque, al fin y al
cabo, el morisco no era castellano ni cristiano viejo.
No hay noticias de que haya vuelto a visitar Mar-
garita o Cubagua. Tal vez su buena estrella frente a
los caribes se apag y acab asado en barbacoa. O
quiz viviera largos aos gozando del poder y los
privilegios que haba conseguido entire los aruacos,
un status que jams hubiera soado.
Lo que s es casi seguro es que en la selva ha-
brn quedado los numerosos mestizos de indio ame-
ricano y bereber o semita, los primeros de que se
tienen noticias, concebidos en las siete u ocho muje-
res que tena el mudjar repartidas por all y en las,
seguramente, numerosas mancebas que se le pusie-
ron a tiro.






















CAPTULO IV


EL ENAMORADO FRANCISCO DE GUZMN
Y OTROS INDIOS CARAPLIDAS
DE LA FLORIDA


1. EL DESPLUME

Exista slo una pasin que al caballero sevillano
Francisco de Guzmn lo dominaba ms que su de-
bilidad por las mujeres: el juego.
La tropa haba llegado a Chaguate y all se qued
various das. Guzmn y un grupo de sus compaeros
decidieron, como de costumnbre, matar el tiempo con
interminables partidas de naipes, realizadas con car-
tas dibujadas por ellos mismos en cuero crudo, por-
que las que traan de Espaa se haban quemado
en uno de los tantos incendios por los que haban
pasado.
Francisco de Guzmn no era un soldado pobre.
Se haba unido a la hueste como hombre noble y
rico con muchos vestidos costosos y galanos, con
buenas armas y tres caballos.' Por tanto, tena qu
perder. Y esa noche de Chaguate, en una partida que
dur hasta la madrugada, lo perdi todo: armas, su

1. Inca Garcilaso de la Vega, La Florida del Inca, Madrid,
1986.









buen caballo morcillo, los vestidos y hasta su man-
ceba, una india de dieciocho aos hermosa en ex-
tremo2 que haba raptado en sus correras por tie-
rras de indios, semanas atrs.
Pag todas sus deudas de juego y se resign a
pasar de caballero a pen de la hueste. Todas, menos
a su querida: le pidi al acreedor un plazo de cua-
tro o cinco das para entregrsela.
A la semana de permanecer en Chaguate, se le-
vant el campamento y los soldados, al mando del
gobernador Luis de Moscoso y Alvarado, iniciaron
la march hacia el sur en demand de Aguacay.
A poco de andar alguien ech en falta al caballe-
ro Francisco de Guzmn. Se dio la voz de alarm y
la tropa se detuvo. El gobernador mand mensaje-
ros al cacique de Chaguate para que enviase al sevi-
llano rezagado a Aguacay. Pero ni all ni en ninguna
de las otras poblaciones por las que pasaron en las
semanas siguientes vieron aparecer a Guzmn. Su
acreedor de las deudas de juego not que junto con
l tambin se haba esfumado la bella india que le
haba ganado a los naipes.


2. LA AVENTURA DE HERNANDO

La tropa haba partido de Espaa haca ya casi cua-
tro aos. Era, originariamente, una de las fuerzas
ms impresionantes y mejor pertrechadas que haban
partido hacia las Indias, costeada con las ingentes
riquezas que el capitn Hernando de Soto haba tra-
do del Per.
En Espaa el infatigable conquistador consigui
que Carlos I lo nombrase gobernador de la isla de
Cuba y adelantado de La Florida, un territorio donde
otros se haban estrellado en sus intentos de con-

2. Ibdem.









quitarlo. Sin ir ms lejos, Pnfilo de Narvez, en
1528, con seiscientos soldados, haba sido arrojado
a la baha de Tampa. En una penosa peregrinacin
acabaron muriendo casi todos, except el tesorero de
la expedicin, lvar Nez Cabeza de Vaca y cuatro
de sus compaeros. Durante ocho aos, estos india-
nizados involuntarios vagaron por las tierras del sur
del actual Estado Unidos como esclavos, curanderos
y taumaturgos de los indios, repitiendo las experien-
cias de Francisco Martn. Cubiertos de pieles, con
largas barbas y cabellos, quemados por el sol y cur-
tidos por la intemperie, este triste grupo debe de
haber impresionado a los indgenas que hallaban a
su paso, que los buscaban como a santones mila-
greros para que los curaran de sus dolencias. Los
primeros sorprendidos de sus xitos teraputicos
fueron ellos mismos. Con frecuencia nos acompaa-
ban de tres a cuatro mil personas -escribi lvar
Nez en sus memorias-,3 y como tenamos que
soplar sobre ellas y que santificar las comidas y be-
bidas para cada cual, y darles permiso para hacer
multitud de cosas, segn venan a solicitarlo, fcil es
comprender cun grandes eran nuestras fatigas.
El relato de tantas penurias, publicado por Nez
Cabeza de Vaca despus de que fuera rescatado por
otros espaoles al norte de Mxico, no fue bice para
que las mentalidades calenturientas de la poca se
entusiasmaran con estas tierras desconocidas. A su
regreso a Espaa, despus de la conquista del Per,
Hernando de Soto trat de incorporar a Alvar Nez
a la expedicin a La Florida que proyectaba, pero el
antiguo nufrago se neg; por un lado, saba por ex-
periencia con lo que haban de hallarse y, por el otro,
Nez recibi un cargo ms tentador que el de ser
el segundo de Hernando de Soto: el de adelantado y

3. lvar Nez Cabeza de Vaca, Naufragios y comentarios,
Madrid, 1970.









gobernador del Ro de la Plata, que lo llev a una
experiencia tan infortunada como la anterior, por la
que acabara con sus huesos en la crcel a lo largo
de otros ocho aos.
En abril de 1538 la expedicin de Hernando de
Soto, compuesta por siete naves y tres bergantines,
sali de San Lcar de Barrameda con novecientos
cincuenta hombres de guerra,4 a cuyo frente iba
Nuo Tovar como teniente general. Hicieron escala
en la Gomera. Entre otras cosas, Hernando de Soto
pidi al conde de la isla una hija natural suya, de
diecisiete aos, llamada Leonor de Bobadilla, cuya
hermosura era extremada, para llevarla consigo a
Cuba como doncella de su mujer, Isabel de Bobadi-
lla y all casarla para hacerla gran seora en su
nueva conquista,5 a lo que accedi el noble cana-
rio. La jovencita no iba a guardar su castidad du-
rante much tiempo.
En Cuba, Hernando de Soto complete los apres-
tos para lanzarse a la conquista de la vecina Flori-
da. A Nuo Tovar, el cargo de teniente general no le
dur much. A poco de llegar, fue destituido por
haber dejado embarazada a Leonor de Bobadilla y,
noblesse oblige, haber contrado matrimonio en se-
creto con ella. Tovar fue, de todos modos, como sim-
ple soldado a la conquista de La Florida y nunca
ms regres, con lo que para Leonor el matrimonio
fue apenas una luna de miel.
Muchos otros espaoles y mestizos residents en
Cuba se unieron a la aventura de Hernando de Soto,
de modo que, cuando el 12 de mayo de 1539, zarp
con nueve navos, llevaba a bordo seiscientos veinte
soldados y doscientos veintitrs caballos.


4. Esta cifra que da el Inca Garcilaso vara segn los cronis-
tas: Ranjel dice que fueron 700, Hernndez de Biedma, 620, y el
Fidalgo de Helvas, 600.
5. Inca Garcilaso de la Vega, op. cit.








Diecinueve das ms tarde la flota recala en una
baha que bautizan con el nombre de Espritu Santo,6
desembarcan y llegan al pueblo de un cacique lla-
mado Ucita, que, al enterarse del advance de los es-
paoles, haba salido huyendo con toda su gente.
Pronto tiene noticias el adelantado de que por las
inmediaciones anda un espaol de la expedicin de
Pnfilo de Narvez, prisionero de los indios. Unos
indgenas capturados en exploraciones previas que
haba mandado hacer De Soto lo llamaban Orotiz,
de lo que muchos espaoles entendieron -cada uno
interpreta segn sus deseos y obsesiones- que los
indios queran decir que por all haba much oro.
En realidad, se trataba de un sevillano, Juan Ortiz,
que contaba dieciocho aos cuando lo capture el ca-
cique Hirrihigua o Ucita7 -que por eso tena bue-
nos motivos para darse a la fuga cuando supo la lle-
gada del capitn castellano- y treinta cuando Her-
nando de Soto lleg a La Florida.


3. EL INDIO ORTIZ.

Al cacique Ucita o Hirrihigua los espaoles de Pn-
filo de Narvez le haban hecho una faena, como
para que no la olvidara nunca: su madre haba sido
echada a los perros, que la destrozaron y devoraron,
y a l le haban cortado la nariz.
El hurfano mutilado jur vengarse. Necesitaba
para ello espaoles de carne y hueso. As que, me-
diante una treta, consigui apoderarse de cuatro sol-
dados de la expedicin y los llev a su pueblo.
Quiso celebrar una vindicta pblica y mand


6. La actual baha de Tampa o, segn otros autores, la de
Charlotte, un poco ms al sur.
7. Hirrihigua lo llama el Inca Garcilaso, y Ucita, el Fidalgo
de Elvas.








hacer una gran fiesta. Tres de los espaoles, com-
pletamente desnudos, fueron echados a la plaza. Los
arqueros indios se ocuparon de dispararles sus fle-
chas, tratando de no alcanzarlos en parties vitales
para que su agona durara el mayor tiempo possible,
mientras las vctimas trataban en vano de escapar
de la muerte como ratas acorraladas.
El cuarto que tena que salir al improvisado
ruedo era Juan Ortiz. Vindolo tan jovencito, la
mujer del cacique y sus tres hijas se condolieron de
l y fueron a suplicarle a Ucita que le perdonase la
vida y que, en todo caso, quedase como su esclavo.
El cacique, por dar content a su mujer y a sus
hijas, otorg por entonces la vida a Juan Ortiz, aunque
despus se la dio tan triste y amarga que muchas veces
tuvo envidia de sus tres compaeros muertos, porque el
trabajo continue sin cesar de acarrear lea y agua era
tanto y el comer y el dormir tan poco, los palos, bofe-
tadas y azotes de todos los das tan crueles, sin los
dems tormentos que a sus tiempos en particulares
fiestas le daban, que muchas veces, si no fuera cristia-
no tomara por remedio la muerte en sus manos.8
Entre otros suplicios ideados por el cacique esta-
ba uno que consista en hacer correr a Ortiz en la
plaza de sol a sol, mientras un grupo de arqueros lo
vigilaba con orden de que si daba muestras de can-
sancio o dejaba de correr, lo flecharan all mismo.
Como el soldado de Narvez soportaba todo esto
con resignacin oriental y no daba satisfaccin a la
ferocidad del cacique, ste, aburrido, ide otra tor-
tura ms eficaz y apasionante: orden que lo ata-
ran de pies y manos sobre cuatro estacas, encima
de una barra y debajo le mand encender fuego para
que all se quemase.9 Durante un buen rato estuvo

8. Inca Garcilaso de la Vega, op. cit.
9. Fidalgo de Elvas, Expedicin de Hernando de Soto a Flori-
da, Madrid, 1956.









el sevillano tostndose en barbacoa hasta que la
mujer e hijas del cacique acudieron a sus gritos. Lo
sacaron del fuego ya medio asado, que las vejigas
tena por aquel lado como medias naranjas, y algu-
nas de ellas reventadas, por donde le corra much
sangre, que era lstima verlo.10
Curado por las mujeres, tan pronto se puso
bueno, el cacique lo mand a realizar otra tarea vil,
con nimo de no darle tregua al pobre sevillano. Or-
den que fuese todas las noches a cuidar el cemen-
terio a fin de que las fieras no se llevasen los cad-
veres para devorarlos, advirtindole que si permita
que algn cuerpo fuera pasto de los carrofieros, sera
inmediatamente flechado. Su ilusin debe de haber
sido que Ortiz fuese vctima de las fieras que iban en
busca de los difuntos, ya que los indios no enterra-
ban a sus muertos.
Una noche, a eso de las cuatro de la madrugada,
Ortiz se qued dormido. Cuando despert compro-
b, para su espanto, que el cadver de una criatura
de pocos aos, muerta das atrs, haba sido roba-
do por un puma, o len americano. Imagin que su
fin estaba prximo: tan pronto se enterara el caci-
que, tendra la justificacin para acabar con l.
Muerto de miedo se puso a seguir las huellas de la
fiera.
Anduvo un buen rato medio a ciegas hasta que,
en medio del monte y de la oscuridad, oy ruido de
alguien que roa huesos, y sospechando que poda
ser el len que estuviese comiendo el nio, fue con
much tiento por entire las matas, acercndose a
donde senta el ruido y, a la luz de la luna que
haca..., vio cerca de s al len, que a su placer coma
el nio. Juan Ortiz, llamando a Dios y cobrando
nimo, le tir un dardo. Y aunque por entonces no
vio, por causa de las matas, el tiro que haba hecho,

10. Inca Garcilaso de la Vega, op. cit.









todava sinti que no haba sido malo por quedarle
la mano sabrosa."
Cuando comprob que el corazn del puma haba
sido traspasado por su tiro, Juan Ortiz recuper lo
que quedaba del nio y se present en el pueblo con
su pieza de caza. Caus la admiracin de todo el
mundo, porque enfrentarse a un puma y matarlo era
tenido como gran proeza.
El respeto que le vali su hazaa le sirvi para
que su vida mejorara en el poblado indio. Pero el
cacique no descansaba en su afn de venganzas y
tom una resolucin definitive: acabar de una buena
vez con la vida del maldito blanco.
Les dijo a su mujer e hijas que no intercedieran
ms por el extranjero porque no soportaba verlo vivo
todas las veces que se acordaba que a su madre
haban echado los perros y dejndola comer de
ellos.12 Viendo las mujeres que nada ms podan
hacer por su protegido, la mayor de las hijas fue a
avisar a Ortiz de la decision de su padre. Le dijo
que la nica oportunidad de salvar su vida era huir
esa misma noche. Para ello, haba arreglado que un
gua lo esperase a la salida del poblado. El indio lo
iba a llevar hasta un puente a diez kilmetros de all,
de donde se volvera. Juan Ortiz tendra que reco-
rrer solo los treinta kilmetros que mediaban hasta
el pueblo del cacique Mucozo, pretendiente y amigo
de ella que, seguramente, lo recibira bien.
Gracias a esta accin, Ortiz salv el pellejo y
puso fin a ao y medio de tormentos. Mucozo, un
cacique de la misma edad que el sevillano, lo trat
estupendamente a lo largo de los aos siguientes,
como a su propio hermano muy querido, aun a
pesar de que por ese motivo perdi la oportunidad
de casarse con la hija de Ucita, que, implacable,

11. Ibdem.
12. Ibdem.









nunca dej de reclamar a su esclavo: la negative in-
sistente de Mucozo acab por agriar las relaciones.
Al cabo de un decenio de apacible existencia, el
buen cacique se enter de la llegada de un fuerte
ejrcito de los paisanos de Ortiz. Lo llam y le im-
plor a ste que, en agradecimiento a los servicios
que le haba prestado y a la amistad que los una,
fuese al capitn de esa fuerza military y le rogase que
no le hiciese dao a l y a su gente y que los colo-
cara bajo su proteccin.
Sali Ortiz con un puado de indios a cumplir
esa misin. Simultneamente, en el real espaol, el
adelantado encomendaba al capitn Baltasar de
Gallegos que fuera a rescatar al cautivo con sesenta
soldados y bien provisto de numerosos presents
para el cacique.
Cuando los soldados vieron al grupo de Ortiz, pi-
caron espuelas a sus caballos y, lanza en ristre, se
dispusieron a atacarlos: los caballeros andaban an-
siosos de matar indios como si fuesen venados.13
Aterrorizados, los acompaantes del sevillano se dis-
persaron por el monte, mientras Ortiz, que en nada
se diferenciaba en su aspect de un indio, confiado
en que sera reconocido, los esper gritando Xivi-
lla, Xivilla, porque se haba olvidado de su propia
lengua.14
De poco le sirvi: los soldados alancearon a uno
de sus compaeros y l se salv milagrosamente de
sufrir el mismo fin. En la desesperacin el sevilla-
no, que no poda recorder su idioma, se puso a per-
signarse para indicar que era cristiano. Finalmente
los de a caballo entendieron el grito del andaluz y

13. Ibdem.
14. Esto lo afirma el Inca Garcilaso. El Fidalgo de Elvas dice,
en cambio, que Juan Ortiz grit: Cristiano soy, seores; no me
matis estos indios que ellos me han dado vida. De acuerdo con
esta fuente, los que acompaaban a Ortiz eran diez u once, cifra
ms probable que los cincuenta que da el Inca.









sus seales y detuvieron el ataque. Estos caballeros
eran de los que primero matan y luego preguntan.
Ortiz llam, entonces, a sus compaeros. Regre-
saron temblando de miedo y de indignacin por la
imprudencia del sevillano, que le haba costado un
lanzazo a uno de los suyos. Juan Ortiz soport con
estoicismo las iras de los indios y ((todo lo dio por
bien empleado a trueque de verse entire cristianos.15
Llevado al real, Hernando de Soto cubri a Ortiz
y a sus compaeros de halagos y orden que cura-
sen al indio herido. (El gobernador le dio luego un
vestido de terciopelo negro y que, por estar hecho a
andar desnudo, no lo pudo sufrir, que solamente
traa una camisa y unos calzones de lienzo, gorra y
zapatos y que anduvo as ms de veinte das, hasta
que poco a poco se hizo a andar vestido.16
El sevillano era un indianizado involuntario que,
tan pronto pudo, volvi a recuperar su identidad. Se
adapt al mundo indgena porque no le quedaba otra
salida, pero jams se integr.
Dio buenos servicios a la expedicin, junto a Her-
nando de Soto como intrprete, hasta comienzos de
1542, en que muri, a los treinta y dos aos de edad,
en el poblado de Autianque, donde la hueste estaba
invernando, y cuando faltaba ya poco para que hu-
biese podido regresar a tierras de cristianos con sus
compaeros.


4. MUCH CARNE, POCO ORO

A lo largo de tres aos, la hueste de Hernando de
Soto recorri los actuales estados norteamericanos de
Florida, Georgia, Carolina del Norte y del Sur, Ten-
nessee, Alabama, Mississippi, Luisiana y Arkansas,

15. Ibdem.
16. Ibdem.









despernados, en permanentes refriegas con los ind-
genas, atravesando infinitas penurias, con el ham-
bre acosndolos siempre.
Tantos sacrificios les valieron de bien poco: slo
hicieron una escassima cosecha de metales precio-
sos y una an ms msera cosecha de almas. En
todo este tiempo no consiguieron evangelizar a nadie
ni fundar ciudad alguna, aunque s destruyeron a su
paso numerosos poblados indgenas, donde captura-
ron gran cantidad de esclavos e indias de cama y
servicio.
La tropa espaola pas como un azote. Eran por-
tadores de las enfermedades que diezmaron a los in-
dios en toda Amrical7 y, al mismo tiempo, no du-
daron en arrasar con todo lo que se les pusiera por
delante, a la menor resistencia. Su paso provoc la
destruccin o decadencia de florecientes seoros
como el de Cusa, que sorprendi a los espaoles por
su riqueza, sofisticados modos de vida y creacio-
nes culturales.18
En mayo de 1542 llegaron, por el ro Arkansas,
hasta el Mississippi. En Guachoya, a orillas de esa
gran va de agua, el capitn Hernando de Soto en-
ferm de unas fiebres muy altas y muri.
Su deceso fue cuidadosamente ocultado a los in-
dios amigos, a quienes haban hecho career que los
espaoles eran inmortales. Primero, lo enterraron

17. Los europeos eran portadores de grmenes de patgenos
frente a los cuales ellos haban producido eficaces anticuerpos que
los indios no tenan. Los 'pobladores de Amrica haban permane-
cido aislados durante milenios. El contact entire unos y otros pro-
voc un colapso demogrfico de grandes proporciones que, en zonas
densamente pobladas, lleg a producer el descenso del 90 por cien-
to de los habitantes indgenas. Moran de sarampin, varicela, gripe,
viruela, tifus, que, en general, no eran dolencias mortales para eu-
ropeos y africanos.
18. Marvin T. Smith, Indian responses to European contact.
the Coosa example. En First Encounters. Spanish explorations in
the Caribbean and the United States, 1492-1570, Gainesville, Flori-
da, 1989.








subrepticiamente en el campamento despus de tres
das de secret velatorio. Pero temerosos de que los
indgenas hallaran la tumba, lo exhumaron, llenaron
de arena las mantas que le servan de mortaja y lo
arrojaron al Mississippi.
Luis de Moscoso y Alvarado, que qued a cargo
de la tropa con el ttulo de gobernador, vendi en
almoneda las pertenencias de ste que haba sido
uno de los ms ricos conquistadores de Amrica: tres
caballos, setecientos cerdos, dos esclavas y dos es-
clavos.
El nueve jefe, ms partidario de ( sando en tierras de cristianos que continuar los tra-
bajos de la guerra19 con tan poco beneficio, dispu-
so que se dirigieran hacia el suroeste con intencio-
nes de llegar a Nueva Espaa (Mxico). Tras la
muerte de De Soto, el primer poblado que encontra-
ron fue Chaguate, donde Francisco de Guzmn per-
di hasta la camisa y desapareci del real.
Sin l, siguieron andando hasta el actual estado
norteamericano de Texas. A orillas del ro Daycao,
posiblemente el actual ro Trinity, que desemboca en
la baha de Galveston, cerca de donde hoy se levan-
ta la ciudad de Houston, se convencieron de que les
resultara impossible continuar: la tierra era pobrsi-
ma en alimentos y, sin intrprete, no podan enten-
derse con los nativos.
Optaron por volver sobre sus pasos, buscar de
nuevo el Mississippi y, a sus orillas, construir em-
barcaciones con las que navegar el ro hasta su de-
sembocadura en el golfo de Mxico y, por esa va,
alcanzar Nueva Espaa.

19. Fidalgo de Elvas, op. cit.











5. GUZMN DICE QUE NO


Cuando llegaron de regreso a Chaguate por manda-
do del cacique, vinieron los indios de paz y dijeron
que el cristiano que all quedara no quera venir.20
Moscoso les contest que lo estaban engaando: para
sacar de mentira verdad les dijo que l saba que lo
haban muerto.
Ofendido, uno de los indios le respondi: Seor,
no somos hombres que hemos de mentir a vuestra
seora, y para que la verdad que los mensajeros
han dicho se vea ms claramente, made soltar uno
de nosotros, que vaya y vuelva con testimonio que
a vuestra seora satisfaga de lo que se hubiera
hecho del espaol. Que los tres que quedaremos
damos nuestra fe y palabra que volver el cristiano
o traer nueva cierta de su determinacin. Y para
que vuestra seora se certifique de que no es muer-
to, made escribirle una carta y pdale que se venga
o respond a ella, para que por su letra, pues noso-
tros no sabemos escribir, se vea cmo es vivo. Y
cuando nuestro compaero no volviera con esta sa-
tisfaccin, los tres que quedaremos pagaremos con
las vidas lo que l de su promesa de la nuestra no
cumpliera, y bastar, y aun sobrar, sin que vues-
tra seora mate nuestros indios, que tres hombres
como nosotros muramos por la traicin de un espa-
ol que neg a los siyos sin que le hubisemos
hecho fuerza ni sabido de su ida.21
Al gobernador le pareci just el planteamiento
del indio. Mand que Baltasar de Gallegos, amigo y
paisano de Guzmn, le escribiese unas lneas echn-
dole en cara su defeccin y pidindole que volviese

20. Ibdem.
21. Ibdem.









a integrarse en la tropa. Le prometa que se le resti-
tuiran sus armas, el caballo y los vestidos y que,
si lo quisiesen detener [los indios], que por escrito
se lo hiciese saber.22
El indgena que haba hablado fue el designado
para llevar la misiva, con el encargo de advertirle al
cacique que si no restitua al espaol (de prometa
destruirle su tierra a fuego y sangre y quemarle los
pueblos y talar los campos, y matar los indios prin-
cipales y no principles que consigo tena y todos
los ms que de sus vasallos pudiese haber.22 Mos-
coso no hablaba en vano y los nativos lo saban.
El mensajero regres al da siguiente con una
nica, enigmtica respuesta: en el dorso de la carta
que le haba enviado su amigo, Baltasar de Galle-
gos, Guzmn haba escrito, con carbn, slo su nom-
bre por que supiesen que estaba vivo.24
La contestacin del cacique fue ms explcita:
Que l no haca fuerza alguna a Guzmn para que
se quedase en su tierra, ni se la hara para que vol-
viese no queriendo l, como no quera, volverse.25
Segn el Inca Garcilaso.la hermosa adolescent
que haba perdido a las cartas y por la que el espa-
ol se beba los vientos era la hija del cacique. El
jefe indio asegur que a su yerno, que le haba res-
tituido una hija que l much amaba, lo tratara
con todo el regalo y honra que le fuese possible y lo
mismo hara a todos los espaoles o castellanos que
gustasen quedarse con l).
Ningn otro soldado acept la invitacin. Antes
bien, Moscoso mand doce hombres de a caballo
para rescatar, por las buenas o por las malas, al ca-
ballero sevillano. Pero ste haba previsto, segura-


22. Ibdem.
23. Inca Garcilaso de la Vega, op. cit.
24. Fidalgo de Elvas, op. cit.
25. Inca Garcilaso de la Vega, op. cit.








mente, esa reaccin del gobernador y se escondi
donde no pudieron encontrarlo.
All desaparece de las crnicas este sevillano hi-
dalgo que decidi perderse por lo que hoy son las
llanuras pedemontanas del estado de Arkansas, cerca
de la poblacin actual de Arkadelphia, no muy lejos
de Little Rock.
Qu extraa fuerza llev al caballero De Guz-
mn a convertirse en un indio, just cuando l
saba que estaba prximo el moment de regresar a
tierra de espaoles, y despus de que sus compae-
ros se mostraran dispuestos a perdonarle su mala
partida a los naipes y hasta su traicin y aban-
dono?
Es probable que, ciertamente, se sintiera abochor-
nado por su ludopata que lo haba llevado a perder
todas sus pertenencias. Sin embargo, el juego esta-
ba tan difundido entire la tropa espaola (hasta Her-
nn Corts era un empedernido timbero), que estos
hechos no eran infrecuentes y sola hacerse la vista
gorda con facilidad. Ms bien el resultado de la par-
tida era un smbolo y una evidencia de la derrota
de sus sueos.
Despus de ms de tres aos de deambular por
la tierra hostile, las ilusiones que impulsaron a Guz-
mn a unirse a la aventura de Hernando de Soto es-
taban muertas. Ni oro, ni fama, ni prestigio. No
haban fundado ciudades ni dominado territories
donde, como consuelo, Guzmn pudiera convertirse
en ese remedo de seores feudales que eran los en-
comenderos, con indios que, con su trabajo, le ase-
guraran una renta.
En los aos de peregrinaje las gratificaciones ha-
ban sido escasas y las penurias muchas. Ms de la
mitad de los hombres desembarcados en La Flori-
da, cargados de fantasas y sueos -oro, honra y
fama- haban muerto. Y los que quedaban tenan
sobrados motivos para suponer que lo ltimo que








conservaban, que era la vida, se la podan quitar en
cualquier moment.
Para colmo, el caudillo, la figure paterna, de au-
toridad, que mantena unida a la hueste con su ca-
risma, acababa de desaparecer. La tropa estaba
ahora cohesionada slo por la agresividad del mundo
exterior y los deseos comunes de salvacin. Ya no
eran conquistadores, aunque trataran de mantener
el empaque: eran sobrevivientes.
El regreso a tierra de cristianos resultaba difcil:
no pareca muy probable que salieron todos con vida.
Y, una vez en Mxico o Cuba, qu les esperaba?
La pobreza, porque haban perdido sus bienes en la
empresa frustrada, la conmiseracin de los dems,
el ostracismo social de los fracasados.
El caballero sevillano haba llegado, seguramen-
te, a ese estado de vaciamiento interior que suele pre-
ceder las grandes conmociones y cambios existen-
ciales.
Es muy probable que Guzmn haya descubierto
en la hija del cacique el anclaje necesario para recu-
perar las ganas de vivir. Ella le ofreca la posibili-
dad de acabar con su soledad y orfandad, con las
penurias por las que haba atravesado en los lti-
mos cuatro aos y, sobre todo, le brindaba la pers-
pectiva de echar races, crear una familiar, gozar de
la simplicidad de las cosas cotidianas en un mundo,
indudablemente, ms sencillo que el suyo propio.
Guzmn era, adems, hijo bastardo de un noble se-
villano,26 lo que suele imprimir carcter, crear con-
ciencia de cierta marginacin en su propia sociedad.
Ella fue la nica de sus pertenencias perdidas a
las cartas que no quiso entregar. Tal vez, al princi-
pio, lo tortur interiormente la tension entire la tica
del jugador que cuando pierde debe pagar todo cuan-
to arriesga y su resistencia a desprenderse de la bella

26. Fidalgo de Elvas, op. cit.









adolescent, que ya no era para l slo un objeto de
comercio e intercambio o una fuente de placer lbrico.
Quedarse con los suyos implicaba tener que perder a
esta india de lengua caddoan, de las llanuras al pie
de los montes Ouchita, junto al ro del mismo nombre.
Huyendo a tierra de indios se liberaba de todas
esas perspectives de desposesin y realizaba su
deseo ms intenso. All su suegro, el cacique, le ase-
guraba un feliz pasar aun a costa de un aislamiento
total respect a su propio mundo cultural: durante
ese siglo y el siguiente, hasta que tramperos y co-
merciantes franceses e ingleses penetraron el terri-
torio, ningn blanco volvi a pasar por Chaguate.27
Sus compaeros llegaron finalmente a Mxico con
una tropa desharrapada y vencida. Fueron tan lgu-
bres las noticias que llegaron a la Corte sobre La
Florida que, por real decreto del 23 de setiembre de
1561, se prohibieron todas las empresas a esa tie-
rra. El ltimo desastre, el de la expedicin de Tris-
tn de Luna en 1559, enviado por el virrey de Mxi-
co, haba sido suficientemente spectacular como
para que se creyera convenient desalentar nuevas
aventuras en estas tierras malditas.


6. LA MATANZA DEL ADELANTADO

La prohibicin de expediciones a La Florida no du-
rara, en la prctica, much tiempo. Al ao siguien-
te del real decreto hubo en la corte espaola de
Felipe II noticias de que los franceses hugonotes
se haban asentado en las costas de ese territorio.
Las guerras de religion asolaban Europa y ya se ha-

27. Los sucesivos intentos espaoles en el siglo XVI de Tris-
tn de Luna (1559-1561) y de Pedro Menndez de Avils (1565-
1574) se quedaron muy lejos de la actual Arkansas. Hay que es-
perar la conquista del Oeste para que los blancos anglosajones
aparezcan por esas tierras.








ban trasladado a los territories americanos bajo do-
minacin espaola.
El rey espaol llam a uno de los mejores mari-
nos de la poca, el asturiano Pedro Menndez de Avi-
ls, para encargarle la misin de expulsar a los fran-
ceses de La Florida. Los intereses personales del ma-
rino coincidan con los del rey: Menndez estaba, a
la sazn, tratando de armar una pequea flota para
lanzarse a aquellas tierras a rescatar a su nico hijo,
Juan, cuyo barco La Concepcin haba naufragado
entire La Florida y Bermudas, despus de partir de
La Habana el 15 de agosto de 1563. Si estaba vivo,
se supona, deba de estar all cautivo de los indios.
Felipe II capitul con l, le dio el ttulo de ade-
lantado perpetuo de La Florida (que sus descendien-
tes todava conservan) y reforz sus fuerzas con tres-
cientos soldados reales y un navo. Sus rdenes eran
la de castigar a los corsarios... franceses como yn-
gleses y escoceses con la horca. Menndez de Avi-
ls iba a cumplir esas instrucciones con especial celo.
A fines de julio de 1565 se puso en march desde
Cdiz en direccin a Cuba. Tuvo noticias de que una
fuerte expedicin francesa de refuerzo, al mando de
Jean Ribault, haba sido despachada a las posicio-
nes galas en La Florida. De manera que, desde Cuba,
se dirigi sin prdida de tiempo a enfrentar a los
hugonotes, con slo una parte de sus fuerzas.
Mediante una audaz maniobra se apoder de
Fort Caroline (junto a las bocas del ro Saint Johns),
y mand degollar como a corderos a la casi totali-
dad de los luteranos que encontr all: slo un pu-
fiado de hombres, entire los que se encontraba el ca-
pitn Ren de Laudonnire, jefe del fuerte, consiguie-
ron ponerse a salvo huyendo hacia el monte y,
posteriormente, lograron llegar a Francia.
Das ms tarde, el grueso de los hombres de la
flota de Ribault que haban naufragado y que se le
rindieron mansamente, siguieron la misma suerte,

92








con la excepcin de unos pocos que declararon ser
catlicos y otra decena de calafates y carpinteros (de
cuyo oficio tena necesidad) y msicos (slo porque
Menndez era un melmano): ms de trescientos
hombres maniatados -incluso Jean Ribault- fue-
ron pasados a cuchillo por orden del adelantado.
Entre las vctimas haba siete nobles alemanes y
ocho pastores luteranos.
Despus de la degollina, Menndez fue recibido
bajo palio y en procesin por los sacerdotes y solda-
dos que haban quedado aguardndolo cerca de all,
en lo que iba a ser su primera fundacin. Esta proe-
za, posteriormente bendecida por el rey Felipe II y
por el papa, pas rpidamente a alimentar, con datos
ciertos, la leyenda negra sobre la brutal crueldad
natural de los espaoles. La toponimia recuerda to-
dava hoy la massacre: Matanza Inlet se llama el
punto en que se realize la degollina.
Eliminados los herejes intrusos, el adelantado se
dedic a la construccin. A la altura del paralelo 300,
estableci la poblacin fortificada de San Agustn,
que sobrevive hasta hoy como la ciudad europea ms
antigua de Estados Unidos. Y donde los franceses
haban hecho su primera fortificacin, la de Char-
lesfort o Port Royal, 280 kilmetros al norte, funda-
ra luego Santa Elena y el fuerte San Felipe, de ms
efmera vida.
Posteriormente regres a Cuba, desde donde vol-
vi a salir con refuerzos rumbo a sus posesiones, a
principios de febrero de 1566.


7. EL INQUIETANTE CARLOS

En esta segunda etapa, su primera misin en el con-
tinente fue la de intentar la liberacin de various cris-
tianos, hombres y mujeres, que estaban prisioneros
del poderoso cacique de los indios calusa, Carlos.









El jefe indgena y antes su padre Senguene, du-
rante los ltimos veinte aos, se haban dedicado a
sacrificar a ms de doscientos espaoles de naos
de las Indias en sus fiestas y bailes al demonion.28
Las tierras de Carlos estaban junto a lo que ac-
tualmente se llama Charlotte Harbor, en la costa oc-
cidental de La Florida y muy cerca del extremo me-
ridional de la peninsula, donde naufragaban con
much frecuencia los barcos espaoles.
El golfo de Mxico es un enorme patio cerrado
con slo dos puertas: una, el canal de Yucatn, flan-
queado por la peninsula de este nombre y el extre-
mo occidental de Cuba, que conduce al mar Caribe;
la otra, el estrecho de La Florida, nica va direct
hacia el Atlntico, por donde, obligadamente, tenan
que pasar los barcos que zarpaban de territorio me-
xicano y se dirigan a Espaa. Los cayos y arrecifes
del extremo meridional de La Florida constituan un
grave peligro para las naves, especialmente cuando
eran sorprendidas por una tormenta. A lo largo de
muchos aos, las catstrofes martimas arrojaron a
las costas del sur de la peninsula a infinidad de nu-
fragos espaoles que alimentaron los sacrificios de
algunos jefes como Carlos y su padre, quedaron
como esclavos de otros o se convirtieron en indios.
El jefe calusa, adems, haba incrementado conside-
rablemente su fortune con los despojos de los bar-
cos que transportaban grandes cantidades de meta-
les preciosos y otros bienes europeos.
Primero, Menndez despach various bergantines
con el encargo de explorer las costas a fin de conse-
guir noticias de los cautivos. Mientras realizaba la
prospeccin, al capitn Diego de Maya se le presen-

28. Gonzalo Sols de Mers, Memorial que hizo el doctor... de
todas las jornadas y sucesos del adelantado Pedro Menndez de
Avils, su cuado, y de la conquista de La Florida... En Eugenio
Ruidaz y Caravia, Conquista y colonizacin de La Florida por
Pedro Menndez de Avils, Madrid, 1989.







Los espaoles de la conquista
y exploracin americanas eran, f
por lo general, castellanos de
bajo origen social ansiosos de
realizar los ideales de vida
de la nobleza medieval. Fray N I X MIJu.M
Bartolom de las Casas se '"
burla de estos nuevos -
caciques arrogantes
que ya no se preocupan
de andar a pie camino alguno. .
(Este encomendero lo hace en ....
litera, a hombros indianos.)



























Estos castellanos, normalmente,
nunca renunciaron a su calidad
y condicin de tales, pues
los espaoles fueron,
significativamente, menos
aculturados por los indios
que stos por los espaoles.
Con todo, muchos tuvieron que
aindiarse para poder
sobrevivir en tierras
indigenas. Tal le ocurri a
Alvar Nez Cabeza de Vaca
(su depauperada imagen vista
.. as por la paleta de
F. Remington), el cual logr
resistir ocho aos
en La Florida y en la
- parte meridional de los
actuales Estados
Unidos ejerciendo de chamn.







Algunos castellanos renunciaron
a la cultural ms compleja,
a la que pertenecan, y
voluntariamente se integraron
en una sociedad much ms
simple, libre y primitive. En
el poema pico argentino
< Martin Fierro, el hroe y
su amigo Cruz huyen a tierras
de indios acosados por los
representantes de la ley. Pero
los dos gauchos ya no son
espaoles, sino mestizos,
hombres de la tierra. Y el
puente cultural que tienen
que atravesar es much ms
corto que el de los
peninsulares metidos a indios.










Estos ltimos son, casi todos, espaoles hurfanos de aspects bsicos,
hombres que han atravesado un largo periodo de soledad interior, de
desarraigo y carencias amorosas. En sus histories, el transfuguismo y
la nueva identidad estn vinculados al magnetismo que ejercen figures
femeninas protectoras, dadoras de afecto y devocin, pasivas y obedientes.
(Tal la Marina o Malinche que, idealizada aqu, acompa a Corts.)







En 1511 unos nufragos se
estrellaron frente a las
costas de Jamaica. Tras sufrir
mil penalidades, slo dos
andaluces -el clrigo Aguilar
y el marinero Guerrero-
lograrn salvar la vida. Corts
envi a rescatarlos y traerlos,
ya libres, a Cozumel. Accedi a
ello el eclesistico, mas no
Guerrero (en la estatua), quien
razon as su negative: Yo
soy casado y tengo tres hijos;
y tinenme por cacique y
capitn cuando hay guerras.
El aindiado Guerrero, en
efecto, trajo en jaque a la
hueste espaola B_ _
durante un cuarto de siglo.








Un caso parecido es el del soldado Francisco Martin, quien
anduvo perdido por las venezolanas tierras de Coro hacia 1532.
Al ser rescatado, el indio Paco cont que l era el nico
superviviente de la expedicin del capitn Vascua y que
haba permanecido todo un ao en poder de los indios pemenos,
viviendo como ellos y participando en sus ritos y ceremonies
como chamn. Al decir del cronista Fernndez
de Oviedo, toda su medicine consista en bramar,
soplar y echar tacos. (En el grabado, indios del Orinoco.)


-~- .-





1.




































Otro caso singular acaeci en 1544, cuando los espaoles de isla
Margarita vieron acercarse una flota de canoas repletas de indios.
En la proa de la nave capitana iba uno, de muy buena estatura, que
empez a dar gritos en castellano. Fue el primero en poner pie a
tierra y se acerc corriendo, los brazos abiertos y sonriendo de
oreja a oreja. El morisco de los Silva!, exclam uno de los
espaoles al reconocerlo. Pues tambin hubo '


Nfr ./Esta historic haba comenzado
en octubre de 1530, cuando una
f flota parti de Sanlcar de
Barrameda hacia los confines
del Maran, previa recalada en
Tenerife. Aqu embarcara el
morisco del relato. El cual,
r convertido en lder de los
aruacos, les dirigi
en sus luchas contra
los feroces caribes,
ayud con cazabe y otros
S. bastimentos a los hambrientos
espaoles de isla Margarita
Sl' -y les alent a ir a la busca
del mtico Eldorado. (En el
grabado, destile procesional
de la hueste castellana
S-,~ por tierras de Venezuela,
segn el Codex Kler.)