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Cafias y bueyes
EDITORIAL
EDITORIAL
Santo Domingo Republica Dominicana
Telffono: (809) 537-2544 e-mail: libroV@mail.com
Primera edicidn: Santo Domingo, Editorial La Nacidn. 1935 [?|, 420 paginas
Cafias y bueyes 2004
Edicl6n reducida
Pintura de portada de Guillo PCrez. Dibujos interiors de Cristian Hernandez
1
Al norte de la provincia de Macorfs, un poco mAs arriba de
sus lfmites politicos, cruzaba un camino cuyo nombre no
es del caso recorder y por donde, sin duda, anduvo hace
siglos, Ileno de las mejores esperanzas, fundando ciudades, don Juan de
Esquivel. Era una antiquisima trocha que se mantenia abierta porque
los vecinos le repicaban por temporadas. Sobre el suelo de esta trocha se
marcaban various trillos caprichosos bordados de grama. Comprendido
este camino entire dos rfos, unfa dos de sus numerosos pasos y cruzaba
por un bajo cubierto por un monte centenario.
Cuando el viajero lo alcanzaba a-ver respiraba. Ya se protegerfa del
sol, encontrarfa agua fresca en algunos de sus hoyos o en sus manantia-
les, que brotaban debajo de una roca pulida o al pie de un tronco. Ya
podrfa desmontarse y hacer su parada allf, para descansar o para comer,
abrir la alforja o para que el caballo se refrescara. Cuando se divisaba,
ya se habfa recorrido la mitad de la distancia entire dos comunes impor-
tantes y se legaba a dl con alegrfa. Cuando se dejaba a la espalda, a poco
se podfan escuchar las campanas de la iglesia del otro pueblo vecino.
Era este un monte denso, tupido, poblado de numerosos palos de
calidad. Lo constitufan una variedad de broncos de diferentes dimen-
siones, rectos, inclinados, con curvas variadas, de corteza lisa o rugosa,
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blanda o dura, agrupados caprichosamente. Se levantaban como co-
lumnas. Se cubrfan los unos a los otros de modo que no podfan verse
todos al mismo tiempo. A diferentes alturas, se desprendfa de estos
troncos una innumerable cantidad de ramas vigorosas, que se entre-
lazaban desordenadamente para sostener el follaje, a travys de cuyos
espacios se colaba la luz del sol o las gotas de lluvia.
Cerca ya, se podfan distinguir sus Arboles. Casi todos palos de ca-
lidad. Cayas, ciguas, quiebrahacha, cabilma, capi. Podfa distinguirse
una gran variedad de colors y tintes sobre el verde del fondo. Verde
palido de retofios, casi blanco, verde negruzco, verde amarillento y,
aquf y allf, las hojas plateadas de los yagrumos, las hojas rojizas de los
caimitos, las hojas grises de las caobas y los diferentes matices de las
yayas, de las ceibas, de los espinillos.
Dentro de este monte se escuchaba el canto de una infinidad de
pdjaros, desde el colibrf hasta la paloma silvestre y las cotorras y los pe-
ricos que legaban de las lomas pr6ximas. Todo el dfa rasgando el aire,
revoloteando entire el follaje, persiguiendo a los insects que vivian allf
dentro.
Al entrar a este monte, las pisadas de las bestias no se sentian a
causa de la cantidad de hojas secas y de hojas podridas que cubrfan la
tierra como una alfombra. La temperature se mostraba agradable en su
interior y el canto de los pajaros y el ruido de los insects producian
la impresi6n de que se entonaba bajo esa b6veda de hojas un himno
extrafio.
El aspect de este monte era imponente. Con frecuencia se sentian
en 6l cruzar cerdos salvajes y se vefan, aquf y allf, los dormideros de es-
tos al pie de los troncos. La tierra aparecia limpia en estos dormideros,
pulida y excavada. Cuando soplaba la brisa se producfa en este monte
un ruido agradable de mar embravecido. Varias horas se empleaban en
cruzarlo. Las monturas debfan ir al paso, porque no habfa caminos y
el jinete tenfa que ser dirigido por un verdadero practice. Se caminaba
observando los Arboles, observando los caminitos de los cerdos o los
rastros de las reses que conducfan a las salidas, a las aguadas, a los sitios
en que goteaban las frutas o las hojas que les servfan de alimento. Daba
trabajo cruzarlo por las muchas ramas que podfan herirnos o produ-
cirnos golpes. Era necesario doblarse sobre las monturas muchas veces
para evitar esto.
Sitios habfa en el coraz6n de este monte en que era necesario dejar
las bestias y continuar a pie.
Durante la 6poca de lluvia habfa que atravesarlo muy temprano,
porque en la tarde las nubes se resolvian en agua encima de las copas
de sus arboles. Casi todas las tardes llovfa sobre ese camino. Se vefa
tempranito un humo que se desprendfa de las hojas secas, acumuladas
al pie de los troncos como un colch6n. Un olor de madera podrida,
mezcado con el perfume de sus flores silvestres, se respiraba en 1.
Si arreciaba el agua al cruzar por el camino habfa que seguir. Colt-
base esta por entire las hojas, produciendo un ruido sordo, agudo, fuer-
te, como si Ilovieran piedras o arena. Dentro del monte persistfa largo
tiempo la lluvia, despuds de haber cesado fuera, porque las gotas que
habfan quedado en equilibro sobre el hojerfo iban resbalando a media
que el viento aumentaba y continuaba de este modo la lluvia. "El que
pasa agua debajo de un monte se moja dos veces", dicen en el campo.
Al cesar la lluvia corrfa el agua precipitadamente por los declives para
los bajos, se formaban cafios y hasta arroyitos, cuyo ruido se ofa desde
lejos. Estas aguas iban reunidndose en cauces cada vez mayores hasta
alcanzar los hoyos del camino para former lagunas de agua sucia, enro-
jecida, que permanecfan semanas y semanas sin secarse o legaban has-
ta los rfos pr6ximos, deslizindose por sus vertientes como minisculas
cataratas.
Pero en verano, despuds de atravesar la sabana, donde el sol se sentla
sobre la cabeza, sobre la espalda, sobre las manos, sobre la silla de mon-
tar, cuando habfamos sudado un poco y tenfamos la ropa empapada, el
cuello himedo, las manos pegajosas, al entrar a este monte sentlamos
un fresco agradable, un deseo de detenernos para gozar de la brisa frfa
que nos envolvfa. El sol no calienta el aire de los montes. Cuando lo
cruz.bamos nos parecia que habfamos descansado y salfamos de 1d con
mis animo para seguir la ruta. El piso estaba seco. Las hojas no se po-
drian tan pronto. Habfa mis aves entire el follaje.
Cuando se ha nacido a la vera de un monte no se puede vivir sin
el. El monte es como una nodriza. Nos provee de alimentos. Nos da la
madera para el fundo, nos da la lefia, crfa nuestros animals, protege el
agua que bebemos, atrae la lluvia, modera el calor. Nos regala la sombra
para protegernos del sol. Detris o enfrente del bohfo lo vemos todo
el dia. Escuchamos sus ruidos. Lo observamos para ver si sus hojas se
mueven o estin quietas.
Hace afios que la cafia de azticar reemplaz6 este monte y borr6 aquel
camino. Desde entonces, s61o se ven por allf innumerables campos de
cafias, alguna que otra ceiba, tres o cuatro bateyes y en los sitios por
donde cruzaba el camino, espacios claros cubiertos de paj6n, pequefias
manchas de grama dulce, much barro y tierra oscura.
La cafia que lleg6 primero a la orilla de aquel camino fue la de la
colonia Inocencia, de don Marcial Martinez.
En el centro de esa colonia se levant6 un batey. Una calle de bo-
hfos, media docena de casitas de zinc, una bodega, cuatro barracones y
un molino de viento. Don Marcial Martinez, que foment6 su colonia
donde se encontraba el monte de Las Malas Mujeres, fue el primero
que tranc6 un pedazo de ese viejo camino y dej6 uno nuevo, lleno de
peligros, que se cubre de beaches en la 6poca de las lluvias y es menos
derecho que el antiguo.
Cuando las hachas abatieron aquel monte y el fuego lo redujo a
carbones y cenizas, los moradores de las secciones vecinas pusieron el
grito en el cielo. Una protest, un clamor, se extendi6 por aquellos pa-
rajes, en donde flotaba, como una niebla, la indignaci6n de centenares
de campesinos, que perdieron para siempre su ambiente, su tradici6n
y sus fortunes.
Esa indignaci6n no tuvo Ifmites cuando se les notific6, a la vez, que
ellos no tenfan nada allf y se les desaloj6 violentamente y tuvieron que
dejar sus cercados, sus conucos y sus funds. Azorados, press de dolor
y de espanto al mismo tiempo, cruzaban los caminos silenciosos, resig-
nados con su suerte, como si una fuerza sobrenatural los empujara. No
faltaron, sin embargo, quienes alzaron su voz.
-iUna cosa nunca vista! -deca el viejo Pancho, mordidndose los
labios-. Esas colonies acabarin con el pr6jimo.
iC6mo no lo iba a decir! Acababa de ver cientos de matas de plata-
nos arrancadas. Vasos de potreros abiertos y vio las palmas que habia
sembrado Juan Jos6 trozadas rodando por el suelo. Venfa por el camino
sufriendo y no sabe c6mo no se le saltaron los ojos de ver tanto destro-
zo en un moment, como si una maldici6n hubiera cafdo sobre aquel
lugar.
Para los moradores de esos sitios, desde que se foment6 la Inocen-
cia y las otras colonies que le siguieron a poco, todo lo bueno que por
allf habfa se acab6. Hubo que sacar la crianza, llevarsela a las lomas,
entregarla en manos de amigos y hasta de simples conocidos, a la me-
dia, o al tercio, segtin se conviniera. Las rabizas padecieron much
por los robos, por la pdrdida de sus sitios, porque muchos animals
se extraviaron, se desgaritaron, por haberseles quitado sus comederos.
Se secaron los hoyos dondejosaban. Tumbaron entonces los palmares
y todos los arboles de frutas que les engordaban tanto desaparecieron
tambidn.
Apenas hay hoy donde cortar una vara, coger una yagua, procurarse
an6n para las sogas. Desde entonces no se puede criar sin cerca, ni vivir
sin la preocupaci6n de los dichosos portillos, para evitar que los anima-
les se vayan para la finca y vengan multas o los apresen, como sucede
con frecuencia. iFue una calamidad sin nombre!
Por todas parties s61o se ven ahora cafias o retofios, alambres de pias.
Carretas y bueyes. Han aumentado los robos y los caminos estAn Ilenos
de gentes desconocidas que no tienen un mafz que asar.
-iUna desgracia grande! -decfa la vieja Juliana moviendo la cabeza-.
iUn verdadero castigo!
iY c6mo no iba a serlo! Si le contaban tantas histories. iMAs vale que
no las hubiera sabido nunca! iSi no fuera porque las presenci6 su com-
padre, cuindo iba ella a creerlas! A ser verdad 1o de Josefa y lo del vale
Hilario, qu6 otra cosa podia decir sino que se trataba de un castigo.
El vale Hilario fue desalojado de sus trabajos a viva fuerza y a Josefa
le abrieron el conuco para que los animals se metieran dentro. Las
vacas acabaron con el platanar y no qued6 rabiza de batata que los
puercos no sacaran.
Habfa que preparar las tierras cuanto antes para sembrar la cafia. Y
los peones se ayudaron con los animals para dejar limpio el terreno.
Con los picos, con las mochas y con el fuego se iban agrandando las
colonies de la finca. Todo qued6 abierto. Los conucos, los potreros. Se
arranc6 la yerba y todo qued6 liso como el camino, mientras los funds
parecfan estar dentro de una sabana. Por todas parties golpes de hachas,
estallidos de candela y humo que hacfa llorar los ojos y a veces cortaba
el resuello. iUna devastaci6n!
-Pa que no hable haberia que trozarme la lengua -repetfa indignado
Evaristo.
Un mayordomo le advirti6 a Evaristo, el de Las Cafias, que se calla-
ra, que no le convenfa hablar tanto de la finca, porque lo podia pasar
mal. iY qu6 mas mal podia pasarle a Evaristo ya, si hacfa dfas sisos que
andaba detrAs de una vaca jorra que por causa de la finca se le habia
perdido!
-iMonte? Hay que dir a Los Haitises -dice Medardo con frecuen-
cia-. Dentrarse por las lomas. Lo que es po aquf no queard ni con que
parar un bohio ni componer una cerca.
Porque desde cualquier sitio se alcanza a ver ahora el cielo limpio,
sin que lo manche una sola copa de arbol ni lo cruce ningun pAjaro. Es
una claridad que corta la vista. Todo de un solo verde que cansa, que
fatiga. Y un calor que no se puede soportar. El sol le derrite al cristiano
los sesos. No se puede dar la menor salida sin tener que cubrirse la ca-
beza, para evitar un tabardillo.
-Pero, iy los vfveres? DD6nde vamos a descosechar los vfveres? -se
preguntaban muchos.
Las mejores tierras las habfan perdido. El bajo del arroyo, la cuchilla
de la cafiada Prieta. 1D6nde harfan ahora conucos? UC6mo traerfan los
frutos si tenfan que ir a fundar a las lomas, con tanto camino malo y
sin bestias suficientes? Por alli dentro se darin rabizas y las siembras se
volverin tabucos, porque la distancia impedird ir a menudo para man-
tenerlos limpios. 1D6nde vamos a trabajar conucos?
-D6nde? -repetfa Jose Lelo, encogidndose de hombros-. iDonde
no estorben! 1Donde se puea!
Las colonies se multiplicaron con asombrosa rapidez. Todas las tie-
rras apropiadas fueron puestas en estado de cultivo. Por allf no qued6
alambre que no fuera de la finca. La Inocencia, la Elisa, la Esperanza,
Dofia Ana, Juana Lorenza, ocuparon today la faja de tierra que com-
prendfa los rfos. Sobre las cabezas el azul del cielo y abajo el verde uni-
forme de los retofios, reemplaz6 a la variedad de tons del monte y de
los conucos. Apenas queda alguna que otra ceiba a medio trozar o seca,
con las ramas pobladas de pequefios pajaros que apenas se escuchan al
pasar. Los cafiaverales se multiplicaron y ahora habfa que dar innume-
rables vueltas para cruzar de una secci6n a otra y para salir a la sabana.
Las Malas Mujeres, Tavila, Palmo Espino, Dofia Ana, s6lo existfan
de nombre. La inmensa cantidad de maderas que allf se encontraban
se convirti6 en cenizas. Muchas noches permaneci6 el cielo enrojecido
y tan altas fueron las llamas que allf se vieron, que desde la subida del
Higuamo parecfa que el cielo era un mar de sangre.
Afioran la tremenda bejuquera de ese monte que sin machete no se
podfa franquear, cruzado s6lo por rastros de vacas y bestias y en cuyo
centro Eulogio, como un perdido explorador, les daba posada, les ofre-
cia en que dormir, porque era con los primeros claros del dia o en las
iltimas horas de la tarde, con la fresca, cuando podfan montear, evitan-
do fatigas, vaqueros y perros, y sorprender los ganados al levantarse o al
recogerse entretenidos en rumiar por lo alto las hojas del monte, que es
fama que dan mejor care que los pajonales sabaneros.
Los muchachos escuchaban estas histories como si fueran fantisti-
cas, atentos, silenciosos, pendientes de los labios de Fausto o de cual-
quier pe6n que las hiciera. Les parecfa impossible que eso hubiera pasa-
do en el sitio en que se encontraban las nuevas colonies, tan claras, tan
limpias, donde se vefa tanta cafia, donde se encontraban esos bateyes
que parecfan pueblos.
-Por el nuimero 15 -decia uno-, habia un tronco de caobAn que dos
hombres no lo abarcaban. En ese lugar tuvo peleando Teniente con un
toro josco mds bravo que el de la Piedra. iFue un pleito sin compara-
ci6n! Tuvimos que dejarlo.
-Y donde esti la casa de don Marcial -decfa otro-, mat6 yo un puer-
co cimarr6n con una navaja asf. -Y ponfa el indice de la mano derecha
sobre la mufieca de la mano izquierda, para dar una idea aproximada
del tamafio del colmillo.
-iOfrezcome! -exclamaban todos.
El viejo Gollo Brito, apretando su andullo en el cachimbo, murmuraba:
-Pa lo que quea, mas valiera que arrasaran con t6. Y con nosotros
tambidn.
Por todas estas calamidades y otras mis que proporcion6, es por lo
cual, aun todavia, los campesinos del lugar miran a don Marcial con
mal disimulada ojeriza.
Todo este mal fue la obra de la finca y de don Marcial, que sembr6
la primer cafia.
Y por eso es que Manuel, al ofr las pisadas de una bestia y ver una
cara extrafia, exclama en tono despectivo:
-IEse sera un finquero! Po aquf no andan otras gentes.
Y los trataba asf, por rencor y porque sabfa que se crefan muy gran-
des. Como trabajaban a los blancos ya se consideraban mis gente que
los otros. Y ponia por prueba a Candelario, que despues que usaba
zapatos de la bodega no era con l1 como antes.
Al pasar por los carries algunos campesinos miran su desgracia en
esos extensos campos de cafias tan hermosas, en esos bateyes lenos de
tanta gente mala, entire las cuales muchos no parecen cristianos.
Es verdad que ahora se consiguen cosas de la bodega y se puede
vender algo en los bateyes, pero con tanta dificultad que preferible serfa
vivir como de antes. iTantas leyes nuevas se han sacado!
Pero lo peor de todo, lo mis triste, es que don Marcial encontr6
quienes lo defendieran. Gentes que lo alabaron y encontraron bueno
todo lo que estaba hacienda en perjuicio de los probes campesinos.
Estos amigos de don Marcial y de la cafia eran muchos, por desgracia.
A uno de ellos fue a quien el viejo Pablo oy6 decir una vez en la
bodega en tono jactancioso:
-iDesengifiese compare! iEl monte es para los pajaros!
iPara los pajaros! iPara los pijaros tanto caobin que no lo abarcaba
un hombre, tanta caya, todos esos irboles de madera tan dura y que
tenfan tantos afios, que nadie en el lugar se acuerda haberlos visto de
otra manera que como estaban ya de grandes! iEse monte tan fresco, ese
sombrfo con tantas aguadas! iCon que dificultad se van a hacer ahora
los funds! DD6nde se va a acotejar el hombre de trabajo?
Estos amigos de la carfa, sin duda, han mejorado despu6s que lleg6
alli don Marcial. Muchos han conseguido monturas y mujeres y hasta
han fundado. Gautier Mojica, Chencho, Murcidlago, que nunca quiso
hacer conucos, se sienten bien. Hay ahora sueldos. Quincenas. Mani-
jan plata.
-Todo eso debia ser cafia -siguen diciendo cada vez que ven alguna
que otra punta de monte-. El monte no da product. Cuindo?
-iYo tumbo con gusto, compare! -le oy6 decir el mismo viejo
Pablo a un correo de a pie en la bodega-. Alzo cafia, cojo una carreta,
cualquier cosa, pero los viveres, ique los siembren otros mis brutos
que yo! Eso no deja. Lo tengo exprimentao. Por mi parte no haberfa
conucos.
-iJesds! Estos hombres no tienen concencia -exclam6 la vieja Juliana
cuando se lo contaron.
Una tarde esta misma vieja Juliana pregunt6 a Gollo Brito, el de la
Lima:
-Y de 6nde ha venido don Marcial?
-iHombre, yo no s6! Pero el no es de estos laos.
Muy pocos sabian en La Inocencia que don Marcial era de Santo
Domingo. Naci6 en la Capital. Una noche, cuando apenas le apuntaba
el bozo, a bordo de un balandro, se traslad6 a Macorfs. Don Marcial
deseaba trabajar. Una vez en Macorfs, que podfa hacer don Marcial?
Dedicarse al comercio o ser colono.
Tuvo un empleo en una casa de comercio important. Y un dfa lo
mand6 su jefe a hacerse cargo de una bodega en Quisqueya. Allf fue
donde se apasion6 y le cobr6 amor a la cafia. Mis tarde, con sus eco-
nomfas, compr6 unas tierras que retuvo much tiempo. Cuando se
deshizo de ellas fue para comprar otras y fomentar La Inocencia. Esto
era lo tnico que sabia Chencho el mayordomo.
Pero un dfa Chencho qued6 mejor informado. Don Antonio se sin-
ti6 ofendido. Supo que don Marcial lo habfa murmurado con Abelar-
do. No fue gran cosa lo que dijo, pero no debi6 decirlo. Y desde ese
moment don Antonio le pag6 con la misma moneda. Abelardo le
suplic6 que guardara reserve y no se diera por entendido. Por eso, por
proteger al ajustero fue por lo que no hizo una averiguaci6n. Dudar de
su honradez? Si ese era el tnico capital que 6l tenfa.
Este enojo de don Antonio dio lugar a que un dfa este le dijera a
Chencho:
-Aquf nadie puede hablar. El que mas y el que menos tienen sus
trapos sucios.
-Pero yo estaba engafiado -respondi6 el mayordomo-. Yo le tenfa
por muy honrado.
-Pues estabas equivocado. Yo porque no hablo. Ni quiero que lo
repitas tampoco. Eso pas6 hace much tiempo. Ya casi se ha olvidado.
Pero de que fue asf, no tengas duda.
-iParece mentira!
Don Antonio le cont6 casi todo lo que 6l sabia. Se lo dijo un co-
merciante muy serio de Macorfs. Se reservaba el nombre. Dio malas
cuentas en Quisqueya. Casi quebr6 la bodega. Compr6 tierras, compr6
casas y todo eso lo puso a nombre de otra persona. No lo procesaron
porque lo salv6 un abogado. Fue un desastre.
Chencho se qued6 asombrado. Don Antonio agreg6:
-Pero no repitas eso. Que se quede entire td y yo. Te lo he dicho
porque me ha dado soberbia que se pusiera a hablar de mi en estos
tdrminos. Sin tener raz6n.
Don Marcial gozaba, sin embargo, de muy buena reputaci6n. Todos
en la colonia lo consideraban recto y honrado. Y para los campesinos y
para sus peones un colono muy important.
-Lo que yo s6 es que como cafias tiene -decfa Gollo-. iEso es una
barbaridad!
-Debe tener buen resto -afirm6 Juliana.
-iTomarfalo yo! iEse es rico y rico!
Pero en la apreciaci6n de la fortune Gollo se habfa equivocado.
RRico, don Marcial? Asf crefan tambidn los peones y un dfa el mismo
don Marcial oy6 de paso que lo murmuraban.
-iSi don Marcial aflojara!...
-iEs un hombre muy agarrao!
-iDuro como una piedra!
Iba sobre su caballo para el corte y no pudo menos que sonrefr al ofr
una de estas expresiones.
iLas cosas de la vida! Sus trabajadores no podfan conocer su verda-
dera situaci6n. RRico? Debfa serlo. iPudo haberlo sido! Y si la canti-
dad de trabajo midiera la fortune, si el trabajo honrado fuera el medio
de adquirir riquezas, don Marcial tendrfa que contarse entire los ricos.
Desgraciadamente para 61, no es trabajando que se logra la fortune.
IRico? A menudo don Marcial pensaba en las circunstancias que lo
determinaron a fomentar esa colonia.
Las tierras ocupadas por La Inocencia se conocfan por el sitio de Las
Malas Mujeres.
En Las Malas Mujeres, sitio muy nombrado, qued6 fuera de las com-
pras de la Compafifa la parte que ocupaba La Inocencia. Era esta una
especie de bejuquera muy estratdgica, diffcil de explorer y por donde no
habfa trillos, ni transitaban los moradores de las secciones de la sabana.
En esos terrenos habia vacas cimarronas y era dificil el monteo. Allf esta-
ba sitiado el ganado de don Jose Contreras, que se vio obligado a tomar
esos terrenos por la circunstancia de que en ellos tenfa la mayor parte de
su crianza del monte. Cuando hicieron la mensura del sitio, que com-
prendfa muy buenas tierras, Ilanas y fertiles y con innumerables aguadas,
1l expres6 el deseo de que le midieran allf sus tftulos y desde entonces una
gran area de tierra se habfa respetado como de su exclusive propiedad.
Jos6 Contreras naci6 rico. Sus padres fueron propietarios de grandes
puntas de ganados y extensas propiedades en diferentes sitios. Las prin-
cipales tierras que posefa las habfa heredado. Compr6 despuds algunas
con el prop6sito de asegurar past a sus ganados, entire ellas el pedazo
de Las Malas Mujeres.
Durante su juventud se ocup6 de la crianza de ganados. Era con-
siderado como un campesino acomodado. Al pasar por ciertos luga-
res los ganados no mostraban otra estampa que la de 6l, constituida
por una figure extrafia que recordaba una de las letras del alfabeto
griego.
La casa de sus padres era un antiqufsimo fundo situado al pie de
una cuchilla de monte. El sitio se conocla por La Ceibita. Allf habia
un viejo corral, donde se trabajaban las reses, dividido en corral grande
y corral pequefio. En este ultimo se hacfa el ordefio. Hubo un tiempo
en que la familiar se ocup6 en la fabricaci6n de quesos criollos. En la
sala del bohlo podia verse, sujeta por dos sogas torcidas en la casa, una
tabla ancha sobre la cual se ponfan a secar los quesos en sus sunchos
de yaguas. No faltaba allf tambien la buena longaniza, como tampoco
en la tasajera, situada del lado del patio, un par de cecinas, hechas por
Cundo, un negro fuerte y alto que hacia las funciones de esclavo cuan-
do sus progenitores, que lo fueron, habian ya desparecido.
Jos6 era el mas pequefio de la casa. La familiar estaba compuesta por
cuatro. Una sola hermana. Permaneci6 soltera toda la vida. Blanca y
alta como una espiga, con su pafiuelo de madris muy bien atado a la
cabeza y su cachimbo en la boca, su tdnico de prusiana morada o de
fondo blanco con diminutos dibujos negros, se vefa hasta hace poco en
el dintel del fundo desde que abri6 los ojos al mundo. Uno de los her-
manos, el mayor, que a la muerte de su padre, tambien Ilamado Jose, se
habfa encargado de los bienes, muri6 en la Capital a causa de las virue-
las. El otro hermano cas6 joven y levant6 su fundo cerca de Casa Vieja.
Allf form una familiar numerosa, entre la cual se encontraban algunos
varones trabajadores y honrados.
Siendo Jos6 el mis pequefio entr6 muy tarde en posesi6n de lo suyo.
El y su hermana soltera quedaron en comunidad. El administraba los
bienes de los dos. Su fortune consistfa en tierras situadas en lugares
muy distantes y casi todas comprendidas en sabanas, porque su haber
principal consistta en ganados.
Jos6 sigui6 viviendo en la casa vieja con la hermana y Cundo. La
Ceibita era un sitio muy conocido de todos los criadores.
-El que tiene ganado gana de noche y gana de dla, por eso los Con-
treras son ricos -decia mano Hilario.
Siempre fueron respetados y queridos en el lugar. Se les acusaba de
avaros, pero muchos los consideraban generosos, porque allf obtenfan
leche en primavera, cuando los pastos estaban buenos y las vacas venian
paridas. Tambidn la tasajera dio de comer en muchos funds.
Como don Josd tenfa ganados por los lados de Hato Mayor, donde
su padre habfa entregado al tercio una becerra, perdida hacfa muchos
afios y ya su estampa era la mas numerosa en aquellas llanuras, tenfa
que ir todos los afios a esos sitios para trabajar las reses que allf tenfa.
Esos viajes duraban mis de una semana. Continue don Josd las viejas
relaciones de su padre. Dej6 los mismos mayorales y en las mismas
condiciones hasta que el iltimo, Josd el Tuerto, muri6 a causa de un
palo que le cay6 sobre la cabeza haciendo una tumba. Fue entonces
cuando encarg6 del ganado de Cola Sucia y del de Las Malas Mujeres
a su compare Eudosio Sosa, casado con una prima segunda de l.
Hasta ahora estaba satisfecho de su conduct. Era un hombre honra-
do. Siempre le guardaba los cueros de las reses que se morfan o malo-
graban para poner a salvo su conduct. Esto satisfacfa much a don
Josd.
Fue en uno de esos viajes que Jos6 conoci6 a Anastasia Rojas. Era
hija inica de unos pobres campesinos muy honrados y distinguidos del
lugar. Josd se enamor6 de ella y form una familiar compuesta de tres
hijas. Hubo una 6poca en que Contreras permaneci6 hasta un mes en
casa de Anastasia, pero nunca vivi6 alli permanentemente. No quiso
dejar sola a su lnica hermana y quizis fue esa la causa por la cual en esa
6poca no se cas6 con la hija de Rojas.
Viviendo con ella murieron los padres de Anastasia y desde entonces
tuvo que ir peri6dicamente a ver a sus hijas. Estas visits no fueron tan
regulars a partir de la fecha en que, por razones de conveniencia, tuvo
que casarse con una joven prima hermana suya que vivfa en el pueblo.
Toda la vida guard Josd la mis tierna afecci6n por Anastasia quien
observ6 una conduct ejemplar.
A la muerte de los padres de don Jose la herencia estaba constituida
por un centenar de reses sitiadas en diferentes lugares y por unos cuan-
tos pesos de derechos de tierras. Esto sin contar la casa y una infinidad
de chucherfas de menos valor. El padre de don Josd tenfa tierras en Las
Pajas, en El Cuero, en Juana Lorenza y ganados en el primero y en el
iltimo de estos sitios. Las reses se dividieron entire los hermanos. Las
tierras quedaron en comunidad hasta que el hermano mayor tom6 es-
tado. Don Jos6 recibi6 entonces lo que le correspondia. Esta partici6n
se hizo sin intervenci6n de la justicia.
Cuando don Josd se cas6 a su vez aument6 su fortune. Su esposa
tambidn tenfa reses y tierras. El padre de la mujer le entreg6 en seguida
lo que le correspondfa.
En una ocasi6n don Josd quiso darse cuenta del valor de sus bienes.
Las reses de Las Pajas estaban divididas en dos ganados, el de Cola Su-
cia y el de Las Malas Mujeres, uno de monte y otro de sabana. No sabfa
exactamente el nlmero de cabezas que posefa. Nunca las habia conta-
do, porque eso era de mal agiiero. Se lo oy6 repetir muchas veces a su
papa. Y si sabfa exactamente el numero se cuidaba much de decirlo.
-Una poquita -repetfa a todo el que le preguntaba como cuantas
reses tendrfa-. Una migajita.
Tenfa ademAs otras reses en otros sitios, pero en pequefia cantidad.
En cuanto a sus tierras la apreciaci6n era mis precisa. En Las Pajas
tenfa cincuenta pesos de tftulos. De estos, veinte eran de su mujer. Y
el resto proveniente de su herencia. Con estos derechos habia torado
solamente dos posesiones. Una en la sabana y otra en el monte, en el
sitio de Las Malas Mujeres. La posesi6n de la sabana era la misma que
tenfa su padre. Solamente que el antiguo vividor habfa muerto y 6l, don
Jos6, puso a otro, a su compare Magdaleno del Rosario, hombre hon-
rado y de trabajo. En la de Las Malas Mujeres tenfa a Eulogio Mejia, un
negro como pocos. Estos vividores tenfan derecho hacer conucos para
su provecho, con la condici6n de traer de cuando en cuando a don Jose
algunos viveres. Podfan aprovecharse de todo, pero no tenfan autoriza-
ci6n para desperdiciar el monte, cortar maderas, hacer carb6n. Podfan
vender yaguas y frutas. En cambio atenderfan al ganado, lo curarfan y
podfan ordefiar las vacas paridas que quisieran, hacer quesos a la media
y si alguna se malograba o se morfa, les correspondfa una parte de la
came, la mayor porci6n era para don Jos6.
La cantidad de tierras que posefa don Jose era enorme. El sitio era
muy grande. Una vez don Gerardo, un agrimensor, le dijo que podfa
tener, por lo menos, diez caballerfas, es decir, unas doce mil tareas na-
cionales. Para su ganado eso era mis que suficiente. No las necesitaba
para otra cosa, puesto que tenfa mis tierras en su propia casa y estas
las.utilizaba para tener los animals del servicio y hacer conucos. Aquf
donde estaba el fundo sf tenfa cercas.
No ambicionaba tener mis tierras. Por eso cuando en una ocasi6n
lleg6 a su casa un sefior de Macorfs, muy apurado, ofrecidndole en
venta unos cien pesos de titulos de Las Pajas, los rehus6. iQu6 iba a
hacer con mis tierras? Inultil fue que este sefior se las propusiera a buen
precio. Ni regaladas que se las hubieran dado las querfa. Para tener
mis papeles?
Refiriendole al alcalde esta visit, don Jos6 recalc6:
-iQud voy yo hacer con mis tierras? Yo creo que la mitad de Las
Pajas es mfo.
Pero el alcalde que habfa llegado la vfspera de Macorfs, lo puso en
autos de lo que el no sabfa.
-En Macorfs -le dijo- se rumorea que van a fomentar nuevas colo-
nias en ese lugar y dicen que hay muchos tfculos falsos. Que los estin
haciendo a la carrera.
Luego agreg6:
-Usted se fij6 de quidn eran esos tftulos?
Don Jos6 ni siquiera los tuvo en la mano.
Por la noche, en su casa, don Jose pens6 un buen rato en esta noticia
que le dio el alcalde.
Dos meses despus se apareci6 otro individuo en casa de don Jos6
vendidndole otros titulos del mismo sitio. Esta vez don Jos6t quiso ave-
riguar a quidn pertenecfan. Tom6 el titulo en la mano, se coloc6 sus
espejuelos y se acerc6 a la lUmpara. Don Josd qued6 sorprendido. Esos
titulos eran de Josd del Carmen, un negro mds pobre que un rat6n de
iglesia, que 61 conoci6 muy bien y que ademis, hacia afios que habfa
muerto.
Don Jos6 se limit a decir al vendedor:
-iY c6mo consigui6 esas tierras este sujeto? De quidn las hered6?
A quin se las compr6?
Pero el vendedor no pudo contestarle. Realmente 61 no era el duefio.
Le habfan entregado esos tftulos en Macoris para que los vendiera a
personas que tuvieran interest en esas tierras.
Cuando don Jose volvi6 a ver al alcalde lo puso al corriente de lo
que pasaba.
Algunos meses despues los propietarios del sitio de Las Pajas se
reunieron para pedir al Tribunal, por medio de una instancia, que
ordenara la mensura del sitio, que hasta entonces habia permanecido
comunero.
Se realize esta mensura y como resultado de ella, don Jos6 se enter6
de que no posefa las tierras que 6l imaginaba. Con los titulos que po-
sefa apenas podfa cubrir la tercera parte de la cantidad de tierras que
en ese sitio, desde tiempo inmemorial, se habian considerado como de
propiedad de los Contreras.
Esto ocasion6 a don Jos6 una gran preocupaci6n. UC6mo se harfa
para que su ganado dispusiera de la cantidad de tierras que necesitaba?
Le era indispensable proporcionar past a estas reses. Y ademis asegu-
rar las posesiones que allf tenia.
Despuds de reflexionar un poco resolvi6 comprar una cantidad
de tftulos suficientes para cubrir esas tierras. No le quedaba otro
remedio.
Con ese motive hizo un viaje a Macoris y allf celebr6 un compro-
miso con un individuo que posefa titulos de Las Pajas, porque los ha-
bfa comprado a diferentes propietarios. Don Jose no quiso averiguar si
eran de los legitimos o de los falsos. Lo important era que estuvieran
reconocidos por la Comisi6n correspondiente. No qued6 hecho el ne-
gocio, de una vez, pero el senior le dio palabra de que contara con ellos.
Don Jose no disponfa en ese moment de efectivo y tenia que vender
algunas maderas para hacer dinero.
Don Jos6 no pudo ocultar la contrariedad que esto le produjo. Pas6
un tiempo haciendo diligencias para conseguir el dinero para los tftu-
los. Se le presentaron algunas dificultades, porque no querfa quemar
sus reses. Deseaba venderlas bien y la situaci6n no era muy buena. El
dinero estaba escaso.
Transcurri6 un tiempo. Un dfa fue informado de que los titulos que
tenfa tratados en Macorfs fueron vendidos a don Marcial Martinez y
que este vendria a medir lo que le correspondia de un moment a otro.
Fue inltil que don Jose hiciera un viaje expresamente para arreglar este
asunto. Cuando se vio con el duefio de los tftulos ya era tarde. Hacfa
cosa de dos semanas que habia cerrado el trato con el otro comprador.
Por toda excusa le dijo:
-Yo le aguard6 bastante, mi amigo. Y le escribf dos o tres cartas que
usted no me contest.
Don Jos; no habfa recibido nada. Estaba seguro de que no se las
escribi6. En vista de esto, don Jos6 regres6 a su casa y no le qued6 otro
remedio que conformarse con lo sucedido.
Como consecuencia, perdi6 casi la mitad de la posesi6n que tenfa en
Las Pajas. La mis important. El pedazo de monte de Las Malas Mu-
jeres, donde tenfa el mejor ganado. Allf s6lo le qued6 una cantidad de
caballerfa y media. Y en la sabana se hizo medir unas seiscientas tareas
para cubrir el otro sitio.
Este fue uno de los mayores disgustos que experiment don Jose.
Pero ya habfa tenido otros no menos desagradables.
Hacfa cosa de dos afios le ocurri6 otro incident que estuvo a punto
de arruinarlo. De esa fecha databa su odio a los abogados y a la justicia.
Cada vez que se referfa a su pleito exclamaba:
-Ya sf que no se puede vivir. Estamos rodeados de pillos, mi amigo.
Todos los afios iba don Josd de temporada a casa de su compare
Eudosio Sosa, que vivia en la sabana y que era su mayoral, para reco-
ger el ganado mostrenco, sefialarlo y herrarlo. Una semana pasaba allf.
Durante ese tiempo, en compafifa de Eudosio y de algunos peones,
monteaba todos los dfas, sacando el ganado que alli se hacfa extrava-
gante. Consideribase buen comedero el sitio de Las Malas Mujeres,
porque ese ganado asf salvaje se conservaba siempre grueso. En el cen-
tro se levantaban los trabajos de Eulogio, el vividor, quien mantenfa
un par de conucos en buenas condiciones. Era la uinica persona que se
habfa arriesgado a fundar dentro de ese monte por donde no pasaba
un cristiano. Cuando monteaban en 6l tenfan que ir provistos de ma-
chetes para hacerse camino en ese intrincado laberinto de bejucos. A
esa circunstancia se debfa que ese ganado padecla poco a causa de los
cuatreros, que por esos lugares no eran escasos.
Eudosio Sosa se habfa hecho cargo de ese ganado extravagant de
su compare Jose, porque contaba con Fausto y con Chaqueta. Como
Fausto eran pocos los hombres que habla conocido Eudosio. Una no-
che se present en su casa. Supo despues que habia desertado del Bata-
U6n en Santo Domingo. Le dio posada. Luego trabaj6 en sus conucos
y le amans6 unas reses. Fue su brazo derecho.
Y en cuanto a Chaqueta, se lo llev6 su compare Jose, despues de
habdrselo ofrecido muchas veces y por su comportamiento le cogi6
carifio. iCudntos disgustos le ocasion6 con los vecinos! Lo tuvo oculto
un tiempo porque se lo entregaron despuds que produjo una averia en
Hato Mayor. Le clav6 un colmillo al hijo del alcalde. Pero ya habia pa-
sado un tiempo de ese suceso y todos sabfan en el campo la historic del
perro. Para Chaqueta no habfa ganado bravo que no sujetara. El era el
verdadero mayoral de las vacas de Contreras. Hasta la mas extravagan-
te, la Careta, una vaca jorra que siempre estaba gruesa, se podia traer
al corral con gran facilidad. Perro que trabajara como ese no lo habia
en esos contornos. Salir al campo con 1l era no perder el tiempo. Las
encontraba donde quiera que estuvieran. Regendia los montes, atrave-
saba rios, no reconocia obsticulos, y las paraba en cualquier forma y
en cualquier sitio. Nunca lo habian herido y mis obediente que 1l ni la
misma Azucena.
Pero hubo una dpoca, sin embargo, que no se podfa trabajar. En el
Este se declare un bandidaje sin nombre. En todas parties aparecian
partidas de bandoleros que no respetaban ni la vida ni los intereses de
nadie. No se podfa contar con nada. Todo estaba perdido. Y Las Malas
Mujeres se convirti6 en madriguera para estos bandidos. Con ese mo-
tivo don Jose no pudo ir a Las Pajas a ver sus intereses durante much
tiempo. Era un peligro coger un camino. No habia garantfas. Hasta el
mismo Eulogio tuvo que salir huyendo. Alli paraban los malhechores
mas renombrados que ha tenido la Repdblica. Mas de dos afios pas6
Eudosio sin ver esas reses. Entonces no se podia montear ni dar salidas
con frecuencia. Por muchos sitios y a todas horas se podfa tropezar con
partidas de aquellos. En el campo no habia tranquilidad. Diariamente
se referfan andanzas, crfmenes, robos y atropellos. Los campesinos hon-
rados vivian asustados. A cada hora un suceso.
Y de allf, de Las Pajas, de La Sierra, de La Yerbabuena, de todos
los rincones surgian bandadas de malhechores que infestaron toda la
provincia.
Y una noche se acercaba al mostrador de una bodega un hombre
oscuro, vestido de andrajos, con un sombrero de cana con el ala baja
cubridndole parcialmente el rostro. Pedfa un trago y, mientras el de-
pendiente se lo servia, echaba una mirada por los alrededores. Luego
desaparecfa sin decir una palabra, sin hablar con nadie. Solamente se
le vio un cuchillo en la cintura. A poco, un pe6n se acercaba al depen-
diente y con much sigilo le decfa:
-iUt6 vido ese hombre? iEse no e de po aquf! Yo crede que e de la
gente.
Y no se hablaba de eso. Quizis, si al dependiente no se le olvidaba,
al cerrar la bodega decfa al duefio, sin darle gran importancia:
-Esta noche estuvo aquf un gavillero. Pidi6 un trago y se fue.
El encargado de la bodega no contestaba. Simplemente examinaba
su rev6lver, le recordaba al empleado que revisara las puertas y luego se
acostaban para no dormir.
Otro dia, un sabado, se bailaba en la enramada del camino del Ho-
y6n. Frituras, bebidas, caballos, gritos y vivas. Gran animaci6n. Es Ven-
tura quien estA en el palo. Nicumedio canta.
iLa guardia rudal, ay!
iLa guardia rudal, ay!
De pronto, Eufemio se retire fuera y llama a su compare:
-Vale, silgase. iUtd conoce ese hombrecito que se ha arrimao a la
esquina del bohfo?
-No, compare. Deberi ser de los que tan tumbando palli arriba.
-No, compare -respondfa Eufemio, y casi en secret afiadi6-: No
me gusta esa facha. Ese put ser de lagente. Vamono quedando aquf por
si acaso.
Pero en una ocasi6n, detrAs del primero que aparecfa en la fiesta
se presentaba un segundo, mis tarde un tercero y cuando la bachata
culminaba en entusiasmo, sonaba un tiro, y otro, media docena en
seguida. Relucfan los machetes, las mujeres hufan dando gritos, se ofa
un tropel de caballos, las luces se apagaban y las detonaciones continua-
ban, pero mas lejos. En el piso hay tres o cuatro hombres y sangre. En
la bodeguita una mujer esti casi desnuda, con los vestidos rasgados, el
cabello alborotado y hablando en alta voz.
-Fueron ellos -decfa uno.
Y mientras se ocupaban del muerto y de los heridos, comentaban:
-A mi se me puso. Yo no querfa venf.
-Y mi compare me lo dijo -decla otro.
-Ese hombrecito que taba pegao al palo me dio mala epina.
Y una negrita que no ces6 de bailar desde que lleg6 y no repuesta
todavia del susto, al ver c6mo cayeron a balazos y cuchilladas aquellas
gentes, exclam6:
-Y por 6nde vinidn?
Mientras un hombre delgado, ya un poco viejo, murmuraba:
-A mf me lo dijidn, pero como jablan tanto no lo quise creder.
Y un negro con un pafiuelo rojo en el cuello, lanzando quejidos e
imprecaciones decfa a otro:
-iMe han cortao, vale, pero no hay cuidado!
Una noche, seis hombres a caballo, cuatro o cinco de a pie, unos
detris de otros, descendfan hablando en voz baja, cuesta abajo, en
direcci6n al llano, encendiendo cigarrillos o arreglAndose las armas
que se les deslizaban en la cintura. A trechos una densa oscuridad en
la cual apenas se vefan unos a otros. Mas adelante, en un claro, la
luna dejaba ver los contornos de los troncos y las manchas del rama-
je. A veces el trillo y los gramales. Un paisaje a dos tonos. Saturado
de silencio, tanto mas profundo cuanto que s6lo recogfa las pisadas
de las bestias y el susurro de la cafiada que corria por un lecho de
piedras.
All fuera les esperaban otros tantos para juntirseles y resolver lo
que harian esa noche. Eran ellos, los del monte, que iban a desparra-
marse a esas horas por los bateyes, por los bohfos o se encaminaban en
busca de algdn hablador o de algun acomodado para obtener fondos o
simplemente para conseguir dos o tres rev6lveres mis.
Camino de La Piedra, del fundo de Felipa, los perros ladraban un
buen rato y dentro Patricio murmuraba:
-iVale, ut6 ta oyendo lo perro? iAsunte!
-Parece que e gente. Y no son poquito.
Mientras Felipa, intranquila, agregaba:
-No prendan 16.
Y luego de pasar una hora desvelados, volvianse a dormir confiada-
mente.
Y transcurrian dfas, semanas, meses, viviendo esa vida sin remedio,
sin consuelo. En cualquier sitio, a cualquier hora, alarma, panico o una
desgracia inesperada, tanto mis trAgica y dolorosa cuanto mas impune.
Pero muchos sentfan secrets simpatfas por ellos. Por su mediaci6n ha-
bfa crecido su hacienda, a su protecci6n debfan el aumento de su presti-
gio, y de su amistad derivaban variados y frecuentes beneficios. No hay
desgracia, ni mal, ni acontecimiento que no sea util. Todo en la vida
tiene necesariamente su compensaci6n. Los del monte, pues, tenfan
sus favorecedores, que a veces eran aliados o simplemente copartfcipes
a la hora del botin. iC6mo recuerdo ahora mi reloj de bolsillo! De las
manos de Bulito Batfas volvi6 a las mfas, haciendo escalas.
Mucho tiempo se prolong esta situaci6n en el Este. Y como don
Jose Contreras fueron muchos lo que se arruinaron.
A lo largo de los caminos se vefan las casas y los conucos abandona-
dos, cubiertos de brosque. En alguno que otro sitio se quemaron ranchos
y las families tuvieron que salir huyendo para salvar la vida. En el campo
no estaban garantizadas ni esta ni la propiedad. Fue una situaci6n que
recordaba la epoca de los cimarrones, en que los esclavos fugitives saque-
ban las fincas y mataban a discreci6n. Pero muchos, lejos de arruinarse
se enriquecieron. Los bandidos pasaban o favorecfan la venta o el aban-
dono de las propiedades. Muchas tierras pasaron en esa 6poca a manos
de compafifas que las obtuvieron por precious ridiculous. Los gavilleros
cumplieron una misi6n. Parece que respondieron a una necesidad.
Fueron muchos los cabecillas. Vicente Evangelista, Bulito Batfas,
El Fafioso, Tolete, El Nifio, Chepito, Ram6n Nateras y muchos mis
menos famosos. Yo tuve la oportunidad de conocer algunos y no los he
olvidado jamds.
iOh! iTolete! C6mo evoco ahora tu figure singular. Parecfas un ba-
tracio gigante, con tu vientre pindulo, tu color de aceituna, tu cara
cuadrada, tu frente estrecha. Pardceme verte. Tenfas los ojos pequefios,
oscuros, de mirada frfa y vaga. La sonrisa entire mueca y amenaza. Los
dientes blancos y recios y el bigote hirsuto. Veo tu cintur6n ancho sella-
do de cdpsulas relucientes, tu par de rev6lveres niquelados y tu enorme
pufial. Cruzaste las calls de Macorfs seguido de la muchacherfa curiosa
y tocada de admiraci6n por la leyenda que te aureolaba.
Vestfas un pantal6n caqui, lucfas unas polainas nuevas, un sombrero
de vaquero y te mostrabas a todo el mundo como un hdroe. Contaste a
muchos tus aventuras por las montafias y por el Ilano y eras celebrado. Yo
fui de los pocos que enmudecieron ante tu presencia. De los pocos a quie-
nes serviste de motivo de hondas reflexiones. No te he olvidado mas y hay
dfas, como hoy, en que mi pensamiento no se aparta de ti, iTolete magnf-
fico! Emulo de El Chivo y del no menos calebre Florentino. iTolete!, que
compares conmigo el privilegio de haber nacido en esta tierra. Quiera el
cielo que algin historiador indocumentado o caprichoso no te present
a la admiraci6n de las generaciones futuras como un hdroe de la Tercera
Repdblica. Adn suena en mis ofdos el romance que te ha inmortalizado:
Tolete, ti me va a matd
Tolete, por la madrugd,
Tolete, ya lo rulo tan
Tolete, pa come con pan.
Tolete, mahana me diba
Tolete, yayo no me voi,
Tolete, sdlo epa que sepa
Tolete, lo que es el amor.
Tolete, ti tenta una novia
Tolete, llamada Maria
Tolete, ya ti no me quiere
Tolete, como me queria.
Durante esa epoca el ganado de Contreras sufri6 much. Se le per-
dieron reses y le mataron bastantes. Mas de una vez su compare Eudo-
sio fue avisado para que viera en bohfos de la misma sabana los cueros
tendidos al sol.
Pero cuando las dificultades de don Jose llegaron al colmo fue cuan-
do don Marcial foment6 La Inocencia y la Finca resolvi6 casi al mismo
tiempo abrir extensions por esos terrenos. Lleg6 a su conocimiento
que un agrimensor estaba midiendo sus posesiones, que se fomentarfan
nuevas colonies y que habia que retirar toda la crianza. Pero todavia
le ocurri6 otra cosa peor. Un dia vino Eulogio expresamente, enviado
por su compare Eudosio para participarle que estaban abriendo una
trocha en su monte. Inmediatamente don Josd hizo un viaje para ver
por sus propios ojos lo que estaba pasando. Al Ilegar vio que no s6lo
habian hecho una trocha sino que habian comenzado una tala. Man-
d6 a buscar al pedineo y protest delante de 1l del atropello que se
estaba cometiendo. Logr6 ese dia que se suspendieran los trabajos. El
encargado de estos le prometi6 que irfa en seguida a participirselo a la
Administraci6n. Esta vez le dieron una satisfacci6n. Se le hizo saber que
habian sufrido los empleados una equivocaci6n.
Todas estas cosas produjeron en Contreras un gran disgust. Pudo
enterarse igualmente de que la Central abrirfa trabajos en seguida y que
un gran nmmero de propiedades desaparecerfan, porque los que se con-
sideraban duefios de ellas s61o podrian disponer de las mejoras. Casi
nadie tenfa titulos suficientes para cubrir y muchos los tenfan ilegales,
por no haber cumplido con las formalidades de las nuevas leyes que se
habfan votado.
Pero don Jos6 Contreras crey6 prudent consultar con un abogado.
Esta vez se dirigi6 al bufete del licenciado Martinez L6pez, en Macorfs.
Llevaba una carta de recomendaci6n del alcalde. L6pez lo recibi6 con
deferencia y le oy6 con atenci6n. Don Jose comenz6 por decirle que 61
no crefa much en los consejos que pudieran darle los abogados, por-
que estos le habian causado muchos perjuicios, pero que su amigo el
alcalde le dio muy buenas referencias sobre su persona.
-Me ha dicho que usted es uno de los abogados mis honrados que
hay aquf. Por eso no tuve inconvenience en venir a verle.
Contreras se extendi6 en detalles. Le refiri6 todo cuanto le habfa
pasado con sus tierras.
-Ese es uno de los problems mas importantes de este pafs. Sobre
todo aquf en el Este. Ahora mismo tengo pendientes muchos asuntos
parecidos. Aquf ha venido much gene a verme. Eso es una barba-
ridad.
-iBarbaridad no! Eso es un crime. Ustedes no se pueden dar una
idea aquf en el pueblo de lo que esti pasando por alli.
-C6mo no. Aquf me han contado atrocidades.
Y don Jose refiri6 al abogado c6mo se estaban hacienda las cosas en
el campo. No quedard nada, ni un fundo, ni una mata, inada!, inada! La
gene estA loca. Son una infinidad los campesinos que se han quedado
en la miseria. Abren los potreros, sueltan el ganado, matan los puercos,
sacan la yerba, tumban los plAtanos. iEs un acabdse! Tienen un ejdrcito
de hombres en ese trabajo. iHacha y candela por todas parties! iY ame-
nazas y hasta golpes!
-iYo no s6 que serd de esto! -exclam6 don Josd.
El licenciado se qued6 mirindolo, mientras pensaba en las cosas que
acababa de oir.
-Este es un desgraciado pals -dijo-. iUn pobre pafs! Cualquiera se
hace chino, mi amigo. Lo dnico que puedo decirle es que estn suce-
diendo cosas inauditas. Jamas se habfan visto hechos tan extraordinarios
como ahora. No se respeta la propiedad, ni la vida, ni las costumbres ni
los usos del pueblo, mi amigo. A mi conocimiento han Ilegado noticias
de atropellos innumerables sin sanci6n. Y lo peor es que tenemos que
ver y que callar. Yo estoy a punto de cerrar la oficina por inultil. Para
qud alegar derechos, ni leyes, ni procedimientos, ni nada. Todo eso es
vacuencia. Es el mis fuerte el que domina. iEl capital! iEl d6lar! Yo me
imagine c6mo estaran esos campos. iQu6 pats, mi amigo!
Don Jose escuch6 estas palabras con visible satisfacci6n.
-Bueno -le dijo el abogado volviendo al asunto de la consulta-.
Yo estudiar6 eso. Veremos lo que se pueda hacer, lo que yo le pueda
aconsejar.
Despues de un silencio, el abogado tir6 de una gaveta de su escrito-
rio y sac6 unos papeles.
-iVea esto! Hace tiempo que tengo escrito estos apuntes con el pro-
p6sito de publicarlos, pero creo que es indtil. Aquf nadie lee mis que
tonterias. A estas cosas no les hacen caso.
Arreglando las cuartillas, el licenciado Martinez no se pudo con-
tener:
-Voy a leerle algunos pArrafos:
"Hace poco mis de medio siglo que estas regions estaban casi des-
pobladas. La cantidad de habitantes por kil6metro cuadrado era irri-
soria. Se cruzaban grandes extensions sin encontrar un bohfo ni un
conuco. Eran inmensos bosques virgenes que rodeaban el pequefio ca-
serfo de pescadores que se habian establecido en la margen oriental del
rio Macorfs. Los escasos pobladores de esos montes estaban amparados
por titulos de pesos de tierra que posefan por herencia o por compra.
La cantidad de tierra que correspondia a esos pesos de tftulos era exce-
siva. Los propietarios de esos tftulos podfan ocupar cualquier pedazo de
monte en el lugar que designaba su escritura, siempre que no estuviera
ocupado antes o fuera reclamado por otra persona. Asi, con una docena
de pesos se podia ocupar una extension equivalent a una caballerfa o
mis. La cantidad de tierra dependfa de la extension del sitio y del nd-
mero de habitantes con que contaba. De este modo, habia sitios en los
cuales una docena de pesos s6lo correspondfa a una peonia, es decir,
aproximadamente unas trescientas tareas.
"No habia necesidad de disputar pedazos de tierra por esa 6poca.
iEra tanta para tan poca gente! Muchos afios dur6 este estado de cosas
en el Este. Los trabajos que en esas tierras se realizaban se reduclan a
conucos o cercas en botaos para encerrar dos o tres families. Una vaca
o dos y uno o dos caballos. Junto a esos trabajos se levantaba el fundo,
para ser ocupado por la familiar a menudo numerosa, pero sin dema-
siada ambici6n. No se podia hacer mis. El caserio que se levantaba a
la orilla del rio contaba con una escasa poblaci6n que consumfa muy
poco, y gran parte de este consume lo encontraba en sus alrededores.
Asf es que los habitantes de los bosques retirados de la costa s6lo pro-
ducian lo indispensable para su manutenci6n y el excedente tenia una
diffcil salida, por la distancia a la cual se encontraban las otras aldeas
y por las condiciones de los caminos, que eran pricticamente intran-
sitables.
La tierra, pues, tenfa muy poco valor. En este estado de cosas co-
menz6 el fomento de potreros en grandes extensions para la crianza
de animals. Estos trabajos fueron iniciados por inmigrantes cubanos.
En este pals no se conocieron hasta entonces los pastos artificiales. Los
ganados pastaban en los montes o en la sabana, que en el Este son
numerosas. Ademis, el ganado que existfa por aquella 6poca era poco,
gran cantidad de estos salvajes, residues de los que habian quedado
abandonados en diferentes 6pocas a causa de las emigraciones que la
historic accidentada de esta parte de la Isla ha vivido desde el descubri-
miento, hasta hace pocos afios.
El Este estaba dividido en grandes sitios que comprendfan inmensas
extensions de tierras, montes vfrgenes y sabanas. Estos sitios abarca-
ban hasta centenares de caballerfas. Muchos pertenecfan a las sucesio-
nes de los favorecidos por mercedes concedidas por SS. MM. los Reyes
de Espafia. Los tftulos y demis documents que amparaban el derecho
de propiedad se originaron en estas donaciones y luego de pertenecer a
espafioles pasaron, en el transcurso de los afios, hasta las manos de los
esclavos y sus descendientes por ventas o donaciones igualmente. Los
terrenos que no pertenecfan a particulares, los de la Corona, pasaron
por derecho de conquista a los pauses que dominaron esta parte de la
Isla. De este modo fue subdivididndose la propiedad territorial hasta el
estado en que se encuentra en nuestros dfas.
A media que las tierras fueron utilizadas, primeramente para el fo-
mento de potreros bajo cercas, su valor fue aumentando paralelamente
a la codicia por su posesi6n o retenci6n, necesidad que no se habia
experimentado antes".
Al terminar el licenciado Martfnez L6pez, don Jose, que oy6 la lec-
tura con marcada atenci6n, exclam6:
-jEso esta muy bueno! iPero muy bueno!
De regreso, don Jose fue a ver inmediatamente al alcalde.
-Ese abogado es una potencia. Sabe much.
-iCuando yo se lo recomend6! Yo no lo iba a mandar a usted donde
una porquerfa, donde un chivito. Ese es un mozo de porvenir. Dios
quiera que no lo echen a perder. Porque aqul, compare, todo se malo-
gra. Aquf no se puede andar por el camino. Hay que coger el atajo.
-iEso sf es verdad!
Y don Josd contrajo los labios y movi6 la cabeza.
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acfa meses que la Compafifa Nacional de Inversiones
Territoriales, propietaria de algunos ingenios en el Este
de la Reptiblica, habia creado una situaci6n de intran-
quilidad en aquella regi6n. Esta compafifa estaba presidida por mister
Franklin Harrison, un norteamericano inteligente, audaz y ambicioso,
conocedor de las condiciones econ6micas y pollticas del pals, por haber
permanecido una temporada residiendo en el. Vivfa habitualmente en
Nueva York, donde dirigfa ademds uno de los mis poderosos bancos de
aquella metr6poli.
La Compafifa Nacional tenfa necesidad de expandirse, de extender
sus cultivos de cafias de aziicar, y el Presidente, de acuerdo con sus
abogados y contando con la benevolencia de la administraci6n y la
complicidad de las autoridades, puso en ejecuci6n un vasto plan para
adquirir una gran cantidad de tierras.
Se comenz6 por poner a sueldo algunas autoridades rurales. Dos o
tres alcaldes pedAneos fueron nombrados Inspectores de Montes de la
Compafifa Nacional. Se contrat6 un agrimensor, Juan Bautista Guerre-
ro, para que levantara los pianos de seis o siete sitios importantes, que
comprendian una extension de mis de trescientas mil tareas nacionales.
Esos pianos, en los cuales estaban incluidos los Ifmites de todas las pro-
piedades privadas, con todos sus detalles, se dividieron en zonas, y cada
una de estas zonas se le atribuy6 a un agent especial encargado de hacer
las compras por cuenta propia, sin que la Compafifa figurara directamen-
te en esta operaci6n. Luego se harfa el traspaso. Juan Bautista era ademAs
otro de los agents compradores. A media que hacfa sus mensuras in-
formaba a la Compafifa Nacional de las condiciones en que se encontra-
ban las propiedades. Pl habfa hecho mensuras en afios anteriores en esos
mismos sitios por comisi6n de los tribunales de esas jurisdicciones y era
una persona bien conocida por todos los campesinos de la regi6n. Por
esta circunstancia nadie estaba mejor preparado que l1 para influir en los
Animos de los campesinos, que le reconocfan gran autoridad en el cono-
cimiento de las leyes de tierras. Juan Bautista era asistido en esa tarea por
uno o dos de los alcaldes peddneos o inspectors de monte, previamente
interesados y aleccionados. Durante algunos meses, anteriores a la cam-
pafia, estuvieron visitando a los pequefios propietarios para hablarles
de las condiciones en que se encontraban sus propiedades. A muchos
les pedfan sus papeles para examinarlos y pondrselos en debida forma.
Como se trataba de la autoridad y el agrimensor estaba encargado de
ese trabajo, los campesinos no vacilaban en entregar sus viejas escrituras,
muchas de las cuales estaban mal instrumentadas, por ignorancia o por
mala fe. A menudo les devolvian esos tftulos dicidndoles:
-Usted compare, tiene que salir de este punto. Usted no tiene
nada. Todos esos terrenos son de la Compafifa Nacional y si usted no
hace alguin negocio ahora, luego 1o perdera todo. Usted no cubre con
sus tftulos ni siquiera el lugar que ocupa su fundo.
Estas expresiones se repetfan en todos los bohfos por el alcalde y por
el agrimensor. La ignorancia de nuestros campesinos en muchas regio-
nes de la Repdblica es extraordinaria. Por lo cual esta campafia tenfa
que dar sus frutos.
Una vez demarcadas las zonas y levantados los pianos, estas fueron
repartidas entire dos o tres agents de la Compafifa. Las zonas de Jua-
na Lorenza, Las Pajas, San Jer6nimo, se atribuyeron a un tal master
William, un hombre muy active y astuto. Completamente sin escrd-
pulos y hablando perfectamente el espafiol, hacfa career a los campesi-
nos que actuaba por cuenta propia. La adquisici6n de la zona William
estaba a cargo de Juan Bautista, que tenia una comisi6n, del alcalde
Diaz y del propio mister William. El notario de la comdn vecina, Me-
dardo L6pez, tambidn estaba asociado. Los tres se trasladaban en dfas
determinados a los diferentes sitios y establecfan allf sus oficinas, en
cualquier enramada, previa convocatoria de los vividores del lugar por
el pedaneo Diaz.
Los campesinos dominicanos sienten una gran admiraci6n por el
blanco extranjero. No le discuten nunca y creen que todo cuanto les
pueda decir es verdad. Y si estas opinions son corroboradas por dos o
tres dominicanos, sobre todo si son personas conocidas por ellos, no se
atreven a discutirlas.
En una ocasi6n, un domingo, en una bodeguita del Hoy6n, la ofi-
cina ambulance se estableci6 en la mafiana. Diaz habfa hecho venir
allf a mis de cincuenta propietarios. Se habfa organizado una fiesta.
La bebida y la misica corrian por cuenta de master William. Durante
toda la mafiana el giiiro, el acorde6n y el balsie no cesaron de hacerse
ofr y se tom6 en demasfa. Con doce o catorce pesos el pedineo orga-
niz6 este fandango. En un rinc6n de la enramada, frente a una mesita
ristica, estaba instalada la oficina. Medardo L6pez, mister William y el
pedaneo estaban sentados alrededor de la mesita. Los campesinos, en
su mayorfa pequefios propietarios del sitio, pasaron una mafiana lle-
nos de alegrfa, tomando y comiendo, obsequiados tan suntuosamente
con ron Campana, ants y cerveza y empanadas. Mister William habia
llevado algin dinero en oro acufiado. Sabfa que nuestros campesinos
sienten amor particular por las monedas de oro, que consideran como
las dnicas verdaderas y que se pueden guardar indefinidamente sin que
jams se desvaloricen.
Esta fiesta, patrocinada por los delegados de la Compafifa, dur6 toda
la mafiana y algunas horas de la tarde por cuenta de ellos y se prolong
en la noche por cuenta de los campesinos enriquecidos esa mafiana con
la venta de sus mejoras, por sumas ridfculas y miserables. De sus me-
joras inicamente, porque ya se les habia dicho, y casi probado, que no
eran propietarios de la tierra, segun afirmaban el agrimensor, el notario
y los demis agents de la Compafifa.
En esa sola mafiana master William, con un gasto de diez o doce
pesos en la fiesta, que result suntuosa y con algunos centenares de
d6lares en papeletas nuevas y oro acufiado, se habfa hecho propietario
de mis de diez mil areas de tierras, con el concurso de dos o tres domi-
nicanos, asociados y amigos suyos.
Conseguidos de este modo los propietarios mas importantes, los
demas vendrfan voluntariamente a deshacerse de lo poco que tenfan,
para aprovecharse de la oportunidad que se les ofrecfa y evitarse contra-
tiempos con el amo mayor en el futuro.
Por la tarde de ese dia, regresaba a su fundo Baldomero Rubert, un
loco, acompafiado de su mujer con cuatro morocotas en el bolsillo.
Habfa vendido su potrero, media caballerfa, situado en un sitio muy
important, por donde debfa pasar el proyectado ferrocarril, que trans-
portarfa la cafia de las nuevas colonies que se abrirfan para las pr6ximas
zafras, que se estimaban por este motive que serfan extraordinarias. Esas
morocotas que trafa Rubert serfan enterradas, con toda probabilidad y
aun cuando ya no tendrfa este d6nde soltar sus bestias, no le faltarfa algo
que hacer a l1 o a sus hijos, aunque fuera tumbar alguno de esos montes
que habia vendido o sembrar cafia o encargarse de algin tiro de bueyes.
De esta manera ftcil, ingeniosa, quedaron convertidos en simples peo-
nes, si acaso, mis de un centenar de campesinos, duefios de conucos y
funds, de donde sacaban el diario sustento para sus families.
Una vez adquiridas de tal modo las diferentes zonas, la Compafifa
dio principio inmediatamente a sus trabajos y todos los antiguos pro-
pietarios fueron desalojados violentamente, sin que pudieran muchos
descosechar sus frutos como se les habfa prometido.
Transcurridos algunos meses, una mafiana, Jos6 Prieto, padre de una
familiar numerosa, contemplaba en la puerta de su fundo, que estaba
situado en el centro de un potrero, en el cual tenfa cuarenta vacas, al-
gunas bestias de silla y de carga, c6mo los peones de su amigo Antonio
le estaban sembrando cafias en el patio y en la misma puerta de su casa.
Triste, apesadumbrado, encendi6 su cachimbo y se sumi6 en un silen-
cio profundo. Su fisononfa no tenfa expresi6n. Aquello era obra de la
fatalidad, algo superior a sus recursos y fuera del alcance de su escasa
inteligencia.
No todos sintieron esa estdpida resignaci6n y no fueron pocos los
que protestaron por ese despojo violent e inaudito. Instruidos por
algunos de sus relacionados en los pueblos vecinos, buscaron quienes
les redactaran una protest y una comisi6n, formada por antiguos pro-
pietarios de aquellos sitios, fue a visitar al Gobierno sin que obtuviera
ning6n resultado. La Compafifa Nacional estaba obrando conforme a
sus derechos, garantizados por la ley.
Las perdidas de don Jos6 fueron de consideraci6n. Muchas reses se
extraviaron, los cerdos que cuidaba Eulogio fueron robados en su ma-
yor parte. Todo esto serfa poco, si no se le hubiera agregado el dolor de
ver despojadas a sus hijas de las tierras y del fundo que allf tenfan.
Sin dificultad pudo enterarse de que esas tierras estaban comprendi-
das entire las que se debfan tumbar de un moment a otro. Uno de los
primeros pasos que dio fue en el sentido de tratar de hacerles donaci6n
de una cantidad de tftulos para que se cubrieran. Pero l6 no posefa nin-
guno y ya era tarde para conseguirlos. Con motivo de lo que sucederfa
los precious a los cuales estos tftulos se vendfan eran fabulosos.
Las preocupaciones y sufrimientos de Anastasia no eran menores.
Mientras Jose estaba lejos, ella estaba al corriente de todo lo que pasaba
en el campo y sobre todo en su vecindario. No transcurrfa una semana
sin que a su puerta liegaran amigos, compadres o familiares con malas
noticias. Sabla que de un moment a otro se abrirfan los trabajos en sus
alrededores. Gollo Brito le hizo una relaci6n de c6mo se habfan hecho
las mensuras y de los planes que 61 ofa acerca de las nuevas colonies que
se fomentarian.
Un dfa se present en casa de Anastasia Anselmo Benftez.
-iYo creo que esto serd cafia -dijo, despues de referirse a otros asun-
tos que aparentemente eran el motive de la visita-. Yo le dije al vale Josd
que sus papeles no estaban en regla como los mfos. Si se hubiera llevado
de mf no le pasa t6 lo que le pas6.
Y le repiti6 a la vieja que Jos6 era muy testarudo.
Otro dia se present el pedineo con el prop6sito de tratar el fundo.
Le interesaba la horconadura, que era de calidad.
Anastasia no respondi6. Prefiri6 callar y que sus yernos y Jose se
ocuparan de salvarle sus tierras si podfan. Pero a menudo le decla a
Ramona:
-Me tienen sin juicio estas gentes. Ya deseo que llegue el agrimensor
para que esto se acabe.
Pero ya Juan Bautista habfa medido el terreno. Sin decirle nada a
la vieja hizo un replanteo y cuando termin6, al pasar por delante del
fundo de Francisco, le dej6 un mandado.
-Dfgale que no se apure. Que esta mensura no quiere decir nada.
A menudo se presentaban alli trabajadores que le informaban lo que
se decfa en las colonies acerca de las tierras, de la much cafia que se iba
a sembrar y del peligro que corrfan los animals si no los encerraba a
tiempo. Ya en su conuco habian hecho algunos robos.
Una tarde, Rosendo, un hombre que habia Ulegado de Angelina para
trabajar en la nueva colonia de don Marcial, subi6 hasta el fundo de
Anastasia. Despu6s de hablar largo rato sobre la situaci6n tan triste que
atravesaban los vividores de esas tierras; tras un largo silencio, pregunt6
a la vieja:
-iC6mo cuintos afios tendrA ustd?
Le habfan dicho que tl era mis viejo que Anastasia y aunque se
sentia y vefa mis joven, la ocurrencia lo dej6 confuso. Ahora querfa
disipar esa duda.
-iHombre yo no sd! -respondi6 la vieja y despuds de reflexionar
un moment afiadi6-: Yo me acuerdo de los blancos. Yo estaba una
zagaleja. Una vez tuvimos que dirnos al monte para salvarnos de los
mambises que andaban por esas lomas.
-Entonces -afirm6 Rosendo-, yo soy mis nuevo que ustd, porque
yo sf no hago memorial de los blancos. Yo sd de los blancos por las his-
torias. Por lo que me han contao.
Y despuds de una pausa, agreg6:
-Me han dicho que entonces corrfa mis plata que agora.
-iCristiano! iEso no tiene comparaci6n! Entonces cualquier viejito
tenfa onzas guardadas. En mi casa no faltaban.
Rosendo se qued6 pensativo. A poco dijo:
-iPor qud se dirfan! Aquf no para na bueno, vieja. Mas malos que
nojotros, ino hay cristiano!
-iY digalo! Y pa estos blancos de agora que nadie los entiende en su
jerga, mis valfan aquellos. Hablaban como nojotros. Y no eran intere-
saos. No le quitaban a nadie lo suyo. Esos sf eran buena genre. iFigire-
se! Con tanta gene mala como andan por esos bateyes.
Rosendo volvi6 a quedarse pensativo y despuds de un rato murmur6:
-iEntonces, no haberfa finca?
-Por aquf no habfa -respondi6 Anastasia-. Yo no sd por otra part.
Por aquf s6lo habia monte. De aquf salfa uno y no vefa claro hasta la
sabana, del otro lado del rfo, camino de Los Llanos. Por Palmo Espino,
por las Taranas, por Tavila, al medio dfa estaba oscurecfo. Y del lado de
Macorfs se legaba hasta Higuamo por entire monte. S6lo se vefan conu-
cos. Y entonces sf que habia crianza. Y no habia esa tanta media. Yo he
ofdo mentar el agrimensor agora. No habia esa tanta angurria.
Conversaron un buen rato. Anastasia s61o tenfa noticias de Gerardo.
El fue quien dio la mensura de todas esas tierras. Hace much tiempo.
Pero ahora ya la tenfan cansada con ese cuento. Y Rosendo insisti6 en
que las tierras trafan muchas dificultades.
-Ya nadie es duefio e nada, vieja. Ni se puede hacer conuco ni se
puede criar. Agora to e cafia. Jasta los viejitos de la sabana quieren tum-
bar el montecito que les quea. iEs un entusiasmo!
-Lo que ha traldo esa finca son robos. Al probe Francisco no le para
gran cosa en el conuco. Es un saqueo en grande.
Anastasia dej6 solo a Rosendo para ir a la cocina a colarle una taza
de cafr.
Rosendo se qued6 contemplando el monte que rodeaba el bohfo.
Monte claro, flojo, donde s6lo se podfan sacar varas y alguna lefiita,
charamuscos, si acaso. Observ6 el caimito de perro con sus hojas roji-
zas, los yagrumos con sus hojas redondas. Las palmas, la pana parida.
Fij6 por iltimo la vista en el Arbol que trajo Jose que 1e tampoco
conocia.
Al volver la cabeza hacia el trillo alcanz6 a ver a Francisco que subfa
la cuesta.
-iY ust6 que tal?
Rosendo se levant para tocarle el brazo con la mano.
-Ya pud ver. iBregando!
Las gallinas iban subiendo a la varfa que les servfa de dormidero.
Unos carpinteros alborotaban en la palma. El sol acababa de hundirse
detris del monte.
Anastasia vio a Francisco al traerle el cafd a Rosendo y despuds de
saludarlo volvi6 para la cocina para servirle cafd a su yerno.
Hablaron de trabajos. La cosa estaba floja. Luego se refirieron al
agrimensor. Hacfa dfas que se decfa por el campo que estaban aguar-
dando ese moment para ver lo que iba a resultar. Francisco trabajaba
en las tierras de la vieja Anastasia. Habia levantado un conuco y otro
viejo lo convirti6 en potrero. Allf tenfa dos vacas paridas y su caballo.
Tambidn haca negocios y cuando necesitaba plata y le pagaban bien
trabajaba en la finca. Chapeaba, componfa empalizadas y tumbaba
monte. Otros trabajos no le atrafan. Pero preferfa ocuparse de lo suyo.
La cafia no le gustaba.
-iY que nos hadremos! -exclam6 Francisco-. La finca tiene mas
fuerza que nojotros.
Y refiri6 que en la mafiana se habfa tropezado con Anselmo Benftez
y que le asegur6 que Juan Bautista no tardaba.
-Me dijo -agreg6 Francisco-, que l 1o estaba esperando de un mo-
mento a otro. Que le iba a probar que 61 no tenfa faculty para mensurar
posesiones ajenas. Dijo que Juan Bautista le anda sacando el cuerpo,
porque con l1 sf que no hay tut/a. iEse Anselmo es un coloquio, vale!
Que a 61 le habfan salfo los colmillos bregando con tierra. Que Juan
Bautista sabrd ma de ndimero, pero que con la inteligencia que Dio le
ha dao no se deja engatusar.
Rosendo sonri6.
-Yo no s6 quien se va a llevar de Anselmo. Esos abogaos de sabana
son lo que ofuscan a la genre.
Anastasia depositaba toda su confianza en Jose. El le habfa asegura-
do que a ella no le tocarian lo suyo, que sus papeles estaban en regla.
-iY como 61 sabe de letra -agregaba-, tal vez no me la quiten!
Rosendo asegur6 que ni la letra valfa. Lo malo es que se antojen.
Habia visto muchos atropellos por tierras. Esa era una angurria de to-
dos los diablos. Y concluy6:
-iY t6 nos vamos a morir! Yo si que no sd pa que tantas agallas, si
solamente necesitamo la del joyo. iMagnffica! Por eso yo no he tenfo
nunca nd. Toy conforme con mis brazos. To 1o que gano me 1o hecho
encima. El que no tiene na, vale, no pierde na. iNi sufre! Yo no tengo
na que me roben ni que perder. Como 1o que encuentro y bebo en
el rfo. Los camino pa andar. iY eso jata que Dios quiera! Nunca le he
tenfo tirria a na, ni an la vida mesma la he querfo, porque la he jugao
mis vece que pelo tengo en la cabeza. Toy vivo porque el malo no se
muere.
-iJesds! iNo hable asf, cristiano! -murmur6 Anastasia.
-iY c6mo voy a hablar?
Se levant6, se alz6 los calzones y se ech6 atrds el machete. Es que
ya eso de las tierras lo tenfa cansado. Ese era un cuento de nunca aca-
bar. Los pesos ya no valfan, asf le dijo Candelario el de La Loma. El
que contaba con pesos de tierra no tenfa nada. Tampoco los que no
llevaron sus papeles a la firma. Y los que dejaron pasar el plazo lo per-
dieron todo. Gautier Mojica dice que a muchos les ha pasado por des-
confiados y el mayordomo asegura que por brutos. Los amparos reales
dizque se habian perdido. S61o habia uno en casa de Silverio el de La
Sierra, segun Anselmo Benftez. No entendfa bien ese rebt. Y termin6
por referir con detalles que una vez vio en la circel a un notario, junto
con otros hombres decentes, que estaban press desde que falsificaron
escrituras con semillas de aguacate. No pudo explicarse bien el asunto,
pero asegur6 que conoci6 al notario muy bien y que hasta habl6 con 1l.
Por cierto que se quejaba de los mosquitos. No parecfa tan pfcaro un
hombre tan blandito.
-Yo nunca habfa visto, vale, picar una gente con tanto gusto. Parecla
como de virgiielas. 0 tenfa el pellejo muy fin o la sangre muy dulce,
porque lo que es a mf vale, jasta los mayes me respetan.
A poco descendfa Rosendo por la cuesta, camino de La Inocencia y
los demis quedaban solos en el bohfo. Era casi de noche. Lejos sonaba
un balsie, en el Hoy6n, sin duda y el fundo iba a ser arropado por las
sombras, mientras sobre su techumbre refulgian ya las estrellas.
Francisco se despidi6.
Cuando qued6 sola, Anastasia rez6 un Padrenuestro y luego se en-
treg6 al tema habitual de sus meditaciones. Cuantas cosas pasa una
mujer sola en la vida.
Jose pas6 por su imaginaci6n. Cuando hubieran pasado tantas cosas
si Jose se hubiera quedado a su lado, ayudindola a criar las hijas.
Allf, en ese sitio y en ese fundo, naci6. Allf creci6. Fue ese fundo el
nido de sus uinicos amores. Nacieron en el sus padres y allf nacieron sus
hijas, las hijas de Jose, que la abandon despuds de haberla hecho su-
frir tanto, para casarse con una del pueblo. La mis pequefia, Ramona,
mudaba los dientes cuando Jose dej6 de vivir con ella. iEra tan bonita
entonces! iDaba gusto verla!
Para criar esas hijas trabaj6 much. Hizo conucos con sus propias
manos, lav6 much ropa, planch6 por paga. Lo que si no hizo nunca
fue ir al pueblo a vender cargas de viveres, como hacen otras. Sus hijas
si fueron. iLevantar una familiar cuesta muy caro! Afortunadamente los
vecinos la querfan much y ella se llev6 bien con todos. Por eso tal vez
pudo criarlas. Su compare Domingo, mas que ningdn otro, siempre
la ayudaba. En su conuco podla coger los viveres que querfa cuando a
ella le faltaban.
Hacia tiempo que Anastasia se quejaba de la vista. Cuando se asoma-
ba a la puerta del bohfo para ver si alguien subfa por el trillo o cuando
venia a su casa alguna persona, colocaba la mano derecha abierta sobre
la frente a manera de pantalla para amortiguar la luz. Y como esto no
fuera suficiente para permitirle distinguir mejor, sonrefda solfa decir:
-Y quien eres tu?
Otras veces se hacfa repetir las palabras para reconocer a las personas
por la voz.
Y conclufa siempre:
-iSuponte hijo! iS6lo figure bultos! Lo que es la vista ya la tengo
comida.
Todas sus hijas estaban colocadas ya. La mayor, Rosario, se cas6
con Faustino y las otras dos se aplazaron con hombres buenos, aunque
pobres. El peor era Polin, porque era viejo y casi inttil. Trabaja en
la finca. Cuando Anastasia lo nombraba no podfa evitar un gesto de
inconformidad. A Polin no le gustaba hacer conucos. No querfa saber
mas que de cafias.
Era del Sur. Una tarde se apareci6 en el fundo y pidi6 posada. Al
segundo dfa le dieron unas calenturas y se qued6 casi una semana en la
casa. Las muchachas le cogieron pena y lo atendieron de tal modo que
con teses y bebedizos se las pudieron cortar.
Una mafiana lleg6 Jose de paso para el Ilano y como necesitaba un
pe6n para que ayudara a Fausto a trabajar el ganado se llev6 a Polfn,
que no tenfa que hacer. Pasaba el dfa alli en la sabana enlazando y he-
rrando reses, sefialando becerros mostrencos. Por la noche venfa siem-
pre a tender su hamaca. Eduviges le guardaba cena.
Despues que se fue Jose qued6 sin trabajo. Entonces ayudaba en
la casa. Iba al conuco, daba algunos mochazos y despuds de mediodfa
venfa al fundo.
Se declararon unas aguas fuertes y le atac6 un poco de reumatismo.
Un mes permaneci6 sin salir del bohfo. Mientras tanto Eduviges le
consegufa hasta la fuma.
Por fin abrieron los primeros trabajos de la finca y un lunes dio una
salida para ver al mayordomo, por la tarde lleg6 diciendo que habfa
enganchado.
Desde entonces todas las mafianas salfa para el trabajo y regresaba
en la tarde. Las colonies quedaban lejos todavfa. Los dfas de paga le
trafa algo a la vieja. Venfa con dulces, con andullo y con otras cosas que
s6do se consegufan en la bodega.
Poco a poco el vecindario se acostumbr6 a verlo en la casa. Algunas
veces la vieja Anastasia, malhumorada, decfa:
-Y cuindo saldremos de este cristiano?
A lo que contestaba Eduviges:
-iMami, si este probe hombre no la ofende! Cuando no nos sirviera
para much, nos sirve para respeto.
Algiin tiempo despues ya no le molestaba.
-Culndo vendri Uribe?
-Sicale su comida a Polfn.
-Jesds! CuAnto tarda Uribe. Ni me ffo que le haya pasado algo.
Los domingos Uribe salfa por el vecindario vestido de limpio. Su
chamarra de fuerte azul brillaba. Su camisa no carecfa de almid6n. Y
Eduviges anudaba los chavos que por este servicio Polfn le daba en todas
las quincenas. En una ocasi6n le lev6 un tdnico de la finca, en otra, un
par de chancletas, lo cual justificaba a los ojos de Anastasia las atencio-
nes que con 61 gastaba su hija.
Pero una mafiana Eduviges no se levant6. Sinti6 unos dolores atro-
ces en el vientre. Se tom6 unos cuantos teses que le hicieron, pero le
arreciaron tanto esos dolores que ella misma le dijo a la madre:
-Mama, yo creo que serfa bueno que viniera Nieve.
-iNieve? Y pa qud? -contest6 la vieja.
-Mande por ella. Despuds le digo.
La vieja no fue tonta. Se le clav6 una sospecha, pero no dijo nada.
Uribe estaba en la finca, trabajando.
Por la noche Anastasia tenfa una nietecita oscura, una negrita y se
acost6 temprano para no verle la cara a Uribe, que la habfa engafiado,
traicionando su confianza.
Es por eso y porque es amigo de la finca, por lo que Anastasia to-
davfa no podfa reprimir un gesto de inconformidad cada vez que lo
nombraba.
Un tiempo despu6s se instalaba en la sabana, del otro lado del arro-
yo, en tierras de Jose, que lo autoriz6 a fundar.
Los otros dos yernos eran mis trabajadores y mas apegados a lo suyo.
Ramona vivfa al pie de la loma. Del otro lado del monte que rodeaba
el fundo. Rosario, un poco mis lejos, en Las Puntas. Varias veces al dfa
subfa Ramona para darle vueltas. Mas apegada que Eduviges, le hacfa
los oficios, le cargaba el agua, le ayudaba a arreglar la cocina, le trafa
lefia, le lavaba la ropa. Anastasia ya no tenfa gran cosa que hacer. Y los
yernos tambidn le daban vueltas. Cuando iban a la Finca le tralan cafe,
pan, galletas, azucar y una o dos veces al afio algln vestido. El pafiuelo
que usaba fue regalo de Francisco.
-No puedo quejarme -decfa-. iA naide le falta Dios!
Por las mafianas Ramona subfa a besarle la mano. Entre dfas venfa
Eduviges, y muchas veces, antes que Ramona, Ilegaban los nietecitos,
un var6n y una hembrita. Se le colgaban del cuello, la besuqueaban y
se disputaban sus piernas. El varoncito se quedaba luego hasta tarde,
dandole tormento. Le alborotaba la casa, pero la ayudaba a buscar los
huevos en el monte. Le hacia compafifa y muchas veces dormfa con
ella. Y mientras permanecfa en el fundo, Lechuza abandonaba su rin-
c6n y se animaba un poco.
Causibale, sin embargo, sufrimientos, entire otras cosas, el estado
del bohfo, que ya se le querfa caer encima. Muchas tablas se le habfan
zafado y los principles horcones estaban casi trozados. Afortunada-
mente las goteras no le preocupaban tanto, porque uno de sus yernos,
Faustino, vino expresamente un domingo para cogerlas todas. Ya no se
mojaba. Pero las reparaciones que debfan hacerse le eran tan costosas,
que sus fuerzas no le permitfan realizarlas. Panchfn se lo habfa arregla-
do hacfa ya afios. Le compuso la puerta, lo entabic6, lo blanque6 y le
repas6 la cobija. Entonces ella podfa trabajar. Pero ahora, ya no tenfa
fuerzas para nada.
-Un dfa -dijo Ramona-, me van a encontrar muerta, debajo del
fundo. Desde que sople un ventarr6n fuerte.
-iNo diga eso mama! iDe que tamo nojotro! De aquf alla lo com-
pongamo.
Su iinica esperanza era vender el novillo que tenfa en La Piedra.
Anastasia tuvo sus vaquitas, pero ya no le quedaba casi nada. La seca
por un lado y los ladrones por otro, terminaron con la boberfa que le
restaba.
-Y sin hombre en la casa. iFigdrese!
Iba para dos afios que apenas salfa. La dltima vez que lo hizo fue
para ir a la sabana a un mortuorio de un compare que se port6 muy
bien con ella. Desde entonces, s61o bajaba de tarde en tarde donde
Ramona. Ni siquiera habfa visto el alambre de la finca. Sabia de esos
trabajos por el pito de la miquina, por 1o que ofa hablar a sus yernos y
por los peones que legaban al fundo. Rosendo era el que mas le habfa
contado. Pasaba con ella las tardes de muchos domingos, sentado a la
puerta del fund o sobre la canoa de la sala. Para 61 no habfa en todo
ese lugar una vieja mis servicial y honrada.
3
L a Compafifa Nacional inici6 sus trabajos para terminar
con todos los litigios que se le pudieran presentar y tomar
definitivamente posesi6n de las nuevas tierras que habfa
adquirido. Los trabajos se iniciaron por las tierras de Anastasia, que
estaban comprendidas en una de las zonas que la Compafifa conside-
raba de su propiedad.
Fue un vertigo. Los pafios de monte eran abatidos como por una
tormenta. Por los caminos se cruzaban los compradores de tierras. Los
agrimensores pasaban temporadas en los campos midiendo. La huma-
reda de las quemas, de los habites, cubrfa el cielo en grandes extensio-
nes. Se destruyeron potreros, conucos, cacaotales. Se rectificaban ca-
minos, construyeron lfneas fErreas, bodegas y pozos. Aquf se alzaba un
nuevo molino de viento, allf se destoconaba un carril, mis alli aparecfa
un peso. Las colonies surgfan como por obra de encantamiento. Los
campesinos se perdfan en sus propias posesiones. Todo cambi6 de la
mafiana a la noche.
El sitio de Anastasia se pobl6 de tumberos. Coplas y golpes de ha-
chas se ofan desde el camino. A la semana se alcanzaba a ver todo el bo-
hfo desde muchos sitios. El monte iba desapareciendo poco a poco. Los
trillos que por allf pasaban para la sabana, para el arroyo, para los otros
fundos, se cubrieron de ramas y de troncos. No se podia transitar mis
por allf. Nuevos senderos abrieron los tumberos para ir a sus cuadros.
El cielo se vela mds grande, como si hubiera aumentado al desaparecer
el monte que lo recortaba. Y los pdjaros parecfan mas numerosos, por-
que cruzaban muchos, desorientados, buscando refugio.
El fundo qued6 a merced del viento y del sol. El jardin perdi6 su
empalizada, destrozada por las vacas que de noche entraban y salfan por
las tumbas. Unas cuantas yaguas desaparecidas dejaron un boquete en
el alero del frente. La puerta no cerr6 mis. Desde lejos se vefa el hueco
comprendido en su marco. El conuco qued6 a discreci6n de los traba-
jadores. Se abatieron los troncos para coger los frutos.
Pero Anastasia no hizo resistencia, no podia hacerla. Cuando le avi-
saron que iban a ocupar sus tierras no dijo una palabra.
-iQue voy a hacer?
Francisco fue a ver al notario de la comtin vecina.
-Yo no puedo hacer nada. Me parece que ya es tarde.
Vio de paso al jefe.
-Eso es cuesti6n de la justicia -dijo.
Una semana despuds fue a Macorfs. Un abogado le manifest:
-Ustedes no tienen dinero para un pleiro.
Vio a otro. Le habl6 mis detalladamente y este le contest:
-Lo mejor es ver si la finca les regala algo. Les hace una pequefia
indemnizaci6n. El fundo ese, segtin usted dice, no valfa nada. Era una
ruina.
Francisco regres6 al batey y quiso ver a mister Moore, pero no estaba
allf. Se lo dijeron en la bodega.
Al dia siguiente, ya desesperanzado, resolvi6 que Anastasia se fuera
a casa de Polin. El se iba a La Loma. Hasta allf no irfan.
Cuando don Marcial Martinez vivia en Quisqueya, encargado de la
bodega de Atilano y Compafifa, consideraba la cafia de azdcar como un
buen negocio. En ese ingenio habla aproximadamente unas doscientas
colonies, casi todas pertenecientes a dominicanos. La mayoria de estas
eran pequefias, hasta de doscientas tareas y todos los colonos vivian
relativamente bien. El duefio del Central era un hombre excelente, cu-
bano, y el sistema por el cual se administraba era totalmente distinto al
de las compafifas americanas.
-Nosotros no estamos aquf para jacer favors. Estamos para ganar
dinero -le dijo un dia mister Moore.
iCu:indo iba a decir esta expresi6n el duefio del Central Quisqueya!
iEn realidad, qud podfa traerlos a este pals! Muy tarde lo vino a com-
prender.
En aquella epoca no habia bancos y las refacciones se hacian por
intermedio de una casa alemana muy antigua que existi6 en Macorfs.
Tres afios pas6 don Marcial en esta bodega. La casa gan6 dinero y
l1 tambidn. Durante esa 6poca compr6 una propiedad en la ciudad y
form6 su familiar. Vivia bastante bien, hasta que un dia Atilano y Com-
pafifa mand6 a hacer un inventario y, tan pronto como este se realiz6,
lo despidi6 de la manera mis cordial, pero sin darle explicaciones. Se
traslad6 seguido a Macorfs y allf se estableci6 por su cuenta.
Los negocios no le fueron bien. No podfa hacer economfas. Apenas
los gastos. Pero en una ocasi6n en que gan6 unos chavos se le ocurri6
comprar unos titulos de tierras a don Rafael Pdrez, negociante de tie-
rras, siempre con la idea de que quizis con una colonia podla hacer
dinero.
Guard6 estos titulos hasta que se orden6 la mensura del sitio de
Las Pajas. Fue de este modo como adquiri6 las tierras en las cuales se
encontraba La Inocencia.
A don Marcial Martinez le hicieron varias proposiciones para com-
pra de esas tierras. Un amigo le hizo una visit en su casa de la ciudad
con ese prop6sito. El le manifest que no pensaba vender. Mas tarde
le propusieron que las arrendara o hiciera una colonia, que el inge-
nio le darfa el dinero suficiente y todas las facilidades para el fomento.
Don Marcial vacil6, pero consult con personas entendidas. Todos le
aconsejaron que se decidiera. Hizo una visit a master Moore y este se
mostr6 muy complacido.
-Muy bien. (Usted quieri jacer colonia? Ta bien. No star lejos. Yo
llevar lfnea alli. Yo dar buen semilla. iQuidn jace cargo de esa? Ta bien.
Yo mandar despu&s contrata.
Dos dfas despues recibfa una carta de la Administraci6n en la cual
se detallaban las condiciones bajo las cuales harfa la colonia, asi como
un proyecto de contrato.
-Es un buen negocio -le decfan-. Usted ha obtenido ventajas que
no se las conceden a codo el mundo. Dinero barato, azticar en el mue-
lie, los sacos. No hay que vacilar. iY ahora que hay buen precio!
Una noche don Marcial vio un amigo en el club.
-Me dicen que vas a hacer una colonia?
-Asf pienso.
Culntas libras te dan?
-90.
-Te has salvado. A la mayorfa s6lo le dan 80, dos o tres reciben
85. Aquf no dan mis. S61o en Cuba es que se dan 125. Yo no sd por
qud aquf no obtenemos eso. Yo creo que es porque no nos hemos
propuesto.
Don Ezequiel se qued6 pensando un moment. Luego pregunt6:
-iCu;ntas tareas vas a tumbar?
-Tres mil, poco mis o menos.
-Buena cantidad.
Don Ezequiel sac6 un lipiz y busc6 en el bolsillo interior del saco
un papel. Sac6 various sobres y en la cara sin direcci6n de uno se puso a
hacer ntmeros. Sum6, multiplic6, borr6 dos o tres veces.
-El primero y segundo afio puedes calcular cinco toneladas por ta-
rea. Son quince mil toneladas. Luego calcularis tres toneladas a partir
del tercer corte. En el primer corte haras alrededor de cuarenta mil
pesos. La colonia te costard veinte mil. Muy bien. Es un negocio re-
dondo.
Don Marcial observaba los cAlculos y escuchaba a don Ezequiel,
hombre reputado de much experiencia en el negocio de cafias. Hacfa
muchos afios que vivfa en su colonia. A veces se le consideraba como
un hombre rico y a veces se decfa que estaba apurado. En realidad po-
cos conocfan su verdadera situaci6n.
Despuds de rectificar los caiculos le pregunt6 a qud tipo de interest
recibirfa el dinero de la refacci6n:
-El ingenio me da el dinero y me cobrard 6 por ciento.
-iMagnifico! Todos pagamos el 12 por ciento. Y los sacos, ,te darAn
los sacos?
-Creo que sf.
-Y el azitcar en el muelle?
-Eso lo voy a exigir.
-Muy bien. Todo eso hay que detallarlo. Mientras mas daridad mejor.
-jTienes bueyes? Eso es muy important.
Los interrumpi6 Miguel L6pez, un negociante en azucar muy cono-
cido en la localidad.
-Aqul, aconsejando a Marcial. (Sabes que va a ser colono?
L6pez lo felicit6:
-Te meters en plata.
Don Marcial recogi6 estos calculos de su amigo y los repasaba con
frecuencia. En realidad los ntmeros no engafian. La cafia era un buen
negocio. Sin embargo, a menudo pensaba en que casi todos los colonos
estaban apurados por lo regular. Algunos habfan botado much dinero,
pero otros perdieron sus propiedades y no podfan soportar sus compro-
misos. "En fin -pensaba-, hay que probar".
Uno de esos amigos insisti6:
-No dejes que pasen la cuenta al banco. Si el banco te agarra te em-
bromaste. Eso sf que es un peligro.
Afortunadamente, a 1l lo iba a refaccionar la misma finca. Ya procu-
rarfa evitar esta contingencia.
Pero no le falt6 quien le hiciera series advertencias. Manuel Rodrf-
guez le dijo un dia:
-Esa es una cuesti6n que hay que pensarla. Para entrar todo se
facility. Le ofrecen a usted todo y de todo. Pero despu&s que se ha
entrado comienzan las dificultades. Entonces baja el aziicar. Sube el
tipo de interns. Se quema la cafia. Le pasan la cuenta al banco. Se
piden nuevas garantfas. Se tienen que hipotecar las tierras y todo lo
que uno pueda tener para garantizar la cuenta. No es tan bello pals
el de Amdrica...
Pero don Marcial sabia que Rodriguez era un botarate. Muchos ase-
guraban que habfa ganado dinero con la cafia, pero que lo habia despil-
farrado en mujeres, en autos, en parrandas. Una vez fue a Nueva York
y gast6 un buen pico.
A menudo pensaba don Marcial en la diversidad de opinions.
QQuien tenfa raz6n? Unos aseguraban que la colonia era un buen ne-
gocio y otros decfan que era la ruina. Y todos eran personas series y
reputadas como practices y conocedoras del negocio.
-Lo mejor sera probar. S6lo se experiment con la propia cabeza.
De quin me llevo?
Un amigo abogado le dijo:
-Con esa carta basta. Ese es un contrato. Conteste aceptando esas
condiciones.
Otro abogado opin6:
-Esa carta y nada es lo mismo. Todavia en los tribunales de la Repi-
blica no ha cursado la primera demand por incumplimiento de con-
tratos de colonies de cafias. Alli, en el pals de ellos, hasta las cocineras
tienen contratos cuyo incumplimiento puede causar series trastornos al
jefe de familiar, pero aquf todo esto es pura solfa. Por eso han arruinado
muchas gentes. La unica obligaci6n que no eluden las compafifas es
pagar los impuestos que crean razonables, de este modo favorecen el
cumplimiento del presupuesto que, sin esas entradas, serfa ridicule y
comprometerfa la existencia de la Repdblica. Por eso pesan tanto esas
compafifas en el animo de todos los gobiernos. Lo demAs, no vale la
pena.
Y dirigidndose a otro colega que estaba en la oficina, agreg6:
-Imaginese Fresito, estas gentes tienen una opinion muy triste de
nosotros, pero nosotros parece que ignoramos esto y siempre estamos
como dicen peldndoles el diente. Somos unos ilusos. Estin cansados de
vernos frente a sus escritorios vendidndoles hasta la camisa. Y una in-
finidad de funcionarios han vivido echdndolesfajazos. (Qud concept
pueden tener de nosotros? Nos montan en un caballo, nos ponen a vol-
tear por los carries, nos dan unos golpecitos en la espalda, nos sonrfen
y terminan por burlarnos siempre.
"Ustedes tienen ahora gobierno. President estar simpitico. Pais es-
tar in paz. Mocho progress in todo -dice mister Perkin a un diputado.
Y en seguida nos hacemos eco de esta opini6n, que por ser dicha por
un extranjero nos parece muy valiosa y repetimos lenos de satisfacci6n:
"iMfster Perkin habla muy bien del Gobierno!". Asi somos todos Fre-
sito, unos ignorantes, pretenciosos, que no tenemos concept de nada.
Le ofrecen muchas cosas en esta carta y despu6s la dan por no escrita".
Pero don Marcial crey6 que estos juicios eran exagerados y se decidi6.
Tumbarfa tres mil trescientas areas para comenzar, casi la totalidad
de las tierras que posefa en ese moment.
iCon que entusiasmo dio comienzo a sus trabajos! No podfa olvidar
la mafiana que detuvo por primera vez su caballo en el camino de Pal-
mo Espino, ahora convertido en carril. El azuicar valfa algo entonces.
La semana anterior a su viaje habfa subido mas de tres puntos. La pers-
pectiva se presentaba halagadora. Todo el mundo hablaba de las exten-
siones que hacian los ingenios. Recordaba la animaci6n que existia en
el campo. Muchos amigos de 6l compraron tierras y pensaban sembrar
cafias. Se hablaba de la posibilidad de que el precio subirfa mAs todavia.
Los bancos abrieron creditos. El valor de las tierras se elev6. En la ciu-
dad se comentaba el future halagador y pr6spero que se avecinaba.
iCuAntas ilusiones! Don Marcial pase6 su mirada aquella mafiana
por el monte. Monte virgen por el cual cruzaron algunas bandadas de
pericos y cotorras que venfan de las lomas pr6ximas. Un bosque po-
blado de Arboles antiquisimos. Duro, tupido, oscuro. Acompafiibalo
Ambrosio, un pe6n de confianza, practice en el lugar, que le dieron en
la colonia Amistad y el cual le habfa repetido una infinidad de veces
durante el reconocimiento del terreno la misma expresi6n:
-Esta es una tierra bendita, don Marcial. Aquf se da de todo buena-
zo, la cafia se dari como en ninguna part.
Por dos o tres ocasiones le sefial6 lugares en los que se vefa una grue-
sa capa de tierra, negra como el carbon, en los hoyos, en los derrumbes
producidos por las aguas, en las remociones causadas por la rafz de un
gran Arbol cafdo.
-Esta tierra no engafia, don Marcial. Aquf va usted a coger como
diez toneladas por area en el primer corte. Usted se va a salvar.
Cruzaron ese dia el monte en varias direcciones y al regresar al ca-
mino por segunda vez, ya alto el sol, alcanzaron a ver un grupo de
hombres al cual se acercaron. Eran peones que habian legado alli para
tratar la tumba. Ya sabfan que se iba a fomentar esa colonia y que don
Marcial legaria ese dia y a esa hora para tratar.
Algunos portaban hachas, otros solamente machetes. Casi todos cu-
chillos en la cintura.
-iA c6mo van a pagar? -pregunt6 uno de ellos.
Don Marcial respondi6:
-A dos pesos cincuenta. Tala, tumba y habite.
Para colonia, a son de desjarrete no estaba caro. Don Marcial sacarfa
despuds la lefia. Tenfa interest en sembrar cafia de frfo. Aprovechar el
tiempo.
Varios de estos hombres se internaron en el monte para reconocerlo
y sefialar sus cuadros. Cortaron varas, las hendfan por un extreme con
su machete y enganchaban en este extreme otro pedazo de palo para
former una cruz y clavaban estas cruces en el sitio que les parecfa mejor.
Otros cortaron varas de tamafio determinado, varas conuqueras, y con
ellas empezaron a medir su cuadros. Algunos, los mis, se fueron sin
hacer nada. Pero todos prometieron volver el lunes y avisar a otros para
que no faltara gene.
-Con tanta gene -dijo Ambrosio a don Marcial-, esta tumba serf
una pasada.
l conocfa a muchos de los que habfan venido. Al vale Tiburcio, a
Juan Francisco, a Petronilo. Esos eran los mejores hombres del lugar.
Vio tambidn algunos de los que acababan de perder sus conucos. AllI
estabaJos6 del Carmen. Cibaefios vio pocos. Sin duda no sabfan por alli
de esos trabajos. Esas genes son muy largos en cuestiones de tumbas.
Don Marcial pregunt6 a Ambrosio por un hombre que le llam6 la
atenci6n por ser el inico que tenfa zapatos:
-Ese es Prudencio. Ese tiene gene. Si usted ve que la cosa va floja no
tiene mas que avisarle. En un moment le Ilena la tumba de hombres.
Lo que tiene es que trabaja mis caro, porque 1l gana con sus hombres.
Cada uno le paga por el enganche.
Ambrosio y don Marcial al regreso pasaron por delante del fundo
de Anastasia Rojas y siguieron la sabana para ver de paso el monte que
le habfa quedado a don Jose Contreras y otros sitios que se pudieran
utilizar para potreros y que don Marcial pensaba comprar despuds.
Frente al fundo de Anastasia, Ambrosio le dijo a don Marcial:
-Ese es el fundo mas viejo del sitio. De moment esa vieja tendri
que soltarlo.
Don Marcial no pudo reprimir la curiosidad que le despert6 ese bo-
hio torcido y solitario. Todavfa al dejar el claro en que se encontraba, al
internarse en la ceja, volvi6 la cara por iltima vez para contemplarlo.
A las dos semanas el monte de don Marcial estaba leno de hom-
bres. La tumba prosigui6 con algunas interrupciones, pero se hizo con
bastante rapidez. Fue una tumba al desjarrete, los troncos se trozaban
por su base, no muy alto, y luego se le daban dos o tres cortes, segun
su largo, y en seguida se destoconaban. La finca no necesitaba lefia de
moment y mister Moore le prometi6 que poco a poco se la comprarfa,
lo cual le producirfa algdn beneficio.
Al terminar el habite, don Marcial habia gastado una cantidad de
dinero razonable. La suma invertida hasta esa fecha era sensiblemente
igual al promedio gastado por los otros colonos en esa 6poca. Al ini-
ciarse la siembra fue cuando comenz6 su desastre. La semilla fue su-
ministrada por el ingenio. Por orden del administrator se escogi6 para
cortarla una colonia que quedaba del otro lado del rio, porque seguin
mister Moore era de las pocas en las cuales la cafia no padecia mosai-
co. El transport de esa semilla result demasiado costoso. Pag6 viajes
de carretas muy cars, porque estas s6lo podfan dar un viaje por dia.
Esto dio lugar a innumerables contratiempos. Primeramente se trafan
las cafias enteras, muchas de estas despuds de haber permanecido dfas
en el cargadero a causa de que las carretas de que se disponfa no eran
suficientes, legaban a la colonia completamente borrachas, apenas se
podian utilizar algunos pedazos para semilla y de estas naci6 una can-
tidad muy pequefia.
Don Marcial tenia interns en que Uribe apurara la siembra, pero
como habfa necesidad de seleccionar la semilla antes de darsela a los
muchachos y los picadores s6lo tenfan 6rdenes de picar las cafias que
estuvieran sanas, no se podia avanzar. Muchas veces se vieron obliga-
dos a utilizar semillas borrachas, porque aflojaba el tiro y las cuadrillas
perdian tiempo.
Varias veces se quej6 don Marcial de los gastos, pero mister Moore
le decia que era preferible gastar mis y tener una buena semilla que
echar a perder los campos con cafia enferma.
La consecuencia fue que su cuenta aument6 de tal modo que el cos-
to de cada tarea representaba una suma escandalosa. iQu6 iba a hacer!
Tenfa que soportar esto. La Compafifa lo refaccionaba y esta no ponfa
objeci6n al gasto que se hacfa.
-Don Marcial, usted se va a arruinar -le decfan hasta los mismos
carreteros.
Por varias ocasiones vio al administrator y siempre le repetfa lo mismo:
-Usted va gana dinero. No tener mieda. Yo va ayuda a used.
La siembra fue hecha por administraci6n. Se la hizo Polfn, un trabaja-
dor honrado y competent. Se lo habia recomendado Gautier Mojica.
Su mayordomo fue un dfa a casa de Anastasia y le dej6 un mandado.
-Dfgale que don Marcial lo quiere ver.
Polfn estaba sin trabajo. Vivfa en la sabana. Organiz6 algunas cua-
drillas y dio comienzo a la siembra en un verano. Los primeros campos
hubo que sembrarlos hondo, porque no lovfa hacfa cosa de un mes.
Esto ocasion6 tambidn perjuicios a don Marcial, a causa de la much
semilla que dej6 de nacer, porque se sec6.
Various meses permaneci6 en la colonia, porque, ademds de la siem-
bra, tuvo que hacer una gran resiembra y no se logr6 por esa causa que
los campos quedaran bien cerrados el primer afio. El costo de fomento
de La Inocencia, por estos y otros contratiempos, se elev6 considerable-
mente sobre el presupuesto que se habfa calculado. Pero se consigui6 que
la cafia cerrara al fin. Y se dio excelente, tal como Ambrosio le habia pro-
nosticado a don Marcial. En los bajos fue una bendici6n. Cafia gruesa,
larga, matarrones que provocaban la admiraci6n de cuantos los vefan.
-Buenaza esa cafia -afirm6 Gautier Mojica, al pasar por la colonia-,
don Marcial en el primer corte empata lo que le ha costado la siembra.
Detris de La Inocencia qued6 una faja de monte que pertenecia
a un particular que no deseaba sembrar cafias, porque se dedicaba a
la crianza de animals. Era un monte grueso que producfa un bello
contrast, por su altura y su tinte oscuro. Era el monte de Manuelico.
Le faltaba un ojo y por eso usaba unos espejuelos oscuros. No queria
saber de cafias. Continuamente estaba averiguando en el batey quienes
eran los que cortaban varas en su monte. Y constantemente el jefe le
apresaba reses que se pasaban por los alambres a la colonia. Vivfa en
continue zozobra.
Un dfa, pasando por delante del monte de Manuelico en compafifa
del mayordomo, Gautier Mojica no se pudo contener.
-iVea que monte, vale!
Y Gautier Mojica refiri6 al mayordomo que una vez Manuelico se
expres6 en estos t6rminos: "Dejen a cada cual con su idea, sefiore. Pa
eso e que uno manda en lo suyo". Mojica no pudo reprimir su indig-
naci6n.
-Si es un hombre tan bruto, vale. No come yerba de casualidad.
Mas cerrado que un calabazo.
Bajo los troncos una capa de hojas secas amortiguaba el ruido del
paso de las bestias.
-Yo no se que piensa este hombre -agreg6 Mojica.
-Quizas espera que se lo compren a buen precio.
-0 se lo quiten. El no puede enfrentirsele a la finca. Para mf es un
estdpido.
Y mientras siguieron el estrecho camino que separaba este monte de
la cafia, Mojica sigui6 hablando:
-Este hombre es muy bruto. iQue va a hacer con esa tierra? f1l cree-
ra que con rabizas de yuca, con ahuyamas y plitanos se va a salvar. Ni
que hiciera diez conucos se salvarfa. Los conucos no dan nA. Para los
ladrones. Si acaso para un mal sancocho. Con todo ese monte sembra-
do de vfveres no encuentra quien le d& un centavo. No puede manejar
mAs chavos que los de la carguita que vende. iDesgraciao! Si tuviera
aunque fuera cien tareas de cafias estarfa a salvo. Manejarfa plata. No
hay como la cafia. Si yo me viera con ese monte ya lo hubiera tumbado.
iNo embrome Manuelico! No en balde es tuerto. Yo creo, vale, que a
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Manuelico debe pasarle como a los gallos tuertos, que nada mas ven
media valla.
-Pero no se apure, vale, l1 tendra que caer. Mas tarde o mas tempra-
no eso sera cafia. iQud remedio!
Porque Gautier Mojica sentfa un entusiasmo extraordinario por la
cafia.
-Si no fuera por la cafia toditos nos estuvidramos muriendo de ham-
bre. Hablan de ella, pero la necesitan. Sin cafia no verfamos ni un chele.
(D6nde? La cafia es la que nos mantiene a toditos.
El mayordomo esti de acuerdo con Mojica. Para manejar dinero
hay que estar con la catia. Esta es la salvaci6n de todos. Por eso el esti
de acuerdo con que sembraran mis.
A causa de ese monte de Manuelico, La Inocencia result una colo-
nia mas larga que ancha, situada de sur a norte y sobre una superficie
ligeramente accidentada. Era un bajo la parte mis important, la otra
tenfa una ligera elevaci6n. Un arroyo la dividfa en dos partes casi igua-
les. Contaba cerca de veintiocho campos irregulares y en todos ellos
la cafia no habfa alcanzado el mismo desarrollo. La parte alta era seca,
pedregosa, en cambio, la baja era mis hdlmeda y de mejor terreno. Por
aquf cruzaba un camino que hubo que desviar, no sin que se presenta-
ran algunas dificultades con las autoridades, las cuales se vencieron al
fin, gracias a las facilidades que se les conceden a las compafifas azucare-
ras. El arroyo ofrecfa inconveniences para la comunicaci6n entire las dos
porciones de la colonia. Un gran trabajo tuvo que realizar don Marcial
para rebajar los barrancos a fin de que las carretas pudieran pasar de
uno a otro lado.
El costo de la porci6n alta fue mayor que el de la baja debido a esta
circunstancia. Por el lado del este el Ifmite de la colonia era la sabana.
Doce o mis kil6metros la separaban del Batey Central. Y la lfnea fdrrea
se encontraba a dos kil6metros aproximadamente. Esto creaba mis di-
ficultades al personal. Muchas razones obligaron a la Administraci6n
a abrir esos trabajos, aun cuando no dispusieran de las comodidades
indispensables en estos casos. Entre otras, habfa que aprovechar los pre-
cios y sobre todo, ocupar ripidamente las tierras que todavia estaban
en litigio y fomentar las de los particulares para evitar que pasaran a
otras manos.
Diez mil tareas de cafias y dos o tres bateyes se encuentran ahora en
el sitio de Las Malas Mujeres, en las tierras de Anastasia Rojas y en las
de sus vecinos. Una red de carries dan paso a los trenes de carretas, y a
los vividores de la sabana y de La Sierra, que por ellos cruzan continua-
mente. Y en los dos chuchos allf establecidos, el pito de la locomotora
ha sustituido al bramido de las reses montaraces.
Desde la galerfa de la casa de vivienda que estaba en un alto, se po-
dfa apreciar la cantidad de cafias que tenfa don Marcial. Desde allf se
podian ver muchos campos de su colonia. Esos campos de La Inocencia
se continuaban con las cafias de la finca, que parectan la mar. No tenfan
los cafiaverales ninguna interrupci6n, a no ser la que le oponfan los rfos
que los cruzaban a manera de canales de riego o alguna que otra cinta
de monte, tan estrecha, que apenas daba sombra. La cafia no terminaba
hasta liegar al pueblo y al mar, porque segufa a la de los otros ingenios.
Allf en el mar ya no se podia sembrar, ni en el pueblo tampoco. Esos
eran sus limites infranqueables. Desde el batey de La Inocencia hasta
allf se podfan contar cerca de cuarenta kil6metros. Poco mis o menos.
iQui barbaridad de cafias!
Fue la casa de vivienda lo iltimo que hizo don Marcial en la colonia.
Posefdo de su entusiasmo, quiso hacer una construcci6n amplia, fresca,
ventilada, donde pudiera vivir con la mayor comodidad. Se levantaba
en la parte mis alta y mis seca. La tierra era alll negruzca. Debajo de
esta capa se encontraba un barro amarillo, que podia verse en los cor-
tes y en los hoyos. Cuando llovia se hacfa lodo, pero las aguas corrian
pronto para las parties bajas, y bastaban algunas horas de sol para que
el piso se secara.
De toda la colonia era el lugar mas a prop6sito para una vivienda.
Esta circunstancia decidi6 a don Marcial a fundar allf. La casa era re-
gular de tamafio. De cuatro aguas y una galeria corrida. Techo no muy
alto y de zinc acanalado. Montada sobre altos pilotillos, de un poco
mis de cinco pies de altura, el espacio o piso que quedaba debajo se
podia utilizar como dep6sito. Y lo era, en efecto.
La casa tenfa una sala regular. En el comedor habia una mesa de pino
en la cual coma. En el aposento una cama provista de mosquitero. Se
sentfa a veces una cantidad enorme de mosquitos. En los setos, sillas de
montar, frenos y sogas. Un almanaque de La Tabacalera, una chamarra
y un capote colgado en sendos clavos. Junto a la cama una mesita en la
que colocaba don Marcial el rev6lver cuando se acostaba. En un rinc6n
una escopeta de dos cafiones, la mejor de por esos lados.
Detris de la casa, la cocina, a ras del suelo. El servicio se hacfa por
medio de una escalera y esto daba lugar a que no le pararan cocineras,
porque le hufan a este tanto subir y bajar que, como es sabido, causaa
tanto dafio a las mujeres".
En el fondo la caballeriza. Dos mulos, muy buenos, comprados en
San Juan, y el caballo. En el centro del cercado que limitaba el patio, el
tanque para el agua, montado sobre pilotillos de cemento.
Don Marcial quiso tener un jardin. En el frente dos o tres arbustos
de malvarrosa eran testimonio de sus intenciones. Y unas cuantas mati-
cas de albahaca. No omiti6 detalles para no echar de menos nada en el
campo, mientras preparaba su future bienestar.
En el primer afio don Marcial no pudo tirar su cafia. El chucho
que le prometi6 mister Moore no se pudo construir. Por este motivo le
ofreci6 comprar gran parte de su cafia para semillas.
Un dfa mister Moore dio 6rdenes para que empezaran a cortar. Le
ofreci6 pagarle a quince pesos por area. Era un buen negocio. Pagaria
su colonia y le sobrarian algunos miles de pesos. Realmente la cafia era
un negocio brillante para don Marcial.
Pero solamente vendi6 quinientas tareas. Y lo que esto produjo se lo
abonaron en cuenta.
Al afio siguiente le ofreci6 darle dinero para comprar bueyes. Quin-
cenalmente le daria ciento cincuenta pesos. Don Marcial se llen6 de
esperanzas. Compr6 doce yuntas y cuatro carretas para pagarlas con
este dinero. A la tercera quincena, despuds del compromise, no le pu-
dieron dar mas y don Marcial tuvo que hipotecar su casa de Macorfs
para responder por la deuda de los bueyes. Fue un desastre.
En la zafra siguiente pudo tirar toda la cafia, pero ya su cuenta es-
taba por las nubes. Y el precio del azdicar habia bajado. Ya no saldrfa
nunca mis a flote. iAdi6s ilusiones! Desde ese moment la vida de don
Marcial fue una lucha continue en medio de la mis negra miseria.
Muchas tardes contemplando desde la galerfa de la casa los inmen-
sos cafiaverales dentro de los cuales habia vivido y donde se habfan
consumido algunos de sus mejores afios sin beneficio apreciable, esti-
mulado solamente por las alzas y bajas del azdcar, sufriendo un mill6n
de contrariedades, no podia reprimir su inconformidad.
Various afios levaba metido allf, embrutecido, contemplando ese pa-
norama mon6tono todos los dfas. El batey leno de peones. Un mon-
t6n de hombres ignorantes, casi salvajes. Atravesando carries. Alejado
del mundo. Con una mesa pobre. Trabajando inicamente para cubrir
necesidades ordinarias de la vida. Esclavo del capital ajeno. Desconsi-
derado a veces por hombres inferiores a 6l, pero mas afortunados.
El estado de sus negocios lo mantenfa preocupado. La colonia lo
habfa endeudado de una manera extraordinaria. No sabfa exactamente
lo que le debfa a la Administraci6n. Pidi6 su cuenta en varias ocasiones,
pero el auditor le dijo que se la estaban preparando para el final de la
zafra. El afio pasado lleg6 a cerca de cincuenta mil pesos, pero pensaba
que este afio podrfa hacer un fuerte abono. Hacia tiempo que vivia
estrecho con el prop6sito de bajar esa cuenta, porque le tenia miedo a
los intereses. Se habla visto obligado a tomar algunas sumas al doctor
Giacomo, un italiano que vivfa de eso, pero que era muy exigente, im-
ponfa unas condiciones y garantfas que pocos podfan ofrecerselas a ca-
balidad. Todos los afios le prometfa abonarle algo, pero era impossible.
Ya habian transcurrido tres, sin que le sobrara un solo centavo. Apenas
los gastos de la familiar. Y eso muy estrechamente. Privandose de todo.
Su familiar no iba a ninguna parte. Las hijas vestfan mal. La casa del
pueblo, hipotecada a Gutierrez y Compafifa, estaba al perderla. Hace
dos afios que mister Moore le prometi6 que lo ayudarfa a salir de ese
compromise, pero a tiltima hora se excus6 con el pretexto de la baja del
azlcar, que ocurri6 en los tlltimos meses de la zafra pasada. Tambidn
tenfa otras deudas en el comercio. La sefiora tomaba fiado en algunos
establecimientos. De vez en cuando, con grandes sacrificios, abonaba
algunos pesos. Afortunadamente su reputaci6n de hombre honrado le
protegfa, hasta cierto punto, de que lo desconsideraran.
Las noches que pensaba en estos brollos interminables no podia dor-
mir. Se alegraba de permanecer en el campo para evitar humillaciones y
disgustos. Ni los dfas que venfa al pueblo salfa. Lefa las cartas, abrfa los
memorandums, rompfa los papelitos y de vuelta a la colonia los lunes,
procuraba olvidar todas esas cosas, dedicindose a su trabajo. Habfa per-
dido la fe. Otros afios luchaba con entusiasmo. Noticias ofdas en la Ad-
ministraci6n sobre el precio lo animaban. Esto ocurrfa siempre al prin-
cipio de todas las zafras. Llevaba ya algunos afios de bregas en el campo
y no recuerda haber estado desahogado nunca. Gracias a ser un hombre
econ6mico habfa podido vivir. El primer afio le daban en la Administra-
ci6n, sin gran dificultad, lo que pedfa. Hoy le costaba recurrir a ciertos
manejos para poder sacar algo mds del suelo que le habfan sefialado. Por-
que ahora todo era medido. Le controlaban el trabajo, le fiscalizaban la
hoja de pago. Le inspeccionaban los cultivos y hasta le contaban la gente
que tenfa. Se avergonzaba de tener que poner nombres supuestos en las
listas de pago para poder sacar algo para hacer frente a ciertas atenciones
inaplazables. iQu6 penal En otros tiempos todas sus esperanzas estaban
en la cafia. No quiso vender las tierras, para explotarlas l1 mismo. Era su
tnica fortune. Y ahora ni de las tierras era duefio. No las habfa vendido,
pero la enorme deuda que tenfa se lo tragarfa todo, tierras y casa. "La
cafia es un juego de embite", se decia. "Hay que tener coraz6n. Se vive
de esperanza en esperanza. Y lo mejor es que hay que sufrir callado. No
se puede bostiquear". S6lo en secret cambiaba impresiones con otros
colonos. Cuando se vefan en la Administraci6n o en el campo. Y eso que
sabia ciertamente que otros estaban peor. Todavfa Cl vivfa y quidn sabe,
dentro de dos o tras afios, si el precio subfa...
En la colonia, a la hora del descanso, agarraba sus libretas y se hacfa
los sesos agua haciendo nimeros de todos tamafios. A veces salfa para
el batey a distraerse visitando al mayordomo o al bodeguero o se iba a
ver alguna bachata. No le interesaban los peri6dicos, ni los lefa. Tam-
poco tenfa libros. En su escritorio s61o habfa formularios para la lista de
pago, para el pesador y libretas de vales, un tintero y una mala pluma.
LIpiz no le faltaba. Lo Ilevaba consigo siempre para apuntar nombres y
hacer ndmeros. Una vida horrible. En su batey no habfa luz. El agua la
tenfa en tanques. El molino la subfa. Un agua pesada, mala, que le ech6
a perder el est6mago. Crefa que ni a los bueyes les convenfa.
Esta era la amarga ensefianza que le habfa dado la cafia. Este afio
volverfa a cortar la colina y quedarfa con los bolsillos vacfos. iQud ex-
periencia tan dura!
iRico? Y don Marcial sonrefa. En realidad para sus peones que no
vivian como gene sino como animals, dl era un verdadero millonario.
Y cuando pasaba por los barracones y los vefa devorando con marcado
apetito un arenque y un trozo de plitano, cuando echaba una mirada
a sus calderos negros, donde hervfan a borbollones algunos viveres, un
pedazo de bacalao, arroz de mala calidad, duro como una piedra, con
manteca vegetal de la peor clase, excusaba las murmuraciones que le
hacian en diferentes ocasiones, cuando trataba los trabajos, los dfas de
pag o con cualquier otro motivo. iInfelices!
Este afio las cosas serfan peores. Vefa venir las zafras con indiferen-
cia. A 61 le habfa pasado otro tanto que a los pobres campesinos. Ellos
perdieron lo que tenfan y 6l lo perderfa tambidn.
Quidn sabe si tendria que salir de allf a pasear las calls de Macorfs,
como un vago, despuds de tanto esfuerzo, de tanta lucha, de haber su-
frido tantas desconsideraciones. Y con otra familiar.
A menudo recordaba don Marcial las palabras de Uribe: "iEstos
blancos saben mucho!.
4
Entr6 diciembre. Los caminos se han secado ya. Las noches
son frescas, transparentes, estrelladas. Se avecinan las pas-
cuas. Por las madrugadas el aliento que despiden las bestias
es un humo blanco y hay que abrigarse algunos dfas, para no temblar
de frfo al cruzar por los carries. Ahora se escuchan mis gallos cantar.
Y muchas mafianas aparecen neblinas sobre las lomas, sobre los bajos,
sobre las cafiadas, sobre la sabana, sobre la colonia. Durante el dfa sopla
una brisa ligera y agradable.
Alto el sol, Chencho, el mayordomo de La Inocencia, va legando a la
bodega, despues de atravesar diferentes carries y contemplar las cafias her-
mosas y bien nacidas. Detiene su mula por delante del mostrador. Se quita
el sombrero, saca su pafiuelo y seca el sudor. Conversa un buen rato sobre
la zafra que ya estA encima y, al despedirse, don Antonio le pregunta:
-Y c6mo estan de bueyes?
-De eso no hay que hablar. No tenemos muchfsimos, pero conta-
mos con algunos.
Los bueyes son uno de los elements mas importantes de toda colo-
nia. Colonia sin bueyes, no es colonia.
Desde que se hace el presupuesto para el fomento, desde que se da el
primer hachazo en el monte, hay que pensar en la bueyada.
-(Como culntas yuntas necesitarfa usted?
-iCon cucntas yuntas cuenta used?
-jTiene buenos bueyes?
Don Julian responded:
-Quiero hacer una bueyada.
Y en la bodega o en el barrac6n los peones dicen a veces:
-Como la bueyada de Fulgencio no hay en part.
-En La Amistad tienen como treinta yuntas.
-En Dos Hermanos pueden montar mas de quince carretas.
Un dia sube Chencho hasta la casa de don Marcial con un viejito
de la sabana.
-Este hombre viene a venderle una yunta, don Marcial.
-iY c6mo son esos animals?
El viejito contest:
-Es una yunta de novillos. Son de la sabana. Del sitio de La Lima.
-iCriollos?
-Si, criollos, pero de ese ganado salen bueyes buenazos.
-iNo han jalado todavia? -pregunta don Marcial.
-Un poquito. Pero a esos no hay mas que ponerles el yugo. Son
nuevos y limpios. De vista.
-iSon grandes?
-iTamafiitos!
Y don Marcial terminal por prometerle al hombre que mandarl a
verlos to mis pronto que le sea possible.
Es que son indispensables los bueyes. A veces no tiene el colono
dinero con que comprarlos, pero coma de aquf, toma de allf, hace eco-
nomfas y hasta contrae deudas para completar su bueyada.
Pero Cuevas quiere sembrar cafias y master Moore, el administrator
del ingenio, le pregunta:
-iUsted tieni bueyis? No podemos dar para bueyis.
Y este inconvenience to hace desistir.
Otras veces se necesita cafia. Ha subido el precio del azucar y hay
que aumentar la producci6n. Mister Moore se complace en dar la en-
horabuena:
-Le daremos para comprar bueyis.
Chencho no oculta su satisfacci6n. Conoce la bueyada de don Mar-
cial. En la bodega hablando con un transetinte, se entusiasma:
-Los tenemos buenazos. Careto, Cola Sucia, Candeldn, Rosita, Pun-
tafuera, Nomeolvides... Tenemos poquitos, pero escogidos.
Son, sin embargo, los carreteros los que mis hablan de estos anima-
les. Fonso dice que la bueyada de don Marcial tiene dos o tres yuntas
como no hay otras en toda la finca.
Durante el tiempo muerto apenas se ven bueyes en las colonies. Por
lo regular estAn lejos, en los potreros de la finca, de las colonies, de los
criadores que los toman a piso. A veces se llevan fuera de la jurisdicci6n
del Ingenio, cuando la yerba esta en este muy escasa. Para los bueyes
son casi todos los potreros del Este, que en la primavera se alcanzan a
ver desde los caminos, cubiertos de yerba de piez o de yerba de guinea,
divididos en vasos mis o menos extensos por dos o tres cuerdas de
alambre de pias. Destacan estos vasos en el paisaje por su color verde
claro, como el de los retofios de los campos de cafias.
Ocupan estos potreros casi siempre las vertientes de las lomas, uini-
cos sitios en que no ha trepado la cafia de azicar, para la cual van siendo
cada vez mis escasas las tierras bajas apropiadas.
La cuenta del piso de los bueyes constitute uno de los gastos de mis
consideraci6n durante la 6poca de los cultivos.
Ya en diciembre, los bueyes tienen poco que comer. El past ha desapa-
recido. Los vasos estin pelados. El verde de la primavera ha sido sustituido
por un amarillo palido y opaco. Caminan por sobre pedregales, por sobre
la tierra limpia o salpicada, aquf y allf, de matarrones secos, pajosos. Los
iltimos meses del afio son penosos para las bueyadas. Afortunadamente,
para esta epoca, ya tendr-n cojollos en abundancia en las colonies.
El batey esti alegre. El personal va y viene por los carries. Debajo
de la casa de don Marcial se nota movimiento. Se sacan yugos. Se oyen
ruidos de cadenas. Tunino entrega paquetes de grasa, por orden de don
Marcial. Y en la bodega se despachan brazas y mis brazas de soga de
pita. El corte esti abierto ya. Brillan al sol los filos de las mochas.
Rosendo oye un vocerfo. Alza la cabeza y la inclina hacia un lado.
Quiere aguzar el ofdo.
-iPor ahf vienen los bueyes! -exclama.
Se oye un canto, luego un estallido. A poco, por la gran calle lena
de sol, aparece la bueyada.
La Ilegada de los bueyes marca el comienzo de la zafra. iLa zafra!
iCuAntas ilusiones, cuantas esperanzas trae a todos! Desde el mas hu-
milde pe6n que afila su mocha, la garantfa de su vida, hasta el admi-
nistrador, abrumado de responsabilidades, todos tienen el pensamiento
puesto en la zafra. Y la ciudad, alli, conffa en que todo ese esfuerzo,
toda esa energfa que se desplegard en los campos se trueque en bienestar
para sus habitantes, que ven en los cafiaverales riqueza, prosperidad,
progress.
Don Marcial, desde la galerfa de la casa los ve pasar con indiferencia.
iLo que le cuesta esa pequefia bueyada!
Compr6 unas cuantas yuntas en el Soco, para pagarlas al finalizar la
zafra. Otras las obtuvo de diferentes criadores de la sabana. Dos yuntas,
las que siempre leva la carreta de Murcidlago, le cuestan un dineral.
Los sigue con la vista mientras avanzan por el carril.
-Buenazos esos bueyes, don Marcial -exclamaTunino-. Mire a Cola
Sucia, quejarto va.
Se asombra de lo grueso que se ha puesto Quitasuefio y pregunta a
don Marcial cuando llegard Abelardo con los suyos.
iLa zafra! Chencho ya no tendri descanso. Vivird seis meses a hor-
cajadas sobre la mula. Yendo y viniendo, recorriendo todos los carries,
descendiendo por moments en el corte, en el chucho, en la bodega.
-Ya estin enyugando -dice al dfa siguiente con satisfacci6n.
Y a partir de ese moment las carretas comienzan a pasar y repasar
los carries. Llenas de cafias, camino del chucho. Vacfas hacia los cor-
tes.
-Ya empezamos, vale -le dice Murcidlago a un conocido de la saba-
na-. iToavfa no ha dentrao much gene, pero yo pienso que dentrara!
-Vamos de a poquito -dice Chencho a don Antonio en la bodega-.
Esto se vendri a animar despues de que llegue Abelardo.
Cuando Chencho afirma que La Inocencia cuenta con una buena
bueyada, lo hace pensando en Lalo.
-iY han tenido noticias de 6l? -le pregunta don Antonio.
-Ya sali6. De moment Ilega.
Y un domingo en la tarde, despuds de una semana de haberse ini-
ciado el corte, entra Abelardo a La Inocencia con su tren de carretas
montadas. Hay que aprovechar los domingos, que son dfas muertos
para hacer los traslados y utilizar los lunes completes. En el batey hace
una parada y va a ver a don Marcial:
-Acabamos de llegar -dice-. No tuvimos tropiezos en el camino.
Conversan sobre el trabajo. Don Marcial le asigna sus campos y al
dfa siguiente Abelardo, al ver a Chencho, exclama:
-Ya entr6 en fajina, vale. iA julepiar se ha dicho!
Y Chencho, con la pierna enganchada en la silla de montar, le refiere
las informaciones que ha podido recoger:
-Yo creo que este afio se puede hacer algo. Piensan hacer 100.000
sacos. iComo cafias tenemos!
-iY buenaza! Mire que yo he visto campos que da gusto. Por esos
laos de debajo de los matarrones son asf. -Y Abelardo separa los brazos
y acerca las manos como para former un cfrculo.
Don Marcial no tenia suficientes bueyes para el tiro, pero Lalo en
la zafra trafa los suyos con sus carretas y por eso era que Chencho no
dejaba una cafia parada. Lalo posefa unas cuantas yuntas propias y al-
quilaba otras. Esa era su ocupaci6n. Antes de comenzar la zafra, hacfa
sus arreglos con uno o dos colonos para ayudarlos en el tiro. A veces
tomaba uno o dos buenos carreteros en la colonia. Esta vez consigui6 a
Fonso, uno de los clavos de mayor reputaci6n.
Este trabajo le producla poco, pero suficiente para vivir y sostener
su familiar. En ocasiones sufrfa perdidas. Algunos afios se le inutilizaban
carretas. Se le partian ejes o pertigos, se le rompfan algunas ruedas. Se le
morfan bueyes o simplemente se los destarraban. Cuando esto ocurria
sus ganancias disminufan. El precio que le pagaban por el tiro tambidn
fluctuaba. Todo en la finca depend del valor del azticar y pocos pro-
ductos tienen mas alzas y bajas en el mercado.
Durante la zafra, Lalo, el ajustero, se instala en la colonia. Ocupa
una de las casitas de zinc y come en casa de Lupe. Su familiar vive en
Hato Mayor.
En la calle Duarte, en una casa de madera con tres hermosas puertas,
donde en un tiempo estuvo la pulperfa de Finco, vive dofia Candelaria.
Por las mafianas recibe la leche en la puerta y echa el primer regafio a
los muchachos que, por no tener al padre en la casa, no le dan reposo.
Dofia Candelaria esti acostumbrada a esta falta casi permanent del
marido. Tan acostumbrada, que apenas hace caso de las habladurfas
que de tarde en tarde escucha acerca de la fidelidad de Lalo. jTantas
mujeres le han pegado!
Pero los sabados Lalo viene a verla, cuando el trabajo no require su
presencia en la colonia. Llega en la tardecita. A veces estropeado. Pasa el
domingo conversando con sus amistades o en la gallera, y esto le causa
pena a dofia Candelaria.
-No le veo. La finca me ha dejado viuda. Los domingos, Lalo no para
en casa. Tengo marido dos noches cada quince dfas. iQud voy a hacer!
Nadie sabe lo que ella sufre con esa finca. A cada instant tiene que
notar la falta.
-Si Lalo estuviera aquf -dice mirando la mesa puesta.
O cuando sobre Fiofi6 se forman densas nubes negras, y el verde de
las laderas se oscurece, no puede dejar de exclamar:
-iSi el pobre Lalo se estarn mojando! iEs una calamidad la Finca!
Pero qud vamos a hacer. Gracias a ella tenemos la comida asegurada.
El lunes regresa Abelardo, tempranito, de madrugada, y desde que
lega a La Inocencia se le ve sobre su mula en el corte, vigilando a los
carreteros y a los bueyes. Procurando que los viajes sean completes, que
se den los suficientes en el dfa o en el peso, conversando con el pesador,
pididndole notas o en el chucho, tratando de evitar litigios entire sus ca-
rreteros y los de don Marcial. Aquf en el chucho se original disputes. To-
dos quieren descargar al mismo tiempo. A veces no hay vagones o los que
ha trafdo la miquina son insuficientes y muchos carreteros tienen que
esperar cargados, lo cual les perjudica, porque no pueden hacer los viajes
que se han propuesto o los que deben representar en su tarea diaria.
En ocasiones aquf ha tenido que hacer uso de sus dotes de autoridad
para establecer el orden. Los carreteros se han ido a los pufios o se han
amenazado con sus cuchillos. Pero Abelardo, que fue en una ocasi6n jefe
comunal, se hace respetar prontamente y por esto ha evitado desgracias.
-No descanso -dice a don Antonio-. Estos carreteros son gene del
demonio. iMalos! Me cuesta estar encima de ellos. Maltratan a los bue-
yes, pierden las sogas, tiran la carreta por cualquier parte y nunca estin
conformes. Ellos clavan a los bueyes y yo tengo que clavarlos a ellos. Para
mantener montado un buen tren de carretas, se necesita Dios y ayuda.
Porque de los bueyes depend el 6xito de la zafra. Sin los haitianos y
los bueyes es un fracaso.
Son estos sufridos bueyes los que transportan pacientemente toda la
cafia de los campos a los chuchos, para alimentar los trapiches, que no
descansan durante medio afio, hasta que el uiltimo trozo de cafia no ha
sido convertido en bagazo.
A la salida del sol y muchas veces antes, ya estan unidos a los yugos.
Tres parejas para cada carreta. Los gufas, los tercios y el tronco. Cada
pareja require cualidades especiales y no todos los bueyes pueden in-
distintamente desempefiar las mismas funciones. Mientras trabajan
Ilevan el pescuezo erguido y son limitados sus movimientos, apenas
pueden mover la cabeza, sujeta a los yugos por los lazos. Mueven dni-
camente el pabell6n de las orejas, para recoger el menor ruido que se
produzca en su vecindad. Cuando las carretas estin detenidas en el
corte, durante la carga o en el chucho, durante la descarga, los bueyes
permanecen inm6viles. Rara vez suelen echarse. En ocasiones lo hace
alguno de la gufa. El tercio y el tronco no pueden hacerlo porque estan
junto al p&rtigo que se lo impide. Con frecuencia se contentan con ru-
miar algin pedazo de cafia y cuando van marchando suelen de vez en
cuando, al pasar por los carries, alcanzar con su lengua aspera las hojas
de cafias, para entretenerse con ellas por el camino.
Durante el dfa no tienen descanso. Van y vienen desde el alba hasta
el anochecer bajo el yugo. A mediodfa, sin embargo, sestean un buen
rato. Durante la noche, permanecen en el borbojo, atados por los lazos,
cuidados por el sereno para que no maltraten la cafia.
Una bueyada para el colono y para el ajustero del tiro es un capital
de consideraci6n. Se les cuida, se les atiende y hay que conservarles en
buenas condiciones los potreros. Colonia sin potreros no esta com-
pleta.
En el tiempo muerto muchos trabajan en la preparaci6n de los cam-
pos. Entonces tiran del arado. Transportan la lefia, la semilla o las pro-
visiones para las bodegas.
Tienen los bueyes sus admiradores en la colonia.
Cuando se les cuida, viven afios trabajando en las colonies. Entran
lobos, novillos, del potrero de algun criador o de la sabana y tirando
de la carreta o del arado les pasan los afios por encima, hasta que la
cornamenta exuberante, el pelo cafdo, la perdida de carnes, el piojillo,
denuncian su vejez y entonces son sacados un dfa para el potrero o para
la carnicerfa.
Y un domingo, despuds del pago, el sonido de un jututo avisa al
batey que hay care fresca.
-iA c6mo la libra? -pregunta una mujer en la puerta de un bohfo.
-Que care tan dura, vale. Ni que la hubiera tenfo un dfa en el
caldero se ablanda.
Y Murcidlago supo por la noche que ese dia habfan pesado a Qui-
tasuefio.
-jTan buen buey! -exclama-. iY tanta gente mala en el mundo!
Por eso don Marcial lo estimaba tanto.
-Murcielago tiene sangre pa los animals -dijo un dia Fonso, en el
barrac6n.
-iSangre no! iConsencia! -agreg6 otro.
Murcielago es uno de los carreteros mis populares en la colonia.
Todos los afios tiene su trabajo asegurado en La Inocencia. Un jugador,
un bachatero y un excelente clavo. Cuida los animals y los arreos. S6lo
a 6l no se le pierden sogas, ni parte yugos ni rompe carretas. Pero los
lunes no se puede contar con Murcielago, porque todos o casi todos los
domingos estA de parranda. En otros bateyes, en la sabana, en donde
sonare un acorde6n o hubiere algdn jueguito gordo. Nunca tiene nada.
Lo que gana va para donde las mujeres, para la cantina o se lo tragan las
cartas. Un negrito interesante. Se habfa criado en el Mamey, con don
Pancho, que era su padrino. Muchos afios trabaj6 con 6l, pero en estos
iltimos parece que ya no se entendfan. Constantemente estaban rifien-
do. Ya en otras ocasiones pas6 temporadas trabajando en otras colonies,
pero luego se reconciliaba y volvfa al Mamey a ayudar a su padrino.
Hacfa, sin embargo, unos cinco afios que s6lo llegaba de paso. Tres
de estos los trabaj6 con don Marcial, que lo habfa conquistado por su
trato y por las consideraciones que le guardaba. Es el mejor carretero de
todos los que tiene. Honrado, trabajador, respetuoso. Porque Murcidla-
go cogi6 donde su padrino muy buenas costumbres. Su madre trabaj6
y muri6 en el Mamey, protegida de su padrino. No tenfa mas familiar.
Durante la zafra se ve a Murcielago por los carries de La Inocen-
cia, de pie, sobre el pertigo, la vara en alto, pitando o tarareando el
bolero de moda, con su sombrero de cana, de ancha ala, a menudo
levantada por delante y prendida de la copa por una cintica, recuerdo
de la bachata del iltimo domingo, camino del corte. Sus bueyes son
los mejores. Los mis gruesos. Los mejor cuidados. Siempre trabaja
con los mismos.
Cara Sucia y Mapembd, sus gufas, no trabajan igual con otros ca-
rreteros, y cuando por alguna circunstancia son guiados por otro, en
seguida lo nota, porque se les descomponen, les ensefian malas costum-
bres. Se les ponen mafiosos. No los apura tampoco. Sabe que mientras
mas descansados trabajan los bueyes, mayor tarea pueden rendir. Al filo
del mediodfa, los levaba a beber al tanque y les daba un ligero sesteo.
Entendfa que los animals, como la gene, tienen que reposar y no ha-
cer las cosas saltando. Y asf, aparentemente sin apurarse, rendfa mayor
labor que los otros carreteros. Sabfa sacar provecho de los cuidados que
prodigaba a sus bueyes. Comparable con Mapembd, s61o Marapicd, un
buey de su padrino. Despuds ninguno en toda la Finca.
A la cafda de la tarde, Murcidlago converse con la amiga que va a
la bodega de compras, y rfe y la requiebra, si es buenamoza, o le hace
confidencias de sus nuevos amores de la sabana, los que nacieron en la
dltima velaci6n o en el baquinf de Viloria.
Colgandole las piernas en el aire, los pies empolvados, el sombrero
colocado en una rodilla y la vara sujeta como una lanza, la mirada en-
cendida, brillante, ante el recuerdo de la hermosa que ahora es duefia
de todos sus entusiasmos y sostiene llama de pasi6n en su coraz6n juve-
nil, Murcidlago, sonrefdo, no puede ocultar su alegrfa. Pl la habfa visto
ya en dos ocasiones, pero no la habfa reparado. Un amigo habl6 de ella
delante de el, un domingo en la gallera. Crey6 primero que tenfa hom-
bre, y tal vez por eso no se habfa fijado. Pero cuando 1l comprendi6 que
le gustaba fue el dfa que bail6 con ella. Perdi6 la cabeza. Pocas mujeres
bailaban asi. Mujer liviana, con mis compAs no podfa haberla en toda
la finca. Le gustaron sus ojos, sus dientes y sobre todo su cuerpo. Bai-
16 much, todos los merengues que tocaron y no se hubiera cansado
nunca. Cuando el vale Antonio se la pidi6 sinti6 una cosa mala que le
pas6 por el cuerpo y si no hubieran sido tan amigos no se la hubiera
prestado. El conocfa muchas mujeres, pero por ninguna habia sentido
lo que sentia por La Nifia.
Y la amiga le ofa complacida y le daba bromas, porque se decia de
Murcidlago, que no querfa a nadie. Las mujeres le tenfan desconfianza
y le decfan zumbador, porque no se paraba much tiempo delante de
ninguna flor. Ahora se complacia en hablar de una y pedfa informes a la
amiga con un interns que no dejaba duda. Supo asf que no habia tenido
mas que dos enamorados, uno de ellos muy fuerte, pero que La Nifia
no le habia hecho caso. Que era trabajadora como pocas, que no salfa
a menudo de su casa, y que el lunes, al dia siguiente de la velaci6n de
Viloria, cuando estaba en el arroyo, las amigas le dieron bromas sobre
1l y pudieron adivinar que le gustaba. Mientras le hablaban de Murcie-
lago no hacia nada y cuando Dolores se atrevi6 a decirle que si a ella no
le parecfa un buen partido el carretero de don Marcial, baj6 los ojos y
disimul6 dindole palos a la ropa sin decir una palabra.
Murcidlago convers6 much esa tarde, en que s6lo le interrumpfan
los bueyes al tirar de la carreta para rumiar en el carril. Cruzaron otras
carretas para el corte y alguno que otro carretero le soltaba algiin dicho
grueso al pasar, sin que Murcielago hiciera el menor caso.
Esa tarde fue el ultimo que desenyug6. Era casi de noche. Algunos
peones se dieron cuenta porque cuando brillaban ya intensamente las
estrellas le oyeron entonar un canto con tal fuerza y entusiasmo que
denunciaba en 6l una muy grande alegrfa:
Tengo mi caballo a lazo
el lazo le tumba el mono,
si consigo esa muchacha
qui bonito matrimonio.
Al dia siguiente, Fonso se atrevi6, delante de Remigia, que com-
praba una manteca, a darle una broma a Murcielago. Cantaba much
y habfa comprado en la bodega polvos y jab6n de olor. Ri6 Remigia a
carcajadas y ya de march dijo: "que los hombres que mas se la dan son
los que mis pronto dan el piojo". Murci6lago se content con clavarle
los ojos un buen rato, y al volver a la carreta y coger la gran calle se le
oy6 de nuevo:
La vida del carretero
es una vida azarada,
ni toma cafd caliente,
ni duerme la madrugada.
5
L a molienda se va desarrollando normalmente. Desde que
comenz6 el corte ningin incident se ha producido en La
Inocencia. Don Marcial esti seguro de que, tal como le dice
Chencho, no quedard una cafia parada. No sobran elements como
en otras colonies, pero cuenta con los suficientes. Su personal es muy
bueno y con el concurso de Abelardo, el nuimero de carretas montadas
le permitiri sostener el tiro sinflojar.
Diariamente se ven don Marcial y el ajustero en la casa, en el chu-
cho, o en el campo.
-iC6mo va eso, Abelardo?
-Va de oro, don Marcial. Hoy tenemos un tiro teso. Si la cosa sigue
como va y hace verano, esta semana no me dan abasto los vagones.
Esa es tambien la preocupaci6n de Chencho. Los vagones. Un dis-
gusto tuvo con el maquinista de la ndmero 2. Sus carretas estuvieron
casi toda una mafiana cargadas, esperando vaciar y la miquina se apare-
ci6 cerca de las doce del dfa. Indudablemente el trafico no andaba bien.
iSiempre algun estorbo!
-Pida vagones con tiempo -decfa tambien 6l a don Marcial-. Esto
es lo inico que nos puede atrasar. Con el personal que tenemos no se
puede fracasar.
Pero don Marcial no mostraba la alegria de otras 6pocas. Trabajaba
a empujones. Las dificultades que se le presentaban le cambiaron el
humor. Ofa estas advertencias con indiferencia. El azdcar estaba por el
suelo, experiment una baja considerable. Se trabajaba con much eco-
nomfa y la Administraci6n era cada vez mas exigente. Con la ayuda de
mfster Moore no se podia contar. Tenfa present sus iltimas palabras:
-Yo saber usted no estar conforme. Mi no tieni el culpa, compren-
di? Used queja del cuenta tambidn. Yo no puedi jacer mis. Ni dar mas
dinero, ,comprendf?
El personal de La Inocencia no es muy numeroso. Otras colonies
cuentan con una peonada mayor y mas variada. Sin embargo, en ella
hay de todo. Hasta haitianos. Estos se ocupan del cone, de las limpiezas,
y tambien realizan trabajos que por lo regular son hechos por domi-
nicanos. Onicamente no saben ni les gusta carretear. Hay que hablar
castellano para ser carretero. Los bueyes criollos no aprendenpatud. Los
haitianos tampoco tumban monte. Esta es la ocupaci6n favorite de los
dominicanos. Son estos las genes del hacha, del machete y del clavo.
Un ir y venir de hombres en esta colonia, entire los cuales muchos se
expresan en lenguas extrafias. Un mont6n de trabajadores a quienes el
mayordomo llama, con visible satisfacci6n, supersonal.
Este mayordomo es Eugenio Perez (a) Chencho. Naci6 en San Jos6
de los Llanos y ahora esti radicado en La Inocencia. Le ech6 la bendi-
ci6n el cura de Hato Mayor y tiene dos hijos pequefios.
-No me puedo quejar de don Marcial -le ha dicho mis de una vez
a don Antonio-. Me trata bien. Tengo que defender sus intereses como
si fueran mfos. Y tratarle bien el personal.
Chencho estaba siempre sobre una mula baya. La cuidaba much.
Llevaba la crin recortada y la cola a manera de brocha de pintar. Tunino
era quien se la tuzaba. Desde el arranque de la cola le cortaba los pelos
con unas tijeras hasta cerca del extreme, en que formaba una especie de
cono o copa invertida. En todo el batey no habfa otra parecida. Tenia
muy buen paso y era muy viva. Don Marcial la compr6 a unos hombres
de San Juan de la Maguana, que pasaron por La Inocencia. Se espantaba
much, pero Chencho era un excelente jinete. La llamaba Maruca.
-Dicen que Maruca se resisted. iQu6 va! Es que es una mula muy
fina, que no la puede montar todo el mundo.
A mediodfa un pe6n le daba de beber, mientras Chencho reposaba
un rato. De vez en cuando le compraba una libra de azticar prieta, por-
que a falta de melao, eso limpia y le pone brillante el pelo.
Rosendo decia a veces:
-A los haitianos y a Maruca les gusta lo dulce, vale. Por eso es tan
mafiosa como ellos.
Encontribase satisfecho el mayordomo. El sueldo no era muy bue-
no, pero le habfa ido bien a la familiar. Su mujer engord6 desde que
estaba en la colonia. Y sus muchachitos no padecfan fiebres. Seguro es-
taba de que si a don Marcial le hubieran salido las cosas de otra manera,
le pagarfa mejor. AdemAs, tenia elements.
Chencho lo dice con orgullo:
-Aquf en La Inocencia trabajo con gusto. Lo que es aquf me sobran
elements. Lo que es por falta de peones o bueyes no se queda una cafia
en los campos. Hay con qu6 trabajar.
Y don Marcial, despues de averiguar el precio del azdcar, s6lo pen-
saba en los bueyes y en la peonada:
-iHay gente suficiente? -pregunta a Chencho.
-No me faltarA personal -responde el mayordomo-. iDescufdese,
don Marcial! Mientras yo pueda contar con Fonso, Rosendo, Murci&-
lago, Juan Tarana, Vicentico, Chevere, Priscili6n, Telemaque... No se
quedari una cafia parada. Contamos con un buen personal.
Personal es Rosendo, Juan Tarana, Fonso, Murcidlago, Vicentico,
Chevere, Priscilidn...
Durante la zafra el personal y los bueyes constituyen la preocupa-
ci6n de todos.
Hasta Juan Tarana, le dice a Fonso:
-Yo creo que a Chencho le va a faltar personal. Si no dentra mis
gene, 1o veo mal. Va a fracasar.
Pero todos los dfas aparece una cara nueva en el batey. Ahora es
Agapito que espera al mayordomo sentado en el p6rtigo de una carre-
ta. Una hamaca colgada a la espalda, pantalones fuerte azul arrollados
hasta la mitad de la pierna, sombrero de cana, en cuerpo de camisa,
descalzo.
Lleg6 a La Inocencia al caer la tarde. Atraves6 sabanas, pedazos de
monte, trechos de camino real. Se bafi6 en el Azuf. Y entraba al batey
recordando el gallo de pluma fina que alcanz6 a ver desde el camino.
Venfa a la finca porque necesitaba dinero para un caballo y para otras
cosas que ambicionaba.
-:D6nde podr6 topar al mayordomo? -pregunt6.
Murcidlago lo puso en camino. iUno mis! Los mayordomos viven
abrumados con estas gentes que acuden a todas horas y de todas parties
en busca de trabajo.
Cuando el mayordomo esta en los campos distantes del batey, cuan-
do transit por los carries, en el core, en la tumba, en las limpias,
junto al molino, en las cuarterfas, en la bodega y aun cuando esta fuera
de la colonia, en todas parties, siempre lo estin aguardando.
La peonada no lo deja sestear. No le deja comer. Le llama, le silba,
lo manguea. Lo hace salir de la bodega, de su propia casa, le interrumpe
cuando conversa con el duefio de la colonia.
Se le ve en todas parties. Habla en todos los sitios. La oficina del ma-
yordomo es toda la colonia. En todos los campos ha dado 6rdenes, ha
entregado vales, ha tomado notas, ha tratado y ha recibido trabajos.
Un dfa va por un carril sobre su mula, lo siguen uno, dos, cinco, un
grupo, una cuadrilla. Va a realizar un trabajo, va a tratar una limpieza,
va a la tumba para distribuir cuadros o a hacer un habite o a disponer
una siembra.
Pero no siempre sucede asf. Otro dia va sobre la misma mula a visitar
los bateyes y las secciones vecinas y va dejando el aviso de que necesita
personal en la colonia y a sus amigos, a sus conocidos, les va pasando la
palabra: "Necesito genee. "Estoy escaso de personal".
Prefiere y solicita a los conocidos que le han abandonado. "NNo has
visto a Julidn?". "D6nde estard ese hombre?". "iTan buen carretero!".
Es que ahora carece de personal y su prestigio como mayordomo estA
comprometido con don Marcial.
Con mis frecuencia, por los innumerables carries que entran al ba-
tey, pasan y repasan los peones. Unos camino de sus casas o de otras
colonies, otros en busca de trabajo. Llegan a la bodega, preguntan al
pesador, a los otros peones, a sus amigos y en seguida se lanzan en per-
secuci6n del mayordomo. Lo asedian:
-Usted no tiene alguna cosita por ahf?
-Vale Chencho, consfgame algo que toi aceitao. Eta mocha se me
quid salir de las manos.
-Vamo a ver si hay alguna puntica de arreglar.
-He venfo a ver si saco manque sea la jabichuela.
-Toi bruja, vale, jagase cargo de mi.
-Toi trozao, vale. MWtame la mano.
Un dfa el mayordomo dice:
-Por ahora no tengo nada. 1Me sobra gene!
Dice esto con satisfacci6n, mientras arrienda la mula camino de la
bodega o en direcci6n al corte. Chencho se enorgullece al decir que
donde 6l trabaja no puede faltar personal.
-Tengo mi gente. Esos son mfos y me siguen a todas parties. Tengo
muy buenos tratos y muy buenas reglas.
Pero al otro dfa, ya no puede repetir esto:
-iHombre sf! Allf me dejaron un cuadro. Tengo un campo para
limpiar. Y hacienda retroceder la mula se hace seguir del primero que
encuentra por la boca de un carril o topa en un cruce, para ponerlo de
una vez en posesi6n. Mientras otro que quiere enganchar al verlo pasar
exclama:
-iYa ese peg6!
Agapito fue el afortunado. Al dia siguiente, su nombre figuraba en
la libreta del mayordomo: Agapito de la Cruz. Y ahora tiende su hama-
ca en el barranc6n junto con Rosendo, Fonso y Murcidlago. Se acerca
al mostrador de la bodega, le da filo a su mocha en la gran piedra de
amolar del batey. Ya forma parte del personal. Y por las tardes, a la
salida del trabajo y en las primas noches, se le ve conversar a la puerta
del barrac6n con otros peones, de mujeres, de trabajo, de gallos, de
revoluciones o de su vida.
La peonada puebla la colonia, como si fueran hormigas. Llena los
barracones, se desparrama por el batey, por los campos. Vive dentro de
la cafia.
No saben nada mis. No aspiran a nada mis.
Han Ilegado aquf de todas parties. De los cuatro puntos cardinals
de la Repdlblica. Y de Haiti. Y de las Islas de Barlovento. Es una pobla-
ci6n international. En la colonia se hablapatud, ingles y castellano. Son
las lenguas mis comunes.
El personal aumenta y disminuye. Se renueva. Y se conserve. Obe-
dece a un ritmo. Durante la zafra crece stibitamente y en el tiempo
muerto disminuye considerablemente. Pero hay personal stable, defi-
nitivo. Es el personal radicado en el batey. Peones antiguos que llegaron
j6venes y allf han envejecido. Su vida ha transcurrido junto a la cafia,
en medio del sol, embriagados con el verde de los campos y el azul del
cielo. Genres enamoradas de los espacios abiertos.
Pero tambi&n hay una poblaci6n flotante que Ilega y sale a todas
horas, que trabaja un dfa, una semana, una quincena, para cubrir una
sola necesidad, un compromise o realizar una aspiraci6n: para pagar
un trabajo, comprar una muda de ropa, pagar una deuda, comprar
un caballo, hacer un viaje de promesa. Despuds del pago se alzan y no
se vuelven a ver mis. Vinieron a hacer una plata que necesitaban con
urgencia.
Por los mismos caminos que entraron abandonan un dfa el batey.
Se van despues de realizar su prop6sito. Contentos, satisfechos, con sus
motas en la vuelta de un nudo del pafiuelo. Y se van tambidn disgus-
tados. Dejaron un trabajo porque el mayordomo los engafi6 o porque
era pesado, por una infinidad de causes. Se dirigen a otras colonies
y hoy se inclinan en un campo para hundir su mocha en torno a los
retofios y mafiana alzan cafias en un chucho distant, sobre una bestia,
blandiendo el litigo.
-iY urt aquf, vale?
-Sf. Me cost dejar la colonia. Ese mayordomo era muy sangrtl.
O de este modo:
-Yo no lo vide en La Inocencia, vale?
-Me cost dejarla. No pagan bien.
Pero, afortunadamente, cuenta con el personal permanent. El que
sigue a Chencho. El de todos los tiempos, el de la zafra, el del tiempo
muerto.
El personal no tiene nada. Onicamente cuenta con sus brazos, con
su mocha, con su hacha, con su clavo. Lleva sf, casi siempre consigo
una hamaca, dos o tres piezas de vestir. Cuenta uinicamente con su
persona. Y anda generalmente a pie. Para 6l no hay caminos malos, ni
distancias largas, y por eso siempre esti expedite para ir de alli para acd,
de dfa, de noche, a toda hora. Que puede detenerlo?
-iD6nde estA Julian? -pregunta el mayordomo a la puerta de un
barrac6n:
-Yo creo que se fue. No veo la hamaca en part.
Pit6n pasea una mirada por el cuarto. Donde se ven otras dos o tres
hamacas recogidas y colgadas.
Como entran, salen. Ese es el personal que da mas brega en la finca. Por
eso Chencho conserve el suyo, el que permanece siempre en el batey.
Pero Chencho tiene dificultades. Todo el personal no es uniform.
Y unos deben ser tratados de un modo y otros de otro. Los hay difi-
cultosos y los hay d6ciles. El mayordomo tiene que ser politico. La
peonada lo puede hacer fracasar. Puede algunas veces quedar sin gente
y su situaci6n se hace dificil, frente a sus superiores, que en 61 tienen
depositada su confianza.
A todos, sin embargo, hay que hacerles ver que se les atiende, que se
les cuida, que se les protege. Procurar que est6n contents. Vigilar de
cerca a los avisados, porque pueden trastornar una organizaci6n. Si es-
tan enfermos hay que darles por lo menos un purgante de sal de Epson
y si se mueren hay que enterrarlos.
-Allf hay un hombre muerto -oye decir por el batey el mayordomo
y pregunta:
-QQu6 hombre es ese?
-Yo no s6. Diji6n que en una cuarterfa.
Y Chencho arrienda la mula y se dirige a los barracones. Efectiva-
mente, en medio de un cuarto, yace sobre el piso un moreno con un
pantal6n de fuerte azul y camisa de listado. El sombrero de cana se
encuentra un poco retirado de la cabeza.
-iY quidn es este hombre? -pregunta Eugenio a otro pe6n que se
acerc6 a la puerta a curiosear.
-Este es un tal Candelario. Yo creo que trabajaba en el ndmero 15.
Entonces arrienda otra vez la mula, en direcci6n de la bodega, ha-
cidndose acompafiar por el pe6n. Allf pide unas velas y se las entrega.
-Vaya donde Lupe. Que le prenda esas velas.
Durante la noche, los compafieros de cuarto no duermen allf. Uno o
dos lo velan, a veces mas. Se hacen dar un vale para comprar ron.
-Vale Chencho, denos pa un romito. Mire que vamo a trasnochar.
Al dia siguiente, se cumplen las disposiciones dadas por Chencho.
Traen unas andas hechas con varas. Sobre ellas colocan al difunto y los
peones designados por 6l, previo ofrecimiento de que se les pagard el
dia, cargan con el muerto, camino de El Hoy6n y all lo depositan en
un hoyo tal como lo llevaron, con la misma ropa que muri6.
Asi terminan en la colonia dos o tres en cada zafra.
-Hay que hacer humanidad -dice Fonso, cuando ve pasar el cortejo
por el carril.
Los que menos dificultades le ofrecen al mayordomo son los haitia-
nos. Les tolera que hablen como cotorras y les dispensa otros vicios por
la ayuda que le prestan siempre.
Los haitianos llegan en tropas, una mafiana, una tarde, diez, doce,
con sus Ifos a la espalda, hablando patud, vestidos de fuerte azul, en
cuerpo de camisa, sudorosos, brillante la tez. Los pantalones con un
doblez en el ruedo y recogidos a media pantorrilla, con un fleco de
guano o un cord6n. Descalzos.
La mocha en la man o debajo del brazo. El cachimbo en la boca.
Sobre la cabeza un sombrero tlpico. Copa alta y alas anchas. Parece un
rebafio hosco y desconfiado.
A muchos apenas se les distinguen los ojos. Las conjuntivas tambidn
oscuras. S61o tienen blanco en el rostro las dentaduras, fuertes, amena-
zadoras.
Los haitianos desempefian a Chencho mis ficilmente que los domi-
nicanos. Y son mas obedientes. Por eso, cuando Telemaque no andaba
detris de Chencho, era Chencho el que buscaba a Telemaque.
-Ustedes no me han visto a Telemaque? -dice, deteniendo la mula
frente a la puerta del barrac6n.
Cuando se encontraban, sostenfan este diAlogo:
-Bueno, Telemaque, &d6nde td estabas?
-iYo? Andende.
-iY por qud no estabas en tu campo?
-Ttl me tA engafiA, Chenche.
-iYo? Y ttu no ves que ese es el mejor campo, el que tiene menos
yerba? Eso esti bien pago. Tdl sabes lo que son cinco pesos? iNo jue-
gues tfi! JT6 no ves que te prefiero a otros? Como cuatro andan detras
de el.
-No juega td Chenche. Tid siempre mi diga asf. Y yo ta perde. No
saca na. Tt no ve mi pantal6n, ta rompfo.
Y Telemaque, mas desnudo que vestido, le muestra a Chencho sus
carnes oscuras, por los dos agujeros del pantal6n, a la altura de las rodi-
las. El saco que Ileva, fue una antigua pieza de casimir ahora cubierta
de rotos y remiendos.
-Bueno. Vuelve al trabajo. Te voy a aumentar cincuenta centavos.
T6d necesitas algin vale?
Telemaque le pidi6 veinte centavos. Chencho lo obsequi6, ademis
con un cigarrillo, dicidndole:
-iToma! Como ese s6lo fumamos aquf Mister Mora y yo. El me los
regal6.
Una sonrisa de satisfacci6n se dibuj6 en el rostro de Telemaque.
En cuanto a Priscilien, ya era otra cosa.
-Te andaba buscando, Priscilien. (D6nde te metes? Yo quiero que
tu des una vuelta por ahf y me traigas algunos haitianos. Me falta gente
en el corte.
-WD6nde yo va a buca gente?
-Por ahf. Vete por Lajas. Por el ndmero dos.
-Pero tui mi va a pagA. JTi no mi va a jacd como la otra v6?
-iDejate de eso! La otra vez yo te pagu6. Te di un vale por veinticin-
co, despuds, te di otro, no sd si fue de medio peso o de setenta y cinco.
iNo me acuerdo ahora!
-Embute. Td mi dite quence plimelo, dipud, vente y no me dite mi.
-Piensa bien. Ti estis equivocado. iBueno! iDime si vas a ir o no?
Te voy a buscar un trabajo bueno.
-Tui siempre mi diga asi.
-PPero vas a ir o no?
Priscilidn vacila. Y despuds de meditar un instant:
-Bueno. Yo vi, ipelo tl mi paga?
-,C6mo no te voy a pagar? Tu no sabes que td lo consigues todo
conmigo. Ve a la bodega y dile a don Antonio que te de un trago de
tafid, por mi cuenta. iToma! Ll&vale este papelito.
-iAh! iChenche! iTui sabi much!
Y Priscilidn se va satisfecho, pensando en ir a conquistar por las otras
colonies a sus paisanos.
Gracias a ese personal, Chencho puede responder a don Marcial, de
que no se quedari una mata de cafia en pie. iQu6 va! Mucha experien-
cia tiene el en finca.
Y para conservarlo, ha tenido que hacer don Marcial algunos sacri-
ficios.
La Inocencia dispone de dos o tres hermosos barracones. Cada uno
de ellos estd dividido en diez cuartos de regular tamafio, en los que se
pueden colgar hamacas. Esros barracones estin ocupados por el per-
sonal soltero. Allf duermen los peones. Durante el dfa estan vacfos.
Por las noches, apenas se puede dar un paso dentro de ellos. Hasta en
el piso duermen trabajadores. Cuando hace demasiado calor duermen
desnudos. Al pasar frente a estos cuartos, se pueden ver, aun de dfa, casi
en cueros. La mayorfa, desde que tiene que permanecer en el barrac6n,
se desprende de sus camisas.
Estos barracones se distribuyen de acuerdo con la procedencia del
personal. Los haitianos tienen el suyo. Y los dominicanos, tambien. En
el batey, el personal esti clasificado. Chencho tiene que tener much
cuidado con esto. No quieren estar juntos.
Los ingleses forman parte important del personal. Muchos de ellos
ya son dominicanos. Han nacido en el pafs. Sus padres estrn aquf desde
hace tiempo. O proceden de hogares mixtos. Otros vienen todos los
afios y de estos unos se quedan y otros vuelven a sus islas.
Son menos d6ciles que los haitianos. A menudo hace Chencho mala
sangre con Blakis, el maquinista de la ndmero 3. Este hombre es muy
testarudo. Siempre quiere hacer lo que le da la gana. Le llama la aten-
ci6n sobre la manera de colocar los vagones en el chucho, le pide que
no los deje tan lejos del cargadero.
Blakis sonrfe maliciosamente. Le ensefia los dientes, como pulpa de
cajuil, y finge no entender. Ese es el recurso supremo de los cocolos.
-iMi no comprendi, Chencho!
Cuando dice esto es para hacer su voluntad. Para no obedecer.
Cuando un cocolo terminal por no entender lo que se le estA diciendo,
cuando olvida el espafiol, hay que dejarlo.
-iMi no sabi, mi no intiendi!
Y todo ha terminado. No queda otro recurso que matarlo o dejarlo.
Dominicanos, haitianos e ingleses viven, por lo regular, separada-
mente. El batey es international. Y el mayordomo tiene que tener una
diplomacia exquisite.
Unos son bochinchosos, otros hablan much. Los haitianos no de-
jan dormir a los otros. Los ingleses y los haitianos, se exaltan por cual-
quier cosa y los dominicanos son intolerables por sus violencias.
Por eso dentro del batey se establecen barrios. Puntafiuera para estos,
Cacarajicara para aqu6llos. La calle de los bohfos para los otros. Cier-
tos personajes hay que colocarlos en los extremos del batey, lejos de la
bodega y de los otros. Las families ocupan otra calle y otras construc-
ciones.
Pero a pesar de todas estas precauciones a menudo tiene que interve-
nir el jefe de orden. Hay sangre por cualquier cosa. Por unos centavos,
por una mala palabra o por cualquier otro motivo baladf.
Pero en La Inocencia Eugenio mantiene la mejor armonfa. Hombre
curtido en el oficio, conoce los males y los remedies.
Los dfas de pago suele Chencho pasar horas desagradables. En-
tonces es cuando mis mala sangre suele hacer. Las averiguaciones lo
aturden. Cuatro o seis inconformes no lo dejan respirar. Lo abruman
con reclamaciones. Se ha equivocado, no ha sacado bien la cuenta. Le
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piden el complete. Le devuelven el dinero. Y son indtiles a veces sus
explicaciones.
-Ffjate bien. Ve a la bodega a que te ensefien los vales. (Ti no sabes
contar? C6mo te voy yo a robar tus chavos. jTd estds loco? Bueno, coge
tu dinero que yo te arreglard eso.
Pero otras veces, las cosas toman un mal cariz.
-Bueno, si lo quieres lo coges, si no lo dejas. Y haga lo que quiera.
Y el mayordomo clava la mula y desaparece por el primer carril.
Pero tambidn siente esos dias, a pesar del atareo, moments de sa-
tisfacci6n. Cuando se complace en echar una ojeada sobre su personal
reunido frente a la bodega.
Y sucesivamente fija la vista en Fonso, Murcielago, Chevere, Pi-
t6n, Juan Tarana, Vicentico, Priscili6n, Telemaque, Jacob, Tunino,
Agapito...
Es un especticulo pintoresco. Una colecci6n de sombreros viejos,
rotos, sucios, una riqueza de harapos, que apenas cubre el cuerpo. Un
mont6n de hombres miserables, ignorantes, degenerados, en los ilti-
mos peldafios de la escala humana.
Pero gracias a ellos puede el hombre civilizado tomar su te o cafd
todos los dias, endulzado con el azdcar de cafias, en Nueva York, en
Paris, en Berlin, en todos los rincones del mundo.
6
A l cruzar el carril del numero 4, Gautier Mojica tropieza con
Chencho.
-C6mo le va, jefe?
-Aquf en la lucha. Ya estamos cortando.
-Este afio -dice Mojica-, la cosa no esti muy buena. Ha llovido
muy poco -y mirando la cafia que le queda enfrente-: Esa cafiita esti
muy ruin. (C6mo cuintas toneladas le echa used a ese campo?
-Yo creo que dari tres a tres y media, si no me equivoco.
-No me parece. Esa cafiita esti muy fina, muy delgadita. Mi creen-
cia es que dara menos que mis.
Y al ver Chencho a un pe6n que se le acerca con una mocha debajo
del brazo:
-Ve y espdrame en la bodega. Ya empieza la lucha, vale -le dice a
Mojica-. La suerte es que yo tengo una buena organizaci6n.
Mas tarde, Chencho se detiene en la bodega. Los dependientes han
sacudido la modorra del tiempo muerto. DetrAs del mostrador se ve
una cara nueva. Se ha aumentado el ntimero de empleados. Chencho
pregunta por don Antonio.
-D1mele a este hombre cinco libras de grapas por cuenta de don
Marcial. Ahorita le traigo el vale. No cargo el formulario en el bolsillo.
Arrienda en seguida la mula y se encamina hacia los barracones.
Don Antonio Pdrez Mufiagorris es el encargado de la bodega de La
Inocencia. Es un viejo espafiol que segdn dicen los peones tiene malas
pulgas. Mafioso como un mulo. Era esta la tercera bodega de que habfa
sido encargado. La primera, en el ingenio Crist6bal Col6n, tuvieron
los duefios que liquidarla. La segunda, la estableci6 en Santo Angel,
con un pequefio cr6dito que le dieron en Macorfs unos paisanos suyos.
Alli no le fue del todo mal, pero debido a su caricter, el administrator
lo hizo salir casi en volandas. Despu6s supo que esta determinaci6n se
debfa a que deseaba proteger a otro. Don Antonio es de un caricter
relativamente independiente y esto le ocasionaba frecuentes disgustos.
Olvida que en las fincas hay que contemporizar con todos. Ademis, los
mayordomos siempre estaban de puntas con el, porque no se dejaba
llegar. Afortunadamente, Chencho parece que le ha cogido la vuelta.
Todavia no han chocado. Padecfa de una bronquitis cr6nica. Constan-
temente estaba tomando lamedores y expectorantes y es possible que
esta salud en quiebra fuera la causa de su malhumor.
A menudo se desahogaba con el mayordomo.
-Para bregar con esta peonada hay que tener sangre de horchata, mi
amigo. Son peores que animals.
Y moviendo los ojos sin intenci6n de mirar a ninguna parte excla-
maba:
-iEste es un castigo!
Se sentfa fatigado ya del trabajo. Al principio lo hizo con entusias-
mo, pero en vista de que pasaban los afios y siempre se encontraba en
la misma situaci6n, lo hacfa ahora a empujones. A La Inocencia lo trajo
el encargado de la bodega del Central, porque era fama su honradez a
carta cabal. Los peones se sentfan garantizados con l6, porque no los
engafiaba con el descaro que lo hacfan otros bodegueros. Casi siem-
pre estaba profiriendo malas palabras. La suerte que no le hacfan caso.
Nunca, ni para dormir, se quitaba de la cintura su pistola. A Rosendo lo
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