EDITORIAL-AMERICA
Direete R. BLANCO-FOEBONA
PUBLICACIONES:
Biblioteca Andr6s Bello literaturea).
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Biblioteca Ayacucho (historia).
III
Biblioteca de Ciencias political y sociales.
IV
Biblioteca de la Juventud hispano-americana.
DE CADA UNA DE ESTAS BIBLIOTECAS,
SE PUBLIC UNO 0 DOS VOLOMENES CADA MES
De wata en todas las xmw librrlas de Espaa y Amuries.
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Obras publlcadas (a 3,50 pesetas tome).
I.-M. GUTj~ RREz NAJERA: Sus mejores poesas.
I.-M. DtAz RoDtRICEz: Sangre patricia. (Novela)
y Cuentos de color.
Il.-JosE MARTi: Los Estados Unidos.
IV.-J. E. ROD6: Cinco ensayos.
V.-F. GARBci GODOY: La Literatura Americana de
nuestros dias.
VI.-NIcoiAs HEREDIA: La senribilidad en la poea
castellana.
VII.-M. GONZALEZ PRADA: Pdginas libres.
VIII.-TULIO M. CESTERO: Hombres y piedras.
IX.-ANDRES BELLO: Historia de las Literaturas de
Grecia y Roma.
X.-DOMINGo F. SARBIENTO: Facundo. (Civilizaci6n y
barbarie en la Repiiblica Argentina).
XI.-R. BLANco-FoMBONA: El hombre de oro. (Novels).
XII.-RuaBi DAntR: Sus mejores Cuentos y sus mqo
res Cantos.
XII.-CARLOS ARTUno ToaRns: Los Idolos del Pro.
(Ensayo sobre las supersticiones political).
XIV.-PEDRO-EMILIO COLL: El Castillo de Elsinor.
XV.-JULIAN DEL CABAL: Sus mejores poesias.
XVI.-ARxANDo DONoso: La sombra de Goethe.
XVII.-ALBERTO GHIBALDO: Triunfos nuevos.
XVIII.-GoNZALO ZALDUMBIDB:La evolucidn de Gabrie
l'Annunsio.
XIV.-JosE RBAABL POCATRaB A: Almas oseuras. (No-
vela).
XX.-JE.sis CASTELLANOS: La Conjura. (Novela).
nIaPkTA xARIO ANGUJIAO, BOLA, ttx. 8.--xADID
LA CONJURA1
BIBLIOTECA ANDRES BELLO
JESOS CASTELLANOS
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LA CONJURA
(NOVELA)
EDITORIAL-AMERICA
MADBID
comCaio0NAXU IXCLUSrVA PARA LA TVLTA:
SOCIEDAD ESPAROLA DE LIBRERfA
FERRAz, 25
LA CONJURA
Curioso es este mundo,
4onde cada bienhechor se
bace malhechor, s61o por
ejercer su actividad en In-
gar indebido.
R. W. amesow.
(Reifrumtdi Mm.)
I
Augusto Roman retorn6 a su casa con el cerebro
debil y un leve sabbr acre en la boca. Habia visi-
tado a su tio con objeto de suplicarle una tarjeta
para su colega el Secretario de Instrucci6n Pfiblica,
ahora que las escuelas de verano necesitaban confe-
rencistas de todas las ciencias. Pero D. Pr6spere
Villarin, a vuelta de una larga antesala entire la mul-
titud de cesantes afectuosos y sefioras de velo ne-
gro, y despu6s de declarar con puritano diapas6n,
sin levantar la vista de los garrapatos, que pocas
cosas le gustaban menos que el ocupar a sus com-
pafieros de Gabinete, acab6 por atiborrarle de vacfo"
consejos sobre lo prActico y lo no p.rActico de la
vida, y sobre la imposibilidad de liegar a st; algo en
JESOS CASTELLANOS
sociedad por medio de los libros y el microscopio.
Augusto objet6 que su plancha de medico estaba a
su puerta, no siendo suya la culpa si se estimaba su
ciencia poco prictica y puramente literaria. A lo cual
parece que respondi6 el Ministro, acariciandose ner-
viosamente el blanco mostacho, que las gentes de la
Habana culta, y en general las personas decentes
hacian muy bien en no dar cuartel a un oso mala-
mente enjaulado que saludaba a medias en la calle,
hablaba horrores de la Academia, no asistia a los
Afio-Nuevos de Palacio, mantenia piblicamente una
querida y Ilenaba su zaguin de la mis haraposa
clientele que se pudiese sofiar para un congress de
mendigos... En fin: jun huracin!...
Augusto sinti6 subir a-sus labios una amarga es-'
pumita, y en sus sienes golpe6 sordamente un flujo
de sangre. Todo su odio a la sociedad donae le era
tan dificil la existencia, donde se le imposibilitaba el
vivir un poco para sus nobles ideales, pas6 por sus
ojos en un relampago de pfirpura... Pero se contuvo,
y levantandose lentamente midi6 de alto a bajo a su
tio, con una contracci6n desdefiosa en los labios...
-No necesito de su carta-dijo-. Es usted el
mismo de siempre... Raz6n tenia mi padre, ese bohe-
mio de quien tan mal piensa usted...
Y pas6 como un rayo delante de los flamantes
ujieres indignados.
... Una hora hacia ya de la molesta escena cuando
tocaba a la puerta de su casa, reclinindose involun-
tariamente en la verdosa manecilla de bronce.
LA CONJURA -
Un rato de descanso en un banco del Parque, bajo
el dosel esponjoso y musical de un laurel Ileno de
nidos, habia desarmado toda su c6lera, dejando lu-
gar a una sensaci6n de general agotamiento; y pado
sentir c6mo se desleian en un baite de paz sus fuer-
zas, su voluntad, su mismo rencor por los que le
abandonaban a su miseria. Dej6 al cabo el banco y
el laurel, 1i6 filos6ficamente un cigarro, y asi vino
por calls y callejas hasta su rinc6n obscure, flotan-
do en la caricia de la tarde de ambar... Al sentir el
rumor de la cerradur" -oierta desde el piso alto por
un cordel conducido en poleas, di6 la iltima chu-
pada a la colilla humeante y la sembr6 de un golpe
entire las piedras.
Se ascendia al entresuelo que con Antonia ocu-
paba en la casa, por una estrecha escalera que daba
al domestico trasiego por ella caracteres de aventura
al travys de un tjnel. Los pasos firmes, pero des-
iguales, de Augusto Roman, dieron su eco a lo alto.
-iCierra!...-grit6 una voz cascada en el hueco
eminente, Ileno de luz.
Era la vieja, la madre de Antonia, que se limpiaba
con un pico del delantal el rostro bafiad en sudor.
Su cabeza pelona temblaba sobre un cuerpecillo
seco, inclinAndose con leve cojera a cada paso. Pare-
cia locuaz, y de su boca, inundada de saliva, emer-
gia, fundiendo las palabras, un hilito mareante.
-Hijo: trabajando como una negra. La princess
no ha querido salir de la cama. Ahi la tienes dur-
miendo, hecha una bestia...
JESOS CASTELLANOS
Sin contestar sigui6 de largo Augusto para colo-
car su sombrero en la percha. Ante la atm6sfera de
su casa, volvian a su recuerdo las palabras del tio,
y maquinalmente consider sus pobres muebles, su
estancia desarreglada, tan distinta a los elegantes in-
teriores de algunas casas burguesas que por rareza
frecuentara en sus visits. Tras el comedor-donde
la mesa, cubierta por un tapete de hule blanco, se
derrengaba bajo una turba airada de plates, cestos
y papeles que envolvian cosas grasientas-se hallaba
la sala, vasto espacio de anchos ventanones, claros
y frescos, ocupados por muebles de un gusto chi-
116n y adornado en los lienzos de pared por cromos,
abanicos chinos y objetos de bazar. Un cuartito a la
derecha, escondido como con modestia, guardaba el
refugio de Augusto, y tras el marco de madera azul
podian evocarse la mesa del trabajo, la pequefia
biblioteca, enflaquecida o refaccionada, seg6n las
6pocas; la efimera vitrina repleta de aparatos que se
codeaban estorbindose, como doctors en ceremo-
nia, y campeando en los testeros los cuatro o seis
cartones rojizos que ensefiaban visceras, intestines,
nervios, bajo la luz fria de los cristales cuajados. La
calavera pilida reiria en la sombra, sobre el semi-
circulo de la rinconera... Y se diria al ver lo men-
guado de la puertecilla que a tal antro daba acceso,
que asi como aquella mesa y aquellos aparatos, ver-
gonzosos entire el escandalo de los muebles p nta-
rrajeados, debia ser su duefio al pasear forzada-
mente por el mundo de damiselas y farsantes...
LA CONJURA
Pero Romin, despues de un vistazo inconsciente
a la puertecilla azul, sigui6 derecho hacia la alcoba.
Un tironcito suave en la manga le cort6 el paso. Era
la coja que, echindole el aliento en el rostro al dete-
nerse en su tamboleo, le contaba con voz opaca
precipitada, cobarde, los abuses de su hija.
-No se, no s6 d6nde va a parar esto... Un gasta-
dero espantoso... La came, el pan, todo se lo cobran
a ella mAs caro...
Se ahogaba al hablar atropelladamente para dete-
ner a Augusto. Y este, escuchando la enumeraci6n
de pequefias miserias intimas, forzado a conocer
menudos secrets prosaicos que prefiriera ignorar,
sentia una impresi6n lejana de niuseas.
-Y luego-continu6 la vieja-un htmor negro.
Dice que a ella no le manda nadie... Hoy ha habido
que Ilevarla el almuerzo a la cama; y como tuve que
cantarle las verdades del barquero, mira...
Levantandose la manga ensefi6 en la care flAcida
un punto morado, donde acaso se estrellara un za-
pato, un cepillo.
Luego qued6 en jarras frente a Augusto, con un
temblor en el labio caido y- hdmedo, demandando
una respuesta.
El se pas6 los dedos, con un gesto cansado, por
los cabellos, ya espolvoreados de blanco.
-Dejela usted, doia Concha...-suplic6-, y d6-
jeme used a mi... 6Que Ie hemos de hacer?
La vieja dej6 caer los brazos estupefacta. Despues,
alzando los hombros, llev6 su trotecillo hacia el co-
JESOS CASTELLANOS
medor, incinindose para recoger una camisa de
mujer olvidada sobre un sill6n. Pero de pronto,
como si cambiase de idea, volvi6 hacia Roman, que
rompia, sin mirarla, la faja de un catilogo de medi-
cinas caido sobre una mesita.
-Oye-dijo sonriendo por una caverna desden-
tada-, no te olvides de los tabacos para Miguel...
Viene esta noche... El pobre estA muy mal ahora...
Miguel era el hijo mayor de dofia Concha, un vivi-
dor de buen aspect y mala fama, que era la debili-
dad de la vieja, y a quien las gestiones angustiosas
de Augusto Roman habian saeado a duras penas de
various lios policiacos.
Sin detenerse se hundi6 el medico las manos en
los bolsillos y sac6 dos o tres puros de forma con-
trahecha. Luego, y al cabo de algunos golpecitos sin
respuesta en las maderas, empuj6 la mampara de su
mujer.
Dormia esta suavemente, hecha una bola blanca
y rosa, con las colgaduras a medias echadas, entire
la espuma de las sibanas tocadas de lazos de un
tono fresa. Junto a la cama, en un pequefio sill6n
cargado de lienzos intimos, reposaba como su duefia
una gata de Angora, todavia con la huella de los.
dedos blandos en sus largos pelos. Un libro vuelto
al rev6s palidecia en la penumbra encima de la mesi-
Ila. Sobre todo el rinc6n sosegado flotaba un tenue
aroma de esencias, disuelto en el vaho capitoso de la
care de mujer. Y bajo la luz discreta del eerrado
balc6n, que fundia las cosas en un bafio de perlas,.
LA CONJURA
se pensaba vagamente en el regazo acolchado y fres
co de las aves de espeso plum6n.
-Guapa, vamos, preparate para ir a la mesa: son
las seis.
Guapa: este era el nombre con que en el Hospital
la habia conocido Augusto tres afios antes. Mis que
un nombre era una proclama, y Antonia la conserva-
ba bravamente, inmponiendosele a su hombre, a su
madre, a sus amigos...
Pero toda la sugestidn del mote adulador no la
hizo dejar el suefio sabroso que devoraba glotona-
mente. Se volvi6 para hacer un mohin felino, sin
abrir los ojos. Pero de nuevo resbal6 la cabeza ru-
bia en un descenso del muelle hasta los encajes de
la almohada.
-iGuapa, Guapa, vamos!...
Al cabo no insisti6. Estaba fatigado, rendido mate-
rial y moralmente. Arrastrando los pies, fu6 a des-
plomarse en un sill6n ancho y panzudo en que revi-
via el simbolo de pereza de toda la habitaci6n. Fren-
te a el, el espejo del tocador, coquet6n e ir6nico, le
devolvi6 bruscamente su imagen.
Tuvo al verse un moment de sorpresa. Hacfa
tiempo que no se miraba formalmente, como para
compulsarse, al espejo. Claro que dos o tres veces lo
hacia a diario mientras se pasaba por el rostro in-
quieto un peine, un cepillo. Pero cumpliendo de un
modo instintivo este tribute a la estetica social, ape.
nas si se interesaba en la figure febril que se movia
mas alli de la limina fria, atisbando a intervalos el
JESOS CASTELLANOS
reloj puesto sobre el mirmol. Ahora sus miradas
eran fijas, detenidas, investigadoras... Se desdoblaba
su yo interno de su estuche corporal... Coxiemplaba
a la imagen como a ser extraiio, cuyas facciones le
hirieran de una manera fresca y nueva...
Y asi se vi6 en el vigor, ya medio combatido, de
los treinta y cinco afios; erguida la testa bondadosa
sobre el vasto corpach6n, que habria sido herc(ileo
si el studio y el insomnio no hubieran dejado en
seco la amplia osamenta. Lacio el bigote, dormia
sobre la arruga amarga de la boca, y con ambos ar-
monizaban las manos, unas manos flacas, exangikes,
vestidas de floja piel, hechas para acariciar humilde-
mente o para curiosear sutiles entire los libros; manos
que, rendidas ahora sobre los brazos del sill6n, de-
cian todo el poema de aquel espiritu dulce y simple.-
S61o en lo sumo de la pobre figure rompian con el
cuadro de abandon dos ojos de fiebre, alocados y.
turbadores, bajo una frente de marfil viejo...
Se iba ajando sin remedio. Pens6 un minute en el
aspect viril e impetuoso de sus compafieros de estu-
dio, de sus amigos de la infancia cuya amistad con-
servaba. Sonri6 recordando especialmente a Joaquin
Morell, con quien habia almorzado aquella misma
maiiana: alegre, buen behedor, fuerte como un toro,
sin muchas ideas que le arrugaran la frente; bien era
cierto que aquel egoist6n no sufria el mal de las pre-
ocupaciones; para 61 no habia problems; con darle
gusto a la sociedad y romper lo que le estorbara...
Se detuvo aterrado. Su pensamiento habia corrido
LA CONJURA
gradualmente con su mirada hasta posarse en la
figure clara y fofa que alentaba en el rinc6n de pe-
numbras. Por primera vez habia ll-gado a definir cla-
ramente esta idea: ,. .:. io era el estorbo, aquello
hermoso y bestial que ensefiaba de un modo con-
fuso un lomo arqueado, gordo, bajo las colgaduras
del lecho.
Reconstruy6ndola con el pensamiento la vi6, vul-
gar, alegre, sensual, tarareando alguna canzoneta en
las horas del mediodia, y Ilenando el sill6n con las
espumas nitidas de la bata; en alto los brazos desnu-
dos, cruzados sobre el respaldo. Era una de esas ru-
bias opulentas que brindan a los besos un brillo
dorado sobre la came lactea. Alta y bien hecha,
habria poseido una elegant silueta si los hartazgos
por igual del suefio y de la mesa no la hubieran de-
formado. De la terrible invasion del tejido adiposo
se habian salvado, no obstante, para la gracia, su
cara y sus manos: istas, pequefias, rosaceas y sem-
bradas de hoyitos; aquella, formada por menudas
facciones de nifia, donde charlaban dos ojos verdes
Ilenos de puntos de oro.
Augusto Roman sentia ahora su risa estrepitosa,
cuando con los amigos hablaba de 0l y de sus pro-
yectos destornillados, de su mania de buscar bichos
y hacer caldos para luego mirarlos por el telescopio.
Y rememoraba su sentencia final, la misma, implaca-
ble y agostadora, que oia por todas parties: 'Con la
ciencia, hijo mio, no se ha matado el hambre nadie.*
ZC6mo habria podido juntarse para una vida inti-
16 JESOS CASTELLANOS
ma con aquella bestia hermosa y cara? Evoc6 los
tiempos del Hospital, la etapa de sus primeras armas
en que por mediaci6n de su tio entrara de interno en
una sala. Alli habia conocido a Antonia, a Guapa,
como ya la llamaba todo el element joven del Hos-
pital, en el cual era ella nurse. Era entonces una
muchacha delgada y fuerte, muy alegre y muy limpia,
siempre propensa a dormirse en las guardias noctur-
nas. Pero aun cuando no pareciera muy interesante,
algo habia en su rostro y en su continent que decfan
claro que aquella mujer habia venido al mundo para
que la faltasen al respeto. De si la tacita invitaci6n
era aceptada, podian hablar los medicos y practican-
tes de su sala, y, sobre todo, las otras nurses, que se
comunicaban indignadas terrible anecdotas con, de
en, por, sobre la tal Antonia, llenando el Hospital
con una trabaz6n de chismes bastantes a proporcio-
nar una apoplegia al director... Aquel blanco gorrito
que se paseaba gallardo, desafiante, por patios y co-
rredores, retoz6 una mafana de Mayo en el coraz6n
de Seneca, que asi conocian a nuestro hombre aque-
llas malas lenguas; y citate que se abri6 para el buen
niio grande una era de aventuras impensadas, pri-
mavera tardia, ciclo de oro en que sus bigotes toma-
ron guias audaces, y en que conoci6 desnudeces de
mujer que no eran las yertas y exangfies de la mesa
de disecci6n... Uno de los dos rendia la flor de su
pureza; y por esta vez no fuW Julieta la victim de
Romeo... Habia, pues, ilusiones, y pudieron ser feli-
ces unos meses...
LA CONjURA
Pero he aqui que de pronto se complic6 el pro-
blema: Antonia empez6 a padecer mareos y nAuseas.
Una vez supo Augusto por su suegra, a quien ya.
habia tenido ocasi6n de conocer de cerca, como a
su cuiiado el buen mozo-con terrible consecuen-
cias para su bolsillo-, que Guapa habia salido en:
cinta. La vieja reia convulsivamente, guifando un
ojo con aire de confidencia, gozosa ante el porvenir
asegurado, tal vez con el fantasma del tio ministry
bailando detras de sus retinas.
-Vamos-decia dandole cariflosos empujones-,
que no te disgustar la llegada de un Augustito...
El medico no supo si entristecerse o alegrarse.
Sentia que algo de ridicule se le echaba encima con
todo aquello, y al propio tiempo experimentaba una
leve curiosidad en verse asistiendo en su propia
came al desarrollo del gran secret biol6gico... Le-
janamente tambiin, como se paladea el dejo amargo
de algo ya casi digerido, pens6 hasta qu6 punto ten-
dria derecho a llamarse Augustito el hijo de aquella
Guapa que entretuviera al Hospital entero... En fin:
jquien sabe!
Esa noche, en el pequeiio sal6n de los interns,
hubo entire ambos una explicaci6n rociada con ligri-
mas. Habia que consolidar la situaci6n, tener casa
propia, ya que la persistencia de ella en el Hospital
era impossible. eQu6 importaba a Augusto, exc6ptico,
antisocial, el comentario de sus parientes, de sus
hermanos lejanos?... El brazo torneado de Guapa,
dominador y cruel, rode6 el cuello del joven, que
JESOS CASTELLANOS
sentia bullir su sangre. La canci6n de los besos calla-
dos, besos fatales e irresistible, son6 en el calido
recinto...
Dofia Concha, solicita, busc6 y hall el nido es-
condido donde sofiaba ser abuela... Por fortune para
todos, las ideas de su hija se habian modernizado
notablemente en el Hospital, nutriendose, ademis,
con el conocimiento de una vasta farmacopea. El
nido se form6 caliente y emplumado, pero Augustito
fu6 derecho al limbo sin rozarse un punto con la
tierra miserable...
Despues comenz6 Antonia a engordar. Por sus
estimulos se llen6 la puerta de letreros en que se
anunciaban cuatro o cinco especialidades. S61o que
despu6s Augusto confesaba a sus clients, en el calor
de una explicaci6n, que la medicine conocia muy
pocas cosas al present, y que eso de las especialida-
des era una manera de ganarse Ia vida. Lleg6 a que-
darse por este procedimiento con una clientele de
desastrados y hampones que a nada tenian ya que
temerle dentro de su miseria, y a muchos de los cua-
les tuvo Augusto que regular las drogas recetadas.
En unos y otros trajines, esteriles para su casa, se
pasaba el dia atontado; y era por las tardes, o en las
largas veladas al pie de la limpara, cuando podia
dedicar algunas horas robadas en la paz de su san-
tuario, inmune a las burlas y las malas artes, a su
obra sofiada, a su ensuefio de investigaci6n, que ha-
bria de aportar acaso en un libro, ea various libros,
unos granos de arena a la obra de la ciencia biol6-
LA CONJURA 19
gica... iAh, si no existiera el estorbol... iSi no gritara
la came!...
... De repente se rompieron sus meditaciones por
el estruendo que fuera hizo un mont6n de loza derri-
bada... El timbre agudo de la vieja se cruzaba con
una voz bronca, desp6tica, de bravuc6n... Antonia se
incorpor6 con los ojos miedosos y desbordados,
arrastrando la sibana larga... Y al avanzar hacia la
puerta vi6 Augusto Roman c6mo atravesaba el cua-
dro limpio del espejo su siluita trise, vencida, casi
ridicula...
De vuelta del Hospital, adonde concurria ahora
en dos visits detenidas y engorrosas una casi
con los claros del alba y la otra muy entrada la tar-
de, subi6 Augusto Roman de nuevo a su casa
para revisar la correspondencia. Era en esa hora
tibia y luminosa, entire las ocho y las nueve, que las
personas'de un vivir decent Ilaman la mafiana, y
que para los trabajadores que Ilevan muy digerido
ya el desayuno, pudiera parecerse al mediodia. Ce-
rrado bajo las corridas cortinas blancas el cuarto de
su querida, Augusto pudo considerar distraidamente
el pafluelo de hierbas de dofia Concha, que envol-
viendole toda la cabeza dos horas antes, en el trifico
tempranero del cafe, caia ahora sobre su espalda os-
cilando en el flaco cuello a cada paso.
Sobre una mesita inmediata a la entrada descan-
saba un ligero montoncillo de cartas y anuncios.
Entre ellos se disimulaba un sobrecito coquet6n,
menudo, de un tono verde aguado. La letra, delgada
LA CONJURA
y nerviosa, comunic6 al dedo profanador de Augus-
to un leve temblor de fiebre.
Era de Margarita Villarin, su prima. Decda asf:
iQuk es de tu vida? Se de ti algunas veces por
los amigos, que me dicen que estis intratable. iYo
no lo creo, por mas que de los sabios se cuentan
cosas tan raras!... Tambikn s6 que tuviste un disgusto
con papd; td tienes la culpa por hacerle caso. Te
brindo la ocasi6n para reconciliarte, ahora que tengo
que hacerte una consult muy espinosa a prop6sito
de unas novelas que me han regalado. Figirate que...
Pero no, no te figures nada; ya te lo dire todo cuan-
do vengas. Procura que sea mafiana por la tarde;
mama esta con su reuma y no voy a salir. Anda, ven
pronto, que en estos dias, como he ido a tres bailes,
estoy abrumada de tonterias y necesito desahogarme
con alguien que merezca mis desahogos. Te quiere
un poquito tu prima
Margarita.
Hundiendo de nuevo la esquela en el sobre, evoc6
Augusto una figurilla delgada, pilida, de dulce mirar
sofiador, sombreado el rostro oval y puro por una
undosa mata de cabellos negros; una de esas frigiles
siluetas que se han visto antes en los cuadernos sin
acabar de los artists.
Adivinaba en la llamada de su prima una estrata-
gema carifiosa para unirlo de nuevo a su tfo.
JEWsS CASTELLANOS
iLa pobre!... pens6.
Y por la hija perdon6 al padre un minute, dejin-
dose Ilevar por un repentino impulse de indulgencia.
Margarita habia sido una de las pocas cosas agra-
dables que en su camino dificil encontrara Augusto.
Todavfa una chiquilla menuda cuando cl legara,
formidable mocet6n, a hacer sus studios universita-
rios en la Habana, habia asistido poco a poco a su
desarrollo lento. Dos alios despu6s de su arribo es-
cribia a su madre a Santa Clara, donde oficiaba de
professor de piano el Sr. Romin:
mete poco; acaba de salir de un paludismo y sufre
de los nervios; debe haber ahi algo de la evoluci6n.
Juega poco y lee much; hace a veces preguntas in-,
convenientes. Me parece que si el tio Pr6spero no la
cambia de clima, no va a poderla lograr.... Tres afos-
mas tarde habia en otra carta un pirrafo asi: -Parece
que la presentaci6n en sociedad de Margarita no ha
sido todo lo sonada que fuera de esperarse en la hija
de un personaje; y, sin embargo, es linda, spiritual,
inteligente... Pero, ad6nde tendrin los ojos estos sal-
vajes de frac?..., Y todavia otros dos aflos mis tarde,
a rafz de la muerte del Sr. Roman, se leia esto en
una carta de Augusto: cMargarita ha sentido, como
nadie en esta familiar, nuestra desgracia. Hoy hemos
hablado much de dl, de sus rebeldias y sus sueios.
Me ensefi6 un ejemplar de las poesias de Tennyson,
que le dedic6 papa en uno de sus viajes a la Ha-
bana...,
IPobre Margarita!... Augusto recordaba las largas
LA CONJURA
charlas en un banco de su jardin del Cerro, discu-
tiendo con ella puntos de inocente filosotia folleti-
nesca y lamentando la interdicci6n inflexible de don
Pr6spero imponia sobre todos los novelistas moder-
nos... Y sonreia, como un eco de las risas que le hu-
bieran de arrancar algunas preguntas de la joven...
eQue suerte esperaba en el mundo a aquella mucha-
cha tan romintica, tan poco comprendida en su me-
dio, y cuyo tesoro de sensibilidad y sutileza resumian
sus padres llamindola la mistica?... Tal vez se casa-
ria; lo cierto era que en los bailes permanecia senta-
da por muchos nimeros, sola, triste, y que ya dobla-
ba el filo de los veinticinco...
De este soliloquio dedujo que no podia negarse a
la entrevista solicitada. Al cabo pudiera ser que el
mismo D. Pr6spero, apenado con lo del sabado il-
timo, buscara este medio de hacerse perdonar sus
exabruptos; exabruptos en que, realmente, no era
don Pr6spero, sino la ciudad entera, la trabaz6n so-
cial, quien hablaba. Se mir6 rapidamente al traje...
No era todo lo que pedian aquellos salones entapi-
zados del ministry; pero, ien fin!... Iria al caer de la
tarde, dispuesto a no aceptar de ningin modo la in-
vitaci6n a comer.
jLas nueve!... iCAscaras!... Al consultar el reloj re-
cord6 Augusto, caminando hacia la escalera, que te-
nia una series de visits que hacer, casi todas ellas de
caridad; pero no por ello de un caricier mis benig-
no en cada enfermedad. Item mis, tendria que almor-
zar en dos bocados para ver, antes que saliera para
JESOS CASTELLANOS
la Audiencia, a Joaquin Morellal objeto de pregun-
tarle un' caso legal, a prop6sito de las oposiciones
pr6ximas a cierta citedra vacant de Biologia. Baj6
taconeando con estr6pito.
Una vez hecho a medias el alinuerzo,fu, en efecto, \
a casa de Joaquin Morell. Vivia iste con sus padres,
dos viejos apergaminados, de aire visiblemente pro-
vinciano, y tres hermanas muy j6venes, siempre en
6xtasis admirativo hacia el talent, la distinci6n y la
apostura dejoaquinito, en el piso alto de una de
esas calls angustiosas de la ciudad vieja, donde pa-
rece que entra el sol con miedo y no atrevi6ndose a
explorer mis adentro de las persianas implacables.
Ahora relumbraban los adoquines bajo la faja cruda
de luz que corria a lo largo, lamiendo el borde de
las aceras, desierta la calle, s61o se escuchaba de vez
en vez sin adivinarse de d6nde brotara, el lamento
agudo de un vendedor de baratijas.
Joaquin, abrochindose los tirantes, explic6 a Au-
gusto la necesidad que tenia de estar temprano en la
Audiencia. Pero no habia inconvenient; hablarfan
por el camino, y luego de despachadas las diligen-
cias, irian el caf, adonde lo comprometia para to-
marse un jai alai.
Alli cerca de la carcel, chico. Especialidad de
la casa...
Vestido ya, entr6 un moment el abogado en el
cuarto que le servia de bufete para recoger unos pa-
peles. Despues vino hacia Augusto, que lo esperaba
en la escalera.
LA CONJURA
iQue! dijo iste al observer su traje -. Te veo
cerrado de negro... jTienes luto?
No; es por la ceremonia... Tengoumna visita...
iQu4 te figures que a eso se puede ir asi como as?...
No, no te rias... Ti no puedes dejar de comprender
que nuestro ministerio... que la socie lad...
Hil6 asi un perfect discurso k.rcnse en que se
adivinaba, de un modo vago, la preparaci6n para el
informed que poco despues tendria que pronunciar.
Roman sonreia. Al cabo le interrumpi6 para decirle:
Tienes raz6n, chico. Tu llegaris lejos...
Tomaron un tranvia. Sentados muy juntos, co-
menzo Augusto la relaci6n de su caso.
Pues bien, Joaquin: td sabes que me estoy pre-
parando para la catedra auxiliar de Biologia, la que
*dej6 vacant el viejo Ruani, aquel que no creia en los
microbios... Todo iba muy bien; pero he aqui que
ahora no me quieren admitir a la convocatoria por-
que en mi titulo, como es del antiguo plan, no apa-
rece aprobada esa asignatura de Biologia... Ti com-
comprenderis que...
Joaquin le interrumpi6 con un gesto de impa-
ciencia.
Mira-dijo -, luego hablaremos de eso. Cuin-
tame ahora algo de tu vida. Que dice esa gran Gua-
pa?.. La verdad es que te tiene un poco seco...
El medico, tratando de sonreir, no pudo ahogar
un suspiro que se le filtr6 por entire los dientes. Por
una de esas imposiciones de la costumbre, era tal
vez a Joaquin Morell, tan distanciado de sus opinio-
JESOS CASTELLANOS
nes y sus sentimientos, a quien por modo 6nico ha-
cia confidencia de su doloroso problema interno.
Eran paisanos, con ese paisanaje de la patria chica
que tanto anuda; habian sido compaferos de juego;
hicieron juntos los primeros latines; tuvieron quizis
las mismas novias... Todo este acercamiento de dos
extremes estaria explicado.
ZC6mo va eso? insisti6 Joaquin ante su silen-
cio-. No te has decidido todavfa?...
iC6mo vqy a decidirme!...
Joaquin Morell sabia que su amigo no estaba ena-
morado de su querida, demasiado vulgar para vivir
much tiempo en el espiritu de un hombre inquieto
y sentimental, como no fuera en las ripidas cafdas
de las sensuales epopeyas; y con brutal franqueza le
habia indicado varias veces la conveniencia de plan-
tarla en el arroyo, con todos sus ap6ndices escapados
del Hospital o del presidio.
Augusto no le queria career, y, sin embargo, era lo
cierto: aquella intriga amorosa tan pfiblicamente ex-
puesta y siendo con quien era -, sobre ponerle
muchas veces en ridicule, le perjudicaba seriamente
en su carrera. Pero he aqui el problema: Augusto
Roman, columbrando toda la trama de intereses
creados que bajo su protecci6n se agrupaban, no se
atrevia a cortar de raiz la situaciin; era una sensa-
ci6n de vaga piedad. ,Que habria sido de todo eso?..
Vefa, por otra parte, el future probable de aquella
mujer, joven y hermosa, precipitada, para comer,
para dormir, en el declive del que no se asciende
LA CONJURA
jams, y sofiaba encontrarla alguna noche en la bus-
ca vergonzante, cue lo mismo hunde paseada en un
dog-car que refugiada tras las columns de los por-
tales... ,Sobre quien podria caer la culpa mis que
sobre el, que de una posici6n aparentemente deco-
rosa, la habia Ilevado a ser su querida, la que, con
justicia o no, soportaba sin velos un estigma social?...
Y para su 6ptica de sentimental, virgen de toda ex-
periencia mundana, la responsabilidad que sobre C1
pesaba revestia caracteres de misi6n divina..
Habian hablado varias veces de lo mismo, y con
el mismo resultado nulo. Pero el abogado no se
convencia. Ascendian ahora por la rampa del tran-
via elevado, y ante ellos abria la bahia su abanico de
cobalto, sembrado de marinas complicadas o difu-
sas. Una goleta salfa del puerto, asida al cable de un
vaporcito humeante, que a cada instant parecia su-
megirse en el agua. La voz de Morell sonaba como
un rumor bajo el susurro del vag6n pausado, y Au-
gusto adivinaba vagamente un simbolo en aquel
barquito negro que echaba las entrafias para arras-
trar a la gran nave de velas hinchadas, semejante a
uua mujer que durmiera al andar... Joaquin conti-
nuaba:
rd haris lo que quieras, pero si todas las razo-
nes que yo tuviera para un caso anilogo fueran 6sas,
ya la hubiera despachado con cajas destempladas...
Sl; Alrusto RomAn aunque no se lo dijera a su
amigo, tenia, para no abandonar a Antonia, otra
raz6n, quizA la que mAs intensamente predominaba
JESOS CASTELLANOS
en su espiritu: se resistia a desgarrar un coraz6n que
tal vez le amara tiernamente. Tienen todos los hom-
bres, aun aquellos que mis ajenos parezcan al mal
de la vanidad, un repliegue de su alma donde guar-
dan tesoros de indulgencia y de buena fe para sus
propias facultades de simpatia. No bastan a cegar
esta fuente todas las pirimides de libros y studios
Iridos que sobre ella se amontonen; recorded que
no se ha encontrado sabio desgreiiado ni asceta
consumido que se estimase incapaz de despertar
posiblemente el amor de una mujer; y cuando el
caso ocurre, lo aceptan como la cosa mis natural y
16gica del mundo. En cuanto a Augusto Romin, su
sospecha de que Antonia le amase muy de veras iba
abonada enfuentes razonables. La conduct, absolu-
tamente correct de ella en punto a fidelidad, era
prueba robustisima en favor de esta hip6tesis. Sus
caricias tibias, sin arrebatos, regulars como las de
una miquina de amor en march, eran siempre las
mismas. Y si era asi, y sirr61 habfa puesto Antonia
todos sus suefios modestos de una vida de corto
foco, ycon que derecho podia echarlos abajo, ni
c6mo podria justificarse ante si mismo de una tal
crueldad?
Para Roman todo lo otro, que representaba los
afectos materials de su ruptura en Antonia y su
familiar, no eran cosa de peso: en tiltimo extreme, y
aislado de la sociedad, entendia muy natural la pro-
fesi6n de mujer ptiblica, y admitia que, no apesa-
dumbrindose del comentaio social, podia muy bien
LA CONJURA
irla pasando su querida, hasta que fea y desechada
arribase al Hospital, donde con los adelfntos moder-
nos claudicarfa entire cuidados higienicos y moriria
tranquilamente. Lo horrendo, lo que su ser moral
rechazaba, era el efecto sentimental de esa misma
ruptura...
-No, no, Joaquin, no puedo... Necesitarfa nacer
otra vez...
El joven abogado permaneci6 algunos minutes en
silencio. Despuks dijo con aire convencido:
-Pues a mi no me cortan el paso estos conflic-
tos... Aquf me tienes soltero y libre hasta que en-
cuentre una buena proporci6n... No me vendo por
menos de cien mil duros. Y los encontrar6, ya lo creo
que los encontrare. Ya tti sabes mi formula: la que
se case conmigo tiene que poner la casa; yo pongo
la comida... O viceversa... Con dos cabeceras se
monta una cama...
Romin, disgustado,quiso cambiarde conversaci6n.
-Voy esta tarde-dijo-a casa de Villarin. ZQuie-
res algo para esa gente?
-No, yo tambidn voy esta tarde...
Y despues de una pausa aiiadi6 bajando la voz:
-A prop6sito. Que te parece la muchacha, Mar-
garita?
Su expresi6n era impertinente. Augusto Roman,
sin comprender, pidi6 explicaciones con la mirada.
-Vamos-exclam6 Morrell-, me refiero a la po-
sici6n del viejo. Por ahf dicen que la muchacha es
un buen partido..
JsEW CASTELLANOS
-Hombre, me parece que es algo mis: inteligen-
te, buena...
-Buena, si; tal vez. Pero un poco... ZC6mo dire?...
un poco masculina...
--Masculina?...
-Psh... iUnas conversaciones!... Le da por la lite-
ratura...
Ante la mirada del m&dico no pudo seguir. Au-
gusto consideraba todo lo terrible de esta organiza-
ci6n social donde su prima, con todo su fino talent
y su figure subyugadora, tenia que adornarse el
cuerpo con un cheque Ileno de cifras para que la
cotizase en algo un abogadillo sin cerebro y sin en-
trailas.
-Dispensa, chico-acab6 el otro-; no me acor-
daba que eras de la familiar. Delante de ti no se pue-
de hablar de estas cosas...
-No; puedes continuar... Yo tampoco podria
convencerte a ti.
Doblaban ya la curva en que terminan los mue-
lies, y Augusto, vislumbrando todavia a lo lejos la
goleta de redondas lonas, busc6 para darle un adi6s
de simpatia al mindisculo vaporcito que alli abajo
resoplaba jadeante...
... Al bajar frente a la Audiencia trat6 Roman de
hacerle la consult a su amigo alli mismo, en el p6r-
tico del edificio.
-Mira, Joaquin dijo, sacando furtivamente el
reloj-; la situaci6n es 6sta: en los titulos antiguos de
Doctor en Medicina...
LA CONJURA
Morell no le dej6 acabar.
-Espirate. Alib arriba, mientras tardan en Ilamar-
me, podemos hablar largo...
Por los sombrios pasillos altos pululaba una mul-
titud heterogEnea, mezclada de abogados y procu-
radores que discutian con enfasis en alta voz; testi-
gos que bostezaban sobre los bancos; ujieres que,
deteniendose a la puerta del sal6n, soltaban un cla-
mor largo, complicado, siguiendo la lectura de un
papel leno de cifras cabalisticas. Entre la muche-
dumbre, algunas mujeres, una nifia esculida, abrian
los ojos interrogantes. Al fondo de un corredor, con
la mancha azul dd los escoltas, aguardaban los pro-
cesados, alargando la cabeza anhelante para buscar
a alguien entire la turba.
Joaquin Morell fue Ilamado en seguida. Delante
de el entr6 en la Sala un ujier cargado de libros:
eran las citas legales con que ilustraria su informed.
Poco despubs comeriz6 a hablar. Augusto desde
fuera escuchaba algunos fragments. Era curioso:
muy simple la cuesti6n debatida, el joven abogado
se creia, sin embargo, obligado a enredarla con un
aluvi6n de frases huecas y enfiticas, intercaladas con
copiosas lectures. De ser escuchado a distancia, cree-
riasele engolfado en un ardoroso discurso religioso,
portico, sentimental... El nmdico sentia el fracaso de
su amigo y miraba con pena a la parte, un viejecillo
nervioso que seguia atentamente el informed, apoyin-
dolo con cabeceos ripidos.
Pero, por fortune, sus temores eran infundados.
JEWSs CASTELLANOS
El litigante, una vez terminado el discurso, se arroj6
entusiasmado sobre Morell para felicitarlo.
--Sublime, portentoso!-exclamaba.
Y sujetindole por la toga, bajo la cual se hinchaba
Joaquin entire el cuchicheo admirativo, afiadi6:
-iLo que es asi puede perderse con gusto!...
Mientras se despojaba de la capa llam6 a Augusto
con un gesto. El m6dico, filtrindose con timidez
por entire los grupos sombrios de leguyelos, se acer-
c6, atrevi6ndose a comenzar de nuevo la exposici6n
de su caso.
-Pues, como te iba diciendo, parece que el De-
cano...
-Mira, Augusto cort6 briscamente Joaquin-,
lo mejor sera que te vengas comnigo al Partido.
Atli...
Roman perdi6 la calma.
-No, chico; lo mejor sera que dejemos esto. Td
Series un hombre demasiado ocupado para tener
clientele de favor...
Pero Joaquin, desarmandole con una risotada, le
cogi6 en una caricia brutal por el brazo y casi lo
arrastr6 hasta la puerta. Fueron, en efecto, al Circulo
del Partido. En la Secretaria le esperaba una monta-
fia de comunicaciones que habia de firmar.
-Y esto no es nada, chico murmuraba sin le-
vantar la pluma -; todos los domingos, meeting:
casi todas las noches, comit6... iUn lio!... Mira, si no
estuviera de prisa te recitaria el exordio que tengo
estudiado para los meetings de Vuelta Abajo...
LA CONJURA
Por la ventana abierta al sol vinieron de alli aba-
jo, cabalgando en el ambiente delgado, azul, los ecos
guturales de una campana. jLas tres!... Augusto se
puso en pie, arrugando en su mano crispada su som-
brero blando.
-Bueno, Joaquin, otro dia hablaremos del asunto.
Morell, medio cortado, sonri6, todavia con la
pluma en los dedos. Al fin se puso tambien en pie -
para acompafiar a su amigo.
-Me vas a perdonar la lata-suplic6-. Figirate
que todavia tengo que ir a una escritura, a notificar-
me en el Juzgado, a cerrar un negocito de hipoteca...
iHijo, y qu6 malo! Uno por ciento mensual, y gra-
cias... Bueno, de lo tuyo... Vamos a hacer una cosa...
iQuieres ir esta nocheal Uni6n Club .?... No; mejor...
Qued6 pensativo un moment.
-Me Ilevas los papeles a casa, y alli hablaremos.
Bajando los peldaffos de mirmol pens6 Augusto
Roman que no habia perdido el dia por complete.
Habia conocido a un hombre de acci6n, tanto mis
de acci6n cuanto menos preocupado. Lo entrevi6 ya
Ministro, Senador, Magistrado...
Dos horas despu6s, afeitado, oloroso a bencina, se
dejaba arrastrar sofioliento en un tranvia, rumbo al
Cerro. Desbordado el carro a quella hora, iba Au-
gusto acufiado contra las tablas por la grasa derra-
mada de una mujerona de senos temblequeantes.
Aquel detalle fitil le hizo verse mis disminuido, mis
pobre, mas d6biI que nunca. Lleg6 a casa de la fami-
lia Villarin oprimido, cortado por las arrugas del
traje, ahora visiblemente acentuadas.
Era una de esas quintas sefioriles, vastas y claras,
que reflejan todavia el carActer llano, indolente de la
antigua sociedad cubana.
Augusto atraves6 el portal, abierta columnata sin
estilo, sobre la cual pesaba un techo de altos muros
con almenas al frente, y lleg6 hasta un alegre corre-
dor de persianas azules y blancas, donde tocaba
Margarita unos studios complicados. Al detener la
misica para saludar a su primo, se escuch6 el rumor
del agua jugando en el pil6n de mArmol alli cerca
en el jardincillo. La mama repasaba un mont6n de
LA CONJURA
lienzo, arrellanada en amplia mecedora. De los em-
parrados del patio volaba una brisa juguetona, enar-
decieido a los canarios. Seres y cosas sofiaban pli-
cidamente en una paz augusia.
-iAl-finse te ve!--grit6 Margarita alegremente-.
Por poco hay que traerfe con la policia.
Augusto, despu6s de"taludar a las dos mujeres,
mir6 a su prima de frente, riendo sin saber por que.
Parecia, por la frescura de su came, suavemente
morena, haber salido del bafio de alli a poco. Tra-
jeada con una blusa clara de verano, surgia su cue-
Ilo de una espuma de encajes, y sus piernas largas,
aristocraticas, movian con gracia una falda de lana
verde obscura. Habia engordado un poquillo. Au-
gusto la encontr6 guapa de veras. Acercindose al
piano, hoje6 con curiosidad el libro de mtisica.
--2Qu6 tocabas?-pregunt6-. No sufres ya la
enfermedad wagngriana?...
-Algunas veces me ataca. Ahi arriba tienes el Ani-
llo... Pero no, ahora eran unos studios de Henzel...
Vamos, ven para. ac a sentarte.
Augusto se dej6 conducir hasta unos sillones de
mimbre, frente a una pverla festoneada de enredade-
ras. Pero de pronto, al considerar Margarita el traje
de la mama, le regai6 carifiosamente:
-Pero hombre, mama, a cuindo esperas para
vestirte? Son ya las cinco y media.
-Que, aguardan visitas?-pregunt6 Roman un
poco inquieto.
-No; es gene de confianza: Luz O'Brien, que
JESOS CASTELLANOS
viene a comer conmigo. Siempre me pregunta por
ti... Tal vez venga tambien Joaquin Morell, que ahora
se aparece a cada rato.
La anciana rog6 a Augusto le excusara y desapa-
reci6 encorvada, andando trabajosamente.
A solas con su prima, el espiritu de Augusto se
aclaraba y desenvolvia como tn pdjaro que batiera
las alas en su ambiente propio. Entre tantos hom-
bres como frecuentaba, era aquella mujercita su
Ainico amige~ Crecida a su lado, hecha a sus conse-
jos en materials literarias, levemente iniciada en sus
filosofias, se encarifiaba en considerarla como obra
suya. Alli eran sus desahogos contra la sociedad,
alli sus terrible paradojas. Hablaron largamente,
descansadamente.
De vez en cuando decia Augusto:
-jEsta chiquilla!... iEsta chiquillal...
De pronto le pregunt6 por sus rosales. dA que no
se habia ocupado de aquel margullo que le formara
1i en uno de los canteros del traspatio?....
-iC6mo! Ven para que lo veas.
Cogi6ndose ligera a su brazo lo llev6 al traves del
comedor frio y centelleante, hasta un vasto parque
en que se ensefioreaba una alameda de mangos de
rojizo follaje. Junto a un cenador cubierto de hojas
estaba el rosal, un hermoso rosal t, todo enflorecido.
-iPrecioso!-declar6 el medico-. Ahora com-
prendo el tiempo que faltaba ,de aqui...
-Espera-interrumpi6 ella-, voy a buscarte una
bien fresca.
LA CONJURE
Se la puso at ojal. Augusto, poco hecho a elegan-
cias, sentia cierto malestar delicioso. Por desgracia,
el ojal, aunque parte de una indumentaria bien usa-
da, permanecia ain cerrado, como si para 61 no cre-
ciesen rosas en el mundo. Hubo que violentar Ios
hilos con.un alfiler. Augusto veia muy cerca de sus
ojos un mar de bucles castafios, y un charloteo ale-
gre cercaba su cabeza como un oleaje rumoroso...
Cuando subieron estaba ya de vuelta de la Secre-
taria el Sr. Villarin. Sin afectar recuerdo del inciden-
te pasado, y segin promesi hecha por ambos a Mar-
garita, se saludaron tio y sobrino. En la sala, conver-
sando con la sefiora, esperaba Joaquin Morell, muy
elegant, con su traje de montar. Salud6 a la joven
con la mano enguantada, sosteniendo en la otra una
fusta ligera.
Don Pr6spero volvia fatigado. Habia sido un dia
terrible; un plan 4e arbitrios indirectos, en que se
habla empefiado el Gobierno, le consumia ahora
todas las horas de la tarde. La mafiana la dedicaba a
recibir comisiones de industriales y comerciantes.
Era una cuesti6n Ardua.. iOh, por desgracia este
pais, que no entiende de finanzas, no podria nunca
comprender la magnitude de su obra!... Solamente
para estudiar los dos sistemas universales, el austra-
liano y el polaco, sin al cabo decidirse por ninguno,
se habia invertido mis de un mes. Pero la obra se
haria. Lastima que hubiera quienes se empefiasen en
obstaculizar el vasto plan con el pretexto de que se
arruinaba al pueblo. iOh, esa prensa asquerosa!...
JESUS CASTELLANOS
Augusto, sentado junto a 61, le miraba asombrado;
mientras el Ministro, satisfecho de su discurso y de
su misi6n transcendental, se daba palmaditas carifio-
sas en el abd6men solemne.
-Y td, Augusto, Zque te haces ahora?-pregunt6
por decir algo-. Y ese libro, ic6mo va?...
Roman no habria querido hablar alli de sus traba-
jos cientificos. Pero Margarita se le adelant6.
-Ah, papa, muy bien. Ya tiene en prensa su Filo-
sofia Midica. Pronto lo verin ustedes con una bi-
blioteca propia...
El senior de Villarin qued6 un moment reflexive.
Luego como si la palabra sola hubiera quedado inex-
presiva en su cerebro, dijo con tristeza afectada:
-A prop6sito de biblioteca... ZNo saben ustedes.
lo que me ha hecho en la mia el iltimo aguacero?
iUna atrocidad!... Parece que una rendija... Todo el
Larrouse, todo el Diccionaire Economique, perdidos!
-Es Ulstima-repuso la muchacha-. Pero yo
salve mi pequefio estate. No s6 lo que hubiera pa-
sado de perder mis libros... JTe acuerdas, Augusto,
de aquella edici6n de Merim6e en papel de seda?...
Ahi la tengo guardadita.
El m6dico la did las gracias, enternecido por el
recuerdo.
-Para mi-resumi6 Morell, despu6s de una tose-
cilla bien entonada -, mi biblioteca es parte de mf
mismo. Toda de Derecho, por supuesto... Ustedes
me conocen bien. En estos dias acabo de adquirir el
Moscoso y el Alcubilla... Cuarenta tomos!...
LA CONJURA
De pronto cambi6 D. Pr6spero de tema, y lla-
mindole hacia si con un ademAn, dijo a su sobrino
sin mirarle:
-Oye una cosa; Nque te pareceria un puesto de
superintendent de inspectors sanitarios? Doscien-
tos cincuenta dollars... Gastos pagados cuando haya
fiebre amarilla...
Roman sinti6 un pesar sincere al oir hablar asi
a su tfo. No podrian arreglarse jams, por la abso-
luta falta de comunidad entire los ideales de ambos.
Harto debia saber D. Pr6spero Villarin que los sue-
fios de su sobrino, muy modestos desde un punto de
vista burocritico, tendian hacia uno de esos refugios
de sabios que tan habilmente saben inventar los Go-
biernos discretos; un laboratorio, una comisi6n per-
petua, un campo de experimentaci6n, uno de esos
rincones de la n6mina lujosa, donde encuentran co-
mdn asilo las necesidides prActicas y el ansia de es-
tudio... Y por eso mismo, extendia ante sus ojos
avidos el panorama de un cargo administrative, en-
gorroso, admirable para realizar las ilusiones de un
honorable tenedor de libros...
-Es much tio-murmur6.-No pido tanto.
-Bueno-le interrumpi6 el senior Villarin-; deja
eso por mi cuenta. Es un puesto que te conviene
much; te hace entrar en trato con senadores, repre-
sentantes extranjeros... iOh, y de much prestigiol..-
Si te cogen unas elecciones verAs lo que vale tener
doscientos hombres bajo tu mando...
Augusto Roman permanecia callado. En el fondo
jESCYS CASTELLANOS
sentia invadido el coraz6n por una ola de enterne-
cimiento ante los esfuerzos de aquel pobre hombre
que queria hacersele simpatico, sacarle de apuros,
borrar totalmente el recuerdo de una violencia que
acaso le perturb6 el suefio algunos dias. Casi estaba
por responder afirmativamente, matando sus suefios
de una vida arm6nica consigo mismo, y consintiendo
en salirse de su pista, en paralizar sus estudios...
Pero la propia locuacidad del Ministro lo enardeci6;
aquello de los senadoreS, la influencia political, el
prestigio del puesto... iOh, qu6 asco!...
Don Pr6spero se detuvo esperando su respuesta.
Despu6s, observando su expresi6n de disgusto, que-
d6 estupefacto. Para cerciorarse de que no vefa fan-
tasmas, se cal6 los lentes de oro.
-Vamos, Zque dices por fin?... Te advierto que
hay muchos antojados...
-Mire usted, tio-suplic6 Augusto.
--Es decir, que no aceptas?... eTendremos que
hacerte una Secretaria de Sanidad y Hospitales?...
-Perdone usted, tio..., no hablemos mis de eso.
Y profundamente apenado todavia afiadi6, frente
al gesto pasmado de Villarin:
-Yo le quieroausted lo mismo de todas maneras...
Junto al alf6izar de una ventana abierta al hilito
lozano del jardin, hablaban Margarita y Joaquin Mo-
rell. El joven m6dico, levantindose, fue hacia ellos
para despedirse.
-iOh, no le ataj6 su prima -; tf comes con
nosotros! iNo hay pretextos!...
LA CONJURA
D. Pr6spero, mis calmado, intervino.
-Desde luego... Ti me conoces: el Secretario a
un lado y el hombre a otro.
La anciana seflora de Villarin apoyaba con una
sonrisa de bondad. Pero Augusto Roman se excuse
a causa del traje.
-' He venido como estaba trabajando-decia con
agravio de la verdad.-VoIverE esta misma semana.
-iAh!-salt6 Margarita, sefialando a la puerta.-
Ahora si que no te puedes ir. Ahi esta Luz O'Brien.
Era una muchacha alta, seca, clarucha, de adema-
nes resueltos, una boca pequefa reia en su rostro
como finico asilo de la gracia, dejando ver una nota
de brillo en su rostro mate. Venia sola. Usaba unos
impertinentes manejados con cierta elegancia.
En cuanto vislumbr6 a Augusto Roman su cara se
alegr6, y fue para 61 su primer saludo.
--Oh, mi querido doctor; caro se vende usted!
Augusto, que habia tornado el sombrero hacfa
rato, se inclin6 cortesmente, un poco contrariado
por aquel detalle que dilataba su estancia.
-No sabe usted, sefiorita, cuinto deseaba verla.
Por desgracia Ilega usted cuando ya me iba...
Comprendi6 que habiadicho una torpeza.
-Pero kqr usted-tuvo que agregar-, tendre el
gusto de permanecer un ratito mis.
Luz O'Brien sonri6 agradecida. Despu6s reparti6
unos cuantos apretones de manos.
--eQu6 hay, Margot?... Hola, mi querido D. Pr6s-
pero... Joaquin... Sefiora...
JESOS CASTBLLANOS
Compusieron un pequefio grupo las dos mucha-
chas y Augusto, mientras Joaquin se libraba con don
Pr6spero a cuestiones transcendentales.
La semi-inglesa observaba al medico con cierto
aire de curiosidad impertinente. Conocia un poco
de cada cosa, y de todo hablaba con algo de incon-
gruencia. Conversaron de viajes. Habian estado en
el mismo pueblecito de Italia. Acab6 Augusto por
sentir cierto malestar ante la Iluvia de preguntas de
aquella extrafia mujer. Aprovech6 una ocasi6n favo-
rable y torn6 a despedirse.
Margarita le retuvo la mano para decirle:
-Te dejo ir, pero'vuelves antes del sibado.
SLe acompafiaron hasta la puerta. Luz O'Brien le
rog6 la visitara; su papi, libre de ocupaciones, desde
las tres, tendria un placer en verle...
Mientras cambiaba las filtimas frases con las dos
j6venes, junto a la baranda del portal, pudo escu-
char algo que, tomindole del brazo, decia Villarin
a su amigo, junto a la puerta:
-... Y luego dirin que no lo protejo... Que lo
tengo tirado por ahi... Porque es to que yo digo, con
la conciencia en la mano...
Subi6 al tranvia con una mezcla extrafia de sen-
saciones en el espiritu. jEs que era buena o mala
la vida que tales contrastes asociaba?... Se dej6 Ilevar
sumido en una dulce oleada de melancolia, sin pen-
sar en nada, subyugado por la paz dorada y plaiii-
dera del creptisculo. Un objeto cualquiera, un poste
erguido sobre la mancha carmesi de unos prados,
LA CONJURA 43
solicit largo tiempo su atenci6n, como si much
tiempo despues hubiesen de estar ligados sus pen-
samientos de ahora y aquella vaga silueta indife-
rente.
Al Ilegar a su casa, se mir6 maquinalmente el
traje: en el ojal temblaba, ya un poco mustia, la rosa
de su prima.- Rpidamente, como guardindola de
una irreverencia, la sepult6 en lo mAs hondo de su
bolsillo...
Era la vispera de las oposiciones. Augusto Ro-
man, de vuelta de algunas visits hechas en el ba-
rrio, como tr ne estimulo a la digesti6n del almuer-
zo, subi6 la escalera-tifnel de su casa para descargar
alli, antes de seguir su viaje, un pequeiio paquetito
de aparatos de reconocimiento que le acompafiara
en su doliente trafico por las alcobas quejumbrosas.
Pensaba hacer una corta visit al doctor Velazco, su
viejo catedritico de Filosofia en el-Instituto, cuyo
era el sarito aquel dia, y a quien en su abandon de
ahora no habia l6 podido olvidar, a causa, tal vez,
de una secret afinidad de sus espiritus.
Cuando llegaba arriba oy6 la voz de Joaquin
Morell. Apenado, sin duda, por su despego hacia su
amigo en aquella ocasi6n de la consult, cien veces
interrumpida, habiase esforzado el joven leguyelo en
servirle; y con ese motive sus visits al apartamento
escondido del medico, hubieron de menudear nota-
blemente, Ilegindose, por fortune, a feliz t&rmino en
el problema legal de las oposiciones.
-Te hacia estudiando cuando llegu-grit6 desde
LA CONJURA
su puesto Morell. Se necesita ser bohemio para
abandonarse asi en el moment critic.
Se hallaba sentado en la sala, frente a Antonia,
que, envuelta en amplia kimona y con una gran rosa
negra sembrada entire los cabellos, descansaba indo-
lente en un inmenso sill6n de mimbres. Augusto ex-
plic6 sus intencjones de recesar aquel dia el studio
para poder serenar el cerebro, fatigado por tantas
noches de vigilia. Su voz cansada y el cerco azuloso
de sus ojos, denunciaban, en efecto, una sobrecarga
muy grande de preocupaciones.
-Pues bien dijo el abogado--, lo que venia a
decirte es que te apretaras much los calzones: pa-
rece que en el claustro estin de ufias con tu tio por
no se que credit que no ha querido aprobarles...
Necedades; pero, en fin, te creen partidario del Go-
bierno, y como ellos, por tener sus puestos seguros
estan casi todos en la minoria, son capaces de cual-
quier atrocidad por darle un disgusto a tu tio.
Augusto escuchaba absorto. Al cabo sonri6 con
incredulidad.
Vamos, chico; ieres demasiado abogado!...
Lo que soy respondi6 el otro es demasia-
do previsor. El gran golpe tuyo hubiera sido obtener
una recomendaci6n del mismo Villarin para el Tri-
bunal; esto hubiera significado una invitaci6n a la
paz; se aprobaba el credito, te calzabas tui la catedra,
y Ipaz Christil... 6Qu6 te decia yo a ti ahora mis-
mo? concluy6 dirigiindose a Antonia, que apoya-
ba con la cabeza.
JESOS CASTELLANOS
La uiltima frase produjo un vago malestar a Au-
gusto por el tuteo de Morell a su querida; record
un instant a la famosa Guapa del Hospital... Pero
los moments no eran para divagar; pens6 en que
todo aquello que contaba su amigo era harto inve-
rosimil. Para matar el tema, que en todo caso le era
penoso, dijo:
Bueno; lo que fuere, seri. Puede ser que con-
tra el otro haya tambien alguna tirria politica... Va-
mos, vente conmigo; me acompafias a casa del viejo
Velazco...
Tfi haz !o que quieras-resumi6 Joaquin levan-
tdndose.
Si -dijo Guapa cruzando la pierna y mirando
furiosa hacia el balc6n -, y nosotros reventaremos
de hambre... y de imbecilidad.
Augusto la mir6 compasivamente. Luego observ6
a su amigo, que sonreia haciendo un guiflo indefi-
nible. Acercindose a Antonia, puso su boca junto a
la oreja rosada, perdida entire los rizos.
iNo me des escandalos! suplic6 -. Te ruego
me esperes tres dias para disputar, si quieres... Mira
que te conviene tenerme con la cabeza tranquila.
Antonia, persistiendo en su aire malhumorado,
contest con un movimiento de hombros. Los dos
amigos salieron, no sin que dofia Concha detuviese
al medico para pedirle unas pesetas y hablarle de
menesteres dom6sticos.
-iAy, Joaquin!-suspir6 Angusto, ya en la calle.
Esto tiene que acabar... iSi no tuviera uno coraz6n!...
LA CONJURA
... Vivia el viejo Velazco en la misma calle que su
discipulo. Despidiendose de Joaquin Morell toc6
con los nudillos, que otro medio mecinico no exis-
tia en aquella puertecita de cuarteada pintura, ante
el umbral de una casa estrecha, de antiquisimo estilo,
un tanto desnivelada de una a otra medianeria, mala-
mente respirando por los finicos huecos de una ven-
tana y un postigo, a veces entornado, de la puerta.
Oy6 el ruido de una cadena de seguridad detris de
las maderas, y no pudo menos de sonreir; la familiar
del doctor se permitia el lujo de temerles a los ladro-
nes... Fue un chiquillo, con toda la barriga desnuda
y Ilena de manchas, quien le abriera; desde la se-
gunda pieza, un perro sin rabo le ladr6. Despues
compareci6 una joven de cansadas facciones con
otro chico en los brazos, y a lo lejos asom6 la ca-
beza gorda y vacilante de una vieja. Al fin surgi6,
con un trotecillo rdpido, deteni6ndose para toser, el
viejo Velazco, enfundado en un amplio levit6n ver-
doso; dos ojos negrisimos, donde se perpetu6 la ju-
ventud, le relucian entire un circulo de barbas y ca-
bellos blancos.
Qui6n... Romin?... iAh, ven para acA, tunanc
te!... Aqui, aqui en estos sillones, debe haber mds
luz... iVamos, chucho, para adentro!...
Augusto tuvo que vacilar entire dos mecedoras,
porque la primera tembl6 con aullido alarmante al
sentir su peso. Aunque conociera de viejo aquel es-
cenario triste, y supiera lo dificil de la vida de Ve-
lazco, obligado a sostener mujer y hermana, amen
JESOS CASTELLANOS
de la hija, mal casada, y los nietos, y de otros parien-
tes auxiliados en su miseria lejana. Roman no pudo
menos de pasear la mirada indiscreta por la c6mo-
da, en que descansaba el reloj, detenido hacia afios
bajo su fanal; el sofi, de retorcidos brazes, que fuera
macizo si de el no diera buena cuenta el comejin; la
limpara de lira, el espejo de medall6n picado de vi-
ruelas; el cTadro sombrio del fondo, donde un terri-
ble naufragio se desarrollaba sobre olas de mu-
cilago...
El joven le express su intenci6n de no dejar pa-
sar el dia sin venir a expresarle sus votos sinceros de
salud y pesetas.
/El dia? dijo el viejo con extrafieza; y des-
pubs, sonriendo ante una idea nueva y agradable,
afiadi6:
iAh, si, San Pascual!... Pues chico, si no me lo
dices tiW, pasa por debajo de la mesa... Espera, que
voy a hacer que te traigan un poco de lager...
iDe ninguna manera!...
Pero no hubo remedio; Velazco se sumergi6 en
la sombra del interior, y despues de una breve au-
sencia, volvi6 con el rostro iluminado.
Eres un buen muchacho dijo sentindose.
Hubo una pausa, en que aspir6 un polvo de rape,
y sigui6:
Lo siento por ti, porque no haras carrera nun-
ca... Te pesa much la vergiienza para que puedas
caminar aprisa...
Pues ya ve usted contest Angusto -, tpds-
LA CONJURA
via tengo fuerzas para luchar. Mafiana empezare las
oposiciones para una citedra.
El anciano abri6 los ojos estupefacto. Insisti6 tan
s61o:
jTii?
Yo mismo. La auxiliatura de Biologia; la que
tenia el viejo Ruani.
Velazco habia pasado del asombro a la indigna-
ci6n. Se habia puesto en pie, y agitando las manos
flacas gritaba:
Indudablemente te has vuelto loco... Es decir,
que todo a lo que aspiras es a ser un miserable Pas-
cual Velazco, vestido de verde, peleando con el Direc-
tor porque no quiere asistir a las recepciones oficia-
les en clase de candelabro, relegado a la peor aula
del edificio, perseguido por elObispado por sus doc-
trinas en clase, bombardeado cada mafana por las
pelotillas de papel de 'los chicos, desconocido por
los politicos, que van saludando a todo el mundo a
derecha e izquierda... En fin, ihasta para ahorcarse
hay candidaturas!...
Sin embargo apunt6 Augusto -, todo esta
en tratar de acomodarse...
Si replic6 el viejo -, como si fuera tan facil
eso de acomodarse... Te sobran muchas cosas para
ello, y ed6nde vas a meter todo eso que Ilevas den-
tro, y que se te sale a despecho de tu estomago?...
Pero supongamos que llegas a adaptarte; siempre
seris, frente a tus contemporaneos de juegos y de
aulas, un improvisado, uno que Ileva el papel apren-
JESOS CASTELLANOS
dido de memorial; el otro podri vencerte ficilmente
con el libre juego de sus facultades mediocres... Es-
tis en malas condiciones para la lucha. Y la culpa la
tengo yo, yo que te ensefii a estudiar y a observar...
iQu6 crimen!...
Augusto Romin lo escuchaba a medias convenci-
do. Del fondo de la casa emergia un vaho de fritu-
ras; Velazco continuaba con la marafia de pelos pla-
teados en desorden.
iClaro, como si lo viera!... Has querido formarte
una posici6n independiente, propia para el estu-
dio, ajena a la influencia political, haciendote catedri-
tico... Pero, desgraciado,
ciedad es impossible hacer otra cosa que trabajar rui-
dosamente, comer, dormir y ayuntarse con la parien-
ta?... En esa misma citedra te aislarias y acaso aca-
baras por caer en una celada que te despojase de
ella si no cumplieras esa series de pequefios deberes
cortesanos que a ti te parecen un mundo, y que para
los demis son encantadores. Aviado andarias si te
dedicaras por modo exclusive a la ciencia. La cien-
cia, el arte, la investigaci6n desinteresada...; he aquf
lo que nuestra sociedad no consiente. Ese que no
trabaja de una manera material, visible, cotizable en
nimeros; ese que profesa ideas libres sobre la fami-
lia, la sociedad, el Estado, ese tiene que ser un vago,
un mal bicho. Por lo menos, no es un hombre serio;
en todo caso, un sofiador sin formalidad alguna... Y
como el interns de los mis estA en sostener esos va-
lores morales, iay del que se obstina en persistir bo-
LA CONJURA
gando contra la corriente!... Todo este grupo de ne-
cios y de frios componen ticitamente una poderosa
conjuraci6n, un trust, si quieres Uamarlo con un
nombre a la moda... Mira a tu alrededor, consider
esta cueva, y td me dirAs lo que se obtiene cuando
se pretend desdefiar y desobedecer a ese trust!...
De pronto interrumpi6 su discurso por la apari-
ci6n de una negrita de cromo, reluciente y vestida
de listas azules, que trafa dos copas de cerveza en
una bandeja plateada. Aquella figurita alegr6 los
pensamientos de Augusto y le did Animos para refu-
tar, aprovechando que el viejo hundia los desalifia-
dos mostachos en la espuma color perla.
En casi todo estamos de acuerdo, doctor, pero
permitame que desconfie de que sea tan radical esa
tendencia colectiva. De sus razones se desprende
que la sociedad ahoga a sus productores, a los ini-
cos que por su mayor' perspicacia y cultural pueden
abrirle el camino hacia el porvenir, y que en cam-
bio, glorifica la esterilidad, asegurando la vida al
mediocre y al egoista... Esto va contra el instinto de
conservaci6n, innato en la sociedad como en el in-
dividuo...
iPues ahi tienes el milagro realizado!... Nuestra
sociedad, como la Francia de aquel jacobino que
pedia la cabeza de Lavoisier, ,no necesita sabios,.
El mercantilismo la ha impedido ver mis alli del
present. Lo que quiere es que se la respete y se la
adule. Y el que se subleva tiene encima todo el peso
de esta conjura feroz...
JESUS CASTELLANOS
Y bien interrumpi6 Augusto ya apurado-;
equi6n ha dicho que haya de estarse en pro o en
contra de ese trust?... No pienso desafiarlo; proyecto
simplemente escribir libros que no serin libelos;
quiero s61o aislarme del medio, vivir con el alma
lejos, no ser aqui mis que una apariencia de mi mis-
me, un buen senior que cobra sueldo, y..,
Ya, ya-ataj6 Velazco blandiendo la copa en la
mano gesticulante-; te crees fuerte para lo que hay
de mis dificil. Para las luchas con el mundo, son
pigmeos los sabios. En primer lugar, nada conozco
para hacernos d6biles y vacilantes como el much
saber; mientras mis estudiamos mis nos vemos so-
licitados por ideas nuevas que nos detienen en nues-
tra marcha... La ignorancia en cambio, icuAnto im-
petu y que recta direcci6n nos otorga!... Ademis,
supongamos que pqseemos dotes bastantes de habi-
lidad o cinismo para fingirnos d6ciles; detalles me-
nudos de nuestro excepticismo vendrin a traicionar-
nos; sonreiremos cuando no debemos sonreir; deja-
remos pasar un redma ilustre sin depositar nuestra
tarjeta a la puerta; seriamos capaces de hablar natu-
ralmente y sin enfasis...
--Sin enfasis?
-iOh, amigo Augusto!; tf no puedes sospechar
los milagros que en estas latitudes hace el enfasis...
Dices una tonterfa con simpleza, y todo queda asi...
Pero la dices con 6nfasis, haces tu juego de voz, de
actitud, de manos; y la tonteria se transform en sen-
tencia solemne. Tu interlocutor es ahora tu auditor.
LA CONJURA
Y si las has intercalado en un meeting, entonces el
efecto es prodigioso... El enfasis ha valido much en
todos los tiempos, pero desde el advenimiento del
sufragio universal su importancia ha subido de pun-
to. Antes cabia el recurso de hacer valer el esprit
ante los reales oldos, que al menos sabian de dis-
creteos refinados; hoy lo esencial es hablar recio, vi-
vir en quinto acto de melodrama; diriase que el pue-
blo, sordo de nacimiento, neccsita que su misica
favorite sea ejecutada por banda... No hay para
que citar las brillantes carreras hechas por el divino
barniz del enfasis, y no s6lo en la politica, sino
tambien en la medicine, en el sacerdocio, en la mi-
licia...
Augusto se sentia aplastado. Todo aquello que se
revolvia a veces en sus adentros, sin definirse en una
confesi6n, aparecia determinado con terrible crude-
za en los labios temjbnes de aquel vencido. El hili-
to denso de la cocina inundaba la casa entera; y aso-
ciando las frases oidas con el aroma asfixiante, se
sentia desp6ticamente Ilamado a la realidad. Tom6
el sombrero para irse...
--Y en resumen?-pregunt6.
-En resume, que son aqui terminos incompati-
bles
precise renunciar; o sabio con los codos rotos o el
odio social encima, o rico farsante, buen cat61ico y
disciplinado conservador. Nada mds peligroso que
el tratar de conciliar incompatibilidades; lo menos
que te podria pasar es que, a lo mejor, Te encontra-
JESIS CASTELLANOS
ses retrasado en el movimiento cientifico... 1Y ciln
doloroso es esto!...
-Biueno-replic6 Augusto con altivez-. Tengo
una gran confianza en mi ambici6n... iAdi6s!
El viejo le acompafi6 hasta la puerta. De pronto,
recordando algo, dijo:
-Hombre; lo que mis present tenia. Me han pe-
dido un medico joven para el campo. Si alguno de
tus compafieros... Por ahi acaban muchos poster-
gados.
-Oracias-doctor-repuso Augusto-. Por ahora
me quedan fuerzas.
La puerta se cerr6 tras si. Adentro ladr6 el perro.
Muy de mafiana era cuando comenzaron al dia si-
guiente las oposiciones. Augusto tuvo una singular
impresi6n feliz con lo risueno del paisaje que le re-
cibia alld en las alturas de la Universidad. Las case-
tas de los laboratories hundian los cimientos de una
alfombra de cesped mojado, de luciente esmalte;
abajo, la ciudad se desperezaba todavia entire su col-
ch6n de brumas, tiznando el cielo de turquesa con
el vaho de algunas chimeneas; en lo alto de la esca-
linata de piedra jugaban algunos estudiantes con el
frescor de la mafiana en las mejillas sonrosadas; de
los Alamos j6venes Ilovian lIgrimas diamantinas.
El coopositor de Augusto era un senior de venera-
ble aspect, caracterizado por un gesto maniatico de
la boca, que le torcia de vez en cuando una guia del
bigote amarillento, y prestigiado por unos espejue-
los solemnes, vastos, redondos, armados en gruesas
LA CONJURA
lines de oro. Se Ilamaba Romero; habia servido la
catedra durante la interinatura a que diera lugar la
muerte de Ruani y parecia gozar de gran intimidad
con los miembros del tribunal. Exento del primer
ejercicio, por sus antecedentes ya dichos de interi-
no, se conform aquel dia a escuchar el informed de
Augusto Roman, haciendo vivos ademanes a cada
pirrafo y buscando en apoyo de sus reserves menta-
les el concurso de alguna mirada amiga. Los sefio-
res del tribunal, graves, casi augustos, entire los plie-
gues sombrios de la toga, escuchaban sin pestaiiear.
El joven ley6 su program de la asignatura: los nom-
bres de. Lamarck, Treviranus, Bichat, Augusto Com-
te, sonaban extrafios en el vacio recinto y volaban
sobre los bancos ocupados por dos o tres alumnos
aburridos, hasta impresionar los huecos oidos de
los esqueletos cuadrados dentro de sus garitas de
vidrio.
Una escena poco diferente se desarroll6 aquella
tarde y los dos dias posteriores. Ciertos ejercicios
imponian un encierro previo, con o sin libros. Ya
juntos los dos adversaries intimos, hablaban un mo-
mento de la temperature o del incremento de la fie-
bre amarilla, usando de una exagerada cortesia en
cada'frase banal. Luego escribian sin respirar, me-
ditaban u hojeaban furiosamente las paginas de un
libro. Del otro lado de los cristales pasaban siluetas
fugaces: algunos muchachos se detenian con ojos so-
fiolientos aplastando la nariz contra el vidrio. El co-
opositor de Augusto se sentia a veces presa de una
JESUS CASTELLANOS
nerviosa agitaci6n; se propinaba energicos rascuflo-
nes en el pelo, y al cabo de una pausa decia confi-
dencialmente:
-Sin que esto sea una murmuraci6n, mi querido
compafiero... Pero me parece excesivamente corto el
tiempo que nos dan.
Romin contestaba'con un gesto indeciso, con lo
cual el otro, no queriendo aparecer d6bil, rectificaba
majestuoso:
-Despubs de todo, el que sabe dpara qu6 necesi-
ta mis tiempo?
En el examen mixto, en que tuvieron los oposito-
res que explicar su escrito contestando a preguntas
de los catedriticos, se vi6 que el buen senior de los
lentes de oro perdia terreno. Pero no fue mis que
breves moments: a cambio de lo que omitia o de
aquello en que pasaba como sobre ascuas, habia que
oirle en los temas en que se adivinaba la lectura re-
ciente. Aquel caballero debi6 haber derivado-
iquien sabe si hubiera sido su fortuna!-hacia la po-
litica o la poesia lirica...
Augusto Romin cumpli6 sobria y macizamente su
lecci6n. A un extreme de la fila negra, uno de los
miembros del Tribunal, el Dr. Gutierrez, un viejeci-
Ilo vivo, de tefiidos cabellos, le expresaba su simpa-
tia admirativa con energicos golpes de cabeza.
Despues de los ejercicios salian juntos profesores
y examinados. El viejecillo seco, cuya simpatia adi-
vinara, se adelantaba solo caminando muy aprisa
delante del grupo. Los demrs le tenian por un des-
LA CONJURA
equilibrado, muy estudioso, eso si, y absolutamente
integro en los examenes. El president de los jura-
dos, tipo de sabio modern, pulcro y correcto en su
empaque negro, tom6 del brazo a Augusto RomAn
para decirle:
-Conoci a su mami muy joven... Engracia Villa-
rin; una de las mujeres mis hermosas de su tiem-
po... Pregtntele usted a D. Pr6spero, su tio...
El sol de aquella mariana fu6 para Augusto mis
dorado y mis fino. Una nubecita clara, acompafian-
dole en la limpidez del cielo a lo largo de su viaje
de vuelta, parecia sonreirle. Sin embargo...
El otro dia, filtimo de los ejercicios reglamenta-
rios, amaneci6 lloviznoso. El tranvia resbalaba sobre
unos rieles brillantes de humedad; echados los cris-
tales, habia en la atm6sfera algo de opaco y pegajoso.
Subi6 Augusto la escalinata bajo el velo tenue de un
polvo de agua. Iba a ehtrar en el saloncillo de espe-
ra que hay en lo alto, pero se detuvo fuera por una
vaga sensaci6n de pudor, al escuchar la voz de uno
de sus catedriticos. Dos de los principles miembros
del Tribunal esperaban alli a que pasase la llovizna.
Y he aqui que, sin querer, haciendo involuntaria-
mente, bajo su paraguas, de espia de su propia cau-
sa, oy6... iy mis le valiera no haber oido!
-Usted me dirA lo que quiera, amigo mio, mur-
muraba la voz mis bronca; pero me parece que algo
debe pesar la respetabilidad del claustro... Entre un
viejo y un joven, entire un hombre cuyp aspect ve-
nerable le haria siempre representar dignamente a la
JESOS CASTELLANOS
Universidad y un joven que, seri lo que usted quie-
ra, pero que no puede tener prictica alguna cienti-
fica, y que, por lo demis, anda con los codos zur-
cidos...
-Sin embargo, amigo mio, qu6 explicaci6n po-
dria dirsele al Dr. Gutierrez? Ya sabe usted c6mo
presume de puritano...
Augusto evoc6 con carifio la figure desmedrada
del viejo catedritico.
-Bueno-replic6 la primera voz-; sera una opi-,
ni6n; peor para 61 si no se convince. Sobre todo,
cuando piense que at declarar la incompetencia de
ese pobre Romero, que ya ha servido la cAtedra,
quedari declarada tambien la incapacidad de nos-
otros mismos, que lo propusimos... Por iltimo: qu -
me dice usted de lo que el nombramiento de ese jo-
ven podria representar, como una claudicaci6n ante
Villarin, ese miserable que acaba de ofendernos?..
iHombre, me irrita la vacilaci6n de usted...!
-Calle usted, tal vez podremos ponernosde acuer-
do... iEso de Villarin!...
Augusto, livido de rabia, no quiso escuchar mis;
co-nteniendose para no saltar al cuello de aquellos
farsantes, se ech6 a un lado y comenz6 a andar a
grandes zancadas... Despues fueron apareciendo los
otros personajes de la escena, todos encapotados y
cuidando de no enlodarse los pies. Augusto mir6 de
lejos al doctor Gutierrez, rigido y triste, d6bil sim-
bolo en aquel moment de su filtima esperanza.
Era el ejercicio oral. Puesta sobre el tapete la doc-
LA CONJURA
trina basica cellular y las diferencias esenciales entire
el monismo que de ella se derivara y el antiguo dog-
ma dualista de fuerza y material, Augusto pudo ven-
cer la turbaci6n con que entrase a la sala y hablar
firme y reposadamente, bosquejando con m6todo
sobrio los caracteres del clasicismo y el positivismo.
Era una cuesti6n clara y susceptible de concisi6n:
Roman demarc6 el carActer de ambos sistemas con
perfect nitidez, como lo hubiera hecho ante los ce-
rebros frescps de los alumnos. En veinte minutes
pudo decirse que su lecci6n estaba terminada. Pero
he aqui que, respondiendo a una observaci6n del
doctor Gutierrez,hubo entire ellos un punto de diver-
gencia respect a las relaciones materials y dinAmi-
cas del individuo con el medio ambiente. Uno se
apoy6 en Hackel; el otro en Claudio Bernard. Au-
gusto Roman, enardecida al encontrar una oposi-
ci6n seria, trajo nueva citas y arguments alemanes
modernisimos; el viejo, tocado en su vanidad, los.
rechaz6 por ap6crifos... Y pronto perdieron los es-
tribos los dos exaltados, hablando a la vez, cada uno
desde su sitio, rojos como tomates...
Varios minutes dur6 el debate, hasta que el presi-
dente, estirAndose desde su asiento, asi6 de la toga
a Guti&rrez para acabar la escena. Este, obedeciendo,
se content con refunfufiar:
-Bien; usted'no sabe de esto una palabra...
El president, dirigi6ndose a Romin, pregunt6:
-aHa terminado usted su informed?
60 JESOS CASTELLANOS
Augusto, atontado, no sabiendo ya qu6 decir, res-
pondi6:
-Sf, senior; he terminado.
Tres dias despu6s se proclamaba catedratico auxi-
liar del grupo de Biologia a D. Valentin Romero. A
D. Augusto RomAn le fueron aprobados sus ejerci-
cios... Se explic6 despues que legalmente no hubiera
sido possible dar la cAtedra a este tiltimo, porque en
su ejercicio oral no consumi6 los sesenta minutes de
rigor, que su adversario colm6 en cambio con su
habitual elocuencia...
Trabajaba aquel dia al amor de la limpara de su
gabinetito, en el atardecer de un dia caluroso. Si el
desastre de las oposiciones habia producido en 61
un hondo efecto de desencanto, gloriosa aurora de
resurrecci6n fue para su alma la salida, meses des-
pues, de su primer libro, hijo mis querido que lo
fueron los de came, que algin dia sofi6 tener, pues
que 6ste iba todo hecdro de su exclusive medula y
sangre, recordindole'en cada pigina una noche de
desesperanza, una hora de triunfo, un afio de inves-
tigaciones sedientas.
Antonia, su querida, le perdon6 por la sensaci6n
que ahora producia en las gentes aquel volume
extraio y clarividente de Filosofia M~dica, la inmen-
sa insensatez de las oposiciones, en que no quiso
afianzarse, como ella le aconsejara, sobre recomen-
daci6n eficaz de su tio el Secretario. No alcanzaba
ella, ni a medias ni a cuartas, qu6 pudiera haber de-
tris de aquel titulo enigmitico, compuesto de dos
cosas que hasta entonces no crey6 asociables, como
JES(JS CASTELLANOS
no fuera en un sentido practice y professional, para
el cual no admitia que estuviese su marido autoriza-
do a dar lecciones. Sea lo que fuere, el caso es que
la Prensa vaci6 en sus Bibliografias el costal de los
adjetivos a prop6sito de la obra del -profundo psi-
c61ogo cubano-. Muy active debi6 ser en aquellos
dias el trajin de los Diccionarios enciclop6dicos en
las redacciones, porque entire las clausulas ardorosas
e hinchadas de la mayor parte de los juicios critics,
apareci6 majestuosa y sin concerto toda una termi-
nologia cientifica que Larrouse y Salva tuvieron a
bien poner en letra cursiva. Antonia, sin obtener
nada en limpio, qued6 un poco fatigada de estas
lectures, coligiendo por lo menos que todo aquello
significa importancia y cambio de fortune para su
hombre. Augusto sonreia con gesto ben6volo, un
poco triste, pensando quizA en lo incomprendido, en
lo in(til de su esfuerzo...
En compensaci6n, una cartita sencilla, Ilena de
alegria infantile, de Margarita Villarin, le habia con-
fortado, como un baiho de sol, el espiritu. Aqu6lla
no leeria seguramente su obra; pero nadie tampoco
podia regocijarse con tanto desinteras y entusiasmo
al verle Ilegar a una cdspide tanto tiempo anhelada.
Otra misiva elegant, puesta en papel heliotropo, de
mareante perfume ingles, le llen6 en cambio de tur-
baci6n: era de Luz O'Brien, la amiga de Margarita.
Se habia leido el libro de cabo a rabo; hablaba de su
tesis con singular preparaci6n. De sus palabras se
escapaba un raro sentimiento admirativo, como Au-
LA CONJURA
gusto no lo habia conocido antes en una mujer. No
obstante, el estilo era femenino, delicadisimo, Ileno
de interrogaciones y puntos. Esperaba que la visita-
ra pronto en su casa. firmaba sin ribrica en una
letra grande, rectilinea.
Se disponia Romin a contestar las cartas, des-
pues de hundirlas en el bolsillo profundo, cuando
sinti6 tras su butaca unos pasos menudos muy co-
nocidos; dos manos frias, carnozuelas, olorosas a
jab6n, se colaron entire su pelo, resbalando por las
orejas hasta la barba. Un escalofrio voluptuoso hor-
migue6 en todos sus nervios.
--No quieres comer, Augusto?-oy6.
Dej6 con pena el cuartito caldeado con sus ensue-
fios. Antonia, envuelta en una bata vaporosa, que,
vistiendola toda la hacia aparecer medio desnuda, y
de donde emergia la cabeza audaz por un pequefio
escote en pico, se le.colg6 del brazo apoyando un
moment sobre su hbmbro el colch6n rizado de sus
bucles. Flotaba en una atm6sfera de esencias fuer-
tes, de esas esencias inconfundibles que a leguas
huelen a vicio. Un lazo azul abria las alas, gallardo,
sobre su cabeza. Ondulante, redonda, toda Ilena de
hoyuelos la care de caracol, estaba realmente pro-
vocativa, demasiado provocative acaso. Augusto,
arrancado briscamente de su vaga meditaci6n senti-
mental, tuvo un instant de fisica repugnancia al
verla resplandecer, insolente y confiada, en todo su
imperio sensual. Benevolo, sin embargo, dej6 ir la
lisonja gruesa y calida que esperaba sonriendo. An-
JESOS CASTELLANOS
tonia le premi6 con un beso.. Salieron para el co-
medor.
--Oh, por Dios, Guapal... eQu es esto?
iQu6 era aquello? NNo lo veia Cl mismo? Bajo el
fulgor de la limpara, con todas sus luces encendi-
das, resplandecia una mesa coquetona, vestida de
blanco, cargada de cristales y loza parpadeantes, en-
florecida con dos grades bouquets de rosas rojas,
alegrada por una double fila de servilletas engarzadas
en cucurucho sobre las copas. Ante los ojos asom-
brados de Augusto, Antonia, satisfecha, explicaba
haciendo mohines que Ilenaban de plieguecitos gra-
ciosos su rostro mofletudo. Era una sorpresa; se
cumplian tres aflos de su matrimonio, y no se iba a
dejar pasar asi la fecha, ahora que venian los bue-
nos tiempos; ya veria Augusto con qu6 rumbo sabia
ella hacer las cosas.
Augusto escuchaba at6nito. iQu6 diablo de mu-
chacha! iDe lo que se habia venido a acordar!... iY
6l, que no quisiera hablar de eso!... Conteniendo un
suspiro y probando a sonreir, se hacia cargo de que
estaba mis atado a aquel cepo que lo que 61 podria
suponer.
Dofia Concha, muy emperifollada con una bata de
moradas flores, donde sonaba a cado paso el almi-
d6n, mostraba, en pie, al otro lado del comedor, el
palido rostro iluminado. De pronto se oyeron pa-
sos en la escalera. Antonia corri6 al boquete:
Son Manuel y Estrella anunci6.
Era, en efecto, su hermano Manuel, el buen mozo,
LA CONJURA
que se presentaba acompafiado de una muchacha de
aire descarado, fina y de tipo muy moreno. Er;n los
invitados de Guapa. Manuel coloc6 su sombrero
en un rinc6n, junto con un inmenso roten de pelea;
en la boca mostraba empotrado un puro enorme que
s6lo se quitaba para hablar. Despu6s apareci6 otra
mujer, gruesa como Antonia, y como ella rubia y
con aire bestial; era Carmela, una de sus antiguas
compafieras del Hospital. Antonia la ten.:r lasima
porque habia sido muy desgraciada; cambiaba de
marido como de camisa; pero al romper con cda
uno aparecia siempre un poco delgada... Por fin sur-
gi6 Joaquin Morell; como hombre de buen tono, se
hizo esperar; ntri dob'indose cortesmente entire
las mujeres; despu6s, al examinarlas con detenci6n,
iom6 una actitud de canalla distinguido, y habl6 al
oido de Augusto. *
Este se hallaba demasiado confundido para dar
oido a observaciones moralistas. Callado, esperaba
como un sonimbulo la hora de sentarse a la mesa.
Antonia se coloc6 por fin entire Augusto y su amigo;
despues de 6ste puso a Carmnea, luego a su madre,
mis alli a Manuel, y cerraba el circuit la muchacha
morena con los ojos lameantes por el estimulo de
un par de aperitivos.
La comida empez6 con cierta frialdad. Un negrito
de cara atontada pasaba y repasaba entire la mesa y
la cocina; dofia Concha, poni6ndose en pie a cada
moment le ayudaba en el trasiego de las fuentes. Al
calor del vino tinto fueron, sin embargo, desatindo-
JESC7S CASTELLANOS
se las lenguas. El buen mozo comenz6 un. cuento
verde, que 61 mismo entrecortaba con carcajadas
atronadoras. Estrella, riendo sin oir, miraba con ex-
presi6n de descoco a Joaquin Morell. La joven des-
graciada devoraba en sllencio plato tras plato. Anto-
nia, dorada bajo el resplandor cercano de la limpa-
ra, desbordaba su masa fiesca-sobre la silla, riendo
de todo, gesticulando, pasando al trav6s de la mesa
su brazo desnudo, armado con la negra botella. Au-
gusto, fijo en sus ideas lejanas, llam6 por detras de
su espalda a Joaquin:
Tengo algo urgente que decirte... Luego...
El abogado comprendi6 que luego no podrian tal
vez hablar, segin como amenazaba terminar aquello.
Si no es un secret dijo echindose hacia
atrAs con la boca muy cerca de la nuca cremosa de
Antonia -, mis vale que me lo digas ahora.
Bueno repuso Augusto en voz baja -. Es
para que veas a Mindez Castro, el m6dico, esabes?...
Creo que es tu amigo... Quisiera que le hablaras por
mf. Ti sabes que 61 tiene una Sociedad...
Se fij6 en que le estaban mirando, y call.
Mira dijo -, hablaremos mis tarde.
La reuni6n habia cobrado singular animaci6n.
Carmela, la del Hospital, se habia equivocado al ha-
blar, y su equivocaci6n, que pareci6 un chiste sica-
Ifptico, fu6 acogida con gran escindalo. Ella se de-
fendia, toda roja, y acab6 por arrojar un mendrugo
de pan a Manuel, que baj6 los ojos, satisfecho. An-
touia rela homo una loca, haciendo rechinar la silla.
LA CONJURA
De pronto, advirtiendo la seriedad de Joaquin Mo-
rell, que no hacia ms que mirar apasionadamente a
Estrella, le sacudi6 con energia por un brazo, como
para despertarle:
Y td Zqu6 haces? hombre de Dios, rfete, anda...
Joaquin la mir6 asustado, y al mirarla frente a
frente, -no pudo sustraerse a una honda turbaci6n.
Chispeantes los ojos, la boca hdmeda, agitado el
seno que el cors6 flojo dejaba balancear, era la es-
tampa misma del amor sin frenos... Su pie roz6 un
moment el de Antonia, y un incendio se le fu6 a las
orejas. Mirando de reojo a su amigo, correspondi6
al cabo a la invitaci6n de la hermosa rubia juntando
su copa a la de ella.
-Vaya, a tu salud, muchacha... Y a la de
aqu6l.
Carmela, entretanto, se dedicaba a, Attgusto, ha-
ci.ndofe beber fuerte. Botellas y mis botellas de si-
dra y de vinos blancos y rojos salian de la cocina
entire el asombro del medico, incapaz de coordinar
ciertos problems de economic domestica.
Acab6 la comida por una series frenetica de guara-
chas y puntos criollos. Dofa Concha, ebria, viola-
cea, trat6 de recorder una danza de antiquisimo esti-
lo. Joaquin Morell, enloquecido, sumergi6 su mano
en la sombra para palpar el muslo alto, candente,
inquieto, de Antonia, y 6sta, semienfadada, le con-
test6 con un pellizco cruel. El abogado tuvo que
conformarse, cuando se levant6 la sesi6n, a perderse
con Estrella, la triguefiita, en la penumbra de las ha-
JESOS CASTELLANOS
bitaciones interiores... Luego trataron algunos de em-
borrachar al loro, dormido en su jaula...
Desaparecieron, al fin, mis alli de las doce. To-
davia, no obstane, tuvo Augusto que pasar por una
larga explicaci6n de negocios con que lo entretuvo
Manuel para pedirle al cabo cinco duros. Despues
cay6 en la cnma aturdido, entire el abrazo quemante
de su Guanp, totalmente abandonada al bafio de
voluptuosidad...
A la mafiana siguiente supo, entire las risas de An-
tonia, el origin del dinero con que se hiciera aque-
lla fiesta. Encontrindo!a en el fondo de la gaveta del
centro, la que tenian siempre bajo Have, habia dis-
puesto de la primera partida del editor, la que se
entregara cuando se imprimieron los mil ejempla-
res; qu6 mas simpAtico destino?...
Augusto, en si.encio, volvi6 la cara para secarse
una ligrima. Aquella querida Filosofia Mddica, que-
mada en una torpe orgia casera, se le apareci6 como
un simbolo de la humana existencia, donde eterna-
mente crecen las encinas para dar toda su savia a las
bellotas...
... Por su desgracia, no fue un consuelo ni much
menos la visit que dos dias despu6s le hiciera Joa-
quin Morell. Habia visto, en efecto, a Mendez Cas-
tro, pero sin resultado. El director de El C^isuelo
Familiar, asociaci6n de socorros facultativos y aun
funerarios a domicilio, posefa,_segtn declare al joven
abogado, suficiente ntmero de medicos por ahora.
iSi se tratara de dentistas!>, habfa agregado mani-
LA CONJURA
festando el honor que tendria en contar con un com-
pafiero del prestigio del doctor Romin.
Augusto escuchaba silencioso. Indudablemente
aquella no era toda la verdad; bi6n sabia 1l que en
la Sociedad existia a la saz6n una plaza vacant de
medico.
Mira, Joaquin dijo con firmeza -: td sabes
que a mi no me asustan las cosas,.. De ti para mi..
dime... qu6 es lo que realmente piensa de mi ese
M6ndez Castro?...
Trat6 l-joven de protestar, pero el otro le acorra-
lo.'Al fin habl6 penosamente:
Oye, chico: vives en un pais en que dificil-
mente pods i escapar si sigues como vas. Lo que ha
pasado con Mendez Castro es muy curioso; th sabes
lo que son los viejos... parece que desconfia de tu
medicine; te cree poco prActico. Dice, qtte 61 nunca
ha visto que los fil6sofos den resultado a la cabece-
ra de los enfermos... iEse libro, ese libro te ha hecho
much dafio!... Disp6nsame chico... Td lo has que-
rido saber...
El medico, impasible, fumaba con los ojos entre-
terrados. Escupi6 con calma, y luego dijo.
iQue vamos a hacer!... No escribire mas...
Hubo una pausa larga.
Despues, poniendole una mano sobre la rodilla,
asegur6 Joaquin Morell:
-Espera un poco... Ahora tenemos una gran
combinaci6n political que nos conservari el poder
para rato... Probablemente sera para mi una Subse-
JESiIS CASTELLANOS
cretarfa. Entonces veremos; yo te buscare algo digno
de ti...
Gracias, chico, gracias murmur6 Roman.
Y sin pizca de ironfa afiadi6:
Td irAs mis lejos ain... iOh, de eso estoy tan
seguro!... Ttl serAs Presidente, si quieres...
... Pocos dias despu6s le contaban los peri6dicos
a Augusto c6mo no se habfa equivocado su amigo
en sus calculos optimistas.
Formado el nuevo Gabinete, en el que permane-
cia como legado de la anterior Administraci6n el
honorable D. Pr6spero Villarin, figur6 el nombre
del joven letrado D. Joaquin Morell para una de las
mis prestigiosas Subsecretarias. Los Sres. Villarfn y
Morell discutir on largamente para qu6 ramo tendrfa
mis competencia este fltimo, si para Estado o para
Hacienda; convinose en que las finanzas eran su fuer-
te, y para probarlo cit6 Joaquin, con cierto desdin,
en las reuniones del partido los nombres de Leroy-
Beaulieu, Adam Smith, Smoller...
No pudo verle Augusto para felicitarle hasta que
casualmente se lo encontrara una noche en casa de
Villarin. Recibia la familiar de su tfo a un corto nfl-
mero de amigos, no siendo, como no era aqu6l, dia
official de recibo; un magistrado calvo con su espo-
sa, tres hermanas anemicas, igualmente desairadas,
que habfan comido aquella tarde con Margarita, su
compifiera de colegio; am6n de un joven afeitado,
de lentes al aire, y un general de la gran guerra, que
ostentaba una escuadra mas6nica en la corbata. Una
LA CONJURA
de las hermanas tocaba algo incomprensible al pia-
no; en tanto el joven doblaba las pAginas del libro.
Augusto habia pensado que alli se hablaria segu-.
ramente de su Filosofia Mddica, nota la mas refinada
de actualidad. Entregindose a deshilvanados mon6-
logos, se dijo varias veces lo que habfa de contestar
a los elogios demasiado cAlidos. Asi fue que en su
alma de niio hubo una d6bil sensaci6n de angustia
al verse saludado con carifio por todos y aun inter-
pelado despubs sobre temas diversos, sin que apare-
ciese su libro a colaci6n... Espoleado por esa nece-
sidad fisica que tienen todos los mortales de ser
adulados alguna vez en su vida, insinu6 temas afines
por donde podia Ilegarse a mentar su obra; pero, ini
por esas!...
Al cabo de un rato de charla general se refugi6 en
su prima, su antigua confidence de pequefias mise-
rias; esper6 un cambio de posicionesi obligado por
la despedida del general mas6n, y allf la abord6,
bajo la protecci6n poetica de un inmenso macet6n
sembrado de palmas...
Pero, contra lo que sofi6, tampoco se acordaba
Margarita de su Filosofla Midica. Le habl6 con el
carifio de siempre, rid sus maledicencias contra todo
el orden social, le confi6 sus impresiones sobre el
iltimo garden party.
Pero nada mas: jera incredible! Augusto se pregun-
taba consternado c6mo podia ser aquella la misma
Margarita delicada que tan amorosamente asisti6 a
la gestaci6n de la obra acariciada. Y es que realmen-
JESUS CASTELLANOS
te no era ahora la misma -Margarita, que un tinte de
melancolia agravaba su rostro infantil marcindola
una extrafia expresi6n distraida; en todo caso, era lo
cierto que no desmerecia en gentileza esta Margarita
de la otra, y que la actual lucia encantadora en su toi-
lette lilial, tocada de lazos celestes. Augusto Roman la
perdon6 su inconsciencia, y hablaron largo rato de
novelas amorosas, con saves excursions hacia la
grata y superficial filosofia de sal6n. Se levantaron
despu6s para discurrir por el largo corredor, mien-
tras en el piano sonaba un vals suspirante. En un
gesto demasiado,vivo se ILe cay6 a Margarita un pe-
quefio lazo azul prendido al cabello. Augusto, to-
mindolo del suelo, tuvo un capricho.
-;Me lo das?-replic6.
Ella le mir6 sorprendida.
--Para qu6 lo quieres?
-Para nada... para guardarlo. Anda, ame lo cojo?
Ella se turb6 un poco, y despu6s de mirarlo lar-
gamente con interns, casi con tristeza, dijo:
-iVAmonos para la sala!...
Llegando alli, escucharon ruidos de pasos en la
puerta: era Luz O'Brien, qne entraba con gran escin-
dalo conduciendo a su padre y anunciando c6mica-
mente a Joaquin, que se contenia un poco cortado en
la sombra del portal:
-El excelentisimo senior D. Joaquin Morell, Sub-
secretario de Hacienda.
Augusto, buscando instintivamente la mirada de
su prima, la vislumbr6 desconcertada y toda roja a
LA CONJURA
la aparici6n de su amigo. Joaquin salud6 afectuosa-
mente, recibiendo embriagado la ola de felicitacio-
nes. Al Ilegar junto a Margarita, le dijo muy bajo
alguna broma que la hizo tartamudear, mientras las
tres hermanas flacas la acosaban riendo.
Augusto consideraba todo esto asombrado, cuan-
do se sinti6 bajo el poder de Luz O'Brien. La des-
garbada muchacha le lisonjeaba con entusiasmo por
su libro, la primera obra de orientaci6n tan modern
que ella conociera en espafol. El m6dico sabore6 el
elogio como un rico bomb6n, y repentinamente ale-
gre, se le pasaban por el cuerpo ganas brutales de
envolver en un abrazo a aquel diab6lico marimacho,
tinico que le comprendia. Hablaron con calor de
Cambridge, de la Sorbona... Realmente habia algo
de simpitico, de simpAticamente masculine, en aque-
Ila semi-inglesa estirada, cuya cabeza phrecia tallada
en ambar.
Pero, al languidecer el tema, volvi6 la mirada en
torno y adivin6 en un intimo aparte a su prima con
Joaquin Morell. Pidi6 explicaciones a su amiga.
-Pero, hombre de Dios!-contest6 Luz riendo-;
8de d6nde sale usted? ZNo sabe que son novios
desde hace una semana? No es todavia official, pero
de todas maneras es un hecho...
-Desde que hicieron a Joaquin Subsecretario, (no
es eso?
-Hombre, no sea usted malicioso... Tal vez sea
asi.. Un lindo subtitulo en las tarjetas convince a las
mujeres mAs inteligentes...
JESOS CASTELLANOS
El medico tuvo un instant de angustioso des-
encanto al pensar que quizi puso muy alto en su
estima el espiritu de aquella mujercita melanc6lica
que con 1l suspir6 antes por extrafios ideales y tuvo
bromas crueles para toda su corte de elegantes me-
diocres. Pero un sentimiento de piedad le trajo brus-
camente la luz de que carecia en aquel minute; com-
prendi6 a la pobre muchacha vencida por el medio,
sin energfa para aislarse y dominar toda la trama
de moral, de costumbres y de gustos que la opri-
mia... C6mo podria haber sido de otro modo?...
Al despedirle, not6 Luz que Roman parecia en-
fermo.
-Perd6neme, amigo mio-dijo-, le he mareado
con tanta charla... Cuando lo veo no tengo para
cuando acabar...
Aquella noche se emborrach6 Augusto de veras..
Lo condujeron a su casa con los claros del alba...
El autom6vil cortaba el viento bajo la fresca b6ve-
da danzanfe de los laureles. Cruzaban por una abier-
ta Ilanura en que la sierpe fina de la calzada parecda
desperezarse en amplias curvas bajo la pesadez del
paisaje tranquilo, modesto; un vasto potrero limita-
do por lomas azules y coquetonas; un palinar apre-
tado que se rasgaba al paso breve de una cafiada
parlanchina; una ceiba aislada; un tejar; manchas ber-
mejas y pdlidas del ganado pastando sobre la hierba
sedosa; arriba el cielo encendido, sin una nube.
El vertigo de la march detenia las charlas ale-
gres. Iban todos con la cabeza baja, embistiendo el
vendabal que zumbaba en los oidos y tendia hori-
zontales, como desgarradas colas, los velos de las
muchachas. Mr. O'Brien, crispadas las manos sobre
la rueda del tim6n, el pie alerta, vigilaba el camino
con ojos Avidos, tras los espejuelos deformes; y el
camino, que parecia cerrarse cerca en una caverna
verde y blanca, pasaba veloz, rayado, como el agua
JESOS CASTELLANOS
de una cascada, bajo las miradas turbias de los pasa-
jeros. Estremecida la miquina, rodaba frenetica, tem-
blando desde el panal a la carroza, y parecia que, a
cada bache de la ruta, le saliesen alas y quisiesevolar,
harta ya de dominar la tierra.
Despues cambi6 el panorama. El autom6vil trep6
una cuesta Ardua en que se encajonaba la carretera
entire dos paredones blancos ensefiando las estrias
de cada hilada de pefias, y Ilegando con un jadear
lento a la c6spide, se descolg6 ciego por una pen-
diente larguisima, entire un pomposo scenario de
montafias grefludas, maizales deshilachados, esparti-
llo tostado por el sol... Pasaron luego por un puente,
que se quej6 con rumor bronco, sobre el lecho de un
rio azul, perezoso, en cuyas orillas se mojaban, in-
clinados para beber, macizos ondulantes de cafias
bravas. Al fin se enfrentaron con una portada de
maderas nuevas, en cuyo arquitrabe se posaba in-
quieto un zorzal; en el resplandor de la mafiana can-
taban unas letras de metal un nombre risuefio: Good-
Luck...
Para almorzar en su pequefia finca de recreo habia
invitado Mr. O'Brien a Augusto Romin. Al pasar
por el Cerro baj6 Luz un moment para traer a su
amiga; pero estaba alli tambi6n Joaquin Morell, y la
buena sefiora de Villarin no tuvo inconvenient en
fiar la amorosa pareja al cuidado del viejo irland6s,
cuyos ojos blandos bajo los rojizos cepillos de las
cejas, y cuyas manazas ingenuas, entregadas a expri-
mir la gorra de seda, decian de una persona exce-
LA CONJURA
lente, capaz de haber venido al mundo para el solo
oficio de vigilar novios.
Por iniciativa de Luz abandonaron el autom6vil
en la portada, mientras por la alameda de palmas
corria con el Mr. O'Brien hacia el estabp entire el
ladrido de los perros. Se detuvieron a discurrir unos
minutes ante el panorama del valle, reverberante en
el barniz de la luz. Margarita marchaba delante con
Joaquin, aburrido ante el paisaje potente. Augusto
se extasiaba sin hablar, contestando distraido a la
O'Brien: una dulce sensaci6n de paz le adormecia el
alma, que 61 mismo creia renovada y como palpi-
tante de juventud. Desde lejos sentia la voz de Mar-
garita, que le hablaba con carifo, como queriendo
poner un poquito de bilsamo a la herida. En la
tierna decoraci6n matinal lucian los velos de las j6-
venes sobre los largos abrigos de toqo suave; era
una nota celeste y otra gualda; eran coino dos desga-
rrones de nubes caidas desde el palio de la tarde.
Desde el fondo de la alameda resonaron unas pal-
madas: era Mr. O'Brien, de pie en elancho portal de
la casa, tocado con un vasto jipijapa. La casa era ale-
gre: toda de ladrillo, vestida de listas blancas y rojas
en sus dos pisos, culminados por un caballete pun-
tiagudo. A los lados dormian, un poco descuidados,
el jardin y la huerta. Un tamarindo rugoso, plantado
al frente, invadia las tejas. Grupos de palomas llena-
ban de motas vivas el aire y el suelo. En la sombra
azul picoteaban lag gallinas. Detris de la casa una
arboleda negra se apretaba haciEndole fondo. Se oia
JEWS CASTELLANOS
el chirrido de un pozo y el mugir acompasado de las
vacas.
Mientras Ilegaban a la casa salieron algunos cria-
dos para saludar familiarmente a Luz. Una negra
viejisima, con toda la lana blanca, vino a besar, sin
muchas ceremonies, a la joven.
-Mira, Na Vicenta-dijo Luz sefialando a Ro-
man-; este es el medico de quien te dije que te cu-
raria el redma...
Aqui intervino Margarita con un gesto diab61ico:
-Oye, Na Vicenta-exclam6--; ademis de tu m&-
rdico es su novio... iqu6 te parece?
Las delgadas facciones de Luz se colorearon con
una ola de rubor. Pero se contuvo y repuso riendo,
mientras Roman, cortado, sonreia tambi6n.
-Por supuesto, pero, itd no lo sabias?
El viejo, a quien se habia reunido Joaquin Morell,
proponia un paseo antes de almorzar para ensefiar
a los dos hombres su posesi6n.
Abandonaron a la anciana, que los miraba con
ojos asombrados, y luego de rodear la casa, por
cuyas ventanas se adivinaba el corfort ingl6s, Ilega-
ron al fondo, donde el comedor, abierto, mostraba ya
una mesa nitida, cubierta de vanilla espejeante. Visi-
taron el corral, oloroso a heno y estircol; examina-
ron los raros ejemplares de la arboleda; frente a las
,cajas de miel recibieron una lecci6n profusa de api-
cultura. Luz marchaba cogida a su padre, repitiendo
a Augusto las cosas que el buen irlandes dejaba en
su jerga intraductible. Fu6 mis de una hora de cu-
LA CONJURA
rioseo, al cabo de la cual se sentaron a la mesa ale-
gres, sanguineos, con much sol en el alma, dis-
puestos a hacer los honors a la frugal cocina al-
deana.
Comieron en paz y en gracia de Dios. Los dos
sinsonetes, colgados de los arcos de varillas, entire
la fronda de la enredadera, se emedrantaron en un
principio por la novedad del suceso; despues se fa-
miliarizaron con el ruido de voces j6venes, y cuando
los invitados de Mr. O'Brien iban por el asado, ya
ejecutaban una escandalosa sinfonia coreada por el
rum-rum de las palomas y el grito agudo del gallo
de azabache y oro, que hasta el mismo comedor lle-
vara su ambulante harem.
Luz parloteaba, poseida de una desbordante ale-
grfa. Margarita bromeaba por lo bajo a Augusto; en
tanto Joaquin, solicito, como adivinando un possible
client, escuchaba las disertaciones econ6micas de
Mr. O'Brien.
Luego kicieron pna excursion al rio, en uno de
cuyos dormidos remansos tenia el irlandes un bote
para sus pesquerfas. Luz oblig6 al m6dico a entrar
en la barca, mientras sentados en la hierba quedaban
medio ocultos el viejo y los novios.
-Ya sabe que es usted un hombre raro-decia la
joven-; no se le ve por ninguna parte... Hasta seria
dificil saber si ha tenido usted alguna aventura amo-
rosa. Cuinteme, cu6nteme de su misterio...
Augusto, desvanecido momentaneamente, dejaba
caer algunas frases ambiguas sobre lo fogueado de
JESOS CASTELLANOS
su coraz6n. Los remos brillaban al sol, y Luz son-
reia incr6dula, considerando acaso todo lo ingenuo
de aquel tipo complicado, tal vez atada misteriosa-
mente a 61 por el encanto de esa misma inexperien-
cia mundana que Romnr trataba de esconder.
Pero Augusto resistia, repugnando vagamente la
fealdad flaca y masculina de aquella silueta propi-
cia. Los mismos chispazos cientificos que valoraban
su charla, oliendo a guias rApidamente ojeadas a
bordo, Ilegaron a molestarle hasta hacerle desear un
raudal de puerilidades femeninas, ligero, ameno,
ficil...
-No sabr6 usted bailar, seguramente, amigo Au-
gusto-dijo Luz despues de una pausa.
Y con su terrible aire resuelto, afiadi6:
-Aprenderi usted en casa... Vaya por las noches...
Tal vez hasta corsiga novia...
Los ojos bajos, caido el impertinente sobre el re-
gazo, lucia horriblemente, melanc61icamente fea. Au-
gusto, alarmado, se decidi6 a cortar el idilio, po-
niendo proa a la orilla...
De vuelta a la casa se prepararon las j6venes para
el regreso. Un moment en que desapareci6 mister
O'Brien, quedaron los dos amigos frente a frente en
la sombra bienhechora del portal. Joaquin, despues
de una mirada en redondo, murmur6:
-Veo que has aprovechado bien el tiempo... Tie-
nes rendida a esa pobre Luz...
-iVamos, hombre!-repuso Augusto con mis te-
mor que duda-. Quien ha dicho eso?...
LA CONJURA
Joaquin abri6 los ojos. Luego, indignado:
-Pero, Zes que lo vas a negar?... Si lo saben hasta
las piedras; s6lo a ti te coge de sorpresa.. iComo
que es cosa de despreciar este partido! ..TQ, sin
duda, no sabes lo que pesa este ingles en la Banca:
un mill6n en efectivo; interesado en todas las gran-
des empresas; contratista del acueducto del Cama-
giaey; gerente de una compaiiia de lanchas...
-iBasta!-grit6 el otro; y conteniendo la voz si-
gui6-: ZA mi qu6 me vienes con esas cuentas?... No
me gusta la muchacha, yo tampoco le gusto a ella; y
no hay mas que hablar... Creo que hay lo suficiente
para que el asunto no fuera adelante...
-Cierto; en todas las esquinas no se encuentran
Venus... Pero, crielo: el dinero lo adorna todo...
Roman se contuvo para no soltar una atrocidad.
S61o dijo secamente:
--Bueno, chico; no tengo maderi para cobargo.
Dfjame morir de hambre. Para pretender hoy a esa
muchacha tendria yo que perder un poco de ver-
guenza...
En este punto se oyeron risas de mujer en la sala.
Margarita y Luz comparecieron, rosadas, los som-
breros abrazados por la gasa. Poco despues corrian
hacia afuera despididndose de todas aquellas lindas
cosas familiares. La banda de palomas les sigui6 un
rato rasgueando hermosas espirales en el aire. Atra-
vesando una atm6sfera gris, sintiendo el peso de las
nubes cargadas de lluvia. Al Ilegar a la casa de Vi-
llarin se hallaba 6ste de pie, afeitado, todo de blan-
JESOS CASTELLANOS
ce, en el umbral de la casa. Viendo a Augusto en ta
maquina, se acerc6 para decirle con cierta reserve:
-Ve mafiana por la Secretaria. Tengo que hablar-
te de cosas serias...
Al despedirse Augusto frente a la casa de Luz, la
joven le retuvo un moment la mano, haciendose
promoter una pr6xima visita...
...No obstante, todo este romintico episodio que-
d6, olvidado, al menos en sus detalles, durante los
dias siguientes, en que se puso al habla Augusto con
su tio.
Don Pr6spero Villarin recibi6 a Roman en el sa-
loncito privado de muebles napole6nicos, bafiado
de luz por una ancha ventana abierta sobre la bahia.
Lo habia llamado para una entrevista definitive res-
pecto a su porvenir, a su carrera, de los que en cier-
to modo era 6l, D. Pr6spero, el responsible.
-Mira: lee-dijo sacando del bolsillo una-carta
pequefiita, humilde, Ilena de dobleces.
Augusto conoci6 la letra menuda de su madre. La
pobre vieja se quejaba amargamente desde el rinc6n
obscure de la provincia del process en que iba de-
cayendo la vida de su hijo; sabia de su bohemia, de
su oposici6n a todo trabajo sistemitico y productive,
de sus asperezas con el tio, por quien debfa esperar-
lo todo; hasta hubo quien le contase de su ignomi-
niosa vida privada, y del enredo con una gentecilla
de baja estofa que habia de Ilevarlo a la iltima de-
gradaci6n. Cada palabra parecfa mojada en una lI-
grima;yacababa la carta con una siplica desgarrado-
LA CONJURA
ra a su hermano, su inico apoyo en el mundo para
ver de encarrilar al pobre muchacho, a quien queria
abrazar viendolo siempre digno y con honor...
Augusto vi6 aclararse al traves de los finos garra-
patos un paisaje asoleado y tranquilo de ciudad pro-
vinciana, y por el hueco de una ventana desvencija-
da, asomar un rostro ansioso, surcado por las penas,
el rostro de su vieja, esperando anhelante el correo.-
El papel tembl6 entire sus manos, y una gota hirvien-
te cay6 sobre las letras, que la bebieron avidas.
Un manotazo cordial de su tio sobre las piernas le
reanim6.
-Vamos-decia Villarin tosiendo.-No hay que
pensar en lo pasado. Lo que se necesita es mirar de
frente el porvenir. Tui sabes que yo nunca he dejado
de quererte...
Y despubs de una pausa afiadi6:
-Por eso he deseado que hablisimos de una
vez...
Augusto, fatigado, marchito, murmur6:
-Usted diri, tio... Que puedo hacer yo?
-Ti no te molestaris-comenz6 D. Pr6spero-
porque, al ofrecerte un chance bueno, te exija tam-
bi6n algo en cambio... Bien: le he escrito a tu madre
que te tenia algo preparado, algo mejor de lo que tfi
pudieses esperar... Mira... Ipara qu6 te lo voy a ocul-
tar?... Se trata de la direcci6n de un H-ospital; es una
vacant para dentro de un mes, porque el director
va a un cargo de Sanidad. Ti conoces bien aquello;
no tengo que explicarte que clase de canonjia es..
JESOIS CASTELLANOS
Roman se adelant6 en la silla para estrechar las
manos de su tio...
-Espera, espera ataj6 iste.- Todo esto... es...
Oyeme, Augusto... Todo esto es a condici6n de que
cambies de vida-y su voz se hizo rdpida y brusca-,
a que te vuelvas un hombre tratable y con aspiracio-
nes, a que rompas con todo lo que hoy te estorba y
entres en la sociedad en que debes estar...
El medico, todavia sin comprender el alcance de
aquellas palabras, permaneci6 en silencio.
-En primer lugar continue D. Pr6spero-, la
entrada en el Hospital como director te impone la
ruptura con esa muchacha- y acallando la protest
de Augusto, sigui6-: si, te lo impone; td sabes bien
por qu6 series de escindalos sali6 del Hospital esa
joven. Unido todavia a ella, y ante la posibilidad de
que un dia se te cuelen ella y la madre y el hermano
en el Hospital, tengo la absolute seguridad de que
no te toleraria la Junta de Patronos... 4Que quieres,
hijo? La obligaci6n que se te impone tiene todos
los caracteres de una satisfacci6n. CC6mo podia ser
de otra manera? Lo hiciste con demasiado escAnda-
lo... AdemAs...
Se detuvo para tomar resuello.
Augusto aprovech6 para defenders, dolorido.
--Pero es decir, que no puede ino tener senti-
dos y ser hombre? Pero, eque tienen que ver mis co-
sas intimas con la direcci6n del Hospital?
Las palabras del viejo Velazco sobre los prejui-
ios sociales y la dificultad en acomodarse a todo
LA CONJURA
un sistema de est6pidos convencionales reaparecfa
ahora en su memorial. Se batia frente a frente contra
la conjura de los necios.
-No discutamos eso replic6 Villarin. Todo
puede hacerse con discreci6n. Tui no la tuviste con
esa Antonia, y ya, por much cuidado que pongas
en ocultarlo como una aventurilla pasajera, ella de-
fenderi sus antiguos fueros y te pondra en ridicule
por todas partes... Pero, ademis...
-iQui?
-Tii tienes que consolidar tu situaci6n. Tienes
que casarte cuanto antes... aCon quin? Alli vere-
mos... Para presentarte en sociedad acompafiado de
una mujer elegant no se necesita buscar mucho...
Asi andan por ahi los buenos partidos... Vamos-
concluy6 en tono festive y tocAndole con el pie-,
que tf tienes ya el camino hecho.
-Pero para qu6 necesito casarme? -inquiri6,
desorientado, el joven.
-Tu madre me lo ha indicado... Y dice bien,
porque en el Hospital estA mal visto un hombre sol-
tero que vuelva a la porteriaa las tres de la maana...
Augusto Roman baj6 la cabeza abrumado.
-Bien, tio-dijo al fin.-Deme usted veinticuatro
horas para responder...
D. Pr6spero se puso serio.
-Oye, pero piensa lo que responded. Seri la ilti-
ma vez que hablemos...
... Al Ilegar a la gran claridad de la calle se detuvo
Augusto un instant para serenar su pensamiento.
JESOS CASTELLANOS
Un muchacho le meti6 un peri6dico por los ojos, y
comprindolo, lo dobl6 bajo el brazo, disponiendose
a tomar el tranvia. Hubo un minute, al sentarse al
fondo del carro, en que toda la pasada escena le pa-
reci6 cosa sofiada; pero al aquietarse poco a poco sus
nervios, de nuevo surgi6 claro, patente, el problema
entablado. El rumor del vag6n, el panorama diafano
de la bahia, cerrado por la linea de fortalezas, le re-
trotrajeron a aquel didlogo sostenido tiempo atris
con Joaquin Morell en las mismas circunstancias y
sobre el mismo tema. Le pareci6 que eran de ayer
las palabras de su amigo, y robustecidas con las
de Villarin,,se destac6 en su espiritu, concluyen-
te, indiscutible, la soluci6n de la ruptura con An-
tonia.
Para 61 era la salvaci6n, por muchos puntos de
vista. Pero... ¶ ella?... IQu6 tenebroso futuro!...
Consideraba el m6dico a su querida indefensa ante
las asechanzas de la ciudad, saturada de vicios: iqu6
declive manchado con fango de las calls, salpicado
tal vez con sangre, se le preparaba a aquella criatura
sin cerebro y sin experiencia!... Luego pens6 en la
terrible pena que ahogaria a la muchacha al leer su
carta de despedida, su frio de muerte al surgir los
renglones en que 61 escribiera unos cuantos nime-
ros, asegurdndole la vida por los primeros dias sub-
siguientes!... Qu6 habia hecho ella para que 61 la
olvidase tan bruscamente? Por asociaci6n de ideas
record un cuadro de Jim6nez Aranda,- IAbandona-
dal, donde una mujer seducida ensefia unos ojos de
*
LA CONJURA
loca... En un instant sinti6 revivir sus mimos de
gata, sus caricias torturadoras, su bata blanca desta-
cada en lo alto de la escalera en cuanto se sentfan
los pasos de 61 en los primeros peldaflos; todo
aquello que habia sido para 61 la tinica representa-
ci6n del amor a lo largo de la vida. iC6mo herir
asf, a plena sangre fria, un pobre corazoncito Ileno
de ilusi6n!...
Pero, iy si no lo amaba?... Romin se detuvo mo-
mentaneamente halagado ante esta posibilidad. Sien-
do asf, quedaba todo resuelto; lo sentimental al me-
nos, que para el era todo. Mas no: ahi quedaban
fijas en el recuerdo las mil y una monerias de Gua-
pa, diciindole que lo amaba tiernamente, con todo
el impetu formidable de su juventud florida... ZY en-
tonces?...
Quiso no pensar en su problema, y part distraerse
desdobl6 el peri6dico. La secci6n de sucesos, sin
embargo, lo atrajo irresistiblemente; busc6 arriba y
abajo un caso parecido al suyo; busc6 hasta que, de
pronto, vi6 algo que le arranc6 las miradas: -Una
joven suicide.> Era un suceso horrible: un suicidio
por medio del petr6leo ardiendo. No aparecian las
causes; tal vez fueron dificultades econ6micas, quizi
una enfermedad demoledora. Pero Augusto, impre-
sionado, no vi6 mis que el cuadro de una chiquilla
abandonada que no queria vivir la vida sin 6l. eNo se
lo habfa dicho algunas veces?...
-ii ti no.me quisieras, moriria!
-No puedo, no puedo--volvi6 a decir como me-
JESOS CASTELLANOS
ses atris, decidido a hundirse en el pantano, a per-
der todo el porvenir de dichas materials antes que
cometer aquel crime.
Volvi6 a su casa tarde, despues de andar zanca-
jeando por todas las huroneras del barrio. Antonia,
inconsciente, feliz, habl6 en la mesa de proyectos
para el verano, ya pr6ximo; se irfan al Varadero, de
cuya playa habia hablado a menudo Joaquin Morell.
El joven abogado iba alli algunos afos; tal vez si se
to encontraran esta vez...
Augusto, sintiendose anudada la garganta, no po-
dia seguir la charla voluble de su querida. Mir6 con
Impaciencia cuin tardamente giraba la manecilla del
horario en el reloj. Un deseo vivo le atenaceaba de
contar todo to ocurrido a Antonia, de bosquejArselo
al menos, para que supiera qu6 clase de sacrificios
ofrendaba a sus pies.
Al fin, cuando sumergiendose en su cuarto dofa
Concha quedaron solos los dos amantes, Augusto
propuso irse a la cama; y allf, en la quietud de la
alcoba, mientras se despojaban de la ropa, vacio su
coraz6n oprimido, contando toda la tremenda jor-
nada.
Pero, contra lo que 01 esperaba, Antonia se con-
form6 con abrazarle tiernamente como siempre, sen-
tindose en sus piernas, dispuesta a cambiar de tema
con su eterna versatilidad de pajaro.
-Oye bien, chiquilla- insistla 81, sujetindole las
manos.-Todo, todo lo he echado at hoyo por ti, me
exigian que te abandonara y he dicho que no... sa-
LA CONJURA
bes?... He dicho que no, aunque perdiera la protec-
ci6a de mi tio, aunque...
Oanas le venian a los labios de afiadir que podia
haberse casado con una rica heredera, y que por no
abandonarla a ella la habfa desdefiado. Pero ella,
casi sin oirle, le levant6 del butac6n en que e1 se sen-
tara y lo ech6 de un empuj6n en la cama, ahogindo-
lo con la ola de su care en flor...
-Vamos murmur riendo, insolente en su do-
minio.-iY esto no vale algo?... iSi yo te doy mis de
lo que ti me dasL..
Eldespertar fuW tarde. Cuando abrieron los ojos ya
parloteaba el loro allA afuera, y una cascada Aurea se
derramaba sobre los encajes, desde las altas lucetas.
Romin se visti6 con rapidez. Antonia, envuelta
atn en las sibanas, le segufa en sus mqvimientos
con las miradas, unas miradas risuefias, diab6icas,
quiza ir6nicas, positivamente enigmaticas...Su aman-
te se acerc6, por iltimo, para darla un beso, y sali6
enternecido, sintiendose bafiado por aquel amor que
acaso lo contagiarfa a 1l algfn dia.
Al mediodia encamin6 sus pass a la Secretaria
firmemente decidido a contestar con lealtad a su tio
sobre sus planes ulteriores, satisfecho de haberse
dejado ir en sus pasos por el rumbo que le marca-
ban sus sentimientos.
La entrevista fue breve. Luego que hubo ofdo a
su sobrino, Villarin se levant6, y con un tic nervioso
de la mano sobre el cristal de la mesa, dijo, marcan-
do las palabras:
JESfOS CASTBLLANCS
-Hemos terminado. Tu madre no puede pedir
mis de mi .,i yo tampoco exigire de ti mas... Como
no es probable que nos veamos much ahora, quiero
decirte algo que ayer se me olvid6, y es que en estos
dias me ha hablado de ti con cierto interns Mister
O'Brien... Ahora tendre el gusto de darle informed
exactos sobre tu personalidad... Puedes seguir en tu
quinto cielo...
Y hacienda una reverencia, se hundi6 entire los
cortinajes de una puerta. Augusto se encogi6 de
hombros, y ya afuera encendi6 plicidamente un ci-
garro, pensando en que su coraz6n no tenia nada
de qu6 acusarse. De nuevo respiraba en la vida fuer-
te y libre de su ideal, a solas con su conciencia,
donde resucitaba una pigina del Evangelio leida
alli en las brumas de la nifiez: -Para todas las bue-
nas obras hay guardada en el mundo una recom-
pensa...
Volvia Augusto Roman a su hogar con el cerebro
turbado ain. Por su ruptura con su tio, y consecuen-
temente con toda la sociedad, su situaci6n sufria un
cambio radical. La firrea trabaz6n social no lo habia
vencido, pero, ic6mo salia de la lucha!... Al conside-
rar su desamparo actual, duefio de profesar el culto
de la investigaci6n pura y de practicar sus teorias de
amor libre, pero expuesto tambien a todas ias dure-
zas de una batalla en linea contra el regimen de una
necedad constituida, sinti6 latir en su alma el fer-
mento doloroso de la duda. iNo habria ido dema-
siado lejos?
Pero a continuaci6n se respondia que no hubiera
podido ser de otra manera. No habia buscado la
guerra; se la habian abierto a el. Le imponfan un
acto villano, y se habia negado, eso era todo... A
bien que su Guapa comprenderia la magnitude de su
heroismo y se lo pagarfa en buena moneda de ter-
nura...
JES1)s CASTELLANOS
Asf, divagando, arrib6, sin haberse dado cuenta
de ello, a su casa. Era la lora de hacer su segunda
visit al Hospital; pero, ya que los pies, misteriosa-
mente, lo habian traido hasta alli, se abandonaria a
un rato de huelga. Otro medico haria la visit en su
lugar. Por un moment ansi6 codiciosamente el
cuerpo voluptuoso de su querida.
Pero al batir el aldab6n sobre la puerta con su
golpe acostumbrado, nadie acudi6 a su Ilamamiento.
Pasaron algunos minutes, al cabo de los cuales apa-
recia en el balconcillo la cara pilida de la vieja.
-iVamos!, equk espera?--grit6 Roman.
Franqueada la puerta, subi6 presuroso los pelda-
nos. Pero al llegar arriba lo ataj6 dofa Concha, ha-
blandole apresuradamente de cosas fitiles que por
nada justificaban aquella charla precipitada, aquel
tartamudeo nervioso. Suponiendo que la vieja se ha-
Ilara en uno de sus frecuentes dias de desequilibrio,
la dej6 hablar, siguiendo rumbo al cuarto de Anto-
nia. No obstante, otra vez le cerr6 el paso dofa Con-
cha, asi6ndole de una manga. Augusto se detuvo
asombrado.
-Pero, eme dejarA usted quieto? ZQu6 quiere
ousted?
La anciana, livida, busc6 una disculpa:
-Es que... es que ahora se esta lavando Guap,
y... iy no se puede!...
Augusto se ech6 a reir; decididamente dona Con-
cha estaba mal aquella tarde. Pero al acercarse a la
puerta, velada por cortinas ligeras, la vieja, con un
LA CONJURA
gesto heroico, se abri6 de brazos, tapando el bot6n
del pestillo.
-Por Dios te lo suplico... iNo entres, no entres!...
Al oir tales palabras qued6 Augusto suspense.
Una sensaci6n de inmenso asombro lien6 sus ojos,
que recorrieron pasmados el techo, las paredes, el
rostro agonizante de lavieja... Luego fue terror, luego
fue tristeza... Asiendo con crispadas manos los hom-
bros de dofia Concha, busc6 en sus pupilas aguano-
sas la clave de aquel enigma... De pronto, al escu-
char ruido de pasos y voces ahogadas alli dentro
lanz6 un terno retumbante y empuj6 el cuerpo mise-
rable, como si quisiera sembrarlo en las maderas. La
vieja cay6 al suelo dando un grito.
-jAbran! rugi6 Roman, lanzandese de nuevo
contra la puerta.
Pero las tablas resistian. Al cabo ces6 el murmu-
llo de pasos del otro lado; hubo unos minutes de
silencio durante los cuales, Augusto, como un loco,
sin cuidarse de hallar otras entradas, batall6 hacien-
do rechinar tcdo el tabique y mascullando injuries
pletdricas de dolor y rabia...
De repent oy6 el ruido de la lave en la cerradu-
ra. Esper6. Antonia,enfundada en una holgada kimo-
na, apareci6, afectando naturalidad. Pero su disculpa
se held en los labios al columbrar la espantosa acti-
tud de su marido: torvos los ojos, la boca contraida,
el cuerpo inclinado hacia adelante.
Arrojandola con un empell6n a un lado, atraves6
como un rayo la habitaci6n, gir6 por todos los rin-
JEsS CASTELLANOS
cones husmeando aqui y alli, derribando sillas,
abriendo armarios, y escap6, al fin, por la otra cima-
ra para librarse a un ojeo feroz por toda la casa.
Al volver frenetico, con sangre en los ojos, enarde-
cido por lo nulo de su busca, Antonia trat6 de huir,
horrorizada. Pero 61 la alcanz6 en el mismo cuarto
y, cogiendola por los brazos, comenz6 a zarandearla
con violencia, gritandole:
-Aqui ha estado un hombre... Si... aqui. iDime
qui6n es, canalla!...
-No... no s6, no s6-contestaba ella llorando; y
toda su grasa floja temblequeaba entire las garras del
hombre.
--Y eso?... ZY eso?...-chillaba Roman sefialando
a las piezas de ropa masculina que afin quedaban
junto a la cama-. iDime ahora que no... bandida,
pelleja!...
Y la sacudia y la golpeaba y la mordia, hambriento
de un arma con que matar a la ingrata. Doiia Con-
cha, ronca, se arrastr6 hasta el balc6n para gritar .
-iAuxilio! iAuxilio!...
Esto hizo detenerse un moment a Romin, que
sali6 con miradas extraviadas hasta el sal6n. Pero un
sombrero color cafe, depositado sobre un legajo -:e
papeles en una silla, bail6 desde lejos en sus retinas.
Se lanz6 como un tigre sobre ellos; los palp6, los
mir6 por fuera y por dentro. De repente se reflej6
en sus facciones un dolor inmenso:
-iEl, 61!... jQuien lo hubiera imaginado!
Si: Joaquin Morell; no podia ser otro. Las inicia-
LA CONJURA
les del sombrero lo pregonaban con dos signos bre-
ves. Por si pudiera caber duda, ahi estaban las pigi-
nas pomposas del cuaderno de bufete: cLicenciado
Joaquin Morell, a nombre de don Fulano....
-jAuxilio!-gritaba todavia la vieja.
-Entonces Augusto, reaccionando en su dolor
ante el grito, se arroj6 convulso sobre los dos obje-
tos que alli recordaban al falso amigo, y saciando en
ellos una necesidad violent de destruir, los pate6,
los tritur6, rasg6 los folios lienos de firmas, agujere6
el sombrero, les escupi6 encima con una saliva espe-
sa, calida, cnvenenada.
Despues se recost6 desmadejado contra el marco
de una puerta, y alli llor6 en silencio la muerte de
sus ilusiones y sus gallardias...
Sfibito, se oy6 un fuerte taconeo en la escalera.
Un tropel de hombres subia. Entonzes Anjonia, oue
se habia desplomado llorando sobre*un sill6n, se
irgui6 envalentonada ante el y le vomit6 encima todo
el almacen de sus injuries de prostituta...
-Pues bien, si-le grit6, mientras los hombres
sujetaban a Augusto-; con ese y con otros mis,
para que lo sepas... Porque ya estoy harta de tu cien-
cia y de tus infundios... Porque no eres hombre mas
que a medias... iVerraco!...
Roman, anonadado, sin voluntad, se dej6 Ilevar
hasta la escalera. Su rostro miserable detuvo todas
las sonrisas... Ya abajo, tom6 un coche, pidiendo al
auriga que lo Ilevase lejos, calle derecha.
De pronto, al vislumbrar a Velazco, fumando
JESOS CASTELLANOS
filos6ficamente a la puerta de su casa, se baj6, yendo
a 0 como a su iltimo refugio.
-Roman, 4que es eso? dijo el viejo, dejando
caer el puro.
La faz exangfie del joven anunciaba una pena ho-
rrenda, una derrota final. Sus labios no dijeron nada,
pero el viejo adivin6 algo tristisimo en el tem-
blor de aquellas manos, desmayadas sobre sus hom-
bros.
Sin romper el velo de aquel dolor, hizo entrar a
su discipulo en su salita pauperrima, adonde lle-
gaba muy apagado el rumor de los menesteres do-
mesticos.
S61o cuando, enjugadas las lagrimas, se incorpo-
r6 Augusto, y adivin6 el viejo un tropel de palabras
detenidas en su boca, se atrevi6 a preguntarle sus-
pirando:
--Vencido?...
Velazco sospechaba que sus profecias se ibari
cumpliendo; y era curioso, c6mo al travis de su
pena sincera, un d6bil sentimiento de satisfacci6n
latia al verse justificado en sus diatribas feroces...
Quiza si entreveia ante este pobre caido, algo del
Velazco joven, luchador, generoso, perdido con sus
primeros desengafios en la niebla del tiempo...
Roman habia contestado con un ronquido sordo,
en que se lamentaban todas sus creencias, toda su
abnegada direcci6n hacia altos ideales, toda su fan-
tasfa esperanzada en el triunfo definitive de los bue-
nos. Y volviendo al punto final de su drama sim-
LA CONJURA
pie y cruel, no supo mis que repetir estas pa!abras
fijas:
-iEsa ingrata, esa ingrata!
El anciano complete su presunci6n.
-Vencido, vencido por completo...
Entonces Augusto, desbordado como una repre-
sa a la que se le abren las esclusas, dej6 ir toda su
historiosa dolorosa, relatando sus caidas sucesivas,
dibujando en detalle las luchas con su familiar, con-
fesando su secret ternura por su prima y su decep-
ci6n al verla caer en la infame trama social, recono-
ciendo la insolente superioridad con que le trataba
su amiga, mediocre e inculto, hasta pisotearlo en su
honra y en sus afectos; doliendose de su enorme
necedad al consagrar a una Guapa cualquiera todo
el sacrificio de su bienestar probable; poniendose,
sf, poni6ndose en ridicule ante ella, que cdn el otro
reiria de su facha de sabio desastrado!... Una pode-
rosa vision de las cosas que le rodeaban le hacia
dar relieve a detalles que antes le fueron desaperci-
bidos. Y por todos ellos venia a parar a la conclu-
si6n de que el mecanismo de convenciones estableci-
das era mas fuerte de lo que 0l pudiera sospechar...
-Es una conjuraci6n, doctor; es una conjuraci6n
de todos los necios para aplastar al que no quiere
marchar con ellos... Qu6 les he hecho?... iCualquie-
ra dirfa que he propuesto aumentar las contribu-
ciones, que he tratado de desacreditar el azAcar o el
tabaco!...
El viejo le dejaba desahogar el coraz6n, no que-
JESCJS CASTELLANOS
riendo aumentar con mayores arguments su dolor.
-Mire usted, doctor-dijo Augusto de pronto-;
Syo no puedo vivir ya en la Habana... Tengo que
irme a cualquier parte, a cualquier pais... Acaso a
ninguno, porque en todos seri igual... Pero, por lo
Spronto, dejeme usted ir al campo, donde por estar
mis lejos de la civilizaci6n, triunfe menos la medio-
cridad... Doctor, tiene usted todavia aquella propo-
sici6n para un pueblo lejano?...
-Velazco hizo un signo afirmativo. Luego, para
animar a su antiguo discipulo, esclam6:
-No hay que renunciar a todo por ahora... Tf
tienes que vencer contra todo el trust de los necios,
porque posees talento...
Pero una interrupci6n de Roman paraliz6 su ar-
g umento:
--No me decia usted que no bastaba el talento?:.
Doctor, ya he aprendido que mas que el talent
puede la astucia...
Velazco baj6 la cabeza:
-Tienes raz6n... iHuye de la ciudad!... Esto no
tiene remedio...
Despu6s, poni6ndose en pie con un largo suspiro
en que sangraban heridas propias, propuso a Au-
gusto salir un poco al aire de la calle. El medico se
dej6 Ilevar, y asi anduvieron un poco silenciosos,
hasta esperar la noche sobre uno de los bancos del
Parque, abandonando el espiritu a una sensaci6n de
sedante calma, mientras el cielo dorado se iba opa-
cando hacia el Oriente.
LA CONJURA
Aquella noche durmi6 el joven en casa de su viejo
professor. Este, temeroso de un nuevo arrebato, no
quiso quitarle su protecci6n hasta no verlo regular-
mente encarrilado. Lo instalaron en el cuarto del
matrimonio, en una cama de maderas torneadas,
vestida de pobres encajes. En las paredes se abu-
rrian, entire trenzas de palmas secas, various santos de
cromo; toda la habitaci6n se saturaba de un t-nue
olor a benjui.
Augusto Roman se acost6 vestido, al trav6s del
ancho lecho, acomodando una almohada contra la
pared. Al intense pesar de la tarde habia sucedido
una impresi6n de fatiga que, sin 'dejarle dormir, le
aflhjaba los nervios incapacitindolo para toda vio-
lencia. Con una claridad nitida, exento de odios que
le nublaran laconciencia,tratabade reconstruir ahora
todo el process de aquel dia en que se-habia deci-
dido su future.
Veia el rostro impfidico de Antonia vomitAndole
una sentina de improperios, mientras por el fondo
escapaba a medio vestir el amigo elegant, tal vez
sonriente de aquella aventura que anotaria en sus
anales amorosos. Pensa tambien en dofia Concha, la
vieja alcahueta, que con una traici6n pagaba el pre-
cio de su excesiva generosidad...
Pero al reunir estas figures y traerlas al primer
piano, lo hizo sin rencor... iEran realmente malva-
dos?... Habria sido premature esta calificaci6n. En
puridad de hechos, ninguno de ellos habia deseado
daiharle directamente: simplemente habian cedido a
JsEs CASTELLANOS
sus instintos, sin una acci6n ofensiva y premeditada
contra 1l; s61o omitiendo algunos escrdipulos de de-
licadeza... La una, hembra sensual, inconsciente,
hecha exclusivamente para el amor de ocasi6n, im-
posible de ser regido por una vida en pareja.. El
otro, alegre, vividor, que veia el mundo como una
cosa muy simple, creada para diversion de los hom-
bres... La vieja, antigua prostitute que bastante habia
hecho con servirle de ama de laves a cambio de
pan y techo; se le present una ocasi6n de buen ne-
gocio, y la habia torado al paso... 8De qu6 podia en
definitive quejarse?... jTenia derecho a considerar
como gentes sin coraz6n a aquellos series simples,
sencillos, espontineos?...
Despues pens6 en Villarin. Aquel simbolizaba la
tradici6n social, la necedad entronizada, el nudo
omnipotente de convencionalismos, lo que de mis
odioso encontraba en la fila de enemigos que lo
habian vencido... Pero el sentimiento vago de tole-
rancia que de su ser desmayado se iba apoderando,
embot6 todavia su protest rebelde... La resistencia
de toda aquella sociedad a la vida sencilla y revo-
lucionaria de los investigadores tenia su raz6n de
ser. Existian unos valores morales al abrigo de los
cuales vivia y engordaba una burguesia; por ellos
escapaba tan guapamente la medioeridad, que de
otro modo pereceria; se equilibraba el noble arrui-
nado con la rica heredera, se mantenia decoro-
samente el vicio, llevado sin escandalo... Todo lo
opuesto al balance traditional tenia que ser recono-
LA CONJURA
cido por el trust como enemigo. Y los sabios y los
investigadores, por mas que no pertenecieran per-
sonalmente a ninguna asociaci6n anarquista, prepa-
raban poco a poco, e indirectamente, el terreno a los
revolucionarios... Si cada uno de los miembros del
trust no pudiera sorprender el juego secret de esta
trama, indudablemente el grupo lo apreciaba y temia
por instinto.
En cuanto a su caso particular, asistia tambien
alguna raz6n a Villarin y a los que inspiraron su
conduct. En primer lugar, porque en el Hospital
no podian verlo, sobre todo desde que se llev6 a
Antonia, que era una ezpecie de anexidad del esta-
blecimiento, disfrutada por todos; despues de las se-
cretas campafias que cerca de la Junta de Patronos
le habian librado por esto sus compafieros, hinchan-
do los detalles escandalosos de su vida privada, su
tio no podia llevarlo al mis alto puerto del asilo sin
antes obligarlo a una satisfacci6n en lo que mis inte-
resaba a esos sefiores graves y solemnes, afiliados al
Circulo de Abogados los que no eran Hermanos del
Santisimo... En todo caso, D. Pr6spero le dictaba
reglas para llevarlo a lo que 61 creia el ideal de todo
joven animoso: la riqueza, el prestigio social, el ma-
trimonio convenient; lo que habia sido antes su
program de vida, dichosamente cumplido... Para
aquella frente estrecha, para aquellos ojos bondado-
sos e inexpresivos, eque podia haber mas alli?...
Pero en seguida pensaba Augusto que de nada
podia acusarse al cabo porque no se hubiese des-
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