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FRANCISCO GREGORIO BILLINI
BANI
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Engracia y Antonita
NOVELA ORIGINAL
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FRANCISCO GREGORIO BILLINI
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INDICE
Pag.
Portada.... .... .... .... .... .... .... . 3
Dedicatoria .... .... ..... .... .... ..... .... 7
PROLOGO, Carta del auter y rectificaci6n de
Herminia .... .... .... ..... ........ 9
PRIMERA PART
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
I, He vuelto a El .,.. ... ..
II, Engracia y Antoitita ...........
III, Sus diferencias y sus rasgos ....
IV, Bani del natural ............
V, Felipe OzAn .... ... .. ....
VI, Un consejo y una lecci6n ......
VII, Al ausentarme y 1a volver ....
SEGUNDA PART
CAPITULO
CAPITULO
I, En una tarde de estio .........
II, Como se resolvi6 ............
TERCERA PARTE
CAPITULO
CAPITULO
I, Vienen las fiestas .... .... ....
II, En las fiestas... ..... ....
PAg.
CAPITOL
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
CAPITULO
III, La primer gota de hiel .... ..
IV, El Peroleio .... ............
V, Siguen las fiestas............
VI, El juego de canastillo ........
VII, Un perfil de Don Postumio ....
VIII, Un secret .... .... .... ..
IX, Tras las fiestas ........ ...
X, La revoluci6n ....... .... ..
XI, VWase c6mo empieza .... ....
LIBRO SEGUNDO ................. ......
PRIMERA PART
99
105
114
118
126
134
140
143
147
.157
CAPITULO
CAPITULO
I, Enrique y Eugenia Maria ......
II, Su reclusi6n y su carta .......
SEGUNDA PART
CAPITULO I, Tras e! crimen... La fuga .... ..
CAPITULO II, Luchas ............ .... ..
CAPITULO III, Otras luchas............ ..
CAPITULO IV, Don Postumio en su elemento.
CAPITULO V, En y despubs de la invasion ....
CAPITULO VI, En casa de Candelaria Ozan..
CAPITULO VII, Engracia y los talegos ......
CAPITULO VIII, Cosas de aqui... Y cosas de alli
CAPITULO IX, Antofiita salva at General en Jefe
159
168
P6g.
TERCERA PARTE
CAPITULO I, Espiritismo .... ... ..... ... 259
CAPITULO II, Vino, estuvo y se fi:.... ...... 269
CAPITULO HTf, Un mal crcntr.... ...... 277
CAPJTULO IV, El an6nimo .... .... .... .. .284
CAPITULO V, Una carta y un tropez.3' .. .. 294
CAPITULO VI, Realidades que parecen inverosi-
m iles .... .... .... .... .... .... .... 305
CAPITULO VII, Post Nubila Phoebus .... .. 314
CAPITULO VIII, o virtud o extravio .... .... 322
CAPITULO IX, Conclusi6n .... ......... .... 334
APENDICE, Bani al natural .... .... ...... .339
PROLOGO
Carta del autor y rectificaci6n de Herminia.
I
DEPARTIENDO en Bani con uno de mis amigos, a
quien gusta en sumo grado la literature, a menudo me
excitaba a que escogiese asuntos de sencillo entreteni-
miento para escribir, y me decia que yo podia encon-
trar un buen tema en la historic de las sefioritas del
mismo pueblo liamadas Engracia y Antoiiita.
Yo me negu, a ello observando, al amigo, que no.
era possible escribir fotografiando tipos contemporineos,
y reletando, aunque fuese con los ambages de la no-
vela, y aunque fuera para ser leida solamente en ve-
ladas de families, cosas que tan recientemente habian
ocurrido.
Ha pasado de 6sto much tiempo. Y ih6 aqui una
coincidencia extrafia!
Hallandome otra vez en Bani, dos dias hace que
he recibido de la capital algunos pliegos de papel es-
critos, y que voy a trasmitir precedidndolos de la carta
que los acompafia y la cual es como sigue:
Al leer y releer la carta que antecede, con los ori-
ginales que en ella se mencionan, movido mAs que por
otra cosa, por esa curiosidad que es instintiva en el
coraz6n humano, y que quiere averiguar, si gusta o no,
la obra que se acaba de escribir, me fui con todo el
rollo de papeles a leerlos a una joven de buen gusto,
con quien yo habia llevado relaciones de amor, y por
quien toda la vida he sentido la afecoi6n tierna del alma
Esa joven a la cual llamabamos Herminia, hoy una
Sefiora, la connoceran tambi6n los lectores ,aunque sea
de pasada, en tiempo y lugar oportuno.
Con much gusto escuch6 Herminia la historic de
"Engracia y Antofiita".
Concluida que fue ls lectura, le pedi su parecer,
y sin decirme si estaba mal, o bien relatada, opin6 por-
que se reformaran los dos capitulos, el uno-que se
titula. "Engracia y los talegos", y el otro-"Antofilta
saliva al General en Jefe".
-En esos capitulos se exagera mucho,-dijo Her-
minia.-Engracia no se llen6 el vestido de sangre con
el cadaver de Don Antonio, como dice ahi, ni se vi6
sola con 61 en el monte esa noche, al asesinarlo los re-
volucionarios.
Con respect de lo que le ocurri6 a Antonita al
evitar la muerte del General en Jefe, a que se alude,
es incierto tambi6n que ella se vistiera de hombre y
disparase tiros de revolver contra los bandidos Solito,
Baul y sus otros compafieros.
Todo lo que se cuenta de Felipe Ozin y de su tia
Candelaria,-afiadi6 en tono persuasivo,-me parece
muy poco, demasiado poco; pues yo podria relatar otros
hechos y afiadir otras cosas concernientes a esos dos
tipos que haria se les conociese mejor.
A causa de estas advertencies de Herminia, yo me
he permitido rectificar los dos capitulos mencionados.
En cuanto a lo demis, inclusive la parte que se
refiere a Felipe Ozan y a su tia, sin afiadir ,ni quitar,
lo trasmit6 a los lectures tal cual existe en foe origi-
nales.
Santo Domingo, Mayo 25 de 1890.
Sefor Francisco G. Billini.
Bani
Mi muy apreciado amigo:
No hace much que se me antoj6 escribir un epi-
sodio referente a nuestras dos amiguitas, las simplticas
y virtuosas banilejas Engracia y Antonita.
Como s6 cuAnto ha estimado Vd. a esas dos al-
hajas de nuestro querido pueblo, no he vacilado un ins-
tante en enviarle en esos pliegos borroneados los ori-
ginales de lo escrito.
NotarA Ud. que en todo he estado flojo y muchas
veces hasta fastidioso. Por mAs que he tenido a empe-
fio retratar las protagonistas, vera cuin imperfectos
estan esos retratos, como asi mismo, le dark pena, des-
de el principio, notar lo poco feliz que he sido, cada vez
que he intentado fisica o moralmente, en detalles o
en conjunto, dar a conocer a Bani.
Hubiera sido mi deseo extenderme mas en lo re-
lativo a la guerra civil y a la political personalista
que tantos dafios ha causado a nuestra pobre Repdbli-
ca.
No lo hice asi, por evitar las sospechas que dieran
motivos a creencias mal intencionadas de actualidad,
y porque, habiendome alargado mis en este punto im-
portante, habria tenido que dar otra forma a la indole
de esta narraci6n.
Tambien pude ocupar mis espacio al fotografiar
el caricter y las otras cualidades que adornan a Don
Postumio, el maestro y amigo de Antofiita.
Pero como habria tenido que meterme en intrinca-
das materials de metafisica, y como yo he escrito cada
episodio a media que he ido recordando los hechos, y
segun han venido a la mente las ideas, no quise empren-
der tan ardua tarea; tampoco habria dispuesto del tiempo
necesario para hojear libros como los de Allan-Kard6c,
"La Pluralidad de las Existencias" por Pezzani, "La
Pluralidad de los Mundos" por Flammari6n, y otros
de igual genero que me hubieran dado luz para plan-
tear esas otras discusiones que tan a menudo se enta-
blaban entire la discipula y el maestro, es decir, entire
Don Postumio y la talentosa Antofiita.
Sin embargo, aunque en esta parte del libro no
me haya exrendido, como era mi deseo, acentuando
mis la iltima mania filos6fico-espiritista en que di6
Don Postumio, usted puede afiadir (con tal que no se
adultere la verdad de los hechos) lo que crea de gus-
to y conveniencia.
Le advierto de antemano que al escribir esta his-
toria, si se me permit Hlamarla asi, no he tenido otro
m6vil sino el de complacer a los amigos que tanto me
suplicaron lo hiciera. Si elle tiene algin m6rito, es el
que pueda darle el reflejo de la naturaleza y costum-
bres de Bani.
Asi, pues, lo escrito estA para usted y para los
amigos y amigas de nuestro valle del Giiera que qui-
sieren dar su benevolencia leyendo a "Bani o Engracia
y Antofiita".
Estas dos criaturas, buenas por excelencia, perdo-
narin mi osadia.
Para ello cuento con usted.
Me suscribo su siempre buen amigo,
LEOPOLDO ANDUJAR
PRIMERA PARTE
CAPITULO I. (*)
HE VUELTO A EL
I.
HACIA mis de siete afios que me habia ausentado
del pueblo de Bani. AL cabo de ese tiempo he vuelto
a el. iQub de impresiones recibidas al verme con los
series de mi afecci6n y en los lugares que despiertan
en mi Animo tantos recuerdos!
Donde corrieron los afios de la infancia con sus
inocencias y bellaquerias de nifio; donde el coraz6n des-
pleg6 sus alas al impulse de las emociones de la juven-
tud; donde sinti6 por primera vez la ternura de los
amores, y en donde tantas veces sofi6 la imaginaci6n
con los ideales de dichoso porvenir, despu6s de larga
ausencia, at volver, joven a6n, jquien no siente un ver--
dadero renacimiento de espiritu ?Tanto en lo fisico co-
mo en lo moral, todo parece entonces mis bello y todo
parece mejor.
Los objetos que, en otras situaciones normales del
(*) En este capitulo Leopoldo no pudo prescindir del agra-
Jable recuerdo de las impresiones que recibiera en el afio 75,
cuando despues de largo ostracismo volvi6 a su pueblo y a su
hogar.
PRIMERA PARTE
CAPITULO I. (*)
HE VUELTO A EL
I.
HACIA mis de siete afios que me habia ausentado
del pueblo de Bani. AL cabo de ese tiempo he vuelto
a el. iQub de impresiones recibidas al verme con los
series de mi afecci6n y en los lugares que despiertan
en mi Animo tantos recuerdos!
Donde corrieron los afios de la infancia con sus
inocencias y bellaquerias de nifio; donde el coraz6n des-
pleg6 sus alas al impulse de las emociones de la juven-
tud; donde sinti6 por primera vez la ternura de los
amores, y en donde tantas veces sofi6 la imaginaci6n
con los ideales de dichoso porvenir, despu6s de larga
ausencia, at volver, joven a6n, jquien no siente un ver--
dadero renacimiento de espiritu ?Tanto en lo fisico co-
mo en lo moral, todo parece entonces mis bello y todo
parece mejor.
Los objetos que, en otras situaciones normales del
(*) En este capitulo Leopoldo no pudo prescindir del agra-
Jable recuerdo de las impresiones que recibiera en el afio 75,
cuando despues de largo ostracismo volvi6 a su pueblo y a su
hogar.
FRANCISCO UREUORIO BILLINI
alma, no llamarian la atenci6n, se presentan llenos de
atractivos, y las cosas, por frivolas que sean, al relacio-
narse con uno, despiertan un interns mayor.
El cielo, si se contempla, es mAs hermoso. No im-
porta que los horizontes est6n despejados o foscos; ellos
nunca perderAn su belleza. La brisa tiene mas frescor,
y no pasa sin denunciar su melodioso susurro entire las
hojas del Arbol, ni deja de sentirse en ella el aroma
que nos trae cuando besa suspirando las flores.
Los destellos del sol, desde que nace hasta que
muere son mis encantadores; la naturaleza toda, en
fin, como que viste los mismos arreboles de alegria en
que est4 envuelta el alma del reci6n llegado.
Este no es el hu6sped que causa en la recepci6n
el temor de no ser bien atendido, y las inquietudes de
aquellos que desean complacerlo; es el bien venido A
quien regalan expontaneos congratulaciones; todos le
dan y reciben algo agradable que no pudiendo explicar-
se es comprendido de todos.
jQu6 reciprocidad tan generosa! El viejo criado de
la casa nos emociona con su alegria, y hasta el perro
que dejamos al partir nos conmueve con sus caricias.
Los satudos de los extrafios nos parecen entonces
afectuosos y las demostraciones del afecto, por sencillas
y naturales que sean, tienen para el coraz6n un m6rito
mdescriptible. En cada antigiio conocido que estrecha
la mano, cree uno haber encontrado un amigo, y en
cada amigo o pariente, le parece al sentimiento hallar
un hermano.
Por poco valioso que sea el favor ofrecido, se ha-
ce interiormente la promesa de retribuirlo con creces, y
por insignificant que sea el obsequio, vale tanto co-
ENGRACIA Y ANTOIITA
mo la sensaci6n agradable que en exagerada disposici6n
de Animo se experiment al recibirlo.
Los pensamientos tristes, las esperanzas decaidas,
crey6ndose en derrota, baten sus alas y se alejan. El
recuerdo de fa alegria de aquello que fue tierno de
aquello que inspir6 las ilusiones, lisonjea la imagina-
ci6n, trayendo a ella el pasado para que vuelva a exis-
tir con sus goces en el present.
En el seno de la familiar, al abrazar a la madre, al
padre o a la hermanita querida, ia quien no le ha pa-
sado, despues de largo destierro, lo del poeta de Sorren-
to? No se pueden ver los semblantes de esos series del
akna, sin que la ternura inunde de lagrimas los ojos.
Y si el recien venido vuelve ataviado con pren-
das morales o materials. que en la ausencia le diera
la fortune o la virtud, las miradas del cariiio se vuel-
ven a esas prendas, y ante ellas, aparecen como riquisi-
mo caudal; y si torna pobre, aunque haya derrochado
la herencia que le entregara el padre, se le recibe como
at hijo pr6digo de que nos habla la Escritura.
Al volver el ausente de largo tiempo, la casa es
una fiesta; a ella acuden parientes y amigos, cada cual
trayendo, fisica o moralmente, la expresi6n del para-
bien; porque en ese dia, como dice el poeta,
"S61o hay de flores
"Castas coronas en el hogar".
Y es de recordarse c6mo se confeccionan los me-
jores dulces, se cojen del huerto las legumbres y las
frutas mis frescas, y c6mo solicito en el campo, detiene
el cayado en la manada-para darle muerte-a la mis
gorda de las terneraa
FRANCISCO GREGORIO BILLION]
II
Asi se reciben los hijos, y al padre, ademis de todo,
Ic6mo se esmera la prole en prodigarle caricias! Y 61
vnismo, al prodigal las suyas, y al repartir sus bendi-
ciones con palabras de temura, jqu6 de impresiones no
siente! iC6mo se v6 que no quiere descubrir, (para no
-despertar en los hijos la delicadeza de los celos que
cadsa el carifio) el distinguido carifio que profesa a la
hiia, o al hijo privilegiado! Si es el esposo, a quien se
guard limpia de toda inpureza la fidelidad conyugal
aunque llegue en la noche y disfrazado como Ulises, ya
la esposa lo habri reconocido en el alborozo instintivc
de su alma, y 61 olvidari hasta los sufrimientos de su
Odisea. Cual que sea el proscrito, en fin, no se acorda-
ra de sus peregrinaciones, porque en aquellos momentous
como que se limpia el alma de todas sus 1lagas.
Despu6s de tantas veces en que se vi6 en triste
nostalgia, caer las hojas de los arboles, al volver a la
Patria y al hogar, no cabe duda,se siente realizado el
*nilagro de una verdadera resurrecci6n.
Y en las resurrecciones tornan frescas y sanas las
sienes que ensangrentaran las espinas del martirio, y
no se perciben ni al n las cicatrices de los azotes de la
desgracia.
III
jAh! si triste es la ausencia, mAs dulce es la com-
pensaci6n que ella nos da.
Un dia, lejos de mi amada, la que es hoy mi tier-
ENGRACIA Y ANTO1MITA
na esposa, quise en unos versos que le dediqui ezpresar
esa idea y dije:
Quiero sufrir no vi6ndote
Por gozar volviendo a verte.
Es verdad que nadie podria traer media para la
copa que contiene las gotas amargas vertidas entire los
que se aman, cuando se dicen adios!
Pero, equien tampoco pondrA precio at primer abra-
zo, al primer beso, a los primeros moments, y a lo
que se Sucede despu6s en el coraz6n, cuando se vuel-
ven a ver la patria, el hogar y la familiar?
Creo que el ser mas insensible no podria, en el ca-
so, resistir a esas sacudidas del sentimiento human.
Creo que hasta el fil6sofo estoico, acostumbrado a la
indiferencia y teniendo a ufania la frialdad de su co-
raz6n encontraria burlado en si mismo el prop6sito de
no sentir, hallandose, sin saber cuando, herido por al-
guna de esas emociones. El coraz6n puede embotarse, y
legar a tener como ciertos arboles durisima corteza,
pero como ellos mismos, no puede prescindir de que
haya filos agudos que lo penetren----
IV.
jHe vuelto a 61! Y con cuanta raz6n hay motivo
para experimentar las sensaciones expresadas, si en el
lugar a que se alude, ademas de que estuvieron sollo-
zando los series queridos del alma, abundan hogares
donde hay series que dar el abrazo de bienvenida y con-
tienen tambien la ternura que indiscreta, en unos, hu-
medece en lagrimas los ojos, y en otros, no se desdefia
la satisfacci6n de baiarles en risas el semblante.
FRANCISCO OREGORIO BILLING
En .las grandes ciudades volverA a su case el pros-
crito de largo tiempo: el padre, 6 hijo, a quien 1a au-
sencia durante aios ha hecho sentir el hastio y la amar-
gura de las playas extranjeras. Y ellos serin dichosos al
volver. Pero IcuAnta diferencial--esas gratas impresio-
nes que recibe y que devuelve la sinceridad del cari-
fio, no pasaran de los umbrales del hogar; porque en
las ciudades populosas se pierde la individualidad, y
el reciin venido se confunde entire sus mismos com-
patriots como si fuera un extranjero. No asi en las
villas o en las poblaciones pequefias, y sobre todo, en
el pueblo mio, donde nadie es desconocido de nadie, y
dande todos se tratan como si fueran parte de una
misma familiar.
Por eso, al volver de mi ausencia, todos acuden a
darme el saludo de bienvenida. Quienes mandan a la
casa ramilletes de flores, qui6nes el pudin adornado
con banderillas y polvoreando de carmin y oro, otros
los lacticinios, el pastel6n 6 las aves para el gusto.
Nadie excusa sus demostraciones de afecto.
V
Al volver a el, no es necesario ser impressionable
para sentir el goce de la satisfacci6n, cuando uno mira
por todas parties el gozo que en ello experimentan los
demas.
Asi en aquel dia, el mAs dichoso de mi vida, el
hogar de mis padres era todo felicidad.
En aquella casa que se llen6 de gente, el ruido y
.la algazara de la alegria no se interrumpieron.
Los unos vieneri y toman antes de despedirse el
brindis que se les ofrece, los otros entran a la sale y
ENGRACIA Y ANTO1RITA
hacen suya la animaci6n general, y la mayor part se
queda a participar del festin.
Entre las sefioras que se despiden, despub6 de ha
berme dado el pafabiin; reconozco a ina: es la madre
de Engracia quien en estrechisimo abrazo, con acento
ahogado por el lanto, me dice:--Ah! ipobre Engracia!
ihija mia! ique content estaria con tu Ilegadal-
No tengo tiempo a responderla; ella se. march
Entonces, en medio al oleaje de tantas sensaciones co-
mo me invaden, noto que entire las j6venes que han
venido a saludarme, faltan aquellas que mis presented
tuve en la ausencia, mis dos queridas amigas Engracia
y Antofiita.
Me ocup6 en preguntar por ellas en todo aquel
dia de satisfacciones.
La alegria es muy egoista, y, iqui6n, ouando no
se le ha dado tregua al dulce sentir, puede echar de
menos las faltas?
En fin, he vuelto a 61
los rasgos morales del lugar a done he vuelto? No;
que al describirlos, superiores serian a lo indescriptible
de su belleza fisica jporque en el pueblo de Bani pr6-
diga anduvo en sus concesiones Naturaleza!
CAPITULO II.
ENGRACIA Y ANTOFITA
I
DESPUES de todas las gratas impresiones recibidas
al volver a l6, jcuin hondamente hiri6 mi alma la ex-
perimentada al buscar primero solo y en silencio, y
luego de no verlas, ni hallarlas en sus casas, al preguntar
por las dos amigas mis estimadas que yo tenia en el
pueblo!
Bellas y hermosas ambas como las flores que al re-
lucir del alba despiertan adornadas de rocio.
Era Engracia de diez y .ocho afios de edad en aquel
entonces, y Antofita apenas contaba diez y siete.
Si esta relaci6n que me propongo hacer, no fuera
real y cierta, sino inventada, yo me detendria largo rato
describiendo a estas dos criaturas. En el campo de su
belleza hay flores que puede regar en montones la ima-
ginaci6n de un novelist, y hay perlas en las urnas de
su alma que el exquisite gusto del poeta haria relucir
en explendida corona.
Sin embargo, fuerza es seguir dando las noticias
mas convenientes a ellas.
Engracia, cuando la dejamos de ver, vivia tran-
quile y dichosa en su casita blanca, fabricada de tabi-
ques de tejamanil, y cobijada de palma-cana, donde
an( habitan su madre y sus hermanas.
ENGRACIA Y ANTO&ITTA 23
Buena, sencill-a, pura de intenciones, hacendbsa, be-
lla, retozando en el jardin de sus mejillas el sonrosado
pudor; con sus ojos verdes como las yerbitas que nacen
a la orilla del arroyuelo de Peravia, o como las esperan-
zas que sonreian 'a su alma; con sus facciones finas y
agraciadas; con su cabellera casi rubia y abundante,
aunque un poco tostada; con sus lindisimas manos, no
obstante el trabajo cotidiano a que se encontraban acos-
tumbradas; con sus graciosos labios rojos, decidores elo-
cuentes de la modestia de su ser, se mantenia candorosa
y llena de juventud Engracia.
II
Antofiita, huerfana de padre como Engracia, vivia
tambi6n feliz al lado de su madre y sus hermanos.
Desde muy nifia di6 a conocer Antofiita la preco-
cidad de su inteligencia.
Era sensible como gota de rocio, extremosa en sus
amistades, y apasionada hasta lo sumo de las cosas que
se acomodaban a sus gustos. Tenia en ciertos y deter-
minados casos una firmeza de voluntad bastante notable
como eran notables tambi6n sus debilidades
iExtraio sentir de ese coraz6n!
Que dualidad de caricter. DMbil como los mimbres
que se inclinan al mis lijero soplo de la brisa, mmnca
podia negarse al halago.-a la corplacencia; timida en
causar el disgusto de los demas, siempre estuvo pronta
a ceder aunque fuera en contra de su propio interns;
blanda como la cera en sus impresiones, dejaba escul-
pir en su coraz6n las penas y las tribulaciones ajenas, y
con ellas se mortificaba acariciando el dolor "hasta do
aauellos que la habian hecho sentir dolores. Ain t co-
FRANCISCO GREGORIO BILLION]
ta de su propio gusto cuantas veces se sacrifice en
aras de la amiga, o al ruego de la hermana o de la
madre.
Era como las rosas, que de balde y sin sospecha
alguna dan sus aromas ani a aquellos que vienen a
deshojarlas. Pero cuando se encontraba en cualquier
asunto, en cualquier caso que ella consideraba de deli-
cadeza, o que lo creyese grave al cargo de su limpia
conciencia, entonces parecia como que su alma estaba
iluminada, y fuerte como el bronce y dura como el mar-
mol, no habia poder que la doblegara.
Antofiita no era de esas bellezas encantadoras que
seducen a primera vista; pero en su trato, en su con-
versaci6n viva y siempre acompaiiada de esa acci6n
que da brio a las palabras y que insinda mgs las ideas,
revelaba que era mujer spiritual y capaz de sentir y
comprender las cosas dignas de las almas levantadas.
Por eso Antofiita se conquistaba el agrado de cuan-
tas las trataban.
Aquella cabeza erguida y poblada de cabellos ne-
gros que tan a menudo usaba en dos largas trenzas
tendidas a la espaldas; aquella frente despejada donde
cualquiera podia leer las impresiones de su coraz6n;
aquellos ojos tan expresivos, con su mirada inteligente
a la vez que tierna; el suave perfil de su pequefia nariz,
y mas que todo, su boca'que no economizaba aquellos
risas sinceras, donde parecia anidar la franqueza y. la
complacencia. daban a Antofiita ese no s6 qu6 que ins-
pira la simpatia.
Antofiita, por otra parte, con algunas diferencias en
el gusto y algunas violencias de carActer, estaba adorna-
do de las mismas virtudes que embellecian a Engracia.
En su casa desde nifia la mimaron much y todo
ENGRACIA Y ANTORITA
se lo consentian, tal vez a causa de ser la hermana
menor. Acostumbrada a esa prodigalidad de cariiio, ella
queria, y con raz6n ser la mas distinguida en el cariiio
de sus parientes y amigas.
Engracia no era tan exigente, ni much menos te-
nia el orgullo que en ciertos casos aparentaba tener
aqu6lla, pero la verdad es que amaba sin ostentaci6n
y con extremes a las personas de sus afectos, y sobre
ellas sentia una especie de debilidad por Antofiita.
III
Pobres fueron las dos desde su cuna, aunque En-
gracia much mas que Antofiita. Cuando Engracia Ileg6
a tener uso de raz6n, ya estaba acostumbrada al tra-
bajo. Todos l'os quehaceres dom6sticos los aprendi6 des-
de la infancia, y en material de curiosas labores lleg6
a adouirir fama.
Antofiita no trabaj6 desde tan temprana edad, ni
hacia los bordados y los tejidos tan finos como Engra-
cia; aunque es, y siempre ha sido, cualidad de las mu-
chachas de Bani tejer y border bien; pero aprendi6 a
leer. escribir y contar con una facilidad poco .commn.
Los versos la entusiasmeban y los recitaba con gracia
y sentimiento; sabia de memorial casi todas las poesias
de nuestros poetas, sobre todo las de Jos6 Joaquin P6-
rez, de quien se complacia en repetir con su maestro
Don Postumio, (hombre muy dado a emitir juicios
hasta en !as materials que no conocia) que Jos6 Joaquin
Perez si no se empefiara en matar su propio sentir, aba-
tiendo con el desaiiento la estetica natural de su alma,
por su facil ritmo y espontAnea expresi6n, hija de ese
lenguaje interior que retoza en su cerebro, cual si alli
tuviera un 6rgano arm6nico, seria s;n dispute alguns,
no s6lo el mis donnotado bardo de Quisqueya, como
FRANCISCO GREGCORIO BILLINI
algunto le ian iUamado, sino uno de los mejores poetas
liricos de la Amgrca.
Por esas dotes intelc-tuaies, y por las ocurrencias
que tenia, en su casa y en el pueblo cuando nifia la
Ilamaban la Sabichosa; como asi mismo por el caric-.
ter suave de Engracia, por su modestia, por el eco dul-
ce de su voz y por sus maneras apacibles, los de su
familiar y en la vecinrdad le decian Graciadita.
Era ella tan if. r-inada para vender sus labores,
que le faltaban manos y tiempo para cumplir con los
tratos que hacia, sobre todo en tiempos de fiesta. Su
madre complacida de esta buena suerte, cada vez que
se presentaba la ocasi6n, no la desperdiciaba recalcin-
dole la frase de costumrbre:
-Engracia, hija mia, muchas veces te lo he dicho,
acu6rdate de eso: tu vas a ser rica casAndote con un
comerciante o con un hombre de negocios.-
Y como Antofiita vivia leyendo y se hartaba la
memorial de todo lo que leia, solamente despu6s en dar
las explicaciones sobre las obras y los autores, en su
casa, como asi mismo Don Postumio, no se cansaban
de ponderar su inteligencia. Asi era que cuando su ma-
dre hablaba de novios y matrimonios y daba consejos
o hacia sus advertencias a. sus otras hijas, relatives a
los mozos del pueblo, concluia diciendo con firme aplo-
mo:
-Antofiita no necesita de nada de 6sto, entiendanlo
ustedes; ella es suficiente a resolver de su suerte y A
seguir sus propias inspiraciones.
Estas creencias 6 pretensiones expresadas de con-
tinuo entire families de las dos muchachas, no dejaron
de influir en su animo, como se vera en el transcurso
de esta narraci6n.
CAPITULO III.
SUS DIFERENCIAS Y SUS RASGOS.
I
SIENDO ENGRACIA sincera, parecia de caracter re-
servado; mientras que siendo Antofiita, muchas vees.
por amor propio, efectivamente reservada, parecia ,ci-
franca. A Engracia la distinguia su modestia y una
prudencia a toda prueba. A Antofiita sus arrebato;, y
un arrojo sin igual en los moments precisos. Engriacia
era humilde hasta en sus ideales, y sobria hasta en los
atavios relucientesr con que tantas mujeres suelen ves-
tirlos.
Antofiita, por el contrario, fantaseaba hasta llegar
a terminos imposibles.
En eso conservaba Engracia mrs la sencillez de
su origen banilejo que Antoiiita.
Cuando entire las dos hablaban del porvenir, En-
gracia apenas si tendia la vista para colorearlo mis allA
de las verdes lomas qae rodean su-valle. Antofiita dabe
vuelos a su imaginaci6n y traspasaba los horizontes.
Para Engracia la felicidad de su porvenir podiU
muy bien acomodarse en su mismo pueblo; para Anto.
ffita, no.
Ni ain con su present estaba conforme: ella as.
piraba a otro espacio, queria otra vida, deseaba otra
residencia.
En esto tambiin Engracia conservaba el tipo moral
FRANCISCO GREGORIO BILLING
de sus paisanas de otros fiempos. Antofiita era la ima-
gen de sus paisanas de hoy.
II
Las banilejas de hoy por lo comun desestiman a
su pueblo; inconformes en e4 desearian vivir en Santo
Domingo. Y algunas que llevan hasta el exceso esas
sus ardientes aspiraciones, no comprenden que, en la
mortificante idea de no poder realizarlas, pierden la
dicha de vivir contents en su hermoso valle; porque.
como dice un fil6sofo, "muchas veces se es mas feliz por
la carencia de sufrimientos que por el goce de los pla-
ceres". Asi tambibn aquellas que consiguen realizarlas.
se exponen, como se ve muy a menudo, a perjudicarse de
una manera sensible en el cambio. Al mudarse del lu-
gar donde 'nacieron y se criaron, se ven obligadas a
mudar de vida y de costumbres, las necesidades aumen-
tan, y, por lo mismo, se aumentan los trabajos en unas
y las privaciones en otras. Cuando no pierden en la par-
te social, pierden en la moral; y no seria dificil probar
con datos evidentes que hasta en lo porvenir de su vi-
da se perjudican.
Las banilejas en su pueblo se casan en mayor nd-
mero que aquellas que emigran de el.
Parece que inspiran mis sus bellas cualidades
entire los tintes de sus lomas y el aire puro de sus pra-
deras.
Las rosas, cuando se ven prendidas de sue rosales,
tienen un atractivo mayor; y en el campo parece que
estan mis llenas de lozania que en los cultivados jar-
dines.
El agu cristalinfa s mira y se bobe o mas guto
en aus propice meanaaales
ENGRACIA Y ANTORITA
Mis sencilla, mis pura, mas po6tica se vb una
ninfa entire las palmas de su valle y a las orillas de su
rio.
Junto a la fuente de su pueblo f4u donde ofreci6
el mensajero de Isaac a Rebeca la corona nupcial.
No desdefi6is, pues, ninas de Bani, el tesoro que
os di6 Naturaleza; vuestro orgullo debe de set Bani.
Por no violentarse en deseos irrealizables, bien se
hallaban vuestras madres en su manera de vivir, sin
envidiar el ruido de las capitals; y debido a esa con-
formidad nunca llegaron a perder la herencia que a
*osotros es tan legitima y que de Engracia era precia-
disimo timbre de honra local: aquella inocencia de vida
y de nmodales que las agraciaba sin que fueran ignorantes
ese candor oue mantenia imperturbable la serenidad de
su conciencia; aquella sencillez en sus costumbres sin
ser incultas; esa natural amabilidad sin coqaeteria que
se conquistaba los corazones; aq ella alegria de que
gozaban en las mAs simple de sus fiestas sin ser tontas;
y aquella satisfacci6n que tenian de su propio valer,
sin abandonar nunca la modestia que l4s era peculiar.
III
Engracia, aunque poseia, ademAs, esa otra cua-
lidad que tanto abunda entire sus paisanas:-la educa-
ci6n de todos los quehaceres del hogar, ni barria4 ni
fregaba, ni planchaba, ni cocinaba en su.casa; pero tejia
y bordaba constantemente. Todo el dinero que gana-
ba con las labores de sus manos, lo aplicaba a la com-
pra de sus vestidos y a la ayuda de los gastos de la
familiar.
Antofiita estaba siempre pordioseando- los libros, y,
FRANCISCO' GREGORIO BILLINI
como hemos dicho, leia las poesias y novelas que le
era dable conseguir en Bani.
Cuando se dejaban de ver en las horas del dia,
preguntaba Antofiita a Engracia:--"Qu6 has hecho
hoy?" -Engracia le mostraba con satisfacci6n algin
bordado, giiariquefia, tejido, o alguna costura,-"Y tfi
iqu6 has hecho?"-Y contestaba can igual satisfacci6n
Antofiita:-"YYo?- Lei la Athala de Chateaubriand, la
Julia de Lamartine," o le citaba otra obra cualquiera
que hubiese leido, y luego afiadia:-"Me aprendi de
memorial estos versos, mira"; y le ensefiaba la copia de
alguna poesia.
Con su caricter bueno y complaciente, celebraba
Engracia a su amiga, y por lo regular exclamaba:-iAh!
jAntofiita!- - -
Asi pasaban el tiempo estas angelicales criaturas, y
ambas experimentaban placer dignificador en sus dife-
rentes labores.
La una con el afin de su lectura creia enriquecer
su inteligencia y fortalecer su espiritu, privando en el
ejercicio de la memorial como cultivo de su entendimien-
to; y La otra, sin hacer m6rito de ello, cumplia una
alta misi6n moral con er trabajo de sus manos que
ayudaba a la subsistencia de su familiar.
No hay duda: Engracia era una hija excelente, y
por eso su madre no se cansaba de bendecirla ponde-
rando su fortune.
Para afirmarse mAs en esa ponderaciCn, referia muy
a menudo el ciento de un gatito prieto.
Vulgar y todo parecerg ei dicho cuer to: pero -o
se pueden omitir ciertas circunstancias en la vida de
persorias que nos interest dar a conocer, sobre todo,
ENGRACrA Y ANTORITA
cuando esos detalles a veces muestran mis de relieve
y explican mejor el caricter de su lindividualidad.
IV
Siendo muy niiia todavia Engracia, le regal6 su
madrina de bautismo un gatito negro, como signo de
buena suerte.
De verse era el esmero con que la chicuela criaba
a su animalito. iCon cuanta solicitud le daba la comi-
da y le arreglaba el blando lecho! Ella lo aseaba y le
peinaba el pelo perfumindolo, y le ponia collares de
cinta de diferentes colors.
iY qu6 manera de mimarlo y de prodigarle sus
caricias! Ella lo subia a sus piernas y le conversaba
y lo bailaba y lo cantaba y lo besaba y estrujaba su ho-
ciquito con sus manos; aunque algunas veces, al to-
marle las patitas para enlazarlo en form de abrazo a
su garganta, solia el felino animal abrir sus uiias y
hacerle sus cardenalitos a la pobre nifia. Ella al sentir-
se arafiada "janda ingrato!-no me quieres!", decia, ti-
rindolo al suelo. Pero reconciliAndose bien pronto con
61, volvia a entretenerse en los mismos juegos y caricias.
Con esos mimos y fiofieos fu6 creciendo el gato,
manso y domesticado, hasta llegar A obedecer como
un perro a todo lo que se le mandaba; y asi gordito y
juguet6n se hizo hermoso y un cazador de fama, al
extreme de caesar la envidia de cuantas personas lo
veian.
A un vecino de posici6n acomodada le di6 por
querer comprarlo; y deslu6s de algun tiempo de haber
hecho varias proposiciones initiles para que se lo ven-
dieran, 1leg6 un dia en que ofreci6 por 61 una turner
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
de afio (*) La madre de Engracia que era muy inte-
resada, veia un buen negocio en el cambio, y aunque
haci4 le consideraci6n del much carifio que su hija le
tenia al animal y la pena que debia causarle despren-
derse de el, se fijaba mas en el beneficio que en la
pena de su hija. Engracia, que ya habia entrado en
sus once afios, comprendi6 el deseo de su madre, y
pensando en lo ventajoso del negocio por lo que su
madre se complacia en ponderarlo, ella misma, sin mas
vacilaci6n, entreg6 el gato al vecino.
iQue esfuerzo tan sobrehumano hizo la nifia!
jCuantas lagrimas derram6 a solas!
Empero, la pena engendrada por la virtud Ilega
un dia en que se torna en gozo. Asi como todo en el
mundo se equilibra tambi6n el sentir del coraz6n, y las
acciones, tarde o temprano, reciben con creces el pre-
mio merecido.
Esas lagrimas de Engracia tuvieron su compen-
saci6n.
V.
Apenas si habian transcurrido cinco aiios cuando
Engracia llena de alegria experiment la satisfacci6n
de recibir el dinero de la venta de sus reses, que habia
produccido la novilla cambalachada por el gato. Con
ese dinero pudo Engracia regular vestidos a sus herma-
nas en las/fiestas de la patrona del pueblo, y pudo dar
(*) En Bant, como en casi todos los pueblos de la Rep6bli-
ca es muy conlmn ra permuta de gatos por gallinas, chivos y
hasta por marranos.
ENGRACIA Y ANTOSITA
a su macre el valor de la cobija de su bohio que estabs
vieja y lUena de goteras.
VI.
Antoiiita no tuvo nunca ,un rasgo como ese; per
recuerdan las gentes de la poblaci6n que una vez, er
uno de esos incendios que ponian en tanto conflict i
Bani, ella, con la inspiraci6n del genio, salv6 la case
de su familiar, amenazada ya por las llamas de la cass
vecina, revisti6ndose de on valor extraordinario.
Es costumbre aMi, muy digna de aplaudirse poi
cierto, que al toque de ifuego! acudan todos; perc
tambi6n sucede muchas veces que hasta los hombres
se atortolan y hacen dfo a las mujeres, dando gritos
y carreras inftiles; en tanto que el monstruo devora-
dor sigue causando ruinas y dejando envueltas en el
dolor de la miseria y sin hogar a las pobres victims a
quienes ampara la filantropia de los que logran salvarse
4el incendio.
Antoiiita en esta ocasi6n, con la energia del mismo
fuego, si asi cabe decir, levanta la voz, inspira valor,
sustituye con la suya la iniciativa que debiera tomar la
auroridad, y como una heroina en medio del conflict,
ordena, manda, y hombres y mujeres la obedecen. Aqui
hace destruir un tablado, alli dispone colocar escaleras,
mas alla organize el baldeo, y empapando sAbanas en
agua que arrojan a los hombres que estan sobre la te-
chumbre, pone freno a la candela y salva el bohio de
su madre.
VII.
Acabamos de anotar a la lijera las diferencias de
character de las dos protagonistas de esta historic; dife
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
rencia que si bien se examinan resultan ser afinidades,
pues en el fondo se parecian, se confundian, se cambia-
ban. En algunas exterioridades disentian tal vez por
capricho o por gusto; pues cuando Engracia, por ejem-
plo, en esas idas al rio y al volver del bafio recogia va-
ritas df: San Jose, y esas otras menudas y bellisimas pa-
rs':as, que alli llaman caiiuelas y angelitos, Antofiita
llenandcse el labio de flores de quibey, (especie de
azucer is hermosisimas, que encierran un veneno active,)
le lla' aaba la atenci6n poni6ndose delante:
--iAntofiita! jno seas loca! gritaba Engracia llena de
miedj quitindole las flores de la boca. Y otras veces
en tanto que Engracia se ocupaba solicita en arreglar
su ramillete, Antofiita se entretenia en cortar espinas de
guazdbara y traia a su casa ramas de guayacAn en las
manes.
No asi sucedia en otras cosas.
Muchas veces entablaban discusiones sobre modas,
bailey y m6sica, o sobre algin parecer concerniente a la
belleza 6 a las cualidades morales de alguna de las
otras amigas del pueblo. Por lo regular Antofiita triun-
faba en sus opinions sin que por esto Engracia dejara
de sentirse satisfecha con el triunfo de su amiga; y
tanto era asi que despu6s en las conversaciones que te-
nia con otras personas, cuande se hablaba referente a
las mismas materials, daba el mismo parecer de Anto-
fiita y se complacia en anteponer estas palabras:
-Yo digo y pienso sobre esto como Antofiita. Y
no se crea que Engracia fuera una mujer desproveida
completamente de iniciativa, ni much menos que fuera
una sosa incapaz de formular un buen juicio sobre las
cosas; por el contrario, tenia clarisima concepci6n
y much tino en el pensar.
ENGRACIA Y ANTORITA 35
VIII.
Como palomas arrulladas bajo las palmas de su
pintoresco valle, descogiendo las alas at romper sus cri-
sAlidas entire oro y rosas el orto de las mafianas, para
subir del prado a la colina, nunca remontando su vuelo
mis alli de los nidos de paja que forman sus viviendas,
y asentindose, de caricia en caricia y de brinco en brin-
co, ora en la cima del risco, o ya cabe al cristatino rio
inspirador de sus amores, Engracia y Antofiita queden
mientras nosotros lancemos una ojeada al lugar que las
vi6 nacer.
CAPITULO IV.
BANI DEL NATURAL
I.
EL lugar pintoresco de los pintorescos lugares iqui6n
pudiera describirlo!
Hermoso panorama present a la vista la extension
de su llanura rodeada de lindisimas lomas que capri-
chosamente se levantan variadas en formas, tamaiios y
colors. El arte dando a Miguel Angel los pinceles y
templando la lira de LamartLne encontraria alli digno
motivo de inspiraci6n. Pero en la lucha de la compe-
tencia, en ese estimulo que sublimiza al arte, habria
siempre le distancia que hay entire la copia y el origi-
nal, entire la obra inspirada del hombre y la que hizo
al calor de la inspiraci6n de Dios.
Esas lomas que ofrecen tantas bellas perspectives,
segin que uno se les acerque o se les aleja, vistas des-
de el centro de la poblaci6n, con los arcos y AngUIos
que described en el fondo del cuadro, y con sus lines
extendidas de lado y lado, vienen a former el conjunto
armonioso de una cordillera semicircular que terminal
al Sur, dando espacio a la ancha planicie que precede
tI la costa.
Anfiteatro -en donde la saturaleza enamorada de
rram6 pus primores, poniendo aliunas de las de atris
MNGRACIA Y ANTO1RITA
mis altas para que en lo verde de las primeras y en lo
azul de las otras, esas lomas asi colocadas, hicieran el
contrast del zafiro y la esmeralda, como si la esperan-
za debiera estar siempre mas a la vista para ser Lo
precusora del mas alli. Entre ellas, las que se miran
en sus lejanias, cuando no confunden la limpieza de
sus tintes con el de los cielos, se coronan con el nacar
de las nubes tefnidas de arreboles; y las otras que des-
criben el arco mas al frente del caserio, a donde juegan
de continue los cambiantes de la luz, aunque tupidas
por el giano, la yaya y el maguey que las pueblan, de-
jan descubrir en algunos de sus lomos las peladuras
de los azotes que les han dado los siglos, y alguna que
otra calvicie que las tempestades han hecho en sus
crestas.
En el fondo del valle aparece la poblaci6n baiiada
en sus faldas por las aguas repartidas del rio, y corte-
jada por las pequefias aldeas que la circundan.
Si se buscaran comparaciones, sobre todo en tiem-
en que su suelo se engalana con el alfombrado de in-
numerables florecitas amarillas, al divisarla desde al-
guna altura, con sus techos de palma--cana, que abun-
dan en mayor n6mero en los bohios de sus contornos,
con sus cobijas de zinc y sus tejados en el centre di-
riase:
Bani semeja a una cesta de mimbres cubierta de
chispas de oro y con bordes de plata, llena de objetos
multicolores, colocada ericima de una meseta, y que tie-
ne en el vacio de las curvas que forman sus asas caidas
otros cestillos de oaja salpicados- de flores y con fondo
y frarjas de esmeralda-----
FRANCISCO GREGORIO BILLING
II.
El cielo de ese valle, lindo como el ponderado cielo
de Italia, y rival entire aquellos de la zona "que al sol
enamorado circunscribe el vago curso", siempre sereno
a menudo nos sorprende con el jaspeado embutido de
sus relieves o con esos preciosos mosaicos que se desta-
can en medio de la b6veda y que parecen alli puestos
para colgar en la noche esa limpara de luz melanc6lica
que de continue esta alumbrando la mitad del Uni-
verso.
En otras veces, principalmente en las tardes esti-
vales, se pintan variadas decoraciones en sus confines;
los colors del arco-iris retozan en ellos amontonindo-
se para reproducirse en espejismos encantadores.
El reflejo de esos cuadros iluminados por la par-
te de Occidente, enciende los matices de las montaiias
por la parte del Norte, pronunciando la correcci6n de sus
lines en esa otra cordillera de nubes de nieve *que se
destaca detris del azul subido de las mAs elevadas:
prodigies de esa atm6sfera que se complace en repro-
ducir en sus volimenes a6reos y volubles, esos otros
voldmenes firmes y s6lidos del planet.
iOh! iCuintas veces, envuelta mi alma en plicida
impresi6n, he contemplado en esos horizontes la son-
risa de la naturaleza al levantarse las auroras, y su
poktica melancolia al acostarse los creptsculos! No pa-
rece sino que para toda esa constant labor de bellezas
celestiales, se escogiera, en las mafianas y en las tardes
algit angel ehamorado de esos que manda Dios a los
lugares favorites de la tierra-
ENGRACIA Y ANTORITA
III.
YY a qui6n no despertarin el sentir del coraz6n
las noches del ameno valle, si se pasean al resplandor
de la luna y a las orillas de su rio?
De ese rio, desprendido entire hilos de alj6fa'es que
se deslien, donde vienen a vaciar sus cuencas rebosadas
de rocio bendito las virgenes peregrinas del cielo. En el
no se miran las aguas turbias de los que tienen su lecho
en el lodo. Exento de impuras, no recibe en su seno
sino los manantiales que lo fecundan y alguno que otro
limpisimo arroyuelo. Naci6 para fertilizer sitios delicio-
sos; para besar enamorado las faldas de la virgen pobla-
ci6n a quien circunda. No es 41 de acquellos que con
mangas imponentes, con eson saltos que meten miedo,
con ese oleaje que descompone, suspended el animo con
violent conmoci6n. El encanto de su poesia es sencillo
y pastoral. Alli s6lo se v6 el gracioso juego de sus tras-
parentes ondas: conjunto de rizos de cristal, que ple-
gAndose los unos a los otros, corren con rapidez detras
de los primeros, sin poder alcanzarlos en el nitido ale-
teo de su march presurosa.
Si se oye el agradable murmurio del retozo de esas
ondas, aunque ruidoso en su caida, es tan suave y tan
inspirador de la ternura, que se creyera habianse ocul-
tado en sus cascadas las ondinas a gemir.
Y equien no se finge mis esa fantasia?- cuando se
miran sus borbotones de espumas, icotno si fueran los
blancos hombros descubiertos de esas mismas ondinas!
IOh! irecuerdos de mi dichosa infancia! En esos chorros
Icuantas veces escondido entire las verdes cucarrachas de
la isleta de algdn cascajal, o encima de alguna barran-
ca hice real esa ilusi6n al ver a las muchachas de mi
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
pueblo, con el pelo tendido a la espalda, los brazos des-
nudos, el turgente seno medio oculto entire los encajes
de sus camlsas empapadas y los pies tambi6n desnudos,
a acostarse sabre las piedras, oponiendo los hombros y la
cabeza al choque de las aguas que ahuecandose dejaban
ver sus cuerpos en el vacio por dentro de las b6vedas
del. transparent liquid, como si fueran ninfas alli apa-
recidas entire nichos de cristal.
IV.
Ese rio que -se llama Bani y que muchos confui-
den con el barrancoso arroyo de Gidera, al salir del ca-
lebreo de sus lomas, se extiende, por algunos lados centre
blancos cascajales: y en la arboleda irregular de sus
nmrgenes, como en todas las de sus cercanias, aunque no
se yea el tupido de esa bruta fertilidad que enmarafia
los bosques, reverdecen los arbustos, que la primavera
Ilena de flores, hacienda contrast con esos claros csi-
deados por la seca donde ostentan sus espinas, el cavuco,
la tuna, la alpargata, y mis que ninguna otra la gu.,i-
bara, indigena de greinas erizadas, que de toda esa fa-
milia de caliente raza, es la mas arisca.
Asi se mezclan lo bello con lo arido, lo agradable
con lo aspero, lo triste con lo risuefio, como si la na-
turaleza alli quisiera significarnos, que asi como andan,
juntos en el mundo la alegria y el dolor, asi tambi6n
se avecinan las cosas que los simbolizan.
Y en esos cactus que tanto abundan en Bani y que
tanto pincharon los dedos mios y los de mis compafieritos
de infancia al robarles sus pomas color de grana y ver-
mell6n, aseguran algunos encontrar los asimiles produc-
tores de la rica y preciosa cochinilla.
ENGRACIA Y ANTOiITA
V.
Pero lo que causa mayor sorpresa es, como a la
sequedad rigida y caracteristica de esos campos, que a
veces parecen azotados por rafagas de fuego, para poca
lluvia les basta para que reverdezcan sus pastors y para
que florezcan sus plants.
Entonces, no ya s6lo per los caminos que conducen
al rio sino por todas parties, ic6mo se perfuma el am-
biente y qu6 gusto da ver los primores de aquella ve-
getaci6n! jC6mo se engalana el suelo con el alfombrado
de oro de sus innumerables florecillas de abrojo; y con
qu6 grata impresi6n nos sorprenden: aqui los Arboles
pequefios que entrelazan sus ramas coronadas de cam-
panitas blancas, moradas y azules; alli la exhuberancia
de las carga-agua, exhaustas de hojas por estar cua-
jadas en racimos de flores, 6mulos del tinte encendido
de los crepiisculos; mis alli el frescor de las verdes
cabritas que al multiplicar sus frutos se destacan con
sus copas redondas como los cascos de muchas torre-
cillas que estuvieran cubiertas de grana y salpicadas de
coral!
Por otros lados se prodigan los tendidos de fideos,
bejuquillos color de naranja, que en hebras miles for-
man las cabelleras de oro con que se cubren, no s61o
el verdor de algunos arbustos sino tambi6n las zarzas
y los giiaos, exhornando sus lechos con les guinaldas
de la preciosa flor de novios, como si en los tflamos
nupciales debajo de las flores estuvieran las espinas. Y
por iltimo las trepadoras an6nimas, que no conoci6
Linneo, especie de madreselvas y galaripsos, que entre-
lazandose las unas con los otros presentan las b6vedas
FRANCISCO GREGORIO BILLING
gachas de sus enredaderas, donde los ch*cueios van a
soriprender dormidos a los simplones pajaritos, ya que
dado no le es dar caza a los que, cautos,- aperciben el
peligro, y sobre todo a los dos envidiados que en mayor
nfimero pueblan aquellas regions; a esos que se repi-
ten a si mismo su propio nombre: el primero, negrito
presumido que tuerce graciosamente la cola para en-
sanchar su vuelo y para dar mas luz a los arcos encen-
didos de sus ojos; y el otro, de cabecita achatada, abul-
tadito de cuello, currutaquito, de simpAtica figure: am-
bos recogidos en el recato de sus amores, y a quienes
llaman por armonia imitativa de su canto, al uno Chin-
Chilin y al otro Julidn--Chivi.
VI.
Siempre agradable la temperature de esa Arcadia
de Quisqueya ejerce sus influencias bienhechoras; por-
que, al decir de la fama pregonera, ese clima, tanto
ai lo fisico como en to moral, resucita del enfermo lal
fuerzas decaidas.
VII.
Y para que resalten mas las bellezas naturales del
simpatico valle, habitan aquellas viviendas, unas medio
r6sticas y otras urbanas, hospitalarios moradores que
pueden enorgullecerse presentando al viajero que los
vista, mujeres bellas, sin afeites artificiales, de sencillas
cootumbres, de afable trato, que como madres y como
esposas son dechado de virtudes, y como hijas seme-
jan al angel bueno del hogar.
FNT.KR,.C-.A Y ANfO&ITA
VIII.
iOh! iBani! iparaiso de mi infancia! Lugar de mis
ensufios de poeta! Cada ve- que he querido desaribtr
las impresiones recibidas al contemplar tu naturaleza,
rica de paisajes, preciosa en matices y fecunda para
inspirar ideas y sentimientos. no he encontrado ni ener-
gia en las expresiones ni colorido en las imagenes!
Si he intentado contar lo que pasa en mi interior
cuando despues de largo tiempo te he vuelto a ver-
ipaaeblo mio!---ipuLebio mio!-----los gritos muchas veces
dicen mas que las palabras; ellos son el recurs de aque-
l!os que no pueden expresarse, y ain de los que saben
trasmitir su entusiasmo: Chateaubriand en las Ter-
mnopilas grit6 Ilamando a Leonidas; el Tasso llor6 gritan-
do despu6s de su cautiverio al volver i Sorrento: yo tam-
bien he gritado para desahogar mi coraz6n, sobre el
derrisco de tus lomas y a las orillas de tu rio! MAs
apasionado que Rousseau at volver a!. sitio de sus amo-
res, yo he cogido el polvo de aquella tierra para besarlo;
porque Bani, ese pueblo de los suefios de mi juventud
es el oasis donde mi espiritu recobra aliento y descar-
ga las fatigas de sus pesadumbres, el confesionario don-
de mi alma habla con Dios y pide perd6n de sus de-
bilidades y ofrece la enmiendai el temple donde le-
vanto mi oraci6n; la piscina sagrada donde se purifica
mi pensamiento; el arca de paz donde se reconcilia el
coraz6c con la f6 y la esperanza; el altar donde comul-
ga mi amor a todo lo bueno para volver con fuerzas a
,uchar la vida ae la virtudi-----
CAP7TULO V.
FELIPE OZAN
I.
VOLVAMOS a nuestra anterior relaci6n y sigamos
daido las noticias relatives a Engracia y a Antofiita.
Como ya lo sabe el lector, o le amable lectora, las
doe intimas amigas se querian como hermanas.
Es verdad que Antofiita' aunque un afio menor
que Engracia, por esa natural altivez que le era inheren-
tv, queria ejercer cierta preponderancia sobre ella. En-
pacia comprendia esa tendencia, y sin embargo nunca
dejaba de complacerla. Pero convencida Antofiita del
buen juicio de que estaba dotada su amiga, cuando te-
nia algo que decidir, apesar de su genio impaciente,
esperaba hasta consultarla y se conformaba con el pa-
recer que le diera.
Engracia era muy parca en resolver cualquier asun-
to, y aun en aquellos que atafiian a Antofiita siempre
daba su opinion o su consejo despues de haber consul-
tado bien la sinceridad de su amiga.
Delicada y concienzuda en todo, no ee de extraiiar
uea timidez que informaba su character.
En mis de una ocas6n acordaron las dos sus p1-
receres, y ajustaron planes que Ilevaron a cabo con buen
6zito,
Para comnpuror I*3 ow docinos, aos viene camo
ENGRACIA Y ANTORITA
de molde referir lo que aconteci6 en aquel entonces
entire ellas y Felipe Ozan.
II.
Era Felipe Ozan un joven come de veintis6is afios.
En el 65, cuando los espafoles abandonaron el pais, la
familiar de Felipe sigui6. como otras tanas. la causa de
Espafia: pero este habia salido de Bani para Puerto-Rice
contando apenas veintidn aios de edad. En el 68 vol-
vi6. Parece aue con la ausencia y el trato de gente de
no buena indole, este joven, en tan poco tiempo, habiE
adquirido una desfachatez que es muy contraria al ca
racter sencillo de los banilejos; y se habian despertadc
en 61 ideas bebidas en una escuela fatal en punto
moralidad.
Felipe era altc de cuj.rpi mAs bien gordo qu(
flaco; tenia 61 color caci indio, e! pelo suelto y mu3
negro, la mnirada ojizaina, y ea sus labios, el inferior
fine v algo encrgido, reve!aba que no era un hombre
sircero. Usaba bigcte copado, con punts, y en esto
como en su nodo de ander qi,.eria darse ios aires mar-
ci&les de uine de esoa empapiro.ados oficiales de ejer-
cito. Se habia enamcrado de Antoiita; y mn los bailes,
ein los paseos y en todas 1. diversiunes de la buena
sociedad del pueblo, se mostraba muy aiento y solicito
en complacerla. Feilpe, tan liceiicios como embustero,
hacia refcrenci. entire sus amigos de-i as muchas con-
quistas amorosas que habia hecho en el extrangero:
la eehaba de bvsn enrmorador y se jactaba en decir
que no existia mujor a quien el cortejara que no lo
amase
Sus modates exan desenvueltos, pero inuy oursis, y
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
a veces participaban de lo grosero; de modo que en
sus acciones atrevidas, queriendo imitar a! Don Juan
no lo semejaba ni siquiera en la parQdia.
Antoinita, como toda hija de Eva, gustaba de los
obsequios del enamorado; pero nunca fu6 objeto de
su deferencia, nunca detuvo su mente en pensar en el,
ni nunca experiment la menor impresi6n que revelara
simpatia.
Es de advertir que hasta entonces Antofiita no
habia oido hablar nada relative a las malas cualidades
de Felipe. Las amigas le daban bromas con respect a
Ml, y ella, que se encontraba superior y que aspiraba a
obtener mejor porvenir, se reia las mis de las veces
y otras contestaba de una manera tan indiferente y con
un tono tan aplomado, que todas quedaban en el firm
convencimiento de que el senior Felipe, a pesar de su
jactancia, en esta ocasi6n saldria burlado y en comple-
to ridiculo.
Engracia tampoco habia dado ninguna importan-
cia al enamoramiento de Felipe; ella conocia a su ami-
ga y estaba segura de que a mayor elevaci6n se fija-
rian sus ojos.
Y fan cierto era 6sto que hasta en las circunstan-
cias mis sencillas, como lo haremos notar en seguida,
Antofita no dejaba rastro de duda.
IIL
En Bani, por ejemplo, eran frecuentes. todavia en
aquella epoca, los alegres y divertidos paseo en burros,
que ae hacian con las muchachas a los campos cercanos,
con objeto de ir a comer la boruga extraida de los mis-
mos tarros en que la cuajaban los campesinos. Emas
ENGRACIA Y ANTOIRITA
cabalgatas tan inocentes y de tantos percances inoten-
sivos que causaban la risa y la algazara, sobte todo,
cuanto a causa de las mafias o de los brincos de los
borricos venia a tierra alguno de los j6venes, o se ro.
daba del aparejo o del galipago alguna muehachas no
se por que raz6n no se hacen como entonces.
Esas corridas, a mas de que eran un recurso de
solaz pora la juventud de ambos sexos, ejercitaban
a las nifias en una especie ae equitaci6n provechosa a
la salud, contribuyendo a desenvolver mejor su fisico
y dandole mayor agilidad.
Debido a esa costumbre, fu6 como entire las anti-
guas banilejas muy pocas eran las que no sabian, desde
su temprana edad, manejar con elegancia las bridas del
caballo.
Pues bien: cada vez que habia alguno de esos pa-
seos, Felipe Ozan, con solicito empefio, iba a ofrecer su
burro o su caballo a Antofiita; pero ella, para no dar la
menor sospecha de agrado o simpatia al pretendiente,
prerparaba de antemano su montura para tener motive
de negarse a recibir el cumplido.
En ese estado las cosas, se pasaron muchos dias
sin que Felipe cbtuviese siquiera una mirada de Anto-
fiita. ni esta se inquietase un solo instance del amor
de aque!. PaTa ella -?ra igual que existiese o no; la tenia
sin ningun cu:dado.
Felipe, que hasta entonces no se habia atrevidc a
propasaTlS, al observer et mal giro que Ilevaban sus
pretersiones, empez' a caviiar; y forinando proyectos
y combinando planes. eeperaba solamente uha ocasi6n
paia c:mbiar de tActice, yendose a su h'bitua! caminoa
FRANCISCO GREGORIO BILLE
IV.
Una noche, en una de esas reuniones que formaban
las muchachas de Bani bajo el Arbol que traian del
uampo para clavarlo en la puerta de la casa iluminin-
dolo con farolitos de colors que colgaban de sus ramas,
para velarlo, como decian ellas, con el objeto de pasar
las horas en juegos de prendas, en los cuales se desci-
fraban charadas, se recitaban versos y se entonaban can-
ciones, al par que se comian los pastelitos y dulces; es-
tando todbs al rededor del Arbol, se le cay6 al suelo el
abanico a Antofita, y Feipe, que se habia precipitado
a cojerlo, resbal6 la mano y le apret6 el nacimiento de
la pantorrilla.
Herida en su pudor la honest joven no pudo ocul-
tar la desagradable impresi6n que tifiera de grana su
semblante. Desde ese moment oomenz6 ella a sentirse
profundamente disgustada del amor de Felipe. No pu-
diendo contenerse, antes de que terminara la fiesta de
esa noche, se dirigi6 a una tia de Felipe, llamada Can-
delaria, que estaba en ella, y con tono indignado lanz6
tan duras y merecidas reconvenciones contra aqubl,
que a no intervenir oportunamente Engracia, el asunto
hubiera torado un cariz bastante serio; pues la dicha
Candelaria era mujer de caracter discolo y hubiera ar-
mado chismes y aspavientos.
El licencioso joven, a pesar de haber quedado con-
vencido del mal efecto que produjo su vulgar demos-
traci6n, se prepare a seguir ejerciendo su tactica desen-
vuelta y de insufrible tono; creyendo que de esa mane-
ra atrevida lograria al cabo su objeto. El habia hecho
comparaciones de otros lances con otras mujeres, y co-
mo hombre corrompido al fin, media a la virtuosa An-
ENGRACIA Y ANfTONTA
tofiica con la misma vara, La ti Cndealia. jamwaf.
de cuerpo mal entallado con los ojos de g'to, el color
casi indio y la boca grande, aavenedza en Bani, y por
otra part mujer de tan mala indole como el sobrino
lo alentaba en sus malas intenciokes AsI fu6 quo cuan-
do aim no se habia borrado del mnimo de Antofiita la
desagradable impresi6n, logr6 Felipe encontrarla sola
en la sala de su casa un dia que da madre y las her-
manas, despubs de comer, dispusieron irse a Paye con
el objeto de ver a un pariente enfermo, a quien apre-
ciaban en alto grado.
Al entrar Felipe, segdn acostumbraba en otros
tiempos, tras de un saludo asaz ceremonioso, no bien
recibido por Antofiita, tom6 una silla, y arrastrandola
hasta acercarse a la joven, con ese mismo deseivuelto
naturalismo, principi6 por decirle:
-CuAnto me alegro de esta ocasi6n. Yo deseaba,
Antoniita -- --
--SLior,-le interrumpi6 ella, cerrando el libro
que tenia en las manos-hfgame el favor---- -qui no
estA mi familiar, y yo no recibo visits.
-Si, pero Antofiita, yo supe por mi tia Candplarin
que tG has creido.-
-Yo no he creido nada,--volvi6 & interrumpirle la
joven con firmeza y sintiendo ya la alteraci6n de sue
nervios.
-No, mi prenda, yo quise darte una prueba de
mi amor.
-Yo no quiero el amor de Ud.
-Pues yo si quiero el tuyo, y quieras que no quiet
ras tendrAs que ser mia.
-iVaya----!-replic6 Antofiita con un gesto y
un movimiento de soberano desprecio tal, que cayeror
FRANCIScO OREOORIO 8MLU6
sobre el coraz6n de Felipe como una braza de candela.
--Oyeme,-dijo 6ete ya sin encontrar aplomno ni
aim en su misma osadia,-tf creiste que yo al apretarte
el tobillo lo hice con mala intenci6n-----
--Indecente!-jese es el lenguaje soez que cuadra
a hombres indignos como Vd!
-No, Antofiita, no te alteres,-dijo Felipe poniin-
dole la mano en el hombro al ver, que ella toda nervik-
sa, so!taba el libro y se levantaba de la sills.
-iAtrevido!--esclam6 Antofita, rechazAndolo con
energia imponderable-isalga Vd. de mi casual isalgal
jllga!-y al repetir estas .palabras volvi6 la espalda, di-
rifindose a uno de los aposentos, en serial de desprecio.
Felipe no perdi6 tiempo; se le fu6 detras y asiin-
dose de ella, le dio un beso en la mejilla.
Como pantera herida, o mejor dicho como un Angei
mAs divino ain con el fuego de la c61era a quien una
bestia ha tratado de empafiar los limpios cristales de
su rostro, muda de color Antofiita, busca con los ojos
algun objeto, corre a la mesa y apoderAndose de uno
de los vasos que sobre ella habia, tr6mula de indigna-
ci6n:-iVagabundo! exclama, y lo arroja a la cara de
Felipe. Este sorprendido de una acci6n tan heroic
como inesperada, salv6 precipitadamente la puerta y
huy6 a la calle.
Antofiita, como se ha visto y se vera despubs, te-
nia siempre en los moments precisos arranques. ins-
pirados.
CAPITULO VI.
UN CONSE.TO Y UNA LECCI6N
I
DESPUES de esa escena tempetuosa, Antonita lcra
a lagrima viva.
Naturaleza sensible, y con el orgullo de mu amor
propio ofendido. no podia conformarse con que un hom-
bre la hubiera besado. Es verdad que aquel hombre, en
concept de ella, era un malvado y el mis infame de
los hombres: es verdad que absolutamente, en esta
que consideraba Antofiita como desgracia, ella no te-
nia siquiera la culpa de la imprevisi6n; pero se repro-
chaba haber consentido durante tanto tiempo loe otbe-
quios de palabras y requiebros de una persona tan cur-
si Ella no se conformaba con no haberlo despreciado
desde el primer instant que le habl6 de amor; no we
perdonaba, en fin, que le hubiera caido en suerte un
enamorado tan indigno de los sentimientos de au cora-
z6n, y que a tiempo no lo hubiera adivinado.
Eso y otras cosas parecidas pensaba y reflexio-
naba Antofiita. Y en medio de los tantos pensamientos
que asaltaron su imaginaci6n, se le ocurri6 por iltimo
ir adonde estaba Engracia. Y, den quidn mejor depo-
sitar su confianza y con qui6n mejor desahogar mr po-
cho?
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
El caricter de Antofiita, como hemos dicho, era
decisive en sus resoluciones, y tan pronto pensaba una
cosa la ponia en ejecuci6n.
Sin mis vacilar entr6 a su aposento, se ech6 un
abrigo de lana sobre los hombres, se alis6 el pelo con
las manos, y apenas sin verse al espejo, cosa indispen-
sable, imprescindible para toda mujer, sali6 a la calle,
cerrando la puerta de su casa del lado afuera con una
piedra (como es muy com6n en Bani) y dirigi6 sus
pasos desde luego a la casa de Engracia.
Aunque no extraii6 a 6sta ni a su familiar la Ilega-
da repentina de Antofiita, pues era costumbre casi
cuotidiana que la una estuviese donde estaba la otra;
por la hora y por la violencia mal disimulada que
expresaba su semblante, comprendi6 Engracia que algo
extraordinario le habia acontecido.
Una vez que se hallaron a. solas en el humilde
aunque limpio aposentico de. Engracia, junto al catre
abierto de 6sta, que era el inico que se tendia en
aquel aposentico, con su sAbana blanca de encajeado
rodapids y sus dos bien vestidas almohadas puestas en
uno de los extremes Antofiita relate con todos sus
pormenores la escena ocurrida.
En su relaci6n ripida verti6 entire llanto la indig-
naci6n que le habia causado el raimiento del licencioso
Felipe, y concluy6 diciendo:
-iSe lo dir6 todo a mi hermano para que castigue
la osadia de ese malvado!
-Bonita la vas a hacer. Eso es: ocasionaris una
desgracia sin fruto alguno,- replic6 Engre ia impulsa-
cda por ese buen juicio y esa prudencia que le eran
caracteristicos.--T no sabes, continue en tono persua-
OMRAMIA T ATOROTTA
ivo, que ese Felipe, da mAB de atrevido, tiene fama de
aer alevoso?
-Alfredc lo conoce y sabri darle una leci6a fe-
plieo Antofiita con entereza.
Alfredo era el nombre de su hermano.
--Ayl Antofiita, se debe pensar much, much
antes de comprometer a un hermano en un lance qua
no le traeria mAs que disgustos, y quin sabe si al-
guna desgracia irreparable! 8Qu6 haria Alfredo con
batirse?-pregunt6 Engracia con niarcada insinuaci6rn
y prosigui6: Se expondria a matar o a que 1o maten.
Y en cualquiera de los dos casos 8qu6 seria de ti? dPo.
drias conformarte nunca? NNo serial tuya s6la, eterna-
mnente s61a la culpa?---Nada, nada, yo te aconsejo guar-
dar silencio, mi querida Antofiita concluy6 diciendo
Engracia con la modulaci6n de si dulcisima voz.
Antofiita rebati6 con algunos arguments; entire
ellos el de decir que si Felipe observaba que su falta
quedaba impune y se habia visto con indiferencia, vol-
veria a cometer otras mayors. Engracia al fir, termin6
por convenir en que la madre y las hermanas de Anto-
fiita debian saberlo para que estuvieran prevenidas;
pero que Alfredo rio. Y asi se hizo.
II.
Por lo que respect A Felipe, aunque sinti6 miedo
en el moment del caso por la actitud soberbia de An-
tofiita, como hombre sin conciencia y avezado a las
tnaldades se reia a solas cuando recordaba su osadia y
estaba satisfecho de su acci6n, considerindola como un
buen gol.pe de enamorado que no tardaria en prodicir
los rhejores efectos tan luego se enfriara la primera iii-
presi6n.
WRMANCISVO O GQIUO NUMB,
Todos los malos tremen pot costumbre justiacar s
depravadas acciones en la esperanza de obten:r :r
buen resultado.
Sin embargo, pasaron los dias y Felipe notaba qt*
algunas seiioritas, lo mismo qqe algunos padres de fra.
milias, no le hacian en sus casas una tacepeiin favortbl
y que por el contrario demostraban cierto diagusto i1
reoibirio. Esto sucedi6 e causa de que Engracia fu6 dan-
do a conocer entire las amigas y otras persons la Con-
ducta de Felipe. A media que se iban enterando de
ella. lo iban rechaando. al decir de algunas, como a un
joven indigno de sar admitido en ningmn circulo de-
cente.
En Bani, decade tiempos muy atras, siempre hdut
esa sanci6n moral que necesitan las sociedades no sae
para conservar la pureza de sus costumbres smo parm
dar ejemplo, castigando la licencia y el mal proceder.
iHoy sucedera asi?-------
La actitud seria, respetuosa y delicada que desplut
g6 Antoiiita, por consejo de Engracia, hizo tambiin que
Felipe se contuviera ep su osadia; pero mas que otra
cosa, contribuy6 a que muchas personas repugnasen a
cara descubierta su presencia en las reuniones familia-
res y hasta en los bailes y otras diversones la constant
predica del verboso Don Postumio.
III.
Este personaje, que ya varnos conociendo por sus
aociones, y del cual no esti demis que desde ahora
bosquejemos el retrato; aunque estaba todavia en la
flor de su edad, era hombre que desde entonces presu-
mia en ser doctrinario, principalmente en political; he
hi su mayor flaco.
ENGRACIA Y ANTORITA
Su rotundo nombre no daba idea de su figure,
pues era seco de carnes, enjunto de rostro, con bigote
negro, ojos grandes, cejas algo copadas, angosta la fren-
te y cabeza chiquita. Desde esta epoca de su mocedades
ya era laborioso en todo to que emprendia, aunque A
la verdad emprendi6 much durante su vida y alcanz6
poco; porque tenia mis fuego al principio que constan-
cia al fin. Lleg6 en algunos afios a recorrer muchas pro-
fesiones sin alcanzar 6xito en ninguna. Fue exportador
de maderas, negociante de frutos, pulpero, mercader de
telas, soldado y official de la Reftauraci6n. Despues del
abandon de los espafioles se zambull6 de cabeza en
la political, y en las guerras civiles que se sucedieron
vino a ser recompensado por su patriotism con los gra-
dos, primero de comandante, y mAs tarde de coroneL Er
esos interregnos de paz lo vimos entregado a las faenas
del campo, ya como agricultor, ya como ingeniero en
mensuras de terrenos, o en exploraciones de minas, cre-
yendo hallar on cada pedazo de piedra en que relun
cian granos cristalizados de azufre, o en cada cuarzo
que brillara con piritas de cobre o hierro, el principio de
un riquisimo fil6n. Parecia hombre mezquino, porque
discutia un centavo, sin embargo de que gastaba el dine-
io en fiestas y banbollas. Era impressionable y un tanto
alucinado. Aunque terco algunas vces. tenia clam inte-
ligencia; pero ahondaba poco por querer entretenerse en
las superficies. Muchas veces no veia lo de arriba por
fijarse en lo de abajo: pasaba frente a la montafia y .no
alzaba los ojos a La cuspide; pero escudrifiaba el derrisco;
perdia to suyo, (originalidad) por coger lo ajeno. Siempre
siempre estaba asimilandose; el sistema en que se empa-
paba, o el libro que leia, eso era l, y en esa material, era
fuerte, fortissimo: 'iteme al hombre de un 61ao libro, "dice
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
un. principio de filosofia. La echaba de prActico en las co-
sas de la vida; pero sufri6 desengafios terrible en la po-
litica, en la amistad y en el amor. Su pasi6n favorite
eran los nimeros y a no s6r por las circunstancias tan
variables de su existencia, tal vez, hubiera sido un ma-
tematico de nota; aunque por su carActer espacioso era
hombre que en los calculos, y en las demostraciones y
resoluciones de los problems, siempre andaba con paso
de buey.
Corriendo el tiempo Felipe v Candelaria Ozan se
atrevieron a hablar de su honradez, y a causa de eso
otras malas lenguas del pueblo, en algunas ocasiones,
trataron de manchar su limpia reputaci6n. El luch6 con
ardor contra esos ataques, sin perder nunca su calma
habitual, y solia repetir con la resignaci6n o el estoicis,
mo de un fil6sofo: "El tiempo es el mejor amigo de la
verdad: ellos se convencerin".
Siempre estaba a caza de una discusi6n, y empe-
fioso de encuntrarla, decia: "Yd quiero luz, la luz que
no me dan los libros; esa que hallan los entendimientos
pesados en el choque y la -contradicci6n de las ideas".
IV.
Siendo, pues, Don Postumio, en la 6poca en que
sucedi6 el episodio que hemos relatado, uno de los j6-
venes principles de Bani, y como ardiente admirador
de las gracias y el talent de Antofiita, de quien se loaba
ser maestro, aplaudi6 con entusiasmo el proceder de las
families y encontr6 tema' entire ellas por algunos dias
para traer siempre a colaci6n el asunto.
-He ahi .an ejemplo, sefiires,-se solazaba en
decir-de ahi como Antofiita no viene a demcstrar que
INGRACIA Y ANTO&ITA
la mujer, siempre que se inspira en sentimiento deli-
cados y se apoya en la virtud, puede luchar en los ca-
sos graves de la vida sin que sea infructuosa la lucha.
He ahi como se prueba tambien-y eso lo decia con
marcada intenci6n- que no siempre los osados con
el sexo que liaman debil, alcanzan la satisfacci6n de
sus deseos. La raz6n es sencilla,- continuaba con aire
mis satisfecho al sentir el halago que producia su len-
guaje entire las personas que lo escuchaban.-Si. la ra-
z6n es sencilla: no a todas las mujeres se ptede medir
con la misma vara, como tiene jactancia en repetir el
protervo Felipe.
jY hasta de los hombres se ha atrevido a genera-
lizar este pensamiento afirmando que todos son igua-
les!-afiadia saltando de una cosa a otra.-Ya se ve:
juzga el ladr6n por su condici6n. Porque cr6anlo uste-
des; aunque el pais esta tan corrompido, no todos los
hombres son iguales, no todos se venden. Hay ciudada-
nos que se mantienen limpios entire el mismo lodazal.
Yo !o digo, yo lo afirmo, porque yo soy de ellos, y
porque aqui en nuestro pueblo hay muchos que todavia
no hemos perdido la vergilenza y el patriotism que he-
redamos de nuestros padres. eNo es verdad, sefiores?-
preguntaba a los individuos presents, y luego que veia
en ellos el signo de aprobaci6n, volvia satisfecho al
asunto princial.--Y Engracia? iqu6 muchacha! iqu6 mu-
chacha!-exclamaba levantando el dedo pulgar segfin te-
nia por costumbre cuando queria acentuarse:-Me di-
cen que con su prudencia y buen juicio- -----
iOh! si, con su prudencia y buen juicio,- interrum-
pia alguna de las personas con quien hablaba-esa mu-
chacha tan buena nos ha prevenido contra ese Felipe
de tan malos precedents.
58 FRANCISCO GREGORIO BILLION!
-Vamos, yo lo sabia-contuaba Don Postumio en
tono afirmativo.-Es de mala raza ese Felipe y no po-
dia ser cosa buena. Lo qae hay de cierto es que eso
nos serviri de experiencia; pues nosotros no debimos
nunca darle entrada en nuestras reuniones. Pero bien:
Antofiita ha venido a definir el punto y Engracia quit
la mascara. jAsi me gusta! Esa venganza noble y dig-
na ejercida contra un corrompido, nos da motivo para
seguir estableciendo en nuestro pueblo precedentes de
modalidad y respeto.
Estos discursos, en tono de homilias, repetidos
mfs o menos de la misma manera por Don Postumio
acabaron por desacreditar a Felipe.
CAPITULO VII.
AL AUSENTARME Y AL VOLVER
I.
PRECISAMENTE algunos meses despu6s del suceso
que se acaba de referir, ese nismo Don Postumio y yo
nos vimos obligados a dejar a Bani, dejando a Engra-
cia y a Antofiita ataviadas con la belleza de sus prima-
verales afios; con los llamativos de su conquistador
simpatia; con los ideales sofiadores de su mente, siem-
pre descuajindose en rosas por horizontes de dichoso
porvenir, y en medio de los pros e inocentes placeres
de una sociedad pura e inocente.
Otros j6venes emigran de su pueblo natal en busca
de trabajo. A nosotros no fu6 esa la causa que nos se-
par6 de nuestros lares. iLa political nos expuls6!
Hay cosas que nadie ni nada podria borrar de la
memorial. Yo recuerdo, como. si hubiera pasado ayer, co-
mo si pasara ahora mismo, la mariana en que Don Pos-
tumio, entrando a mi casa con aire de triunfo, me dijo:
Leopoldo, esabes que acabo de vencerlos?
-eA qui6nes?-le pregunt6.
-A ellos, a los amigos enemigos de nuestro par-
tido. Acabo de probarles, como dos y dos son cuatro,
que el gobierno a quien sirven, no es mas que el go-
bierno de un solo hombre, y que no hay libertad, y que
han violado la Constituci6n, y que la justicia anda
MRANCISCO OREG=OEO fILUql
lejos, y que !as arbitrariedades estfn a la arden del dia
y que hay cien motives en que fundar uns protest, un
manifiesto revolucionario; en fin, chico, los he dejado
tuulatos; no han podido ni siquiera defenders; el ata-
que ha sido de frente y a la bayoneta.
-Esta bien, amigo mio, con esas imvrudencias,
allf veremos qui6n triunfa.
IOh! pero
contest Don Postumio con la candidez mis grande del
mundo.-(Cr6es td que de esa manera se gobierna un
pais? eAcaso impunemente pueden los mandataries de
un pueblo faltar a los deberes que le inmponen las eyes?
Pues, chico, fiescos estariamos! Por eso- se las cant6, a
todos ellos. Y sea como sea, ellos han convenido. Mira,
y a prop6sito, esabes que se habl6 de ti?
-dDe mi?-le pregunt6 receloso.-eY a qu6 vine
yo a bailar en esa danza?
-iHombre! lo mis natural. Al hablarse de patrio
tismo y de los partidos, les dije que td, lo mismo que
yo, sostendriamos siempre las banderas de nuestros prin-
cipios liberalse, que a nosotros nadie pretendiera hacer-
nos religion, ni atemorizarnos con amenazas, ni embau-
carnos con promesas; que t6 eras firme como una roca
y & a.
-Pues, amigo mio, bonitos estamos, ya vera Vd. a
donde vamos a parar con esas imprudencias-----
Y con efecto no tard6 much en que se cumpliera
mi profesia.
II.
El personalismo alzaba su tendon de odios y ven-
ganzas en el pais, y Bani, pueblo de hermanos, fui in-
ENGRACIA Y ANTORITA
vadido tambi6n por ese monstruo que lo contagia todo,
que destruye las mas caras afecciones y que es capaz,
como Saturno, de devorar sus propios hijos.
-Felipe Ozan, a quien ya conocen nuestros lectures,
no habiendo podido corromper aquella sencilla sociedad
con sus ejemplos perniciosos, y rechazado del seno de
las families, fue quien primero despert6 alli la division,
levantando sentimientos de odios no conocidos. El chis-
me6 y embauc6 por hacerse de la confianza de algunos
amigos del gobierno, y consigui6 al fin reconiendaciones
para la Capital.. Alli segin costumbre, lo ahucinaron con
ofertas de mando y promesas de satisfacer venganzas
que de parte del uno y otro partido se hacian entonces
sin escri-pulo, con tal de conseguir que se intrigase para
hacer banderias. La Repdblica no habia pasado ain de
ese period de las pasiones political con que principia
a hacer sus explotaciones el pensonalismo para luego
llegar r la corrupci6n del dinero.
Fehpe encontr6 campo donde desplegar sus perver-
sas aptitudes y logr6 por medio de la denuncia solapada
expulsar a various j6venes de la poblaci6n, entire ellos
a Don Postumio y a mi. Preso y conducido por una
escolta fui yo a la capital, cuando me despedi de mi pue-
blo, enternecido per la honda tristeza que dejaba en el
coraz6n de mis padres; pero erguido y orgulloso de
que me vieran sufrir por el partido que creia represen-
taci6n del Patriotismo.
m.
Despus de ese largo tiempo de ausencia, en amar-
go ostracismo, y en le ruda lucha de una querra que
dur6 afios, creyendose olvidado de las personas que vie-
FRANCISCO GREGORIO BILLING
ron discurrir los primeros pasos de mi vida; crey6ndome
ya hasta desconocido en ese pueblo de mis mAs caras
afeqpiones, volvi a el con la saisfacci6n del que cree
haber oumlido con un deber, il'eno de juventud y con
el alma henchida de ideales. Recibo al volver los para-
bienes y complacencias de todos miis compatriots, tal
comio se ha descrito en el capitUlo primero de esta his-
toria, y pasadas las primeras gratisimas impresiones, cuan-
do la alegnia del hogar di6 tregua a otros recuerdos y
a otros pensamientos que no fueran los del hogar pre-
gunto, averiguo, indigo qu6 ha sido de mis dos estima-
disimas amigas Engracia y Antofiita.
jAy! Me cuentan sus histories -----
dHabian muerto?------
CSe habian casado como otras tantas hijas del
Giiera con individuos que no residian en Bani?
.Estaban mancilladas?-----
eLes habia sucedido alguna otra desgracia?-- -
Ya lo sabremos. Y para saberlo es precise que
contemos lo que nos contaron.
SEGUNDA PARTE
CAPITULO I.
EN UNA TARDE DE ESTIO
I.
ERA una de esas tardes en que el ameno valle con-
vida al poeta para que las cante, y al pintor para que
que reproduzca los coloridos rnas encantadores de la
naturaleza; el viento no se dignaba como otras veces
estremecer las ramas del frondoso giiayacin, de ese
anciano secular de las selvas banilejas, a quien persi-
gue la especulaci6n del campesino, ora causandole he-
ridas profundas para en su Iloro recoger las lAgrimas
que vierte,o ya destrozandolo sin compasi6n para llevarlo
hecho pedazos, al mercado pibliico, solamente por ha-
ber conservado sanas y bonitas, como hechas en torno
las formas de su hercileos miembros; pero en cambio,
la brisa juguetona susurraba, robando aromas en las
flores de esos grupitos de liiputienses individuals, que se
prodigan en estos meses por la orillas de los caminos
que conducen al rio, que, en el desorden y libertinaje
de su invasion, se abrazan y se maridan con las tribus
de flechitas, lanzas y trompeti!llas, sin respetar a las
castas siempre-vivas, ni a esas otras de elevadita es-
tatura que alli llarman carnetolendas, bella--cima y mari-
lopez, y que semejan al primer golpe de vista monMones
SEGUNDA PARTE
CAPITULO I.
EN UNA TARDE DE ESTIO
I.
ERA una de esas tardes en que el ameno valle con-
vida al poeta para que las cante, y al pintor para que
que reproduzca los coloridos rnas encantadores de la
naturaleza; el viento no se dignaba como otras veces
estremecer las ramas del frondoso giiayacin, de ese
anciano secular de las selvas banilejas, a quien persi-
gue la especulaci6n del campesino, ora causandole he-
ridas profundas para en su Iloro recoger las lAgrimas
que vierte,o ya destrozandolo sin compasi6n para llevarlo
hecho pedazos, al mercado pibliico, solamente por ha-
ber conservado sanas y bonitas, como hechas en torno
las formas de su hercileos miembros; pero en cambio,
la brisa juguetona susurraba, robando aromas en las
flores de esos grupitos de liiputienses individuals, que se
prodigan en estos meses por la orillas de los caminos
que conducen al rio, que, en el desorden y libertinaje
de su invasion, se abrazan y se maridan con las tribus
de flechitas, lanzas y trompeti!llas, sin respetar a las
castas siempre-vivas, ni a esas otras de elevadita es-
tatura que alli llarman carnetolendas, bella--cima y mari-
lopez, y que semejan al primer golpe de vista monMones
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
de blancas, azules y amarillas mariposas, asentadas de
trecho en trecho, donde vienen las asustadizas tortolitas
a picotear el grano seco de la tuat6a.
En esa tarde, limpios los horizontes, se dibujaba
en el Occidente, entire arboledas desiguales, un extendido
lago hirviendo en aguas de topacio y con ondas de
llamas. Pedacitos de nubes blancas, semejando naveci-
Has empavezadas, cruzaban el lago y alli lejos muy lejos
se alcanzaban a ver portales de luz, con sus jam-
bas y dinteles en tanta perfecci6n y belleza como
si los cielos engaiiosos de este mundo, en aquel pa-
raiso de Quisqueya, se esmeraran en darnos una idea
de los cielos verdaderos del otro.
El sol escondido en ese precioso juego de tons y
medios tonos, disefiaba todavia sus lines auriferas, par-
tiendo en dos, con su cl-aro--oscuro, la techumbre pa-
jiza de la casita de Engracia.
II.
Esa casita, con sus setos de tejamanil, cubiertos de
mezclas que imitan paredes; con su puerta y sus dos
venitanas al frente de la calle, tan blanca como los mis-
mos setos; con !as lilas que cubrian por uno de los cos-
tados y que intrusas penetra'ban sus ramas, por los abier-
tos aleros del aposento donde dormia Engracia; con su
bosquecito de plitanos que por el otro extreme se veia,
dentro del cercadito, que redondo como una glorieta,
guardaba las rosas, nardos y azucenas, que con curiosq
esmero, alli se cultivaban; esa casita, decimos, asi gra-
ciosamente colocada, al contemplarla a la luz de los re-
flejos de aquella hermosisima tarde, no parecia sino un
nido de amores en donde se arrullaban la ternura y el
delete.
ENORACIA Y ANTORITA
Engracia, dejando a un lado, mns tenprano quo de
costumbre, la almohadilla de oa delicada guariquefia, di6
riendas al capricho que hacia rato espoleaba su deseo.
Era iste el de ir por segunda o tercera vez, a ver la
matita de heliotropo que su madrina le habia regalado,
y que ella, Enigracia, debia de trasplantar esa misma
tarde.
Aquel regale de su madrina le habia traido el re-
cuerdo de su gatito negro, que tanto la hizo gozar y que
tantas l6grimas le cost. Pero pensando en el resultado
final de aquel episodio, la matita despertaba en ella uno
sensaci6n agradable. Al mirarla tan cuajada de flores y
tan hermosa se le alegraba el espiritu. Luego pens6 en
el significado de 6stas; las cuales le habian dicho que
simbolizaban el amor--- -"iAy! -isi yo amara y me ama-
ran!"--se dijo para si.-Y calentada su imagnaci6n en
la fragua de esos soliloquios, despu6s de algunos mo-
mentos, ya en alta voz, como si hablara con alguna per-
sona, exclam6.-"iQu6 simpAtico es el heliotropo y qu6
significado tan expresivo tiene!"
"iAh! cuando yo d6 el aroma de mi coraz6n como
el da el perfume de sus flores, y cuando me d6n a mi
el que deba ser mio, yo me aplicar6 aquel versiculo del
"Cantar de los Cantares" que me ensefi6 Antofiita; y
satisfecha y orgullsa dir6: "Es el amado mio todo para
mi y yo soy toda para 61".
Decia Engracia este versiculo de la Biblia, coma
quien se bafia en un manantial de ternura; y como se
ha'laba sola en la salita de su casa, junto a la mesa
en donde habia colocado el tiesto leno de la tierra que
daba vida a las raices del heliotropo, ya olvidada de
que la pudieran oir, la exclamaci6n de algunas palabras
y los pasos de un hombre del lado de la calle, muy
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
cerca del seto donde ella estaba, la despertaron de su
arrobamiento. Al sentir esa exclamoi6n y esos pass
estremecida de miedo, se encoji6 de hombros con gra-
ciosa ir.linaci6n, y bafiada de inefable sonrisa la inmu-
taci6n de su semblante, abri6 cuin grandes eran sus ver-
des ojos, y con el dedo indice puesto en el labio, se que-
d6 en el sitio, silenciosa, contraida, ruborizada, como si
la hubieran descubierto al cometer un delito, o como si
la hubieran sorprendido sacando de urnas ajenas perlas
tan preciosas como las que ella acaba de vaciar.
III.
Un poco repuesta de su inocente espanto, le eru-
z6 la idea de ir a ver quien habia sido el que pasaba
por la cable; pero al mismo tiempo distrajo su atenci6n
la madre que venia de la cocina en busca de alguna
cosa que le hacia falta a sus quehaceres.
--Mam- - -esclam6 Engracia al verla, como si hu-
biera recibido otra sorpresa.
--Qu6? ---- Qui es, hija?-----iJes6s! me asus-
taste-----
-i1~ada!-contest6 Engracia disimuladamentre, y
volviendo los ojos a su heliotropo, y sefialndolo con el
dedo.-Mira, mariana tengo que trasplantar esta ma-
ta,-le dijo, y luego afiadi6: H ay agua, la han traido
ya del rio?
-Todavia n6,- contest la madre, y al dirigirse
otra vez a la cocina iba murmurando:-el burro se ha
puesto cojo; el sino estA casi vacio; los barriles son
muy pesados. iCarambal iyo no s6 como pretenden que
haya agua!-------
-jAy! ipobre de mis sembrados!-exclam6 Engra-
ENGRACIA Y ANTORITA
cia, mns bien buscando un preterto para saspirar que
respondiendo al refunfufio de la madre.
Tan luego nuestra heroin se vi6 sola volvi6 a
sentir en su interior ese no sd qut la dominaba; corri6
sin darse cuenta a la puerta de la calle que habia per-
manecido cerrada, y movida por ese mismo impulso vio-
lento, temblando de susto le zaf6 la atdaba y la abri6.
Un apuesto joven estaba de pi6, como quien ansioso
esperaba que se abriera esa puerta, en la calzada de la
vecina de en frente. Este joven que no carecia de ele-
gancia, y trajeado de blanco en esa tarde, era Enrique
G6mez.
A este encuentro mud6 de colors Engracia, al
mismo tiempo que Enrique, Ileno de emoci6n, se di-
jo:-"IEs ella! ;Es ella-----!" y con una sonrisa que sig-
nificada grata sorpresa, esperanza, satisfaocibn, le hizo
un sa~udo, silencioso pero ex~presivo: aquella inclinaci6n
de cabeza encenraba un mundo de sentimientos.
"iDios mio! jno queda duda, este hombre me ha
oido!"-se dijo Engracia; y lo que sinti6 en aquel mo-
mento no podriamos nosotros definirlo.
Fu6 como un sonido el6ctrico que recorri6 todas
las cuerdas intimas de su s6r, y que apesar de los esfuer-
zos de ella se qued6 vibrando; fu6 un golpe de luz que
le di6 calor a su alma, pero que dej6 frio todo su cuer-
po; un deseo violent, pero contenido como el del ave
que hace el impulse para volar, y que timida se queda
aleteando; fue un algo asi como el gozo meazcado con
la inquietud; una alegria, en fin, que concibi6 temblan-
do el coraz6n y que envuelta entire sustos la hizo nacer.
En cuanto a Enrique, ya lo habri comprendido el
lector oy6 todo el mon6logo de Engraoia. Una casuali-
dad hizo que l6 pasara at tiempo mismo que ella prin-
FRANCISCO GREGORIO BrLLINI
cipi6 a hablar .en su delectaci6n con ese arbolito que pa-
recia estar encantado, especie de talisman, de perfume
venenoso, que habia despentadp en su alma las fibras
de ese sentimiento dormido que se llama amor.
Detenido alli al oir la dulcisima voz, como si oye-
ra una sirena, qued6 conmovido y al terminar ella,
retirindose exclam6: "Es un Angell----la verV"----
IV.
Dominada Engracia por esa impresi6n ins6lita pa-
ra ella y de que en vano hemos querido dar una idea,
se fu6 a sentar junto a la mesa donde tenia la matita
inspiradora de su idilio. La mir6 un poco, le quit6 un
ramito, y volviendo a pensar en el significado de esa
flor que encierra la frase: "yo te amo", le pareci6 en
aquel instant a su imaginacion exaltada que la mano
de Enrique se lo presentaba. Sinti6 miedo, sinti6 frio,
y tirando las florecillas al suelo se retir6 de alli.
Engracia estaba predispuesta; tenia que venir la
fiebre------
V.
Viniendo y volviendo a venir vi6 otra vez el rami-
to en tierra, y como quien quiere reparar un agravio
hecho a cosa querida, se baj6 a cogerlo, lo movi6 rehi-
landolo entire sus finos dedos por llevarlo a la nariz, lo
llev6 a la boca, y aspirando el embriagador aroma, co-
mo si las flores sintieran:-"Pobrecitas! quise dospre-
ciarlas"-dijo acariciandol.as y lanzAndoles una niirada
llena de ternura. Despu6s, como quien se arrepiente de
lo hecho:-"JEstoy loca"!---(Qu6 tengo yo?-se pregun-
ta, y tira el ramito encima de la mesa.
ENGRACIA Y ANTOfITA
En esa agitaci6n, especie de delirio, como si un
poder oculto la impulsara, vuelve a la puerta de la
calle y se hallan sus ojcs con los ojos ansiosos de En-
rigue, y de ese otro cho ue instantaneo de las almas
que se atraen, brota el relampago de luz que la dej6 ver
con toda su belleza el cielo de una ilusi6n realizada. No
puede tampoco permanecer en ese sitio, el mrs querido
para ella en aquellos moments; porque necesita retirar-
se para dar salida al suspiro que se escapa de su peaho.
Aouella iltima mirada de Enrique habia penetrado
hasta el fondo de su alma, y llenindola de fascinaci6n le
habia abierto horizontes de esperanzas nunca vistos.
Eso que al principio casi no se advierte; eso que
se va delineando entire sombras oscuras en el coraz6n
de la mujer cuando el amor o Las simpatia lo han he-
rido, acababa de pronunciarse en el alma de Engracia
con toda claridad.
Por esa causa, impaciente como el pijaro que vuela
de un lugar a otro sin hallar asiento dentro d& la es-
trecha jaula que lo aprisiona, iba y venia dando vueltas
en aquella salita, querienTdo que Enrique la viera en su
cruceteo y ruborizIndose cua.do 6ste la pillaba en el
disimulo de sus miradas.
VI.
Aquella salita, limpia y aseada como una tasita
de china; con su piso de hormig6n siempre brufido; con
sus tabiques blancos y lisos como papel; con sus pobres
casi rnisticos y escasos muebles, que con tanto gusto
estaban colocados en sus puestos; con sus graciosas cor-
tinas en las puertas interiores recogidas con caprichosos
lazos de cinta de done pendian lindos pAiaros diseca-
dos por la misma Engracia; con aquella tinaja de ?puj,
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
en forma de cono, heredada de sus abuelos, que apenas
podia distinguirse en su rinc6n, porque estaba cubierta
con la grama de canutillo que le daba frescor y con las
trepadoras enredaderas llenas flores que le habin sem-
brado; aquella salita, repetimos, tan vista y tan vigilada
esa tarde per Enrique, tenia en su pobreza simpatica
y envidiable, la misma poesia del conjunto de la casita
blanca de que ella era el principal departamento.
VII.
Volviendo, pues, al estado de agitaci6n en que se
encontraba Engracia y a la impresi6n que dominaba a
a Enrique, diremos, lo que no se habra escapade a la
penetraci6n de los lectures: que el uno y la otra, desde
esa tarde memorable para ellos, concibieron a un tiem-
po ese sentimiento puro de amor que sublima los cora-
zones en la tierra, y que mientras de 61 se goza hace
a los series felices en el mundo.
Dicho 6sto, no nos dentremos en relacionar detalles
de las escenas que se produjeron despues. El lecItor sa-
bri considerarlas, tal vez, mejor que nosotros, dada la
situaci6n moral en que se hallaban los dos enamorados.
Pero si del caso parece decir, que Engracia, apesar
de esa situaci6n de animo, en aquella prima noche y al
otro dia, y al otro, y siempre se mantuvo Ilena de pru-
dencia conteniendo sus impresiones y evitando, lo m6s
que pudo, que Enrique, ni nadie, con excepci6n de An-
tofiita, descubriera el que ella creia secret de su co-
razon.
En ese disimulo y sin dale prendas a Enrique
pas6 alg6n tiempo sin que se decidiera a corresponderlo
hasta-----pero si los lectores tienen la benevolencia de
seguirnos, veran como se resolvi6 el idilio de Engracia
CAPITULO II.
COMO SE RESOLVIO.
I.
DIREMOS ante todo dos palabras acerca de nuestro
h6roe, dejando para relatar despues un pagina interesan-
tisima de su vida. Apenas contaba veinte y cuatro afios
de edad. En an cuerpo elegant y de formas algo ro-
bustas, su color triguefio subido, sus facciones pronun-
ciadas, su bigote y pelo negros, y sus grandes ojos
tambi6n negros, hacian resaltar en el semblante de Enri-
que las principles pinceladas de su retrato.
Como oriundo de Bani, habia venido entonces de
la Capital al pueblo donde nacieron sus padres y don-
de vivian algunos de sus parientes.
Enrique no era un talent que digamos; pero no
le faltaba inteligencia y tenia facilidad para expresarse.
No era timido en la ejecuci6n de sus proyectos, y pre-
sumido en el vestir aparentaba finura en sus modales y
delicadeza en sus costumbres.
Afortunado en ese juego de los negocios que se
aventuran a la suerte mis que al calculo, se reia tam-
bien afortunado en el amor; cosa que no es comfn en
los hombres seguin la creencia vulgar. Pero a 61 no le
"faltaba raz6n, en sostener la suya desmintiendo la del
vulgo; pues tan joven aim habia ganado dinero y ha-
bia caido bien en el coraz6n de las muchachas a quie-
nes habia hecho la corte.
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
Precedido de una buena reputaci6n de honradez y
decencia, y siendo mozo de reconocida familiar, Engracia
no se sentia malqu;3ta con la espontaneidad favorable
con que 1. habia acogido su simpatia.
Viniendo y volviendo a Bani logr6 por fin En-
rique arrancarle esa confe i6n tan deseada de los que
se enamoran con locura y que ella no le habia querido
dar hasta no recibir pruebas de la verdad ae su pasi6n.
II.
jQu6 de palpitaciones no sinti6 la pudorosa vingen,
antes de mover el labio para decir a Enrique que lo
amaba!
iCuinto no labor su pensamiento ese sencillo te-
ma!------
-"Si es verdad que me adoras tanto como dices,
cuanta con mi coraz6n"-dec.a ella con voz tierna y
algo tr6mula, suponiendose a Enrique delante.
-"iNo! asi no esat bien",-se contestaba luego con
un movimiento de cabeza, y proseguia:- "Esas pala-
bras envuelven una condici6n que no debe existir, pues
yo no puedo suponer nunca que l6 me estS mintien-
do."-----'iVamos! se lo dir6 de otro modo".
Y entonces como qui;en quiere darse a si mismo
valor, combinaba otra frase:--"Enrique como es que
tu me amas. yo te amo tambi6n" Pero isi me resul-
ta como ayer-se preguntaba- que al tiemoo de ir a
decirselo se me opr;mi6 el pecho y temblando de mie-
do, no hall las palabras que me habia aprendido de
memorial Y en este pensamiento se quqdaba entriste-
cida:
--Ah! jqu& tonta soy!-exclamaba despu63 como
ENGRACIA Y ANTORITA 73
quien habia hallado una idea luminosa:- Coger6 la
floor de mi heliotropo y sonreida le dir,: "'Th la quie-
res?"----Y l1, que conoce el significado, me responde-
ri que si pero' ay! -afiadia suspirando,-una flor dice
y no dice nada: es un pretexto para hablar, y yo no
podria---Entonces, doblando otra vez su frente, como
un lirio de la tarde, se quedaba un rato meditando y
volvia a decir:-"Nada, nada, no hay que pensar mas,
Antofiita se 10 dirc por mi".
Pero volviendo a reconsiderar ese otro medio de
que queria vale-se, retrocedia, y entonces ya con fir-
me resoluci6n terminaba:-"iEso no esta bien! A En-
rique le gustarA mejor que se lo diga en una carta----
jLo comprendo! asi lo har6".
III.
En estos y otros s!i'oquios parecidos se passba
Engracia la mayor parte dl tiempo; perdiendo muchas
veces los puntos qua equivocaba de su tejido y qua
tenia que desbaratar, y en otras, pinchandose el dedb
con la aguja del bordado por estar sumida en esas dis-
tracciones.
Y motive, en aquellos dias, no le faltaba a la timi-
da gazela para hallarse en aquella situac:on agirata,
pues Enrique, impaciente con la tardanza y conocie'-.
do cuanto lo amaba, quiso ponerie un termino fatal
para precisar la decision.
Lleg6 por fin un moment en que ella se hall
sola con 61 en 1. salita de su casa.-jAnimo! Dios
mio!"-se dijo para si----iQu- moment aquel para
ella! Un temblorcito interior y frio principi6 a inva-
dirla --- -Se restablace un tanto y al tiempo en que pre-
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
tende mover sus labios, Enrique, que esperaba ansioso
una oportunidad, rompe el primero" aquel silencio so-
lemne y supremo de los enamoradoo y con acento con-
movido, aunque firme por la resoluci6n, dice:
-Engracia, ya es mucho esperar: o me amas o
me despido de ti para siempre con el profundo de-
sengafio que dejas en mi coraz6n: decide!
Engracia inclina instantineamente los ojos al suelo;
se ven subir las rosas del rubor a su semblante y en
voz baja, toda emocionada, contest;
-Si-----
Al oir Enrique esta palabra salida con un dulcisi-
mo suspiro de los labios de Engracia, corre hacia ella
como si lo moviera un impulse electrico, le toma sus
manos que las encuentra heladas.
-eCon que me amas? (Y es verdad, y es verdad
que me amas? Vuelvemelo a decir, Engracia de mi
alma!
Engracia sin alzar los ojos se o1 repite con un
movimiento de cabeza, y Enrique, en el arrebato de su
alegria, le estampa un beso en la frente. Ella siente ese
beso, el primer beso de amor, que le penetra hasta el
fondo del alma, un oleaje de ternura la invade inun-
dando de llanto sus mejillas.
rPor qu6 lloraba Engracia?------
Ella misma no lo hubiera podido saber.
Las mujeres sensibles no pueden prescindir de las
lIgrimas en sus impresiones profundas, y cuando aman,
ese es su lenguaje mas elocuente.
Enrique, todo conmovido, apesar de su gozo, se
derramaba en ternezas para conso!arla.-- Que tienes?
cPor qu6 ese Ilanto, alma de mi vida? eTe lo causo yo,
luz de mis ojos?--ie preguntaba, recogiendo en el pa-
ENGRACIA Y ANTOIITA
fiuelo las lagrimas como si fueran preciosas perlas. Y
como ella continuaba llorando, Enrique se express asi:
-iAh! te comprendo, te pesa haberme dado tu
amor. Es verdad, yo no soy digno de tanto.
iNo, no, Enrique, te amo!--- -contest6 Engracia
levantando la frente.
-,Y entonces, por qu6 ese Iloro?
-iAy! no lo puedo evitar- -mam- - -respon-
di6 ella ahogando sus palabras entire nuevos sollozos.
-No temas, Engracia, yo se lo dir6 todo-con-
test6 el joven con acento de firme resoluci6n.
IV.
De esa manera tierna resolvi6 Engracia el proble-
ma que tanto la habia hecho pensar y que tan dificil
le parecia. Enrique, cumpliendo despu6s con la prome-
sa hecha a la novia, dijole A la madre:
-Ofrezco, sefiora, que mi mano de esposo sera pa-
ra vuestra hija.
La madre express su gratitud y crey6 en la pa-
labra del caballero.
Engracia entonces sonri6 a su alma solazandoee
de satisfacci6n.
-Ya soy feliz-se dijo en su alborozo-Enrique
me ama y yo lo amo: mama lo sabe y estA content.
Y en efecto: bien merecida era esa alegria de En-
gracia, pues ella habia cumplido, antes de comprometer
su porvenir, Ilenando el deber sagrado del hogar.
cY con qu6 corona mas preciosa se puede orlar
una joven de delicados sentimientos al entablar sus
amores que conciliando su gusto y sus sentimlentos con
el de sus padres?
76 FRANCISCO GREGORIO BILLINI
Al hacerlo asi, a esa nifia, hija de familiar, le que-
darn el consuelo, adn en el caso de las decepciones, de
haber cumplido con aquallos que, ademAs de haberle
dado la existencia, son sus mejores amigos y consejeros,
y tranquila estara siempre. su alma.
V.
Al tanto de esa digresi6n, es de advertir que nues-
tro protagonist en nada infundia la menor sospecha
para que se pudiera dudar de 1l.
Era muy cumplido, y como hemos dicho, tenia fa-
ma de honradez.
Bajo esas impresiones, y sin que ninguna nube
entoldara el cielo de esos amores, se ofrendaron su ca-
rifio Enrique y Engracia.
TERCERA PART
CAPITULO I.
VIENEN LAS FIESTAS.
I.
ESTAMOS en Noviembre. Bani tiene lo que no es
muy frecuente en este mes: abundanciosas las aguas de
su rio, reverdecidos todos sus arboles y cubierto su
suelo de esas florecillas de abrojo que brotan innume-
rables como las estrellas para tachonarlo por todas
parties. En su hermosa plaza forman ellas tapices trian-
gulares, mis o menos extensos, divididos por las angos-
tas vias del transeiinte, que se miran a distancia, como
si fueran oscuras franjas que hacen resaltar la ondula-
ci6n de la brisa en ese alfombrado de oro. Es verdad
que no deja de soplar en algunas horas del dia y de
la noche ese cauro incongruente que suele pasar do-
blando la gargantilla de las flores, como si quisiera que
ellae no ocultasen en sus verdes tallitos las tiernas cuen-
tas adheridas y puntiagudas que deben transformarse
en espinas.
Es verdad tambiin que 61 no trae ahora tan agudo
au silbido y perdona las luces en las casas y en la
Iglesia, aunque las hace titilar al travys de los c6nca-
vos vidrios que las guardian; ni tampoco, como otras
veces, arrebata de la cabeza los sombreros hacienda
TERCERA PART
CAPITULO I.
VIENEN LAS FIESTAS.
I.
ESTAMOS en Noviembre. Bani tiene lo que no es
muy frecuente en este mes: abundanciosas las aguas de
su rio, reverdecidos todos sus arboles y cubierto su
suelo de esas florecillas de abrojo que brotan innume-
rables como las estrellas para tachonarlo por todas
parties. En su hermosa plaza forman ellas tapices trian-
gulares, mis o menos extensos, divididos por las angos-
tas vias del transeiinte, que se miran a distancia, como
si fueran oscuras franjas que hacen resaltar la ondula-
ci6n de la brisa en ese alfombrado de oro. Es verdad
que no deja de soplar en algunas horas del dia y de
la noche ese cauro incongruente que suele pasar do-
blando la gargantilla de las flores, como si quisiera que
ellae no ocultasen en sus verdes tallitos las tiernas cuen-
tas adheridas y puntiagudas que deben transformarse
en espinas.
Es verdad tambiin que 61 no trae ahora tan agudo
au silbido y perdona las luces en las casas y en la
Iglesia, aunque las hace titilar al travys de los c6nca-
vos vidrios que las guardian; ni tampoco, como otras
veces, arrebata de la cabeza los sombreros hacienda
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
correr tras ellos a sus duefios, ni cierra y abre golpeando
con estrepito las puertas y las ventanas. Pero se corn-
place un tantico en descomponer el traje y el peinado
de las muchachas.. Juguet6n importuno, les riza los
cabellos y picaresco se cuela por el ruedo del vestido,
obligfndolas constantemente a llever las manos unas
veces hacia los pies y otras a la cabeza.
II.
Bani, que es un pueblo metido en sus viviendas,
que no sale a la calle, que apenas pasea, que mantiene
a sus mujeres sin que se comuniquen a menudo o se
visiten las unas a las otras con la frecuencia que debie-
ran sino cuando ocurre alguna desgracia de enfermedad,
mruerte, o cualquiera otra, que acuden todas y llenan
los aposentos, las salas y los patios de la familiar que
estA en tribulaci6n; Bani, decimos, que es un pueblo
tan triste que a veces parece muerto, en esta ocasi6n,
como si. bubiera saoudido la actitud perezosa de su nor-
malidad, siente, piensa, se mueve, labor, se anima. En
todo y para todo cualquiera diria que tiene nueva vida.
Hasta el caserio de su poblado rejuvenece. En los barrios
pobres nos sorprenden, al levantarnos por la mafiana,
los setos y las puertas de los bdhios blanqueados du-
rante la noche, o en la madrugada, por las mismas mu-
jeres; los unos con el caliche perla que produce, el
cerro que se mira como un deforme animal echado a
las orillas de la extensa sabana que se encuentra al
Oeste; los otros de almagres rosados o amarillos. Ef
resto de las casas, situadas en el cetro, que los po-
bres Uaman doe is ricou, wtan pintadas con pmntura
de diferentes colored. Todo esto, undo a la gonte que
ENGRACIA Y ANTORITA
hoy se ve en sus antes desiertas calls, le da un nuevo
aspect. Los habitantes de sus aldeas y villorrios pululan
en ellas, a pie, en burro, y otros a caballo. Ninguno
viene al pueblo mal trajeado; todos traen sus ropas
limpias y sus pies calzados, sean hombres o mujeres.
III.
Las fiestas en las poblaciones pequefias animan al
comercio; pero en Bani, en este aiio de buena cosecha,
se nota mis la animaci6n. Las tiendas se ven concurri-
das. A ellas, particularmente en las primas noches, acu-
de la gente de los campos a hacer la venta de sus fru-
tos y la compra de mercancias. Otros toman los cr6di-
tos-y estos son la mayor parte-a cuenta del produc-
to que entregarAn despubs.
En alguna que otra de esas tiendas-la verdad
sea dicha-no sucede ahora como en tiempo de nues-
tros padres, que el comerciante y el productor como
4ue trataban de ayudarse los unos a los otros; habia
reciprocidad de intereses y mejor buena f6 de parte
de ambos. Hoy se suscitan escenas desagradables. Al-
gunas veces no faltan agrias disputes entire el comer-
ciante y el agricultor. El negocio del cafe a la floor, in-
troducido de algmn tiempo acd, es la causa de esas des-
aveniencias.
-iPagarnos el caf6 a seis pesos, cuando ustedes
han vendido el afio pasado a veinte!--grita un hombre
del campo que parece de carfcter mas discolo que sus
compafieros, en la tienda de Don Antonio Diaz, ape-
sar de que Don Antomo Diaz es un hombre de respe-
to y consideraci6n por su proceder honrado en los ne-
gocios.
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
-A veinte pesos; si, es verdad,-contesta Don
Antonio.--Y el tiempo que esperamos?, iy el interns
del dinero? Eso no lo cuentan ustedes.
-Pues, Don Antonio-replica el campesino- yo
no le doy gusto, prefiero que mis hijas se queden. sin
ver las fiestas. jNo vendrfn al pueblo!
iA seis pesos, a seis pesos! Eso es valerse de la
ocasi6n; eso no es dolerse del pobre. iAh! ic6mo han
cambiado los tiempos en este pueblo!-afiadi6, metien-
do su cuchara, una de las mujeres que habian ido con
sus maridos a hacer sus compras.
-Eso es no tener conciencia; ustedes, los nuevos
comerciantes de ahora, no tienen conciencia, -interrum-
pi6 otra, recalcando la repetici6n.
-iAh! ePretenden ustedes que nosotros le entregue-
mos nuestras mercancias y nuestro dinero, en cambio
de su caf6 al precio que lo vendemos en Santo Do-
mingo? iHombre! jque bonito fuera!-Y agreg6 Don An-
tonio, ya un poco alterado.-iVaya una gracia! y luego
si el afio viene malo, apenas nos entregan la mitad del
product.
-iQu6 bonito! iVaya una gracia!-repiti6 el hom-
bre del campo remedando la ironia de Don Antonio. Y
entonces (cambiando de tono) doblan. ustedes la deuda,
el ciento por ciento, es decir, al que le toma en trapos
sas pesos por quintal, aumentan en el afio pr6ximo f
do's quintales, y sin que tenga el cafetero derecho a pa-
gar con doce pesos en dinero, sino el cafe, el caf4 asi se
vanda en Santo Domingo a veinte pesos. IBonita Jus-
ticial
-Si, el caf4 a seis pesos-- Y cuando se lo pa-
gareos a ocho para venderlo al cabo de quince meses
a doce. como sucede muchas veces? ZY cuando perde-
ENGRACIA Y ANTOMITA
mos el total de la deuda por alg(n accident? eY cuan-
do despu6s de esperar y esperar nos engaiian ustedes?
-N6, don Antonio, eso n6; que aqui son conocidos
los tramposos y nosotros no somos de esa gente.
-Pero, amigo, en iltimo
re? Si A Vd. no le conviene, no comprometa su caf4,
y asunto concluido. Nadie le obliga a Vd., ni a -i~guno
de los otros. Vayase Vd. con Dios y dejeme tranqui-
lo-contest6 Don Antonio ya fuera de casillas.
-Si; tiene Vd. raz6n, me echa Vd. fuera, porque
no soy ignorante como 6stos (dirigi6ndose con aire de
autoridad a los otros hombres del campo que estaban
en la tienda.)-iYa se v,,-proseguia intencionalmen-
te-quintal a seis pesos, y el aiio que no alcanza para
pagar porque hubo seca, o porque se perdi6 la mitad
del grano, a doblar la deuda! cQu6 hombre por traba-
jador que sea, aguanta ese fuete? iY quieren que haya
agricultura!-----iNo s6 c6mo Dios no castiga una usura
igual! No s6 c6mo el Gobierno------
-iMire, amigo, lMrguese de aqui!-grit6 col6rico
Don Antonio, amenazAndole con la vara de medir en
la mano-------
IV.
En cambio de esa nota discordante, en otras tien-
das no se v6 sino- el buen humor entire compradores y
vendedores. Se oye el ruido de las telas engomadas,
que parece que gimen al desenvolverlas y al medirlas,
lanzando su chirrido al rasgarlas, en mal acordado son
con el tintin de las monedas que los compradores entre-
gan en pago de la permuta verificada. Y en algunas de
esas tiendas que tienen sus limitados tramos llenos de
FRANCISCO GREGORIO BUIUNI
articulos propios del uso de la mujer, es curiosc, y has-
ta agradable, mirar al frente de los tambibn limitados
mostradores las muchachas del pueblo que vienen: unas
a comprar el vestido y el sombrero, otras las cintas y
los encajes; y observer, sobre todo, el gesto de las que
se despiden de alli con el disgusto marcado en el sem-
blante, por no haber encontrado el abanico, los guantes,
las flores, o cualquiera de esos Iperendengues y aderezos
de adorno que fueran a buscar. Se ven a aquellas al
voBver a sus casas mostrando con alegria las compras
hechas, reidas, girrulas y contents; y a estas iltimas
con desagrado, series y silenciosas al principio, desatan-
do al fin el nudo que el disgusto echara a las palabrae,
para reprenderse a si mismas:-iCarambal que suerte
fa mia,-exclaman,-iqu6 fatal soy!-y en seguida, cam-
biando de tono -iSi yo lo dije, que no iba a encontrar
nada!- hasta que concluyen por inculpar al dueiio de
la tienda llammndbole estipido porque no supo surtirse
en novedades, ni tuvo tino para escoger los articulos de
fantasias, ni buen gusto, ni previsi6n para comprar en
Santo Domingo, o donde fuena, las mercancias m6s ven-
dibles en tiempos de fiestas.
V.
Ya varias veces at acostarse el sol, envuelto en sus
gasas purpufreas, las campanas ladinas de la Iglesia con
sus alegres repiques han Ilamado a los feligreses al
rezo de las novenas donde se cantan tambi6n. lindos
villancicos que ensalzan a la morena reina de los cielos.
A este novenario acuden de todas parties de la com(n
con fervorosa devoci6n. El temple se llena de bate en
bote, y multitud de personas se agrupan a las puertas
ENGRACIA Y ANTO01ITA
y del lado afuerc por no haber alcanzado lugar adenaro.
No parece smo que todas la promesas hechas du-
rante el afio se han dejado para cumrplirlas en estas
noches en que se rinde culto a ia milagrosa virgen de
REGLA.
Entre las j6venes, no cabe duda que las mis de-
votas son las de los alrededores de la poblaci6n y las
de los campos circunvecinos. Esta circunstancia se la
hizo notar Antoiiita a Don Postumio, que ya por aquel
tiempo habia vuelto de su expulsion, y que por los m6-
ritos contraidos y por su political liberal y conciliadora,
se hallaba siendo Comandante de Armas de la Comfin.
-Observe Vd., Don Postumio, 14 dijo:-Las pri-
meras en 11egar a la Iglesia cuando el sacristan y los
monacillos no han acabado de encender las luces son
ellas, y siempre se las v6 ocupando los lugares rms pr6-
ximos al altar.
-Cualquiera diria,-contest6 Don Postumio inten-
cionadamente,--que lo hacen porque son las mis po-
bres -----
-Asi parece,-interrumpi6 Antofiita,-la devoci6n
hoy dia se halla en la pobreza; los ricos se olvidan de
Dios.
-Pero no es asi,--continu6 Don Postumio, despu6s
de haberse sonreido por el dicho de Antoiiita.-Al dis-
putarse esos lugares lo hacen en la creencia de que la
virgen oye mejor los ruegos; porque fijando los ojos
en el rostro y en los ojos de la imagen, les parece, al
tiempo de hacer la peticidn, que la Virgen correspon-
de a la mirada fija y lena de fe que le dirigen a la
imagen Y este capricho o fanatismo en la oraci6n, o
mejor dicho, en el rezo-continu6 diciendo en tono mis
FRANCISCO GREGORIO BILALNI
sea propiedad exclusive de lap muchachas de referencia.
Muchas personas de aqui y de donde quiera que se
profess nuestro catolicismo, creen como elias que de
ese modo el ruego o la siplica son mis eficaces. Muchas
veces pienso que qui6n sabe si eso haya contribuido tam-
bien a que se sostengan todavia en el culto. las imAgenes.
VI.
Es de verse y de decirse c6mo, al concluir la no-
vena, salen todas de la iglesia, llenas de animaci6n, si6n-
doles de much agrado el sonido de las campanas, y por
ende el alboroto que arman los muchachos al correr
en pelotones sobre e! mazo de cohetes que alguno tira.
Los grupos de las buenas mozas-y ain de feas-se
detienen en la plaza y se dan el beso del saludo.
--Ya acabaste el vestido? Y dc6mo te qued6 la
chaqueta? iLa concluiste al fin? Pregunta la una.
-Al fin, hija; gracdas a Dios-responde la otra.
--Qui6n de ustedes me presta sus figurines de
baile?-suena una voz por otro lado.
-iAh! Siempre te decides a quitarte el luto?
-Mama no queria; pero hija, si una pierde las
fiestas---- Esperar el afio que viene! Es bravo rigor.
AdemAs yo que ni siquiera conocia la prima muerta----
--Sabes que a Isabel le vinieron sus encargos de
la capital?
-iSi, nifia, los vi; y el sombrero, que sombrerol-
exclama la interpelada dirigiendose al grupo.-Tiene
el ala izquierda vuelta hacia arriba, forrado de terciopelo
negro, sugeta el ala por un pajarito lin'disimo y en la
cope un lazo de cintas tambihn negras, prendido con
un ramo de florea rojan
ENGRACIA Y ANTORITA
jAy! jqu6 precioso debe de ser!
-Pero qui6n como ella, su padre es rico-- -
-8Y dicen que habrA muchos bailes?
-Si, si nos vamos a dar gusto.
-Es precise no perder uno; yo estoy dispuesta a
ir a todos.
-Y yo tambien.
-Y yo lo mismo. Vaya para cuando quedan las
fiestas malas.
Asi se interrumpen las unas a las otras, y alegres,
parleras, reidas, se cuentan con rapidez lo que saben;
pero sin omitir nunca antes de despedirse la pregun-
ta sacramental:-Y, equienes son, nifia, los que vienen
de Santo Domingo?
VII.
A media que se han ido acercando los dias ha
ido creciendo el embullo; las madres y los padres c6-
mo que se contagian con ese sentir de sus hijas, y nadie
vuelve cefiudo el rostro al oir las disposiciones que se
dan en las casas para pasar mejor y mas divertidos
esos dias iqui6n determine mudar los muebles de un
lugar a otro para limpiarlos y arreglarlos de una ma-
nera mis convenient; qui6n saca los cristales y las
lozas mas finas, que estaban guardadas, para ponerlas al
servicio; otras preparan el alojamiento para los hu6spe-
des que esperan; y las mas pobres, si otra cosa no pue-
den, echan hormig6n al suelo de su bohio y ponen en
las puertas cortinas blancas con lacitos de cintas.
El tema de las conversaciones y el asunto que mis
preocupa a las families, de que mas se trata, principal-
mente en todos los grupos femeninos, es el de las fiestas.
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
El atareo con las costuras se hace general, no se
da tregua a la aguja y no hay vagar para la miquina
sino en las altas horas de la noche.
Hay mrrjeres, hijas de padres acomodados, que
vestiran trajes diferentes en cada misa y en cada baile.
Otras, pobres como Engracia, estrenarAn los vestidos y
el sombrero comprados con el product de sus propias
labores, y algunas, como Antoiiita, con el product de
la ternera que le regalaron al nacer.
VIII.
Estin Ilegando de Santo Domingo los j6venes que
se esperalban.
Vedlas. En unas reboza el content, porque se ha
realizado su deseo. El enamorado sinmptico, o el cum-
plido amante acaban de desmontarse de los caballos.
En otras, sin poder evitarlo, palpita el coraz6n y hasta
cruza atrevido pensamiento que muchas de ellas acari
cian entire el rubor y la esperanza al oir la nueva de
los recienvenidos. Hay quienes hasta dejan de comer
porque la dulce zozobra les roba el apetito.
Nuestras dos amigas no estan ajenas de estas emo-
ciones. Engracia acaba de conmoverse notablemente y
estf alegre como unas pascuas. El ser amado de su co-
raz6n acaba de Ilegar en el l6timo grupo.
Y Antofiita, (por qu6 ha tenido tan repentino cam-
bio? Estaba inquieta, desazonada, devorando en su in-
terior el disgusto; y al oir la algarada de los recien
llegados que detienen los caballos a su puerta para dar
el saludo, sin poderlo evitar, le palpita el coraz6n, lan-
za un grito de alegria y palmotea aplaudiendo calurosa-
mente.
ENGRACIA Y ANTO1RITA
En este grupo, ademas de Enrique G6mez, el no-
vio de Engracia, y amigo intimo y confidence de Adtto
fiita, se hallan Alejandro Ricart, Jose Joaquin P6res
Luis Caminero, Ignacio Gonzalez Lavastida y el que
muscribe; j6venes que entonces 6ramns los que haciames
Ics versos de las fiestas, como en otras 6pocas los ha-
bian hecho Don Manuel M. Valencia, Don Felix Maris
Delmonte, los Heredia, y mis despubs la poetisa Per-
domo.
Segfm Antofiita, no podian quedar buenas, anima-
das, las fiestas sin d6cimas, poesias de los Dos bandoe
en dispute, que ella misma invent, y sin el juego y
testamento del Peroleio.
Pero sigamos la ilaci6n que comprenden estas pa-
ginas, y bien pronto sabrA el lector en lo que consistian
esos Dos bandos en dispute y el juego y testamento del
Peroleiio.
CAPITULO II.
EN LAS FIESTAS.
Es ls antevispera del dia de la Virgen. Ya las fies.
ta, como si no pudieran resistir el calor de su incuba-
ci6, quieren romper la d6bil crisilida que las contiena.
II.
Lleg6 la misica de la capital En esta 4poca Bani
tiene violines, alg(n bajo, flautas, panderetas y un mal
organillo en la iglesia; pero no tiene todavia instrumen-
tas de metaL
Esa clase de musica es una novedad que se re-
gala en estos dias del afio. Por eso, en la madrugada
de hoy, 20 de Noviembre, despierta toda la poblaci6n,
&I alegre acorde de los clarinetes, cornetines y bombar-
dinos, mezclado con el grato repique de las campanas
y con los tiros de las que aqui H1aman camaras, que
son unos potes de hierros atacados con p61vora y ladrillo,
y que al dispararlos produce la explosion de un ca-
nonazo.
El entusiasmo de aquellos tiempos en que Bani
hacia brillar, entire la sencillez de sus costumbres, la
alegria de sus fiestas, parece que resucita. Aquel entu-
siasmo que daba tanta fama Ia simpktico valle, atra-
yendo a 61 muchas families acomodadas de la capital,
ENGYRACIA Y ANTORITA
venian a pasarse esos dias en medio del solaz de las
inocentes diversiones de un pueblo; y que proporciona-
ba el gusto de cultivar puros afectos y nuevas rela-
ciones, ensanchando su comercio, y mAs que todo eso,
fomentardo el trato en la juventud de ambos sexos
para que se sucediesen los frecuentes matrimonios
de las hijas de Bani con los j6venes forasteros; aquel
entusiasmo, decimos, ha cundido por todas parties. iQuA
jdbilo en el coraz6n de las muchachas! iC6mo se ani-
man todos! iHasta los aires en el espacio parece que
participan del regocijo general! iNunca se vieron mis
lindos los albores de la mariana!
Corren las horas, y a media que el sol se eleva
va creciendo el ruido de la animaci6n. Llega la tarde
y viene la noche. Todos se aprestan a las diversions,
cada cual a su manera y seg6n su clase y recursos----
III.
Amanece el dia de la Virgen----iCon cuinta solem-
nidad se celebra la misa, y qu6 lucida concurrencia hay
en ella!
Existe todavia la costumbre en este pueblo, que
era muy several en otro tiempo, de que las madres im-
piden a sus hijas ir al baile de la noche si faltan en
la mariana a la misa. Por esa raz6n el temple estA Ileno
de bote en bote: un mar de cabezas se extiende for-
mando un oleaje de flores, plumas y cintas. Oyese casi
sin interrupci6n el rum-ras de los abanicos que agitan
aquella atm6sfera de suaves esencias que se despren-
den de las j6venes, mezcladas con el perfume del in-
cienso que el sacerdote ofrends en el altar.
Aquellos que no han podido penetrar dentro del
iRANCISCO GREGORIO BILI "dI
temple, se agrupan a las puertas de este, apaiuscandose
los vestidos por devcrar con sus miradas en aquel her-
moso conjunito a las que mayor fascinacion provocan.
IV.
Ninguno de nuestros personajes ha faltado a la so-
lemne misa de hoy.
Engracia y Antofiita, e!egentemente vestidas, con
el vaporoso tu' que riza jugando con las tersuras de sus
gargantas, se ven la una al lado de la otra; y, como si
de rodillas se pudieran reproducir dos gracias de la
Mitologia, resaltan ellas en la muchedumbre de tantos
cuadros confundidos.
Engracia, parece que se siente tranquila, o al menos,
estA mis entregada al devocionario que tiene en la ma-
no. Antofiita, por mAs que trata de disimularlo, se nota
que bulle en su mente una idea. Hay veces que se con-
centra en si mismo; aunque de luego en cuando, se des-
pierta de su distracci6n volviendo la vista al lugar
donde se hallan Don Postumio, y los miembros del Ayun-
tamiento, entire los cuales ocupan asiento Don Antonio
Diaz y Enrique G6mez.
Felipe OzAn acaba de tender por en medio de la
concurrencia, no sin antes haber pisado los ruedos de
los vestidos de algunas sefioras, y Candelaria, su tia,
abigarrada en cintarajos y perifollos, se ha colocado
detras de Engracia y Antoiiita, llamando la atenci6n de
todos, ora con sus movimientos y palabras, o ya arras-
trando la silla que descompone y vuelve a componer.
Al entrar el sobrino, indicAndole un asiento que
estA desocupado cerca de ella y al frente de nuestras
heroines, le hace sefias de tal modo y habla tan en
ENGRACIA Y ANTORITA
alta voz que, toda la gente, hasta los clerigos desde el
presbiterio, no pueden prescindir de volver la cara.
Cuando viene el moment en que el Cura sube
al pulpito, despues de concluida la salutaci6n en que
se agita todo aquel oc6ano levantando el ruido que
hacen las mujeres al sentaise, el temple queda en pro-
fundo silencio; nadie se atreve a interrumpir la voz del
orador que ensa!za a la madre de Dios-hombre So-
lamente Candelaria OzAn, con sus impertinentes secre-
teos, tiene ya en gran mortificaci6n a Engracia y a An-
toiiita. Acercando la cabeza al oido de la primer le
ha dicho:-Engracia, tengo que contarte una cosa so-
bre Enrique que te interesa.-A la segunda vez que
le repiti6 las mismas palabras, Engracia, le contest6:-
Si Sefiora, esta bien.
Pero sin embargo de que nuestra protagonista, al
principio no hizo caso al dicho de Candelaria; pensan-
do en ello, se sinti6 intrigada en su interior, y aquella
serenidad con que la vimos entregada al. libro de ora-
ciones que tenia en las manos, huy6 de su espiritu por
algunos moments.
Candelaria, en su tema de importuna, no dejaba
pasar much tiempo.
Cuando la campanilla anunci6 el Sanctus:-Miren
el hip6crita de Don Postumio, haciendola de santu-
rr6n,-les decia a las dos cuando Don Postumio reve-
rente se inclinaba, y luego, cogi6ndola de recio con Don
Antonio Diaz:-iVean, Seiiores, al estirado de Don An-
tonio! Buenos palos le diera yo; eVdes. no lo ven Se-
fiores?-Y Ueg6 a tal extreme con sus impertinencias,
que Engracia, a pesar de su caricter moderado, le con-
test6:-Mire que estamos en la Iglesia,-y Antoiiita a
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
qui6n le entraron impetus de levantarse de alli, ya ner-
viosa, exclam6:-iJesis!---- i1sto es insoportable!-- -
Candelaria, aunque se intimid6 un poco con la ac-
titud de esta ultima, sigui6 despu6s murmurando du-
rante el resto de la misa.
Ha llegado la tarde. EstA preciosa. El sol en Occi-
dente, como un globo de cristal navegando en ondas de
llama, lanza los reflejos de su luz recamando con cin-
tas de oro las cimas de las lomas del valle.
La procesi6n va recorriendo las cables. En otros
afios, bien lo recordamos, las sefioritas iban un poco
apartadas del grupo de las viejas que rezan detrAs del
cura; y los enamorados, protegidos por el ruido de las
campanas, de los triquitraques, de la m6sica, del canto
y hasta del desorden de los chicos a quienes corregia el
sacristan dandoles en la cabeza con la vela bl.auca que
lleva -n la mano, se aprovechaban de esa circunstancia
rara entablar conversaci6n.
Hoy no sucede asi. Parece que todo contribute a
solemnizar estas fiestas. Antofiita, que de antemano
habia trabajado con ese ardoroso ahinco de su voluntad
para darnos una sorpresa, lo ha conseguido de una ma-
nera ,expl6ndida. Aquellas distracciones e inquietudes
con que la vimos en la iglesia, eran hijas del pensamien-
to halagador que dabia de realizar. En su impaciencia,
a ella le parecia que el +iempo se le escapaba y por
eso, tan pronto se acab6 la misa, sin detenerse del lado
afuera, ni en la plaza, en los paliques de costumbre con
las otras amigas, soiamente las preparaba dicibndoles:-
Est6n listas. est&n listas; Engracia y yo vamos a bus-
carlas.
Asi fue como nuestras dos protagonistas cuando
apenas comieron el almuerzo, sobre todo Antofiita, que
ENGRACIA Y ANTOSITA
ni a la mesa se sent y que de pie tom6 un pozuelo de
leche y despunt6 un pan, volviendose a la calle, y con
su determinada intenci6n, convidaron a muchas perso-
nas, entire ellas a Don Postumio, a quien cogieron de
improvise:
-Don Postumio, venga Vd. con nosotras,- dijo
Antofiita al encontrarlo en la plaza ya cuando la comi-
tiva se dirigia a la casa del cura.
-iYo! ead6nde?
-A casa del cura.
-(Y a que, Antofiita?
-A hacerle una suplica para que salga la proce-
si6n de una manera digna de Vd., que es la autoridad
del pueblo, y de todas nosotras.
--Procesi6n, Antofiita?-dijo Don Postumio. mo-
viendo la cabeza y no sabiendo de que modo escabu-
llirse de aquel grupo que lo asediaba.-Bien sabes t6
que yo llamo a eso mcjiganga; y creo que eso es ri-
diculo.
-iMojiganga! iridiculo!, dice Vd. Don Postumio?
.Y c6mo admite Vd. y se entusiasma tanto cuando se
trata de una procesi6n civica?
-iAh! imiren que diferencial IEn esas fiestas se tri-
buta homenaje a la libertadl
-Y- tambi6n a algun candidate a la Presidencia
en tiempo de elecciones-interrumpi6 Antofiita con ma-
licia.
-Nb, no, esas pueden ser apasionadas; yo hablo-
de las que se rinden a le libertad; a la libertad, que
es, y ha sido siempre, base del progress; o de aquellas
con que se rinde tribute a algin grande hombre, be-
nefactor, por alg6n concept, de la humanidad.
-Y en estas- contest Antofiita con su aplomo-
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
acostumbrada-se tribute homenaje a la religion, que
es y ha sido siempre base de moralidad, y sin la cual
no pueden vivir los pueblos. 8Con que? admite Vd. co-
mo just, como buenc, que se rindan parias a un hom-
bre que hiciera algunos bienes, y cree ridicule que se le
rinda homenaie a Dios? Vaya, Don Postumio, complAz-
canos Vd. y venga con nosotras.
-Si, si, venga con nosotras,-exclamaron todas en
coro.-Y Don Postumio, aturrullado con tantas votes
femeninas y sin powder o sin queer defenders de aquel
ataque que hubiera deseado llegara hasta el asalto, se
agreg6 a la comitiva.
Antoiiita, cuando llegaron en casa del cura, con el
mayor despejo, le pidi6 que consintiera a las mujeres
former la procesi6n.
El cura di6 el permiso, y Antoiiita lo dispuso y or-
den6 todo.
VI.
Es de admirar lo bello y majestuoso de esta pro-
cesi6n. Todas las sefioritas del pueblo, formando dos
largas hileras, van vestidas de blanco, con un lazo de
cinta azul en el pecho, un vistoso ramo de flores y una
vela encendida en la mano. En medio de las dos iilas
y de trecho en trecho, resaltan lindos estandartes Ileva-
dos por nifios vestidos de angeles.
A.li en el termino se alcanza a ver la graciosa
imagen de Regla, efigie bellisima que parece que mira
y sonrie ataviada con su riquisimo vestido de seda
blaca, bordado de oro, su manto azul y su corona de
piedras preciosas. A la aureola de plata que circunda
a la virgen se adhiere otra de jazmines y rosas encarna-
ENGRACIA Y ANTORITA
das, que forma bellisimo juego con el brillo argentino
de la primera. Seis cadenas de menudas flores, y del
color de los jazmines y les rosas, prendidas de las en-
galanadas andas, que estan llenas de macetas y otros
adornos, ondulan a merced del viento, sujetas en sus
extremes por seis manos angelicales.
Antofiita y Engracia vienen al frente con dos prn-
morosos pebeteros que lanzan el humo del incienso
en forma de varillas rectas que se quiebran al subir,
perfumando el aire qae rodea a la imagen.
Y a una Pimentel, tan linda como la misma ima-
gen; y a una Aminta, tan candorosa como el velo que
la envuelve; y a una Vidal, tan risuefia como el ramc
de flares que Ileva en la otra mano; y una Guerrero,
tan dtepejada como el cielo de esa tarde; y a una
Castillo, tan rnajestuosa como la misma procesi6n; y a
una Andidjar, tan simpatica y tan liena de luz en los
ojos como el rayo de sol que en ese instant le hiere la
frente, les 'ian tocado las seis prendidas cadenas.
Don Postumio, que esta loco de content y tan
satisfecho como quien hubiera alcanzado un triunfo, no
ha desperdiciado moments para aplaudir la obra de
Antoiiita.
En ese instant en que la procesi6n se ha deteni-
do, a causa del altar que han puesto en una de las
esquinas, para hacer un descanso, se han acercado a
el algunas personas y j6venes de la capital para darle
el parabi6n y hacer sus elogios.
Don Postumio, mis envanecido ain, y sin cuidarse
de la negative hecha a Antofiita cuando lo convid6 a
ir a donde el cura, y sin reparar en quienes eran los
que le hablaban, desat6 su entusiasmo con la verbosidad
acostumbrada diciendo:
FRANCISCO GREGORIO BILLINI
-iQue vengan de Sto. Domingo, esos mentecatos
que se las dan de esc6pticos, y que creyendose sabios
se burlan de la religion; que vengan a presenciar este
cuadro!-afiadia en su palinodia abriendo los brazos
como un predicador al senalar la procesi6n.-iQu6 ven-
gan y que aprendan de un pueblo que tiene muchachas
como Antofiita!-Y luego con ese prurito que tenia de
discutir y como quien se confunde a si mismo:-Pero
demonio,-exclama preguntandose,-
ha ocurrido a mi simpAtica discipula una idea tan ori-
ginal?
-Tal vez Vd. se la inspir6,-dijo uno de los j6ve-
nes de la capital, como queriendo halagar la vanidad
de Don Postumio.
-Yo, no, absolutamente. Yo recuerio, si, que en
Esparta, segin nos cuenta Rousseau, las d mcellas,
hijas de los principles ciudadanos, casi siempre apa-
recian en procesi6n en las solemnidades de las fiestas
pfiblicas, ellas solas, sin mezcla de otro sexoq formando
corros de danzas, coronadas de flores, cantando him-
nos y Ilevando cestillas, vasos y ofrendas para presen-
tar a los sentidos depravados de los griegos un espec-
ticulo encantador que contrastaba el mal efecto de
sus indecentes gimnasias. Pero, sefiores, yo nunca le he-
contado eso a Antofiita, y por otra parte, aqui no te-
nemos necesidad de esos contrastes.
-Pero como quiera que sea, Don Postumio, -dijo
otro joven,-la gloria os pertenece y debris estar orgu-
lloso, pues jams se ha visto una procesi6n igual en el
pais.
-jAh! si, si, diganlo todos, todos,-repiti6 Don
Postumio dirigiendose a los otros.-A lo menos (qui6n
la ha visto nunca tan uniforme?.-----As si admito yo
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