COLECCION CABALLITO DE MAR
5
or
Hecho el depdsito
que marca la ley
Primera edicidn
Biblioteca Cawcoadana
Imprenta Cuscaaania
San Salvador. 1926.
Segundi edkicn
Departmnento Editorial
del Mmisterio de Cultura
San Salvador, 1960.
DEPARTAMENTO EDITORIAL
DEL MINISTERIO DE CULTURAL
San Salvador, El Salvador, C. A. 1960
*
MIGUEL ANGEL ESPINO
COMO CANTAN
ALLA
LA QUERENCIA
BARRILETES PERDIDOS
MI BARRILETE era blanco.
Coraz6n de mis suefos, volan-
dero y Agil, tenia de pajaro y
tenia de ilusi6n cuando en la tarde del
pueblo cruzaba como una ala perdida
sobre los techos y los Arboles.
Algo de locura habia en sus colors,
algo de leve y grande. Los cortaba can-
tando, y quizA por eso a veces tenian
forma de canci6n. Resultaban inquie-
tos, alegres, sin peso, hechos para volar.
Aquellas horas despedian luz. Sobre el
papel, ya de noche, me quedaba dormi-
do, cansado por el afin. Y al fin los
soltaba al espacio, los lanzaba al cielo,
asi como se suelta una esperanza para
verla mejor. Ya estaban alia. iGracias a
Dios! Sentia que le habia puesto alas
a un ensuefio. Aquel dia era de victoria
para mi.
El ocaso bafiaba en chorros de luz las
cometas aquellas. De lejos las conocia.
Desde el patio las nombraba. Tenian
nombres pequefios, dulcitos, ligeros, in-
ventados con risas, para decirlos de prisa
con la boca llena de sol: la loca, la ale-
gre, la luna. La mia -la de seda, que
fue orgullo del barrio- era conocida en
aquellos lugares por "la cantadora".
Zumbaba que era un tesoro. En el aire,
al agitar sus aletas, producia un son
aereo, celeste, apenitas. Me venia por el
hilo, lo recibia en las manos como una
miel, y feliz, apretaba el ruido contra el
coraz6n. Aquel barrilete era un mila-
gro, una dicha. Lo sofiaba roto. Lo so-
fiaba cantando. Lo sofiaba perdido, en-
redado entire celajes, o sentia que de
pronto, entire las manos asoleadas, en
vez de una cometa blanca me palpitaba
un lucero.
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Cada vez que lo soltaba le daba un
beso. Yo le daba consejos... y creo que
me entendia. Cuidado con las nubes...
baja luego... no se te olvide cantar
fuerte para que te oigan todos los mu-
chachos.
Como era blanco, se confundia con
las nubes, con las palomas y con todo
lo blanco. Ya no lo veia. Lo sentia. Lo
adivinaba. iEste barrilete loco se me va
a perder! Porque pedia mas hilo, mis
hilo.
Una vez, la tarde se me llen6 de
amargura. Llore a mares. Yo estaba
conmovido de placer. De repente senti
que no me Ilamaba. Me quede mudo.
Seguf con la fantasia el viaje remote,
muchos dias.
Todavia no la puedo olvidar. Cierro
los ojos y la veo. Pajarita de seda deses-
perada, la mejor del pueblo, ala y musi-
ca, vuelo alegre, espiritu inquieto del
celaje. El mis afortunado de mis cari-
fios, el mis blanco de mis juguetes, la
mis alta de mis canciones.
Ahora que ya no tengo amores, ni
vuelan sobre el patio de la casa los pa-
jaros que fabric mi candor, hay minu-
tos de sombra en que me pongo a
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suspirar no se por qu6 impossible que
opac6 mi vivir. Y siento ganas sagradas
de beber otra vez el aire de aquel octu-
bre que nos despeinaba a besos. Y
vuelvo a ver la gloria triste de aquella
tarde, cuando rompi6 su hilo mi barri-
lete de seda, ila primera esperanza que
se me fue de las manos!
PAJAROS EN EL CORAZON
ERA HECHICER A. Enfermedades hon-
das, raras y dulces de los pueblos tristes,
de ritos ingenuos. En la vieja ventana
sin risas el sol evocaba la mdsica suave
de sus adioses.
Desde que habia abandonado la aldea
el muchacho de sus alegrias, la Clorinda
se iba poniendo palida, mas pilida que
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el reflejo de la luna sobre un rio, jmis
pilida!
Tisica, decian. La pobre viejecita se
ponia a llorar. Por consejo de todo el
barrio llamaron al curandero.
Lleg6 el personaje grave, consagrado
por el pueblo, precedido de fama inge-
nua. Y temblaban sus manos candoro-
sas, a cuyo conjuro de milagro se apa-
centaba sumiso el dolor.
Sobre el lecho estaba. Tan exangiie
era que parecia transparent. Una an-
gustia mas y se le habria visto el alma
bajo el cuerpo de cristal.
-Le han hecho dafio. Hechicerias
frecuentes -decia el curandero-, faciles
de salvar. Las muchachas padecen de
eso. La gente dice que es amor. Pero asi
son todas las brujerias que yo he visto.
Asi.
Alguin enamorado de la muchacha
habia practicado el maleficio. Bastaban
tres p6talos de cierta flor, deshojados
rio abajo, cuando hubiera celajes, para
que el t6trico sortilegio brotara.
-Vos -le decia el brujo con un aire
de convicci6n-, tens un pajaro en el
coraz6n. Le han metido un ave en
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el pecho. Eso tiene... Ya verin c6mo
sale cuando quiera...
Los viejecitos vibraban de esperanza.
Se imaginaban a Clorinda volver a
refr. Tan festival que Ilenaba de alegria
la calle. Rumbo a Misa Mayor, celes-
tial y risuefia.
Sobre el lecho yacian ella y un rayito
de luz que se filtraba por las tejas.
En la boca de la hija lloraba una
sonrisa. En los ojos de la madre reia
una lagrima. iPobre alma de mujeres
que adoran!
-Beb6 -decia el brujo, y le exten-
dia una vasija de aguas azules-. Ya
veras si no te sale el pajaro. Ya veras-.
Y el brujo oraba sus oraciones absurdas,
quedo, Ileno de fe, imponente, sublime,
blanca la cabeza noble.
Apoyando los oidos sobre el pecho
creia adivinar el trino en los ritmos
cansados del coraz6n. iC6mo canta!
iC6mo aletea! jQu6 extrafias hechice-
rias tan profundas...!
Clorinda estaba fria. Tal vez se
moria. Livida y risuefia, parecia dormi-
da en suefios de amor.
De pronto el curandero se puso en
pie.
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-Ya sale. Ya...
Clorinda abri6 la boca descolorida, y
isugesti6n? iQuidn sabe, pero de los
labios palidos sali6 fugaz, ligero, loco,
un pajaro de alas blancas, y por la ven-
tana entomada se perdi6 en el azul!
(PAjaro del ensueflo, eres un hechizo
malefico. Ilusi6n alada, asi te escondes
en el coraz6n y lo envenenas de trinos.
Ave de la esperanza, el alma es tu nido,
y en cambio del abrigo carifioso, s6lo
nos dejas tus plumajes rotos y tus piares
sin eco. Amor de las pobres Clorindas,
eres un simbolo de lentas mortajas).
El curandero segufa orando. Los vie-
jecitos se morian de ansia.
-No hablen, esti dormida, -insinua-
ba el curandero-. Al salir el pajaro todos
quedan asi. Esta mas fria, pero esta
curada. Ya no tiene maleficio en el co-
raz6n. Era un pajarito blanco... ique
asustado para volar!
Pero Clorinda estaba dormida. Ya no
despertaria. El curandero la habia ma-
tado. Le quit el amor. iSi su vida era
la ilusi6n, el pajaro del hechizo que en
cada amanecida le cantaba ensuefios
dentro del coraz6n!
LA VENDA
ME PONFAS las manos sobre los ojos.
-Juguemos de que no mirabas. Y me
decias el paisaje:
-Pas6 una sombra. Hay nubes. ZY
c6mo estA el naranjo?
-Esti oloroso.
Y el perfume de la rama se confun-
dia con el olor de tu boca.
Despues... ya estabas grande. Nos
volviamos niios para cantar mejor. En
el mismo patio, con la misma unci6n, te
ponia las manos sobre los ojos, ya en-
cendidos. La mirada apretada se hacia
lucero ardiente, y la frase temblaba. Era
en vano. Ya te queria un poco.
-ZC6mo esti el naranjo? -te pre-
guntaba. Y tu, pilida, me contestabas:
iEstAs pilido!
Senior, yo queria una venda como
aqu6lla. Cerrar el paisaje de luz sin
gracia con aquellas manos de flor. No
ver la vida, no mirar el mal. Sefior, yo
te pido una venda para no ver el mal.
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LA MARIPOSA QUE
NO PUDO VOLAR
LAS FLORES del cercado sabian de
sus manos, las aguas del rio sabian de su
boca, yo sabia de sus suefios y de sus
travesuras.
Para cortar almendras y reir no habia
otra en el vecindario. Jugabamos much
al escondite. Invariablemente, la encon-
traba en el granero. Me estaba esperan-
do, y hacia ruido para que la encontrara.
Juntos, pensando inocencias, en el gato
y en las c6leras de la cocinera, nos
quedibamos escondidos... los dos.
Dormidos sobre el maiz oloroso, Ilegaba
la tarde y nos despertaban las gallinas
con el ala.
Yo era un afamado cazador de mari-
posas. En el camino ardiente, cuando
pasaban raudas, ligeras, doradas, agitaba
mi rama florida y heria aquel color en
vuelo. Caian asustadas, fragiles, mo-
viendo sus abanicos leves. Palpitantes y
tr6mulas, todavia con el afin del vuelo,
las volcaba sobre su delantal azul. Y
ellas se agitaban, quiza sofiindose per-
didas en un pedazo de cielo, en una
franja de aire primaveral.
Despues, hojeando el libro de lectu-
ra, fugados de la escuela, nos poniamos
a recorder mafianas. Esta verde estaba
bebiendo miel en una flor; esta otra la
encontre ya muerta. ZD6nde estarA una
que tiene rayitas lilas?
Un dia, charlando a risas, descubri-
mos que las mariposas tenian forma de
coraz6n.
Yo no sabia entonces que mi cora-
z6n tambi6n era una mariposa peregri-
na, enamorada de la nube, de la vida
celeste, de la miel hurafia perdida en el
fondo de la flor.
Un dia, como los muchachos que
habian salido del pueblo y escribian de
tierras distantes, abandoned el rinc6n ri-
suefio que era un nido de aromas.
Ciego, desalentado, el baculo roto,
cuando la sombra bajaba a mi espiritu,
muchas veces he recordado las tardes
blancas de suefio en el granero, en que
me quedaba estrujando entire las manos
las alas mas rubias del amanecer.
Dicen que la muchachita limpia se
muri6. Le deciamos la Clarita, por nom-
bre y porque de verdad era clarita...
En el vecindario recuerdan su delantal
azul y su risa traviesa. En el pueblecito
amable, en el granero tumoroso, bajo el
naranjo perdido, nada hay de su dulzu-
ra. Apenas si en el caminito de la es-
cuela, que recorria llorando, debe estar
aun, borrada por el rocio, la huella de sus
pasos, que es decir una ruta de rosas.
Fatigado por la vida, vengo a poner
en el libro de aquellos recuerdos, las
alas vencidas y el afin inm6vil, una
mariposa mis, esta pobre mariposa loca
que destroz6 su amor en las espinas, mi
coraz6n ilusionado, ila mariposa que no
pudo volar!
BARRANCA FLORIDA
ERA UNA BARRANCA, nido primitive
19
de sombras. Sobre su boca sin flores
el silencio era un beso triste. El pue-
blejo aledafio situaba en ella escenas
pavorosas, foco maldito de sortilegio y
visions.
Consagrado por el rencor de un siglo,
aquel abismo, desnudo de frondas,
ponia un anatema sobre el que lo vi-
sitara.
Abajo, como una musica de hechizo,
Iloraba su queja angustiada un rio que
se heria en los guijarros del fondo.
La nota rara de aquella aldea con
suefo era un loco inquieto, m6vil, fuer-
te, que alegraba los rincones sin ruidos
con una perenne carcajada.
Consistia su demencia en querer
aprisionar el eco de su risa. Sofiaba dar
cuerpo a su alegria, congelar en una
forma el placer y la vida que le brinca-
ban dentro.
Un dia por el pueblo corri6 una alar-
ma. El loco se encaminaba todas las
tardes a la barranca que el miedo sella-
ba. Poco asomaba por el pueblo. Tem-
poraba en los lugares temidos, como si
tuviera amistad con las sombras que
los habitaban.
20
El temor aldeano se irrit6 de tal
modo que el pueblo acudi6 en grupo
hostile, rumiando conjures.
Llegaron, y joh milagro de unas
manos de jardinero! del abismo oscuro,
viril y franco, emergia un Arbol florido,
tal un brazo afanoso lanzando al espa-
cio un pufiado de lirios.
Ya la barranca no era la hondura
esteril, poblada de misterios. El rio,
abajo, se alfombraba de flores. Muy
adentro, entire ritmo y ritmo, corolas
nuevas saludaban la luz.
Aquel ramo prendido en la negrura
habia evaporado los fantasmas, como un
rayo de sol que evapora la fiebre de
un pantano. El cielo pAlido deslizaba
en las aguas -el alma de aquella leyen-
da bruja- un rosario de estrellas en-
cendidas.
Era la impossible risa del loco, al fin
tangible en la forma de un ramaje fra-
gante, rico de trinos...
En todos los dolores, sobre las desilu-
siones mas hondas, a la ribera misma del
abismo, plant tu semilla de fe, tu rama
de esperanza, que mafiana han de ver
"los del pueblejo" tu locura hecha flor.
21
LA LLAMA
AHUACHAPAN, tierra dichosa y mo-
rena. Fue en el patio humilde. Ha-
bia sombra, y olian como nunca los
sauces milagrosos, aquellos que adora-
ba la abuelita que los regaba con sus
manos.
Yo vivia en un mundo de color. En el
coraz6n me hervian espumas de temu-
ra. Decia la criada. Este era un canario
que cantaba con el coraz6n. Y yo en-
tendia: Este era un coraz6n que canta-
ba. Yo tenia entonces diez afios, y era
en una tierra tibia y morena.
Fue en el patio. La noche estaba
fervorosa, y cerca del muro, tras las
matas, la vi Ilamear un instant. ,C6mo
era? Preguntaba feliz la nifia Tere Mar-
tinez. iAzulita!, pues no hay duda: es
de plata pura.
Pero no sacamos el tesoro. Segui ju-
gando entire los arboles del patio, y en
la mafiana me alumbraba de asombro
viendo las flores del pomoncio que des-
pertaban licidas empapadas de arrebol.
Y siguen alli, en Ahuachapan fieste-
ro, en la casa que parece de cuento, la
abuelita siempre madrugadora, la tia
cantando, y el pomoncio que no se can-
sa de dar flores moradas.
Yo tambien camino con mis ojos
alucinados abiertos a la fe, viendo jugar
claridades vanas y luces traviesas, con el
mismo embeleso creyente con que una
noche estrellada, alla en el patio callado,
entire un aroma de sauces oscuros, vi
surgir una luz que encendia la tierra
dura, una viva llama que hiri6 mi came
triste, ila llama!
EL LLANTO DE LAS
CARRETAS
YA VIENEN las carretas. MAs alli del
sendero lleno de polvo y luna se va
acercando como una queja el Ilanto in-
terminable de las carretas.
El llanto de la carreta es una i dulce
y larga. Una i Ilorada con amor. Una i.
Son las ruedas que rechinan en los
ejes. Son caracoles del mar que soplan
con tristura los carreteros mientras mi-
ran las estrellas.
Pero de lejos, los caracoles y las rue-
das fingen el Ilanto prolongado de las
carretas que vienen.
Y se acercan. Y pasan. Una rubia
carreta de flamante huatera. Otra que
pasa bamboleandose. Ya ebria. Va llo-
rando quien sabe que pesares. Ayer,
bajo la sombra piadosa de un conacas-
te, sofiaba descansar. Las ruedas con
moho que no giran. Ser nido apacible
de gallinas y palomas.
Y otra pasa ligero. Carretilla loca que
rebota en las piedras, tu soplas un cara-
col mas dulce. Carretilla llorona corre-
dora y agil, y que idilios bajo el told
de lona.
Van pasando. Lloran con muchas
ies, iii... i... ..iii. es alargadas y
con acento.
Van pasando. Carretas de la finca,
carretas con agua, carretas entoldadas
que esconden un amor. Gimen por los
dolores de los bueyes, por las cosas del
carretero que no puede Ilorar por los
ojos y Ilora en el caracol.
Van pasando. Carretillas rechinantes,
por la curva blanca se van alejando. To-
davia se oyen sus llantos. El caracol
tiene forma de coraz6n. Es el coraz6n
de la carreta. El sabe dolores, desvelos,
cansancios, desdenes. Toda el alma ta-
citurna de las carretas. Todas las ligri-
mas silenciosas de los bueyes. Todas las
cosas amargas del carretero. Por eso
Ilora. Por eso va perdiendose, mas alli
de la cuesta, toda llena de quejas, como
si entire las ruedas y el eje fueran des-
haciendo, fueran moliendo una i.
Han pasado. Muy alli, mas lejos de
los arboles que borra la noche, dulce,
suave, triste, aun se oye apagada la
queja lejana de las carretas que van Ilo-
rando su i.
MAQUILISHUAT* EN FLOR
ERA UN JARR6N, todo loco de flores,
* MAQUILISHUAT, cinco dedos.
era una copa de corolas que se vertia
sobre el monte. Propiamente, no era un
Arbol. Todo 61 era una flor. No tenia
hojas, por tener corolas, y desde lejos
se adivinaba el afin en cubrirse de pe-
talos. Era un maquilishuat florido, todo
violeta y rosa, como si un celaje de
octubre hubiera descendido a besar una
rama del bosque.
Un anciano de la montafia me cont6
la leyenda. Bajo el crepuisculo de supre-
mos fuegos, evoque las figures del idi-
lio. El paisaje fugaz de la tribu, en
medio de las selvas apretadas, y el hijo
del cacique, flechero milagroso que va
de caza con su corte de lanzas hacia la
selva aut6ctona que admira su pujanza.
Idolo del poblado, pasa orgulloso, ini-
co, bello, lancero real, el hijo predilecto
del cacique, cuando llega el verano.
Hay, en el marco de una ventana flo-
rida, cada vez que pasa el principle, dos
ojos que lo miran con ternura infinita.
Es una india, milagro de las sierras y el
sol, una flor de la tribu, que se atavia,
para verlo desfilar, indiferente, glacial y
bello bajo el escudo regio que lo de-
fiende...
Han pasado los afios. El hijo del ca-
cique, el guerrero de bronce mas recio
de la selva, ya no pasa en caravanas
marciales hacia los viejos rios. Muri6 tal
vez, en el fragor de algin combat, con
un dardo temblandole en el pecho.
El verano ya viene. En la ventana
florida que decora una enredadera, la
india sofiadora se cansa de esperar el
paso de la corte. El hijo del cacique ya
no vendra. Ha de pasar el tiempo y es
en vano, seiiora. El guerrero de tus
amores no ha de volver a casa.
Y han pasado los afios. Otra vez el
verano viene con su ruido de nidos nue-
vos. Hay en la vieja ventana florida una
loca anhelosa que se cansa esperando
una sombra que no ha de venir, una
pobre loca palida que se va muriendo...
Una tarde del verano cerr6 los ojos, y
esperando el paso del guerrero, se fue
quedando dormida, toda ataviada de
flores... En su boca triste jugaba una
sonrisa de amor.
Se iniciaba un risuefio verano. Ya
volvian los pajaros. Y era un Arbol sin
hojas, todo lleno de flores, todo ataviado
de colors. Era un jarr6n salvaje, proli-
fico en corolas, una pincelada violeta,
como si un celaje de octubre hubiera
27
descendido a vestir una rama del bos-
que...
No. No era un Arbol. Era la india
sofiadora, era la loca risuefia que se
vestia de flores para esperar el paso del
hijo del cacique.
Alg6n dia, en alas de las brisas ena-
moradas, ha de pasar el principle amado
que deshoje un beso para sus pobres
ojos que interrogan el vacio...
iGuyau, dulce fil6sofo, la Loca del
Traje Nupcial que tii encontraste, la
loca esperanza que esperaba, quizis era
la agreste sofiadora de America que a la
vera de un sendero infinite, cabe su
ventana florida, esperaba el paso del
hijo del cacique!
No era un Arbol. El anciano del cuen-
to se alumbraba con el claror de la le-
yenda. No era un Arbol. Tomn la vista
al bosque. Era inviemo. Un maquilis-
huat levantaba sus hojas. Cinco dedos.
Y eran manos, manos temblorosas de
mujer, manos que alzan y dicen adi6s a
una sombra, manos que se cruzan y
oran. Un pajaro dejaba caer la sarta de
perlas de sus notas, y en la tarde augus-
ta que decoraba un lucero, se deslizaba
el rosario de trinos entire aquellas manos
28
ilusas, como las cuentas de un rosario
cristiano que pasaran entire dos manos
tremulas...
No. No era un arbol. Era una copa de
corolas que se vertia sobre el monte.
Una rama, toda loca de flores, en un
afin de tener s6lo petalos. Era el gesto
de un color, la actitud de un perfume.
Era... no, no era una rama. Era una
india que hace siglos, cuando el verano
viene, se atavia de flores para esperar el
paso del hijo del cacique.
LA SED
EN AQUELLOS lugares s6lo habia dos
fuentes. Una, al interior, donde bebia el
ganado, y el ojo de agua de la cerca,
Ileno de espumas y celajes.
Y una flor de plata que se abria en el
fondo zarco a la hora de la luna, p6ta-
lo a p6talo, fulgor a fulgor: la estrella
de la tarde, que palpitaba en la onda
tremula, toda humeda de luz. Por la
dulzura del lucero, y de tanto oir besos
a sus orillas, decian en la finca que el
agua tenia aroma.
La sombra se alargaba como un ala
en aquel recodo dormido, altares de pe-
numbra y bejuco encendidos por el
amor montes.
Pero don Pablo era asi. Un dia llega-
ron mozos. Cercaron. Una cerca alta y
punzante.
El agua se hizo triste. Ya no llegaban,
sofiadoras y lentas, las muchachas ena-
moradas. El cantaro en un rinc6n sin
luz, recordaba la dicha de sus hombros,
cuando amaneciendo en el camino, se
enfloraban con las dos manos de la
aguadora.
Y la gente se moria de sed. Fueron
todos y suplicaron. Era impossible dar
agua, dijo don Pablo. Su ganado la
necesitaba. Era impossible.
Morian. Mas de una boca encan-
tadora se apretaba caliente contra una
30
fruta. La fiebre hizo melanc6lica la
comarca.
Al fin encontraron agua. Distante,
pero agua libre, rumorosa, limpia. Y
sigui6 la vida en aquel rinc6n olvidado.
Pero un dia... la mariana amaneci6
azul. Yo no se c6mo decir esto. Mas que
para escribirla, es una mafiana para
pintarla. Se necesita una palabra triste,
dolorosa, dulce. O un color tormentoso,
un tono que sugiera angustia.
Lupe, la fragancia de su jardin, miel
y trino de lar, la hija adorada de don
Pablo, la nifia de sus ojos, seg6n la
expresi6n campesina, estaba sobre el
agua, en la fuente sellada, linda, bajo
la linfa, con los rizos deshojados entire la
onda. Parecia un rayito de sol bebiendo
agua. Daba la impresi6n de una sed,
despues de un camino, imagen marchita
de la fatiga y el dolor. Tan ligera y
gracil como si fuera la espuma mas via-
jera de aquella fuente.
Esperaban verla levantarse, agitarse a
la caricia fresca, o reir. Y nada. Segula
inm6vil, quieta, inclinada sobre el cris-
tal.
Llegaron cerca, y estaba asi, dormida,
fragil. Tenia el brazo alargado, la mano
31
tendida, empefiada, buscadora. Y entire
dos piedras una corola detenida, osci-
lando infield al paso del cristal. Una co-
rola tan alegre y blanca que brillaba
como la propia risa de Lupe perdida en
el fondo zarco. La habia querido tomar;
en el brazo afanoso se leia el pesar, el
amor a la corola esquiva.
De lejos, ella estaba tomando agua
en la copa temblorosa de sus manos.
Don Pablo, dicen las viejas que era
castigo. Que ]a luz de tu vida se apag6
por tu culpa. jQuien sabe! iPero tam-
bien era sed!
TIERRA MOJADA
EN EL FONDO de la tarde, la casita se
hacia gris. El viento pasaba golpeando
los tejados blancos. Lloraba con un son
32
ronco. Y la buena viejecita, la sefiora
Josefa, sacaba en un tiesto la ceniza mas
blanca de la lumbre. Decia que era un
conjuro milagroso eso de hacer una cruz
de ceniza en el patio. Trazaba los bra-
zos, grandes, trigicos; casi Ilegaban has-
ta la puerta de la cocina, olorosa de
humo. Como el cielo era triste, la cruz
tenia aspect imponente. Ya por los te-
jados sonaban las gotas presurosas. Nos-
otros saltabamos. El aire rudo que re-
ventaba la cara s61o nos daba ganas de
gritar, y nos ponia un cantar en la boca.
-"Ya viene el agua por la lomita, -que
se me moja mi chamarrita. -Ya viene el
agua por la barranca, -que se me moja
mi ropa blanca". La sefiora Josefa era
otro huracan, corriendo tras la ropa
tendida, que se queria volar.
Y luego a poner los cantaros. La
abuelita gustaba de tomar agua asi, con
sabor a tierra, a terr6n, a campifia, a
mafiana fresca en la finca. iTierra mo-
jada, que grato olor! Y el chorro de
la esquina cafa musical, ronco, fuerte,
acompasado.
Yo recuerdo la alegria nuestra bajo la
lluvia. El temporal Ilenaba el patio, re-
balsaban las tinas, en las calls corra
33
bullanguera el agua. Nada de sol. Un
frio humedo. iNada de sol! En la casa,
las palabras de la abuelita iluminaban la
penumbra, cuando se ponia a rezar tri-
sagios, y sacaba la Palma Bendita del
Domingo de Ramos. Sin zapatos, des-
calzos, la delicia era chapotear en el
agua. Barcos de papel tan ligeros no
habra otros. Los haciamos con las
hojas de los libros de versos que leia el
tio. Los mios nunca se hundian. Daban
vueltas, corrian, se detenian, vacilaban.
Pero despues surgian entire dos piedras,
mis airosos que antes, mojados, temblo-
rosos. Yo me moria de gusto.
Despues, en la casa, tras el temporal
opaco, todo quedaba triste. La abuelita,
encantada, tomaba su agua Ilovida, con
sonrisa de miel: agua del cielo para su
boca apagada. El vaso turbio, zarco, era
frasco de paz en aquellas manos bendi-
tas, hechas para contar cuentas en los
rosarios de las iglesias, propias para ador-
mecer mis locuras y derramar luz en mis
ilusiones de entonces.
Abuelita, soy el mismo que se ponia
a cantar en el patio cuando venia el
aguacero. La cruz de ceniza que tu man-
dabas hacer... iquien sabe!... Sin tu
presencia perdi6 el milagro... y ya no
creo en el consuelo de sus brazos blan-
cos. Muchas veces, en -dias amargos, en
las tierras lejanas que me decias, he en-
sayado tu conjuro. Y ha llovido amargu-
ra sobre mi coraz6n. Y el viento ha
soplado inclemente deshojando ensue-
fios... a pesar de tu recuerdo y a pesar
de la cruz.
A6n, aquellas tardes me lenan de
amor. Tu temura es mi bien, a trav6s
del tiempo. Y siempre que se nubla mi
cielo, siempre que viene el chaparr6n,
corro al patio que antes fue florido y
fresco y dulce. Y te veo, en la silla, cre-
puscular, santa, buena, con tu vaso opa-
co y tu sonrisa clara, envuelta en un
aire que olia a pascua, a flor, a tierra
mojada...
Yo soy aquel que al rededor de la
cruz de ceniza, cantaba sus locuras. De-
bes acordarte que la tormenta no me
vencia. Despues de cada rayo, entona-
ba un grito y lanzaba una risa. Te debes
acordar que la tormenta no me vencia,
porque corria a poner los cantaros bajo
los chorros de las esquinas para que be-
bieras tu agiita del cielo.
El paisaje para mi es sagrado. El
35
patio. La tarde. El cielo y tu. De lo que
yo me acuerdo es de la cruz que trazaba
la sefiora Josefa con la ceniza mas blan-
ca que quiza arrancaba de su coraz6n.
LA NINA LUZ
SU SONRISA era lo mas fresco del
rinc6n, lo mas florido del valle. En los
ojos tenia un milagro de paz.
Dicho en la sombra, al crepuisculo, su
nombre alumbraba: se Ilamaba Luz. En-
tre los colors, habria sido el celeste.
Entre los ecos, hubiera sido la oraci6n.
Los campesinos de aquella hacienda
la adoraban de una manera ciega, sin
saber por que. Los campesinos no saben
por que es dulce la primavera, ni por
qu6 esperan con delicia el amanecer.
Lloraba. Y en los labios le amanecia
miel. Porque sobre la boca melanc6lica
era una congoja que de tan dulce y
fragante bien podia deshojarsele como
una flor.
Decian que era loca. Pero hasta en-
tonces tenia una manera cristalina de
ser bella. En los ratos enfermos se sen-
tia ramo de flores. Los campesinos no
discutian la verdad de sus cosas. Les
bastaba oirlas. Y decian que era loca.
Pero aquella mente libando su ensue-
iio, creyendo su vision, al fin encendi6
fe. De pensar en aromas, la came se le
ponia primaveral. Con rocio, mafianera
y olorosa, su blancura palpitaba ardien-
te cuando pasaba el viento besando
lirios.
Una tarde, yo no se por que muri6.
Debiera haberse marchitado. Disiparse
asi como se evapora un poco de agua
clara bajo el sol. Como se borra un
celaje o como se entristece una risa.
Sobre el lecho, entire corolas, se per-
dia en el aroma de todas. De lejos, em-
pinandose desde la puerta, los campe-
sinos decian:
-No le veo las manos.
Y era que las confundian.
-Hay poca luz.
Y era que le habian bajado lor pAr-
pados.
Su tumba no fue triste. Ain hoy, los
campesinos no saben si falta en la casa
o falta en el jardin.
Luz, tii de veras tenias algo de esen-
cia en el coraz6n. A veces, para los
otros, es locura tener un suefio, una
ilusi6n, un amor. Pero el que siente un
ideal siempre sera mas noble que el que
lo niega.
Todavia en la hacienda, en redor del
fog6n, cuando alguno dice "perfume",
todos se acuerdan de ella.
LOS TECOMATES
ITECOMATES que been en el rio los
cristales mas claros y las aguas mis
hondas! Ligeros tecomates que en lento
38
desfilar llenan la senda oscura, de la
choza al remanso, en los hombros sua-
ves de las cortadoras. Los he visto, tropa
liviana y gentil, embriagarse de arrullos
con los cantares ledos del rio. Tecomate
besador y glot6n que como el burrito de
Juan Ram6n Jimenez, se bebe las estre-
llas que tiemblan en el pozo.
Y otra vez el tecomate tiene frio.
Contrariado y sonoro, borbota su queja
de espuma. Llora con burbujas, que
salen por la boca estrepitosas. Y ya lle-
nos, colmados, la mano de la aldeana
-como un dedo que apaga un beso-
pone un tap6n de tusas (el remedio de
siempre) sobre la boca charlatana, que
depone sus iras a la caricia mansa.
Los tecomates que en el rio been
agua clara, tienen licor de paz. Los teco-
mates que en la molienda se hartan de
miel, y mientras lora el trapiche su me-
lodia queda, van saliendo de la finca
por los senderos que la luna encanta,
tienen licor de amor. Los otros, los teco-
mates que esconden en sus vientres
chicha bulliciosa, vino de montafia, vino
de victoria que apuraban los empera-
dores indios en crineos de vencidos, tie-
39
nen licor de demencia, agua de fiebre y
de muerte.
Y cuando pasan, entire risas tempra-
nas de las aguadoras, el sol se asoma
risuefio a la montafia. Desfilan. Uno es
el tecomate de una carreta. Sube la
cuesta, cruza el atajo, Ilega a la cafiada.
Las ruedas rechinantes han cantado en
las piedras de todos los caminos su
canci6n de hierro. El buey andaba, y
el, a cada salto de la carreta, sonaba sus
cristales. Otro es el tecomate de un le-
iiador. Horas de sol. El sudor que moja
la frente y el agua que apaga la sed.
Otro es el tecomate quieto que la
abuela Ileva sobre los hombros cansa-
dos. No pesa, por no agobiar. Pasa lento
y es grande.
Este es el tecomate feliz de la mo-
lienda que canta. Tiene miel. Una al-
deana, por apurar el licor, lo besaba.
Tecomate con miel y beso. Pasa con sus
candidos aires de burgues. iTecomate
de dos miles!
Y desfilan. Quietos, suaves, livianos.
Desfilan serenos, bajo el atardecer ra-
dioso, a la molienda o al rio. Una vez
habia luna. El tecomate era de plata y
la muchacha era de sombra. En la fuen-
40
te dormida fue testigo de idilios timidos
de carreteros y de cortadoras que olian
a flor de caf6.
Y pasan. Tecomates de la tierruca
con miel y agua. iTecomates de amor
que been en el rio los cristales mis
claros y las aguas mas hondas!
ISANTO REMEDIO!
PUES LA MUCHACHA estaba loca. El
patr6n, claro que se fue. iSi no la queria!
Pero el tio, Tio Chico, no se qued6
asi no mas. Entr6 en arreglos con un
viejo que sabia secretsos. Y decidieron
arrancarle aquel amor.
Una lucha terrible era aqu6lla. Pero
obligaron a la muchacha a curarse la
passion.
-Vos deb6s ir al rio. En la mafiana,
41
cuando venga el dia, se toma del agua
mis limpia entire las manos, y el primer
rayo de luz debe iluminarla. Ya veras.
iSanto remedio!
Y fue. Dej6 al hijito en la cama,
como quien deja su vida alli, lleg6 al
rio, que amanecia rumoroso, cristalino,
alegre. Lleg6 a la poza, hundi6 las ma-
nos en el cristal, levant la copa, se
qued6 sofando.
Y sinti6 que lo iba perdiendo, que no
lo queria. iC6mo se derrite el hielo! Se
habia lavado el coraz6n. Estaba sola. El
coraz6n a veces tambien es un trapito
que se limpia con espumas. Tom6 mas
agua, abri6 las palmas rosadas, y el licor
del olvido se desliz6 brillante, gota a
gota...
Queria matarlo, destruirlo... pero
olvidarlo, no. Y antes de que Ilegaran
las lavanderas, subi6 a la roca, se lanz6
al agua... se perdi6 en la corriente.
En el cant6n "Las Flores", aquella
manana el rio arrastraba flores. iPues la
muchacha estaba loca!
MIEL
ERAN DOS chozas cercanas, pero tan
cercanas que entire las dos s61o cabia
un beso. De una a otra se ofa un sollo-
zo. Estaban a un grito de distancia.
Y mas juntos aun vivian los dos mu-
chachos, un vaquero recio y una campe-
sina melanc6lica, mas dulce que una
oracion.
En la montafia cada uno descubre su
ciencia a los quince afios. Este sorpren-
de pajaros al amanecer, otro anuncia
plenilunios y luceros. El vaquero del
cuento adivinaba los panales hurafios,
aislados en los ramajes espesos. Era agil
en cortarlos. Y por no besarse, juntos se
bebian la miel. iEra casi como besarse!
De barranca en rio erraban callados,
como si el amor, contra la moda de la
ciudad, no lo llevaran en la boca, sino
vibrando en el coraz6n! Pero con la in-
tuici6n suspicaz y honda de los enamo-
rados, cada uno sospechaba las ilusiones
que florecian en el pecho del otro.
Y entire flores y pajaros creci6 aquel
amor primaveral y sordo, como un rio
blanco escondido bajo el secret de una
selva en flor.
Un dia grit6 la verdad. Tuvo celos.
Por divina, el no quiso arrebatar una
maravillosa flor azul que se abria sobre
el torrente. jQueria mas a la flor que a
ella! Nada dijo, pero se obstin6 en Ilorar.
Decia sentir dolor en el coraz6n. Des-
pues de ensayar muchas ternuras, con-
sinti6 en irse alegrando por un poco de
miel. iQue sonrisa tan cara! La tuvo, y
pag6. Y el muchachote ingenuo comen-
z6 a career en el milagro medicinal de la
miel para calmar el Ilanto.
Un dia una de las casitas se enlut6.
Muri6 la madre de ella. En lo mas hon-
do del alma sinti6 la fuga del ser que-
rido que ya no presidiria las veladas en
tomo del fog6n.
Y en el moment mas sublime del
duelo, cuando ella lloraba con el alma
en los ojos, lleg6 el vecinito, muy pili-
do, pero dulce:
-No llores. eQue sentis? ZPor que
temblas? Si te duele el coraz6n, ya
sabes, un poco de miel...
Y como enmudecia en lagrimas, 61
insistia quedo: -vaya, tonta-, como si
ya no te acordaras que la miel es buena
cuando duele el coraz6n...
Y las palabras temblorosas y tristes,
eran gotas de miel sobre el alma enfer-
ma. Para los celos y para la muerte, eran
gotas de miel...
FUENTE LEJANA
Yo NO SE que inefable encanto tienen
esas muchachas perseguidas por una
sombra. Locas, sensitivas, melanc6licas,
palidas por un amor que no las besa, se
van poniendo tristes, se van haciendo
raras, y se quedan, timidas, mirando las
tejas rotas por donde fuga el duende,
todo milagroso y vivaz. Mustias como
flores de la mafiana muriendose entire
45
un vaso, prisioneras en la carcel tenue
de un hechizo.
En aquella tierra cilida, nido f6rtil
de brujerias y arcanos, se alzaba la
choza, sobre una loma apenas humeda.
La pobre muchacha, pilida como un
rio al crepisculo, parecia derretirse por
una llama que le crepitara en el alma.
Miraba sofiando. Un cirio no alumbrara
mis triste. Maravilla marchita, como
todas esas que mueren de un ensuefio,
de entire las ropas burdas casi le asoma-
ba un fulgor.
Y era como el vuelo de una ilusi6n
con alas; hablaba con un rumor tan
leve, que eran todas sus cosas una musi-
ca de lejos.
La esperanza reinaba en la choza. El
rito, bajo la fe de un siglo, era eficaz.
Intentaban alejar aquel enamorado ab-
surdo encastillado en el techo, y la
ciencia agreste presentia triunfar.
La muchacha exigiria al duende una
prueba de su amor. Que le trajera, desde
una fuente distant, un tecomate Ileno
de agua. El infora, traidoramente pre-
parada, estaria perforada con multitud
de agujeros. Era la derrota complete de
aquellos amores. Un adi6s a las esperan-
46
zas vanas que vivian en el coraz6n del
duende.
Y me encantaba la sublime ingenui-
dad de aquel amor ciego, siempre cami-
no de la fuente, Ilegando en cada tarde,
junto con el ocaso, a la choza de sus
afanes, con el tecomate sin agua, infiel
como una ilusi6n vacia.
Y siempre que sorprendo una choza,
de esas que descansan como fatigadas
en las lomas, evoco el aire asustado de
aquella heroina que exigia un imposi-
ble, y el optimism candido y etemo del
geniecillo loco, que acaso al advertir la
herida del anfora, por donde escapaba
el tesoro que le valdria un beso, espera-
ba cerrar los agujeros con un poco de
amor.
DIOS LE DE EL CIELO
HOY LE REPrro las palabras santas de
47
las viejecitas del pueblo, cuando alar-
gan las manos muertas para bendecir
una gracia: "Dios le d6 el cielo..."
Dios le de el cielo con su vida azul,
sus estrellas hondas y su delirio de alas.
Porque tenia las manos claras y el
coraz6n oloroso. Brisa viajera, cosa de
paso, lucecita errante y feliz.
Valia gloria aquella fruta caliente y
sencilla de su boca. Miel alta, miel loca,
miel de alegria.
Fue una mafianita su amor. Madrug6
claridad fragante sobre la tierra fatiga-
da de mi ser. Su amor fue una mafianita.
Dios le de el cielo por todo. Por
dulce y por lejana, por impossible y
por triste. Porque pas6 y no se detuvo.
Porque la ame y no se lo dije. Porque la
suefio y no lo sabe. Dios le de el cielo
por todo...
Hoy le repito las palabras milagrosas
de las viejecitas del pueblo cuando alar-
gan las manos marchitas para bendecir
una gracia: "Dios le d6 el cielo..."
porque tenia las manos claras y el cora-
z6n oloroso.
Dios le de el cielo...
ERA BLANCO...
TIEMBLO porque no se si esti lo mis-
mo... Una gracia, un candor, una boca
marchita que me besaba apenas. Y en el
aire esencias de flores rudas, aromas que
en las mafianas eran como el coraz6n
del pueblito que salia a tomar el sol.
Estaba dormido aquel poblado. Pasaban
los afios y la gente decia: "este pueblo
no cambia..." En mis andancias, las
cartas de la tia seguian repitiendome:
"esto sigue lo mismo que cuando tu te
fuiste..."
Y la dicha es amarga porque no s6 si
estis distinto. Pienso que desde la cruz
del camino voy a mirarte, ya no triste,
ya no blanco, ya no bueno. Sin la fra-
gancia humilde, sin las manos dulces,
sin nada, isin nada!
La casa donde vol6 mi fantasia
mas alto que las palomas jubilosas
que arrullaban en el alero, mas lejos
que las golondrinas de la tarde que pa-
saban sobre la paz del pueblo como
una alegre nube cantando. En el patio,
49
entire gallinas y flores, entire colors y
alas, brillaba un loco misterio. Y vela-
mos el cielo que Ilegaba mais alla de las
1ltimas casas, todavia mis alli de la
finca. Era la primera sorpresa que nos
daba lo etemo. Y en mis suefios exten-
dia el color alucinante -isabana estre-
Ilada!- a las cosas queridas: celeste
era el carifio de la abuelita, celeste el
jugar de Isabel, celeste un camino mo-
jado que se perdia por entire cerros
lejanos que miraban el mar.
Y entonces el pueblo no cambiaba.
Pasaban los inviemos, Ilegaba el verano.
Los dias corrian de puntillas apretAndo-
se el pecho para no hacer ruido. A pesar
de la vida, el pueblo era siempre blanco,
y yo en el patio de la abuelita queria
entender el paso vasto de los celajes.
Y ahora tiemblo porque no se si estA
lo mismo, o si eran mis asombros los
que ponian una nieve iluminada sobre
las cosas. Tiemblo si he de romper mi
encanto cuando lo veo desde la cruz del
camino, ya no quieto, ya no claro, ya no
humilde.
Y cierro los ojos, y poco a poco, en
el pecho se me va quedando dormido el
pueblecito oloroso.
50
EL VIEJO DE LAS JICARAS
EL SEROR Pedro era el jicarero mis
conocido del lugar. Sus jicaras habian
pasado triunfantes los lindes de su
monte. Al Ilegar a la plaza del pueblo,
las viejas con delantal se agrupaban para
comprar primero. Habia que ver esos
domingos, unas jicaras que eran un pri-
mor de adomos. En ellas, el agua se
sentia mas clara. El senior Pedro ponia
en hacerlas todo su carifio de artist.
Raro es el transport de la emoci6n en
estos trabajadores ignorados. La dulzura
que no pueden decir, se les sale a las
manos. El ensuefio que no fue, la ilu-
si6n que se muri6 en una noche de tor-
menta y de hambre, todo lo noble y
bueno se les queda entire las manos su-
cias, pobres, pilidas.
Y era asi como preferian las jicaras
del senior Pedro en la plaza del pueblo
a donde las iba a vender. Los pajaros,
cuando el anforita estaba llena de agua,
parecia que iban a ponerse a cantar de
51
alegria. Las flores se esponjaban. Los
ramos de hojas se hacian mis verdes.
Y el otro carifio del jicarero: su hija.
Veinte afios. Una flor del valle que se
habia hecho mujer. Pedro la adoraba.
Pintaba una lindura y la veia. Era la
vida del anciano artist.
Pero lo doloroso, lo trigico, en este
cuadro de la vida agreste, es un amor
horrendo. Un amor desbordado. La fi-
gura odiosa es el primo. Manuel, como
dice el viejo mordiendo las silabas. Ena-
morado sin esperanza de Luz, su cora-
z6n de indio altanero no pudo resistir
el desprecio. Y una tarde que Pedro
venia content, sonando pesos, feliz con
la venta de sus jicaras, encontr6 sobre el
lecho el cadAver de su hija.
Dos corazones rotos. El viejo ya
no hizo nada. Abandon sus jicaras,
guard sus esmaltes, aquellos que daban
unos pajaros azules como alas de cielo.
Al rededor del crime, misterio abso-
luto.
Y pas6 el tiempo, sin olvido. Pero un
dia vino lo cruel, lo inaudito. La compa-
fiera intima de Luz, la amiguita que
todos los dias la saludaba con una
canci6n, era una lora presumida y
cantadora. Una tarde, vencido por los
recuerdos, el viejo se habia quedado
dormido. De pronto, quien sabe al in-
flujo de que evocaci6ri, al golpe de que
onda, la lora abri6 el pico.
-iAy, Manuel, ya me mataste. Ay,
papaito...! iSanta Maria...!
Era la frase tr6mula, gritada con mie-
do, angustiosa, implorante. Era la frase
que habia dicho Luz, todavia con el
temblor de la muerte balbuceada ape-
nas, Ilorona, queda, horrible.
El viejo, en su hamaca, se estremeci6.
Fue la revelaci6n. Un poco de memorial
que el destino puso en la cabeza sin
16gica de un ave. El uinico testigo en
aquel drama de amor y de crime, ha-
blando al oido del viejo, en la tarde
calida, para decirle el nombre del ase-
sino.
El senior Pedro ya no hace jicaras.
Llora. Me contaba esto y Iloraba. Al
acordarse de Luz, Ilora. Al acordarse de
Manuel, Ilora. En una estaca, verde y
parlera, la lora acaso se acuerde, cuando
la mariana es de primavera, de la mu-
chacha encantadora a quien saludaba
con una cancion.
El viajero que pasa nada sabe. La
53
choza parece feliz, vestida de bejucos
floridos. No se adivina el dolor que late
en ese pedazo de la montafia.
S6lo en la plaza, las viejas que se
agrupaban al rededor del senior Pedro,
lamentan que no venga el hombrecito
canoso que traia su borrico cargado de
jicaras sonoras, unas jicaras c6lebres que
conservan con carifio en la cocina, y en
las que hasta el agua se pone mas
fresca y se siente mas clara.
YO QUELO UNAS ALAS
DEL PATIO llegaba la voz de los mu-
chachos: Que yo era el rey, tu el brujo
del lago de oro y Maria la princess en-
cantada.
-No, mejor juguemos de ir a las
estrellas. Mama dice que hay una gran-
de, de azucar, que alumbra azul. Esta
lejos, mas alta que un nido, mas alta
que las flores del naranjo, mas alta. Es
el pais de los pajaritos alegres, todavia
mis alla de donde Ilegan las palomas
cuando vuelan.
Y cerraban los ojos, muertos de risa, y
se quedaban sofiando despiertos, cami-
no del cielo, mientras en el coraz6n
alocado les brillaba la estrella del cuen-
to, azul, azul.
-Mama -pregunt6 el mas pequefio
en su casa-, y c6mo se hace para tener
alas?
-Los nifios buenos, felices, tienen alas
al rezar, al reir, cuando cantan... y
tambien cuando se mueren y se van.
iComo las mariposas!
-Y yo quelo unas alas, mama.
Un dia amaneci6 enfermo. Estaba en
la cama, con fiebre. El medico dijo que
se moria. Tenia ]a cara palida, y los
ojos cerrados como cuando jugaban en
el patio de ir a los luceros.
De abajo, por la ventana entreabier-
ta, entraba hasta el cuarto frio la alga-
zara de los muchachos que jugaban de
viajar al cielo: Que yo era rey...
Y en la camita blanca, el nifio que se
estaba muriendo, ya en camino de la
gloria, hacia el pais de az6car azul, abria
la boca descolorida y repetia quedito:
-Yo quelo unas alas, mami.
M'IALMA
FLORECIA el Arbol. Todo habia huido:
la ilusi6n y ella. Todo estaba triste, pero
a la orilla del remanso el Arbol se vestia
otra vez de flores. Y Carlos, el colono,
sentia renacer su ensuefio, y el odio que
le ahogaba se le salia a las manos, y
maldecia.
Florecia el Arbol. Y por los ojos hos-
tiles desfilaba lento el idilio ingenuo,
bajo los cielos perdidos de ayeres que
se fueron. Sobre la frente cansada per-
sistia la imagen querida, con todo el
rencor altanero de su alma de indio
vencido.
Era la boca de aquella campesina
como un manantial de gracia. Los ojos
se apagaban, y alumbraban los labios.
Lirio risueiio de la montafia, bajo trinos
tempranos, era la nota mas dulce de
la mafiana, cuando se alejaba por el
sendero mojado, camino de la fuente,
con el cantaro viejo sobre los hombros
suaves.
Como tantas veces, florecia el arbol.
Bajo la sombra piadosa de sus ramajes
se habian jurado amor. Alli la habia
idolatrado, entire alfombras de hojas
frescas que les tendia el bosque.
Pero un dia lleg6 el hijo del patr6n.
La muchacha mas bella de la comarca
era la Carmen. Sus ojos eran dos noches
con luceros.
Y se fue... como una sombra se ale-
j6 de la finca, sembrando en el alma del
pobre colono un rencor etemo.
Y Carlos sentia en su sangre sed de
venganza, y cerraba los ojos y apretaba
los pufios, y sacaba el pufial. Aquella
hoja era testigo de cosas dulces, porque
en las tardes pilidas que habian huido,
le habia cortado flores con ella. Y habia
57
jurado hundirlo en el coraz6n que
amaba, y lo guardaba contra el pecho,
muy cerca del alma, con esperanza, con
amor, con una inmensa tristeza.
Florecia el Arbol. Habia pasado el
tiempo, loco, fugaz, borrando agravios
y encendiendo suefios, pero en el alma
de Carlos, en su espiritu bravo de indio
altanero, como una huella indeleble
persistia su amargura.
Iba caminando sin saber por d6nde.
Ciego de recuerdos, habia cortado una
flor del aromo. La llevaba en la bolsa,
junto con el pufial.
Yo no se... En esa tarde, la mucha-
cha aquella que encantaba a la Sierra
cuando pasaba a la fuente, la muchacha
aquella que pas6 por su vida, le dej6 una
fragancia... y le dej6 un dolor...
Yo no se por que cosas... cuando
Carlos alz6 la vista, estaba sobre el sen-
dero iluminado, palida por la ausencia,
con un tono de sefiorita en el vestido y
un poco de desilusi6n en los labios.
Era como si la primavera torara al
bosque. Pero esa primavera sin cantares
traia para Carlos el anatema de la
ciudad.
Y su sangre invicta salia a las manos,
se sinti6 fiera, quiso Ilorar, gritar, tal
vez matar.
Y se le oscureci6 el dia, y salt6, ebrio,
de amor o de odio, quien sabe, pero
salt6 ligero, criminal, salvaje.
Y ciego, la tom6 de una mano, cerr6
los ojos, y meti6 la mano en el bolsillo.
Pufial de la venganza, cumple el jura-
mento que al pie del aromo te hizo un
hombre.
Una, dos, tantas veces, frenetico y
loco, sin mentir, aut6mata, lo hundi6 en
el pecho adorado.
Cuando volvi6 en si, abri6 los ojos.
Crefa tener entire sus manos el cuerpo
ensangrentado de la Carmen, y dio un
pas6 atras.
En su locura, la mano temblorosa
habia errado... y golpeaba el pecho
querido sobre el coraz6n ingrato... con
un gajo de flores frescas, y a las plants
de ella caia una Iluvia de p6talos blan-
cos.
Confundido, avergonzado, huy6 por
el sendero que la tarde Ilenaba de res-
plandores rojos.
CUANDO TORNA LA BARCA...
POR LA RANCHERIA se fugaba el dia.
La tarde era muy palida, pero en la
playa triste comenzaba el remo a gol-
pear las aguas.
Sobre la vida quiet de la barriada
flotaba como una bendici6n. Hasta el
sol era mas suave sobre las chozas infan-
tiles de aquellos pescadores.
Y en la roca mas aspera, besado por
los huracanes, estaba el rancho mas en-
cantador, muy alto y muy ligero, como
si quisiera volar. Sobre los barrancos de
la ribera, casi parecia un nido de amor
donde se aislaban del mundo, un reme-
ro Agil y una muchacha dulce. El sentia
en sus manos el afan de la lucha, y sobre
la barca d6cil rayaba con rutas de es-
puma los lomos furiosos del mar. El sol
habia puesto sobre aquella frente y en
aquellos ojos toda el ansia de su luz.
En la tradici6n de la comarca existia
un pasaje bello. Desde viejos tiempos
narraba la conseja no se que amores
perdidos, y sefialaba como el signo de la
60
felicidad un pez dorado. El hombre que
aprisionara entire sus redes el amuleto
esquivo, Have decisive de todas las ven-
turas, no veria nunca en su camino la
mueca del desengafio.
Esa creencia popular, perpetuada en
cantares a la luz de la luna, fue la obse-
si6n po6tica de aquellos pescadores. Y
preferentemente, encontr6 ecos propi-
cios en el alma del fuerte remero, aquel
que vivia en la casita cercana al cielo.
Y aquella tarde las lanchas partieron.
El adi6s de todos los dias, mas senti-
mental... En la playa sola quedaron las
novias, las esposas y las madres, agitan-
do las manos que temblaban de anhelo.
En el coro jovial de las mujeres ella
conserve una actitud extrafia. No esta
alegre, porque esta grandiosa. iSi en los
ojos tiene un amanecer de esperanzas!
Era un rito olvidado, que una vieja se
habia encargado de resucitar. Sl6o de un
modo podras lograr el amor de un pesca-
dor reacio, decia el secret. Sin que 61
lo sepa, r6mpele las velas cuando vaya
al mar.
Y ella habia cumplido. Hechas jiro-
nes iban, amontonadas en el fondo de
la barca.
iQue angustia aquella noche! Ya vol-
vian las lanchas, presurosas y timidas,
tendida la vela blanca como una ala de
amor, al impulse salvador de un alisio
violent. El huracan pr6ximo borraba
el cielo y enloquecia el mar. Un oleaje
furioso hacia temblar la arena. Felices
las barcas que tenian un pedazo de tela
para acelerar el retorno. Si fue una
tempestad horrorosa que llen6 de pavor
los contomos!
De la orilla no la pudieron quitar. A
Dios gracias todos habian vuelto, mur-
muraba la gente. iS6lo el pobre Pe-
dro...!
La mafiana alumbr6 un madero que
venia en las olas. Traia la vela, infiel
esperanza de un marino perdido, rota y
vencida, como la bandera de una ilu-
si6n que cae, hecha jirones por una
mano amorosa.
Lleg6 cerca, jug6 con las espumas y
encall6 en la playa. Corrieron todos,
y alli venia 61. Pero venia pilido, con un
gesto de amargura en la boca desconso-
lada, rigido, frio, porque venia muerto.
Un grito de asombro unanime sali6
de todos los labios. En las manos crispa-
das tenia... jun pez dorado!
Desgraciado, 6 tambien se habia en-
gafiado. Era un rayo de sol el que pin-
taba de oro las escamas grises. Un rayo
que pas6 fugaz y borr6 el encanto.
En aquella madrugada azul, la feli-
cidad s6lo era el destello efimero de un
cielo lejano.
Cuando toma la barca...
ESTE ES EL PUEBLO
ESTE ES EL PUEBLO
CALIENTE
ESTE ES EL PUEBLO caliente que cant6
a pedradas mi infancia atrabiliaria. Hu-
racanero y simple, un volcin te daba
sombra y un rio Ilenaba de gracia el
alboroto blanco de tus casas con tejas.
Todavia perfuman y brillan las dos dul-
zuras antiguas, aquellas que en las ferias
vecinas no tenian igual. iLugarejo sin
nombre, lugarejo sin nada, s6lo t6 tienes
naranjas y luceros dulces!
Eras iluminado y largo. Una palabra
humilde te describe: clarito. Las tor-
67
mentas que barrian tus basuras termina-
ban en m6sica, y tu eras un color. La
gente vivia de fiesta. Reian con gloria y
hablaban cantando: la de los cAntaros,
la de las jicaras, el de los pajaros. Todos
tenian nombres de un ruido diafano. Yo
soy el nifio pobre que corri6 por tus
calls, el Choco de los barriletes alige-
ros, el muchacho mas loco que los viejos
recuerdan persiguiendo nidos.
Mi nifiez fue un asombro, una ven-
tana abierta, y la vida del pueblo que
pasaba toda vestida de flores. Desfi-
laban destinos, despertaban delirios,
morian amores. Cada dia, una curiosidad
temprana abria la ventana, aquella ven-
tana vieja que adomaba la casona sola-
riega de la abuelita, hasta que la noche
ponia una venda de estrellas sobre el
vivir sin pecado del pueblillo.
Asi sucedia todo en aquel rinc6n,
breve, sencillo, con paso de seda. Pa-
saban las tristezas y las dichas como
si las cantara la Tia Rosa, la que tenia
las manos blancas y adivinaba el tiem-
po cuando se sentaba en el patio y
decia mirando el aire: "Mafiana llove-
ra", "tendremos sol", como si el cielo
le hiciera sefiales.
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Abramos la ventana. El pueblo es
como siempre, minimo y puro. Aqui
estaba la torre, y el loco Juan le cantaba
canciones a la nifia Remigia, y en la
Semana Santa llovia agua bendita...
Abramos la ventana...
MARANA DOMINGO
EL CIELO amanecia limpio, yo tenia
la cara lavada y por las puertas entraba
un gran olor a lirio. Si no lloras te doy
dulces, decia el Tio Rafa.
Estos domingos mios ya no tienen la
locura de la fruta mielosa que se brin-
daba en la plaza, ni la divina musica
miserable, ni el cielo y mi coraz6n, que
eran dos cosas tan limpias!
LA MILAGRO
ESTE ES EL ECO melodioso que me
Ilega de alli. Si la Milagro reia se Ilena-
ba de rumor la heredad. Sonaba como si
vaciaran un cantaro de agua llovida so-
bre una maceta de flores. Naci6 cerca
de un rio, y su alegria copiaba el torren-
te azul. Su risa mojaba. Reia a chorros.
Reia con toda la boca. Mejor, con todos
sus ojos. Porque junto a la risa de agua
rota, canora, brillaba la risa oscura, si-
lenciosa, de sus pupilas estrelladas.
Despues la vi. Dormia a un nifio. La
risa blanca y la risa oscura eran dos
claridades. Y despues la vi otra vez. Con
los ojos cerrados, cubierta de flores
blancas, cerradas las fuentes de canci6n,
y un gran cirio encendido...
Cuando oigo un agua que cae, un
trino que empieza, me pongo a escu-
char sofiando: -Es la Milagro, es la
Milagro.
MI MADRINA
ACORDEMONOS con dulzura, es "la
que se qued6 para vestir santos".
Ella bebia caf6.
EL MENDIGO
Dos MANOS abiertas y un bord6n que
se oia a las cinco de la mafiana. Alli so-
braba el sol... La gente no despertaba
si se dormia el senior Mariano.
Y un dia se durmi6. Yo s6lo vi una
caja negra, y cuatro hombres sucios que
la llevaban. ZNo le van a poner cruz?,
pregunt6 la Consuelo. Y el mas sucio de
los hombres sembr6 el bord6n del vieje-
cillo sobre la tierra removida.
EL LIMONERO
ERA LO UNICO del pueblo que florecia.
Lleno de botones y chicos, parecia una
escuela blanca abierta todos los dias.
Trinos, arriba. Risas, abajo. En aquellos
contomos, nosotros y los pajaros, inadie
sabia leer!
La sombra del limonero se desnudaba
en la pila, y las flores nuevas se morian
por ser mejores que las alas de los zen-
zontles. Era una escuelita breve, iy lo
unico del pueblo que no moria!
EL CABALLO
TArTO ADORE lo que no tuve, que en
mi alegria, el caballo y la novia fueron
una sola ilusi6n.
UN DIA
EN EL RiO, una tarde... buscaba flo-
res por entire la maleza, y la que se ba-
laba desnuda no sinti6 mis pasos.
Las frutas de las ramas no estaban
tan rosadas, ni temblaban de frio. Yo,
bajo los ramajes, sentia la impresi6n,
de un gajo de uvas, de un Acido fres-
co, de un licor dulce.
Cuando miro una estrella limpia, un
73
arbol lavado, revive la desnudez primera
que deslumbr6 mis ojos, la muchacha
indolente que miraba el rio, y que tem-
blaba como un bejuco desesperado re-
ventando en flores.
SIN CORAZON
AHORA me acuerdo de una muchacha
sin amores que no refa nunca. Cruzaba
a pasos muertos la calle. Regaba dulzu-
ra, llovia gracia de su desamor. "Las
flores que se estrujan huelen mis", re-
petia un proverbio, y de ella volaba un
aroma de martirio y pesar.
-iSe muri6 la Maria!
Cuando el cura le dijo: -Te vas al
cielo, dejas esta tierra de miseria, eres
pura... iqu6 mas quieres?
74
La sefiora Carmen lo contaba des-
pues. El cura llor6 de lastima.
-iQue quieres?
Y entire las sabanas de la muerte
la vocecita rota que secreteaba: -Un
beso...
No se por que ahora me acuerdo de
la muchacha sin amores que no reia
nunca.
UN VIEJO AMOR...
EN UN ARBOL del patio grab un nom-
bre y escribi una fecha. "Lola. 13 de
abril". Mi boca y mi coraz6n tembla-
ban juntos.
Me cuentan que derribaron el Arbol,
que destruyeron la casita. El coraz6n y
la boca ya no cantan a la par, pero a
veces...
"Lola. 13 de abril".
EL MAL
ESTE no es un cuento. Una vez lleg6
a casa del curandero un muchacho que
tenia los ojos tristes. El viejo nada pudo
con sus hierbas, llam6 a la madre afuera
y le dijo lloroso: -Es impossible, sefio-
ra. El nifio no tiene remedio. Padece
de sed en el pecho. S61o un milagro de
Dios lo puede salvar.
Y se perdi6 por el mundo, lo olvida-
ron muchos, y en el cementerio del
pueblo han querido poner una cruz
para rezar al muerto...
Sefior Macario, yo soy el nifio que un
dia lleg6 a tu casa de curandero. El mi-
lagro que ti esperabas no lleg6. Reza
un conjuro y destila un brebaje por la
quietud de mi desesperaci6n. Soy por
fuera una tristeza, y por dentro una sed.
Cerremos la ventana. Se sec6 la ilu-
si6n, y hace falta un nifio en el pueblo.
Digo pueblo y me alumbro de dicha.
76
Regreso a la infancia y a la tierra
caliente. El pueblo es mi candor que pa-
saba sobre los empedrados, en las mafia-
nas ofuscantes, cantando y con los pies
decalzos. El pueblo es un amor que tuve,
una flor que plant y una esperanza que
no lleg6. Es todo lo que se fue, todo lo
que no vuelve, mientras yo sigo adorin-
dolo a la margen de este fluir fatal. Hoy
el tiempo corre menos azul. Se marchi-
t6 el limonero, mi madrina cerr6 los ojos
dulces, el pAjaro que trinaba en el pecho
enamorado de Clorinda abri6 las alas, y
el que sofiaba, el muchacho mas loco
que te silb6 canciones en sus dias inge-
nuos, hoy va por otros rumbos mas
cansado y muy triste, siempre loco y sin
los tesoros fabulosos que una comadre
del barrio vaticin6. La vida no le perdo-
n6 tanta ilusi6n. Lejos del rinc6n que
le vio amanecer en suefo, va por cami-
nos malos con el hechizo vivo, con la
sed en la frente, necia al milagro que el
curandero invocaba.
He de cantarte un dia, pueblucho des-
conocido latiendo a la sombra de un
volcan. Con un libro salvaje de esperan-
za y de fe, con un grito rotundo como
aquellos con que alborotaba la madru-
77
gada del cerro, con un martirio, con un
heroismo, con una revoluci6n.
He de cantar mi tierra de luz, la que-
rencia dormida, con un libro despiadado
y fuerte, con un libro de rabia que
tenga el aliento de la sierra del cafetal
que florece, del llanto de los trapi-
ches que exprimen miel. He de cantarla
con boca ruda, con palabra sencilla, en
una linea, que tenga much de esta mi
inquietud airada de indio montafiero y
sofiador.
Asi cantan alli. Narran un cuento
lleno de alas y brillo y terminan dicien-
do: -Yo lo vi. Este tambien es el pue-
blo que deslumbr6 mi fantasia, pero le
faltan los huracanes que trotaban sobre
la paz del campanario, le faltan sus
temporales, el cura, las guayabas madu-
ras y los dulces de la sefiora Juana, tres
veces santa por sus manos. No es posi-
ble escribir la frescura de sus sombras, el
cementerio y el cerro con flores, echado
como perro a un lado del sendero. Este
es el pueblo que yo vi, a la luz del re-
cuerdo, de color rebelde a la ruina. El
otro sigue, enclavado entire cumbres,
con su ruido, su hechicero, la abuelita,
la sefiora Lucia, el gato picaro que tenia
78
el pelo lindo. Es mi novia jugando, el
trozo de cielo que se copiaba en la pila
de la casa, los luceros sin par. Mi deli-
cia mas cara, y aquello que no he vuelto
a ver: una rama de maquilishuat en
flor.
Asi cantan alla. Cerremos la ventana.
Este es el pueblo...
f77c.
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i
1
COLECCION
CABALLITO DE MAR
1-EL ENCOMENDBRO
Francisco Gavidia
2-LA MALA SOMBEA
Joaquin Garcia
Monge
3-CANIONES
Claudia Lars
4-EN UNA SILLA
DB RUEDAS
Carmen Lyra
5-C6Mo CANTAN
ALd
Miguel Angel
Espino
6-CANEK
Ermilo Abreu
Gdmez
7-PUEBLO
Trigueros de Led6
8-LA TIBKA DEL
FAISAN Y DEL
VENADO
Antonio Medix
Bolio
9-LEYENDAS
Miguel Angel
Asturias
10-PoESfA
Joaquin Pasos
11-CANc6N Y OnTOS
Posuas
POEMAS
Juan Guzmdn
Crucbaga
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